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3 DE
JULIO
NACE
MI HERMANA
ROSITA
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
LLENA
EL ALMA
DE VIDA
Danilo Sánchez Lihón
1. Dando
alaridos
Hoy día 3 de julio nació e nuestra casa mi hermana
Rosita, quien cuando ella vino al mundo yo tenía cinco años y mi hermano
Juvenal siete. Es la tercera de una familia de trece hermanos.
Para darla a luz mi madre daba tantos gritos en la
habitación del segundo piso donde la atendían que creíamos temblando, y
sacudidos como ramitas por una tempestad, que se moría.
Decían los mayores que entraban y salían que el hijo,
o la hijita, se le había atravesado en el vientre de mamá.
Eran las dos de la madrugada cuando a hurtadillas y trepidando
veíamos cómo mi abuela, mis tías y mi padre la sentaban en la cama.
Y luego le amarraban unas frazadas en torno a la
cintura abultada, la alzaban y sacudían en vilo, en el aire para que la
criatura bajara.
Y ella dando unos alaridos que a Juvenal y a mí nos
estremecían y hacía que nos castañetearan los dientes.
2. Con toda
el alma
Por eso, nos llevaron casi desnudos y en ese frío glaciar
hacia una habitación más lejana, que era una sala lóbrega, solemne y sin luz.
¿Para qué? A fin de que no nos asustáramos con ese
padecimiento tremendo y atroz, ni gimoteáramos como lo veníamos haciendo hacía
rato.
Pero ya confinados allí y a oscuras no podíamos
permanecer tranquilos.
Salíamos gateando a tientas y subíamos hasta la mitad
del escalón para escuchar y saber lo que seguía sucediendo.
Y ver si algo podíamos hacer para aliviar tanto
sufrimiento. Permaneciendo en las gradas en donde tiritábamos no solo de frío
sino de miedo y pavor de que le pudiera suceder algo a nuestra adorada mamá.
A quien queríamos y queremos con toda nuestra alma. Mientras
oímos el ajetreo de las personas a esa hora pavorosa en que reinan las sombras
que se han apoderado del universo.
3. El suspiro
de todos
Y cuando ni un solo susurro se escucha ni del reino
animal ni del reino vegetal, solo los seres humanos deambulando conmovidos y
estupefactos.
En la grada del escalón nos encontró papá,
arrodillados en esos maderos titubeantes. Y con un resondro otra vez nos hizo
bajar.
Y obligándonos a permanecer en la sala sobre un tosco
cuero de venado que había al pie de la mecedora.
Pero de tanto temblar resultábamos fuera del cuero y
rodando en el suelo gélido.
Ahí nos encogimos chocando nuestros dientes al punto
que yo tenía que sostener mi mandíbula con las manos para no oír tanto ese
ruido de cristales.
Hasta que escuchamos en esa noche tupida e inmensa el
llanto límpido, terso y cálido de un recién nacido.
Era una nota dulce, diáfana y entrañable. Era un
llanto cariñoso, absoluto y total, tal y como ahora es mi hermana Rosita.
4. Alguien
había nacido
Y todo se hizo luz en ese instante que parecía fatal.
Todo lo iluminó ese llanto intenso en la noche intrincada.
Resaltaba ese gemido de la creación sobre todas las
voces, apuros, alarmas y temores.
Y, como si todos los demás sonidos se hubieran
apagado, solo sobresalía ahora ese sollozo.
Era como si repentinamente hubiera salido el sol. O
amaneciera.
O se abriera alguna puerta en el infinito. O algún
fenómeno estallara en el espacio estelar.
Rato después es que escuchamos el suspiro de todos, y
ruidos de utensilios. Alguien había nacido y mi madre se había salvado.
Entonces yo recostado en mi hermano me puse a llorar,
pero sin quejidos. Únicamente con temblores de mi cuerpo.
5. Como
una flor
Embargado por un hondo sentimiento, no sé si de
alegría o de pena por el misterio de la vida, como a veces suelo llorar.
Con suspiros hacia adentro; solo para el fondo de mi
corazón, sin que se lo pueda notar.
Ahí fue que Juvenal no sé si para consolarme, porque
supiera que yo estaba llorando sin lágrimas ni quejidos, o por querer
curiosear, me dijo:
– ¡Yo, hermanito, voy a ver qué pasa! Y luego te vengo
a contar.
Y subió gateando otra vez por el escalón. Se demoró un
rato.
Pero después volvió apurado, cayendo hacia abajo como
alguien que se desprendiera de un árbol, ya de vuelta, para decir feliz y
rozagante:
– Nos ha nacido una hermanita linda como una flor.
– ¿La has visto?
– A ella no, pero todos la miraban.
¿Cómo él allí mismo adivinó que se llamaría Rosita?
digo yo. Porque eso dijo: como una flor.
6. Avivar
el fuego
Y por eso hasta ahora quedo yo todavía sorprendido,
llevando el nombre de mi abuela, la mamá de mi mamá quien fue la primera que lo
sostuvo en sus manos aquella noche.
Y nos abrazamos de contentos en esa noche tensa,
intrincada y llena de correrías y de voces. Y nosotros tirados en esa sala
abismal.
A esa hora recién descubrió papá que estábamos apenas cubiertos
en ese frío helado con trusa y bivirí, tal y cómo nos habían acostado y sacado de
la cama
Ya arropados salimos al corredor contiguo donde se
había armado un fogón.
Allí La Mechita ya contenta avivaba el fuego con leña
seca que calentaba unas ollas preparando caldo de gallina para mi mamá.
Después se suazaron choclos. Y pronto nos servían en
pocillos humeantes mates de panizara, manzanilla o toronjil.
7. Tan débil
y tan fuerte
Y no sé en cuántas ollas más, se preparaba infusiones
de hierbas que alivian y sanan para mamá.
Recuerdo tanto el rostro sudoroso y de contento de La
Mechita tras las candelas altas, vivas y agitadas del fogón.
Eran tan alegres sus lágrimas confundidas con las
llamas amarillas y chisporroteantes de la leña eran tan alegres que espantaban
las sombras de alrededor.
Así nació mi hermana Rosita, quien para nosotros es
una segunda madre, pese a que sea menor de mí.
Y aunque mi mamá, que esa noche parecía tan indefensa,
siga viendo por nosotros, ¡qué nos falta, agobia o aqueja!
¿Cómo es la vida, no? ¡Tan débil y tan fuerte a la
vez!
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