Danilo Sánchez Lihón
1. En
la jalca
En la meseta alto andina de Santiago de Chuco hay una fauna que no sólo es rica, variada y vistosa, en cuanto a su aspecto exterior.
Sino sorprendente en todos los aspectos anímicos, o sentimientos que cada especie asume o representa.
Así, en la jalca, salpicada de lagunas, habita el “curco”, un ave de color negro, del tamaño de un pavo.
Tiene una mancha blancuzca en la cara y camina encogido o inclinado hacia adelante, como un anciano encorvado.
Si no lo matas el “curco” se ríe en tus narices:
– Ja, ja, ja, ja. –Suelta la carcajada. Y se voltea de hombros, y de espalda riéndose tal cual una persona que no le importa lo que tú sientas o pienses.
2. Se ríe
de todo
Este personaje se ríe y se burla de todo:
– Ja, ja, ja, ja. –Es su sonido.
Si te acercas, o si ve que te alejas, su actitud es la misma:
– Ja, ja, ja, ja.
Pero lo hace con sorna, con burla y sarcasmo, no solo en el sonido de su risotada sino en los gestos de su cuerpo y en los pasos burlescos, pícaros y de insolente bellaquería.
De tal modo que sin quererlo te molestas con el curco porque te toca el lado personal.
Si intentas matarlo y no lo matas, es igual:
–Ja, ja, ja, ja. –Se ríe en tus narices.
En eso es envidiable el curco. Y constituye un ejemplo. No pierde el humor por nada del mundo.
3. Como si subiera
y bajara
En cambio, hay otra avecilla que se muere de nostalgia y de pena.
Cerca de “La Soledad”, que pasamos para ir a “Huamanchal”, las chacras de mi tía Carmen, en donde nos da una melga o un surco de papas para que nosotros lo cosechemos con mi hermano Juvenal, hay una meseta de vientos helados que la gente del lugar llama con el nombre de “Las piedras agujereadas”.
Allí vuelan rasantes los picus, de plumaje plomizo y cola amarilla dorada.
Avanzan batiendo las alas de trecho en trecho, y luego dejan de batirlas, impulsándose con su solo cuerpo hacia adelante, como si subieran y bajaran en su vuelo impulsados solo por una fuerza interior.
El picus, que en quechua se le conoce como acacllo, es un pájaro excavador, que con el pico cava los adobes de las casas viejas y allí hace sus nidos.
4. Se lo da
asimismo
De allí que las paredes o muros de las casas abandonadas donde viven los picus, son agujereadas.
Como si sobre ellas hubiera llovido una descarga de balas o una ráfaga inmisericorde de proyectiles, o metralla.
Beber la sangre caliente y borbotante del picus es bueno para los temblores involuntarios del cuerpo, como la epilepsia.
Se lo da asimismo el enfermo, cuando sufre de convulsiones. Y al instante se cura.
Solo que ésta tiene que ser una acción que se ejecute en el momento en que se es atacado por el mal.
5. Tal y como es
la vida
Para ello se coge al pajarillo, se le acaricia un momento y se lo quiebra de un golpe seco, procediendo a abrirle con los dedos las entrañas a la altura del pecho; y se hace saltar su sangre directamente a la boca del enfermo.
Pero lo malo, o lo bueno, de este capricho de la naturaleza es que luego de cazado al picus no se lo puede llevar muy lejos, menos para utilizarlo como remedio.
Porque después de que se lo coge, no dura vivo más allá de unas cuantas horas, debido a que se muere de nostalgia o de pena.
Es necesario subir hasta estos parajes de “La Soledad” para curarse con el sacrificio de un pajarillo. ¡Y en al cáliz de otro cuerpo! Tal y como es la vida.
6. Entre
las pajas bravas
Otras aves son las huachuas son garzas de las punas que viven al borde de las lagunas, en lo alto de la cordillera y en las jalcas translúcidas.
Región donde el aire es frígido, la tierra es negra y arcillosa; el suelo es húmedo, calado de chorrillos de agua coruscante y plateada, que baja por todas partes entre los juncos y las pajas bravas.
Se las ve siempre juntas, en parejas, cuando el sol alumbra la meseta. Jamás se ve una huachua sola sino hembra y macho.
Y se las ve en lo alto de las rocas, o en las islas de ichu, al centro de las lagunas hialinas y extasiadas; o soleándose al fondo del verde oro de los pajonales.
La imagen que dan es de soledad, la soledad de dos en compañía, que es la soledad expuesta e inocente del amor.
7. ¿Qué
sería?
Se miran las dos en silencio. Su gusto es estar la una al lado de la otra, latiendo y quizá modulando algún graznido que en el fondo es una canción.
Jamás se separan. ¿En qué piensan las huachuas? No tienen manos, pero cuando aletean dejan que sus alas rocen.
¿De alguna forma se dirán que se quieren, que se extrañan? En silencio, quizá conjugarán musitando el verbo amar, o el verbo compartir. ¿O les bastará con el verbo vivir?
¿Pensarán, y se estremecen de pensarlo, en qué harían si uno de ellos faltara algún día?
En ese caso, ¿cómo será el amanecer y el mediodía, la noche estrellada o el cielo sin estrellas, si una de ellas se ausenta para siempre? ¿O, si muere primero? ¿El nido sería el nido?
8. Lágrimas
de sangre
En eso, se escucha una detonación, un estruendo que ha retumbado en los aires. Y que ha producido que se levante un revuelo y todo un estropicio:
– ¡Pum!
Pero el eco retumba a lo lejos:
– ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
Ha sido un solo disparo en la inmensidad aparentemente deshabitada. Pero una de las huachuas ha caído, fulminada por un balazo.
La otra ha volado hacía lo alto y lejos, por el susto. Pero pronto, perdiendo todo temor y dispuesta a ser sacrificada, regresa.
Grazna y aletea alrededor de su pareja muerta, sea la hembra o sea el macho. Y de sus ojos brotan lágrimas de sangre.
Esto lo sabe a ciencia cierta el cazador experimentado. Por eso, muerta una él espera tranquilo, relajado e indiferente, que venga la otra para hacerse de doble presa.
9. Sin
separarnos
Apenas a dos metros de distancia se posa. Y el cazador nuevamente dispara. Y allí quedan dos cuerpos juntos, que hacen más aterida y temblorosa la mañana.
Y si no la mata, pronto se la encuentra muerta en algún sitio de la inmensidad de la puna. Porque ya es imposible que coma, o que vuele, o que se recoja a dormir, en algún nido. Se dejará morir de pena en lo más desolado del páramo.
Por eso, en el mundo andino es muy común y frecuente escuchar y constatar acerca de la muerte por pena.
– ¿Y de qué se ha muerto, la difunta? –Es la pregunta.
– ¡De pena, por su esposo que murió! –Es la respuesta.
De allí que los pobladores del campo en estas zonas de jalca, cuando se unen o se casan, se juran entre ellos amor eterno con estas palabras:
Unidos para siempre,
y sin separarnos jamás,
como las huachuas
de los pajonales.
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CONVOCATORIA
XX ENCUENTRO
INTERNACIONAL ITINERANTE
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA