SANTIAGO DE CHUCOCAPITAL DE LA POESÍAY LA CONCIENCIA SOCIAL
FOLIOSDE LAUTOPÍA
Danilo Sánchez LihónEl día que me muera: ¿en una piedra?,el día que me duerma: ¿en una cama?,que me llenen de cartas la camisapara asfixiarme de palomas blancas.Juan Gonzalo Rose1. Calmaimpávida– ¡Anda a ver quién toca la puerta!Le dice mi padre a mi hermano menor a esa hora quieta del mediodía, cuando en las casas de mi pueblo se almuerza.Es cuando el universo es una sábana blanca, en donde el zumbido de una mosca es un estruendo, como lo es el estallido de las cucharas en los platos.Por eso, los golpes en la puerta nos habían puesto a todos, sorprendidos y nerviosos.– Un telegrama, –volvió diciendo.Colocó delicadamente a un costado del plato de papá el sobrecito de papel bulki con rayas azules y un chasqui dibujado en la parte de afuera.Llevábamos las cucharadas de rico caldo de papas, perejil, arroz y carnero a nuestras bocas, pero con los ojos puestos en esa presencia inquietante y perturbadora del telegrama al costado del plato de papá.¿Qué quería enseñarnos con esa calma impávida?2. La primeralíneaMi madre, sentada en una silla cerca de la cocina de piedra y barro donde humeaban las ollas, servía ya el segundo plato.– ¿No lees el telegrama? ¡Puede ser algo urgente! –Dijo aprehensiva.– Ábrelo y léelo–, ordenó mi padre a otro de mis hermanos menores, sentados y ya comiendo todos alrededor de la mesa y a quien notamos angustiado de recibir un encargo como este.Por si acaso, hago hincapié que los telegramas en mi pueblo los trasmitía, como los recepcionaba y copiaba a mano, mi tío Justo Montoya, y lo hacía con una letra estilizada, que era agravada porque se escribía con un lápiz de trazo color morado que, para que se hiciera tinta, tenía que mojarse en agua y a cada momento, lo que daba como resultado que no todo fuera parejo en la escritura.Mi hermano desdobló nerviosamente el papel y dio lectura a la primera línea:– César falleció.3. UnrayoY no leyó más porque le empezó a dar sacudones el cuerpo, a temblar las manos y el papel cayó al plato de sopa.Mi madre dio un ¡ay! tan desgarrado que hizo que todos nosotros derramáramos el líquido de la cuchara que nos llevábamos a la boca. Y ella dejó caer, lógicamente, el plato que estaba sirviendo al suelo.– ¡No! ¡No! –Gritó– ¡Qué le ha pasado a mi pobre hermano!– ¡Dios mío! –Dijo mi padre.– ¡Por qué! ¡Por qué!–, volvió a gritar mi madre ésta vez como si le hirieran con un cuchillo. Y salió corriendo hacia la casa de mi abuela, dejando todo tirado.Algunos de mis hermanos pequeños la siguieron, llorando detrás de ella, mientras otros nos levantábamos de la mesa sin saber qué hacer ni cómo ayudar en esa hora aciaga.Lo primero fue ayudar al hermano que había leído y que parecía atravesado por un rayo, alcanzándole un vaso de agua.Era una situación desesperante.4. YleyóMi padre también se levantó:– ¿Cómo ha pasado esta desgracia? –Se lamentó, poniéndose el saco que tenía en la percha de la cocina, aprestándose a salir y dar aviso a alguien. Quizá yendo a estar en la casa de mi abuela.– ¿Dónde estaba mi tío César?–, pregunté también ensombrecido e impactado.– Creo que en Trujillo. ¡Pobre muchacho! ¡Tan joven! ¿Pero qué cosa le ha ocurrido? ¡A ver, qué más dice el telegrama!Extrajo como pudo el papel de la sopa, lo extendió sobre la mesa, ya la tinta se había expandido dándole unos ribetes añiles a cada letra hasta inclusive deformarlas.Cogió el telegrama y leyó:5. No habíarastroCésar VallejoNº 82Feliz día de la madre, mamá.Tu hijo, Juvenal.– ¡Corre!Grita mi padre– ¡Corre! ¡Alcanza a tu madre! ¡Va a matar a tu abuela!– ¡Corran todos! –Volvió a gritar.Y salimos en estampida como flechas vertiginosas.¡Volteábamos una y otra esquina y no había mamá!Increíble que hubiera corrido tanto. ¡No estaba!No había rastro de mamá ¡y ya veíamos morir a mi abuela con la noticia!Era seguro que ya estaba pronta a llegar a la casa de mi abuela, a quien "la noticia" de seguro iba a causarle un infarto fulminante, quizás la muerte, como preveía papá, pues mi tío César era su hijo más querido.6. El nombrede nuestra calleCreo que nunca he corrido como aquella vez, para alcanzarla y evitar la muerte segura de mi abuela, a causa del infarto irreparable.Y claro que la alcancé, aunque ya en la puerta, habiéndola ya tocado con puños erizados.Yo llegue y en la velocidad tuve que arrojarla al suelo tapándole la boca y diciéndole:– No es César falleció sino César Vallejo. –Le explicaba a mi madre que no entendía nada.Cuando se fue calmando la fui explicando:– No es César falleció, mamá, es César Vallejo, el nombre de nuestra calle. El telegrama es de saludo por el Día de la Madre que te envía Juvenal.7. MipuebloPoco a poco se fue calmando mientras mi abuela salía con un vaso de agua.Así ocurrió el día que íbamos a causarle la muerte a ella, casi también la de mi madre aunque eso sí se causó un laberinto en mi casa.Pero hubiera sido peor si es que no se rescataba a tiempo el telegrama ya sumergido en el plato de sopa en donde había caído.Claro que por los nervios mi mamá quería castigar al hermano que leyó mal, y al no poder alcanzarlo se desquitó conmigo dándome puñetazos.Pero felizmente así pudo pasarle la terrible y tremenda emoción que había vivido.¡A lo que predisponen los golpes en la puerta de la calle! Y, sobre todo, la entrega de un telegrama a esa hora vacía, cercana al mediodía, en Santiago de Chuco, ¡que es mi pueblo!
FIN
Sí, pues, maestro. Los telegramas eran sinónimo de
urgencia, excepto en los cumpleaños en donde traían felicitaciones de
distintos lugares convergiendo como mariposas o pájaros livianos.
Venían en un sobre amarillo especial y en un
formato también especialmente diseñado. Sobres y texto, dígase de paso,
no hechos para guardar confidencialidad alguna.
En mi caso, quiero decir en mi vida, en mi
infancia, los telegramas llegaban hasta Mollebamba ( a media hora de
duro camino hasta La Yeguada, y traían la caligrafía apurada de Estuardo
García el hombre de la oficina postal. Era menester, entonces,
encargarlo a "un propio" para que llegue a su destino. Mi padre
desgarraba el sobre con agresividad carnívora. Antes ya había arrugado
el seño. Casi siempre llegaban buenas noticias y la enardecida cresta
de la mala suerte se recogía a su lugar. Pero también llegaban los
noticias terribles. Lacónicas y terribles. ¡Fua! como un latigazo del
destino o más, creo que más.
Los telegramas habían creado sus propias palabras:
premés (presente mes), comanpuesto guarcivil (comandante del puesto de
la guardia civil), y, claro, en vez de te recuerdo, recuérdote; en vez
de te saludo, salúdote. Medio vallejiano ¿no?.
Y a esta altura permíteme una confesión muy
personal: mi padre decía que la mejor noticia que recibió en su vida fue
cuando le informé (telegráficamente) que había ingresado a la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Supongo que escribí "Ingresé a
San Marcos". Pero el telegrama llegó como debía redactarse "Ingresé San
Marcos". Mi padre festejó la noticia con la volcánica emoción que
lo habitaba. Que siempre lo habitaba para bien o para mal. Pero después
contó las palabras (que venían consignadas en el formato que te digo) y
faltaba una. Entonces palideció. Quizás quiso decir "No ingresé a San
Marcos", se dijo; pero continuó la fiesta aunque ahora ya a medio
trote.
Un abrazo, maestro y gracias por haberme traído de
golpe, en un telegrama, tanta historia que no sé por que razón se mezcla
en mi caso con los campos de maíz ya cosechados y el ruido que en ellos
hacían mis botas (infantiles) de caucho. Y también, como en tu texto,
con un plato de cuy que quedó a medio comer...
Y dime ¿existen aún los telegramas? O, como varias especies de la tierra, se han extinguido ya.
Un abrazo.
Angel Gavidia
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