LAUREL
DE
HONOR
Danilo Sánchez Lihón
1. El bien
supremo
¿Qué es lo que hace que la vida merezca ser vivida y
lo que finalmente la justifica a plenitud? ¿Qué la hace deseable, excelente,
meritoria, tanto que hace de ello un bien supremo?
Esto interesa saber y tener en cuenta para guiarnos
por dicho objetivo en la vida, y a fin de que la muerte no nos sorprenda sin
saber si hemos cumplido o no con lo que la vida nos demanda que cumplamos.
Para saber cuál es de la vida el contenido más
preciado un Tribunal Supremo convoca a fin de ceñirle a ese don un laurel de honor
en la frente, señalando de ese modo la más alta consagración a dicho exponente
que hubiera destacado de manera sobresaliente a lo largo de los siglos y en
todo el planeta Tierra.
Se dan lugar a todas las opiniones y propuestas sin
límites ni restricciones, sin obstáculos ni inhibiciones, tratando de que la
consulta sea lo más plural, abierta y democrática posible
2. El
éxito
Hechas las propuestas al final han quedado tres
candidatos para ceñirse el lauro más excelso: el éxito, la felicidad y la salud,
tratando de saber qué valor o qué virtud justifica el que la vida merezca ser
vivida. Cada uno se presenta dando las razones para ser coronado como tal. El
primero que sale al escenario es el éxito quien ha obtenido hace poco el premio
a la excelencia empresarial y económica y quien justifica su aspiración de la
siguiente manera:
– Soy la riqueza, señores. Soy lo más preciado que hay
en la Tierra: el éxito económico que es la base de todo lo que el hombre aspira
a tener y poseer en el mundo, las tres P, que son: poder, placer y plata. Para
eso hemos venido a la Tierra: a producir bienes y a crear riqueza, quien lo
hace y ejecuta es un triunfador, y quien no lo cumple simplemente traiciona a
la vida. ¡Con dinero todo se puede y todo se alcanza! Por eso aspiro a ceñirme
el galardón más alto como modelo, ejemplo y mensaje para las personas
proactivas que nos están escuchando.
3. La
felicidad
– Muy bien–, dijo el que presidía Tribunal Supremo, y
dio pase al siguiente candidato.
– Yo soy la felicidad que es el fin para el cual hemos
venido a esta Tierra. Hemos venido aquí
a ser felices, esa es nuestra moral y nuestro deber para con la vida y para con
la naturaleza donde todo canta y celebra el don de la creación: el sol amanece
radiante, las fuentes nos prodigan el rumor de sus aguas que bajan por los
arroyuelos, las flores hacen estallar sus capullos y en sus pétalos nos ofrecen
el don de su fragancia, como las aves los acordes con que trinan o cantan. Por
mí luchan los hombres, por mí se afanan. Sería insensato cambiarme y
desperdiciar esta maravillosa oportunidad de desconocer que ser felices es el
fin supremo. Todos los afanes del hombre para ganar dinero tienen por objeto mi
adquisición: ser felices. La riqueza es el medio, pero yo soy el fin, excelso y
anhelado.
4. La
salud
– Muy bien, –volvió a oírse decir al que presidía el
consejo de sabios.
– Que pase el siguiente candidato.
– Yo soy la salud, –empieza diciendo el tercer
aspirante a ser distinguido con la presea a la excelencia y al triunfo, y que
como la felicidad es de género femenino–. Quiero ser breve y práctica. Sin la
salud de nada sirven la riqueza o la felicidad que me han antecedido en esta
presentación. ¿Qué asegura la felicidad y qué asegura el éxito? Solo la salud.
Sin mí en absoluto se consiguen ni la felicidad ni el éxito. El triunfar en la
vida, el ser hombres de éxito, verdaderos triunfadores, así como tener y gozar
de la felicidad sin mí es vano, hueco e imposible de conseguir. Sin mí, ¿quién
tiene paz y sosiego para hacer algo? Ni siquiera el trabajo rutinario y mucho
menos el creativo es viable sin mí. De otro lado El pobre sano es más feliz que
el rico enfermo, y en verdad yo soy la verdadera alegría y felicidad para todos
los hombres y mujeres de la Tierra.
6. ¿El
bien?
– Nos place lo que cada uno ha manifestado, –expresa
el eximio Juez–, pero ¿hay alguien más que entre el público quisiera intervenir
o decir algo? Pregunta. Y al responder una voz que sí, agrega:
– Que pase adelante, por favor y que se identifique
antes de hablar.
Entonces se ve ingresar en ese momento a un hombre sin
las galas de los primeros, sin el brillo ni el relumbre ni la apariencia de
éxito, de felicidad y de exultante salud de los antecesores, sino más bien de
apariencia humilde, calmada y hasta tímida.
– Y usted, ¿quién es?
Pregunta uno de los miembros del jurado.
– El bien.
– Por favor, ¿quién dijo? ¿Puede repetirme?
– Soy el bien.
– ¿El bien?
7. El
veredicto
– Bueno, díganos y escuchamos sus razones.
– El bien es la clave de la creación del mundo y es
ley moral que sostiene y ampara el universo. La felicidad es un bien individual
pero el bien es un valor colectivo, porque ser buenos es hacer mejores a los
otros, es la felicidad común y compartida, no solo la propia felicidad sino de
la comunidad y del colectivo en el cual se vive. La bondad nos unifica, nos
hace solidarios, hace que los condenados se rediman y se sientan salvos, que
los sordos escuchen y que los ciegos vean. La bondad alivia y sana las heridas.
Es la inspiración divina en el corazón del hombre, ser justos, honrados y
veraces.
Escuchados estos alegatos el Jurado sesionó en secreto
y luego dio su veredicto:
– El laurel que ceñimos en la frente es al Bien, que
es también distinguir a la salud, a la felicidad y al éxito, pero además al don
de servicio y de virtud, porque todos los demás si bien son importantes le
deben a él su sustento y su sentido.
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