miércoles, 14 de enero de 2009

ADOLESCENTES INQUIETUDES EN CIELITO - POR JAVIER CERRATE NÚÑEZ (PUNCUPA SURIN)

. .
ADOLESCENTES INQUIETUDES EN CIELITO
.
Autor: Javier Cerrate Núñez

Puncupa Surin


Seguramente recordar las primeras inquietudes, nos llevan algunas veces a tergiversar los hechos, como cuando removemos las aguas decantadas, pero no siempre es así, pues algunas veces esos recuerdos permanecen, frescos y vivientes en lo más profundo de nuestro ser, será tal vez parte de nuestra naturaleza, o de nuestra formación personal, todas estas cosas que escribo tienen que ver con lo que les voy a contar.

En la década de los sesenta, Chiquián aún conservaba esa esencia pueblerina, cosa que ha ido perdiendo al paso de los años, nosotros los jóvenes o niños en ese entonces, creíamos que el mundo era así, pensar en Lima era solo algo ligado a la imaginación, nuestra realidad nos acercaba más a Huaraz, como logro de un viaje alucinante, algunas veces siendo esto solo una inquietud, ya que el viaje a Lima luego se demostraba tenía más realismo, ¿qué elemento importante influía en esto? Generalmente al concluir el colegio, eran las carreras universitarias, el detonante, pero bueno valga esto como solo un comentario. Volviendo a la narración, en esas épocas de mi adolescencia, mi mundo tenía un montón de compromisos, de toda índole, que las noches de billar, que las serenatas, que las gilas —viejo substantivo hoy en desuso—. Que los partidos de fútbol, jugados a muerte en nuestro amado Jircán, subdividido o parcelado a esa hora, dando cabida simultánea a varios equipos, que no solamente competían entre sí, sino también contra las sombras de la noche, que iban llegando casi de golpe, ya que el sol al ocultarse, lo hacía como un telón que oculta de pronto el escenario, imagínense ustedes, toda la tarde esperando que terminen las clases, en el colegio, en la vieja casona de doña Victoria Montoro, soportando a duras penas en las últimas horas de clase, ese sabroso olor a panecillos y bizcochos recién horneados, para correr desaforadamente luego a nuestras casas, a cambiarnos de ropa y salir como una exhalación hacia Jircán o hacía otros rumbos, antes de que nos ganara la noche.

Como verán nuestras ocupaciones apenas si dejaban espacio para los estudios —que se materializaban recién al llegar las épocas de exámenes—. Ese día nos tocaba clase de Educación Física en el terreno que sería el nuevo colegio, cuya construcción marchaba lentamente en ese entonces, luego de concluir las ejercitaciones, nos cambiamos, guardando la ropa en nuestros maletines, a cada cual mejor o más llamativo, detalle muy importante a esa edad, luego bajábamos hacía el colegio, lentamente y en pequeños grupos, yo regresaba medio retrasado, charlando con mi amigo Kirpa, da la casualidad que subían por la misma calle, las Santarosinas del tercer año, también a realizar sus ejercitaciones, bajaba despreocupado hablando banalidades, cuando mi mirada se cruzó con la de ella, fue un remezón, solo atiné a saludarla con una inclinación de cabeza, mientras ella me devolvía el saludo con una sonrisa transparente y un pequeño mohín, que me erizó la piel, Kirpa que iba a mi lado seguía hablando, no sé ni de qué, mientras yo le contestaba con monosílabos, mi cabeza seguía por otros rumbos, les juro que nunca había prestado atención en ella, no sé si porque era menor que yo, también reconozco que antes de eso ya era consciente de su belleza; las clases que faltaban para concluir el día se hicieron largas y tediosas, ni el fútbol en Jircán a la salida del colegio motivó mi entusiasmo ese largo día, ni el tan deseado ensayo que hacíamos casi a diario, del salto con garrocha con mis primos, tuvo su influjo ese día, nos preparábamos, para las competencias anuales de atletismo, que se desarrollaban en la semana del aniversario del colegio, esa disciplina había cautivado nuestra imaginación, eso por la trascendencia que daba la radio —el único medio de comunicación que reinaba en esos años— a un ídolo nacional, Abugattas me parece se apellidaba, que destacaba a nivel sudamericano creo, para motivarnos más, en el colegio el profesor de educación física, nos había enseñado la técnica elemental de esa disciplina, les cuento que la falta de la pértiga fue suplida por un hermoso retoño de eucalipto, “cosechada” de noche en una de las chacras de Suárez; era una bella vara de casi tres metros de largo, pelada y secada al rescoldo durante varias horas, para darle flexibilidad y resistencia, el único defecto que le encontrábamos era su peso, pero bueno, tampoco se puede tener todo en esta vida, para seguir con esto, ya que entré en detalles, nuestra cama o colchón de caída estaba conformada por un fina y acolchonada mezcla de paja y estiércol de vaca trituradas, contenida por un marco rectangular hecho en el suelo, debajo de los soportes de la vara horizontal a vencer, este ejercicio nos hacía dudar de nuestro fútbol en Jircán, y nos llevaba a soñar con la admiración de las mujeres, luego de alcanzar el triunfo deportivo; como podrán imaginar, luego del ensayo teníamos que bañarnos con detenimiento, para no espantar a quienes más deseábamos, nuestras coetáneas, pero para ser sincero, eso raramente ocurría, lavarnos la cara y el cuello, luego un ligero aliño tipo gato, más una gotas de perfume barato, santo remedio. Volviendo al relato, mi inquietud ese día se concentraba en encontrar la estrategia a desarrollar para conocerla, dirán ustedes que cómo siendo Chiquián tan chico no la conocía aun, pero en ese entonces la cotidianidad no significaba, que podíamos soslayar las reglas de la urbanidad, es decir que si no nos habían presentado, éramos unos auténticos desconocidos, lo que significaba que no tenía la libertad de poder dirigirle la palabra, ¿qué cosa no? hoy en día, de todas esas reglas no queda absolutamente nada.

—¿Shay qué te pasa, que estás tan callado?

—No, no es nada, solo pensaba.

—Claro, ahora me quieres hacer creer que no te pasa nada, dale shay, cuéntame que te pasa, te veo preocupado.

César, uno de mis amigos del alma, se preocupaba al verme taciturno, pensando quién sabe, en qué conflictos me había sumergido, hacía un rato que la noche había caído, pero la imagen de esa mañana seguía quitándome la tranquilidad.

—Mira hermano, no quiero hablar de eso, es algo que ya se me pasará.

—¡C...jo! estás enamorado, ya le pasó a mi Nica, aprendí a conocer los primeros síntomas, no me lo niegues a mí ¿se puede saber quién es la fulana?

Me hice el ofendido y sin decir una palabra me fui, él me siguió por un trecho, pero al ver que no le contestaba, optó por dejarme.

La vida y los acontecimientos siguieron su curso, ya noviembre estaba llegando a su fin, los exámenes de fin de año, se hicieron presentes, con lo que la atención a mi primer amor también tuvo un dique de contención, luego diciembre se esfumó entre mis manos, había concluido la secundaria, Lima y sus oportunidades también eran ya una realidad, quedarme en Chiquián, no estaba en mis planes, pero lo que no esperaba ocurrió.

—Sabes, mi mamá me ha dicho que pasaremos las vacaciones en Llaclla, recién hoy supe eso, sino te hubiera avisado antes, mañana salimos.

Fue como si mi mundo se hubiera destruido en un instante, ella era mi referente, sin ella esos meses de despedida que había planificado se esfumaban, para seguir en Chiquián durante las vacaciones había esgrimido mil argumentos contra la voluntad de mi padre y ahora se me escurrirían como arena entre los dedos.

Llegaron las lluvias fuertes, esas que no te dejan ni un centímetro seco del cuerpo, cuando tienes que ir a separar becerros, por ejemplo; los primeros días de su ausencia fueron muy tristes para mí, supongo que también para ella, al despuntar el día, mi primera mirada, era hacia la falda del cerro por donde desapareció en su ida, luego tuve la ocurrencia de querer escribirle, pero cómo hacerlo sin que se dieran cuenta sus padres o familiares, éramos muy jóvenes para que esta relación fuera aceptada. Se me ocurrió de golpe, le escribiría con otro nombre como remitente, un nombre de mujer, así fue, nos carteamos siguiendo ella el mismo ardid para contestarme, durante toda su ausencia, para ser justos creo que una de sus tías, que trabajaba en la estafeta postal, sabía de qué se trataba, pero supongo que con su sabiduría se hacía la tonta, pasaron los días, llegó febrero, con ello el fin de su viaje y el regreso a Chiquián, yo contando los días y horas que faltaban, la noche de la víspera no pude dormir de un tirón, como habitualmente lo hacía. Me acuerdo como si hubiera sido ayer, era un día lluvioso, desde la mañana que no dejaba de caer agua, mi ansiedad y dudas iban en aumento conforme el tiempo transcurría, de rato en rato oteaba la falda del cerro por donde tendría que llegar, pero los negros nubarrones no dejaban de expulsar gruesas gotas de agua, según mis cálculos tendría que llegar a más tardar a las tres o cuatro de la tarde, pero ya a esa hora dudaba de su regreso, es imposible que haya viajado pensaba. El agua se escurría como un pequeño río, por la céntrica calle Comercio, me puse el poncho habano, un sombrero y me largué a la calle, de un salto cruce el torrente que bajaba, me dirigía hacia Cochapata, desde allí podría ver mejor si mi amada llegaba, pero mis dudas crecían rápidamente, iba cavilando por la calle central, cuando al llegar a la altura de la casa de “Cashivo”, levanto la vista de ir mirando el suelo, para no mojar mis zapatos, era ella, bajaba seguro buscándome, no me cabían dudas, en ese momento exhalé un largo suspiro y mi pecho a tambor batiente me repetía: “Cuánto la quiero”. Me contó que casi no llegan por la lluvia que las acompañó casi todo el camino, pues si habían viajado, era porque su madre tenía urgencia de hacerlo, ella estaba con un resfrío grande y me pareció que algo afiebrada, la acompañé a su casa, recomendándole que se acostara para descansar y curar ese gran enfriamiento sufrido en el camino, pero feliz de que estuviera conmigo, mirando sus ojos como si nunca los hubiera visto, escuchando su voz inconfundible, lleno de alegría y ternura, deseando que al día siguiente el sol saliera fuerte y que las lluvias ni se atrevieran a asomarse, colgados de sus madres, las nubes.