domingo, 10 de octubre de 2021

LETRAS SALVADOREÑAS: EL RETORNO - POR CARLOS RODOLFO ASCENCIO BARILLAS

 

 EL RETORNO

Carlos Rodolfo Ascencio Barillas

Pasa una bandada de pájaros surcando las colinas lozanas, negros horizontes. Agrigento denuedo despavorido gravita en el silencio de tu mustio aliento

Hondonadas de abismos dividen los gigantes paraísos de tu indómito espíritu. Labios resecos gimen en la pálida cascada donde danzan las estrellas de tu pecho enmudecido.

Y más allá,  en el cielo impensable, se estremece tu voz púrpura inconmutable y languidece inconfundible, galopando a tropel tus frágiles emociones inexplorables.

El mar enhiesto con su filo  adyacente y absorto, conmensurable de tu pasión  indiscreta. Se rompe el débil cristal impostergable, azotados por tus manos inabordables.

Son tristezas inmanentes que  inundan irremediable el peso  de tus indelebles lágrimas, en ese sueño donde duermen arcanos tus denostadles  aposentos íngrimos, grisáceos,

Imperceptible sendero, indubitable del universo, lámpara de tu macilenta mañana. De aquel escondrijo, lugar inhóspito de luz oscurecida, y que amanece con tus iluminadas pupilas, allá en las desérticas alboredas de tu indoblegable regazo.

De plegarias fugitivas que son bastiones de ríos cristalinos, ahogados por la seca hierba, en el plausible viaje del cosmos  que renace inerte con el breve sueño  de la muerte.

Incorruptible el cuerpo, convincente inhibe el pensamiento de la noche fría. Muere la flor de primavera y retoña el suspiro fugaz de tus nebulosas ilusiones.

Un alarido noctámbulo y la brizna inconsolable esperando el último suspiro que aparece de torrentes aguaceros impertinentes, en la inmensurable voz de tu eterna primavera.

El cuerpo fenece en la cúspide quejumbrosa del infinito beso, sorprendente; al hombre convierte en un manso riachuelo, y el viento enmudece a las frescas acacias, que vuelven a tus incandescentes ocasos

Así pasa la noche la ardiente hoguera que irrumpe los crueles deseos de tus insuperables manos, y aquella albricia veraz de tus exacerbadles caricias en tus lucífugas  mañanas de abril.

Volverás a los manantiales de tu juventud con las mieles hermosas, que contemplan los rosales florecidos y las  luciérnagas veloces sobre los frondosos ciruelos.

Y tu espíritu melocotón, suave brisa marina que atraviesa los cerezos de tu belleza inapelable,  eclipsada por las flechas sigilosas de ocho metros  de tierra inmerecida, insospechada se desvanece en el pensamiento de tu alma inconmensurable…