viernes, 6 de agosto de 2021

MARÍA REICHE, INVESTIGADORA DEL BICENTENARIO: LA PAMPA Y LA SABIA - POR MELACIO CASTRO MENDOZA

 

MARÍA REICHE, INVESTIGADORA DEL BICENTENARIO:

LA PAMPA Y LA SABIA

Melacio Castro Mendoza (*)

La memoria no me permite precisar el día y el mes del año de 1967 en que el médico Silva Santisteban, profesor de arqueología de la Universidad Nacional de Trujillo, un admirador del trabajo histórico arqueológico de Julio César Tello, guió a sus alumnas y alumnos, yo entre ellos, a la Pampa de Nazca. «Sin práctica (en este caso, de campo), ningún estudio científico vale», sentenció Silva Santisteban. 

¿Mujeres universitarias? En aquellos tiempos en América Latina, y en otras partes del mundo, las mujeres carecían de ciertos derechos civiles e incluso, hasta para los catedráticos, se les hacía extraño el que estudiaran. El analfabetismo, y el semianalfabetismo, eran, en su mayoría, femenino, indígena o nativo. En la universidad, no faltaban los docentes que se mofaban sosteniendo de que en Trujillo faltaban las sirvientas, «porque las mujeres ocupan, ya, las aulas universitarias». La rancia mentalidad patriarcal, hija de la colonia, además de las mujeres, discriminaba al «negro», al «cholo» y al «indio». El espíritu eclesiástico, tan «cristiano» y tan «patriota», consideraba a las mujeres como seres válidos para parir, cocinar y rezar. Para la población que vivía de su trabajo regía el Ora et labora. Nada de derecho a la cultura y, a veces, ni al pan, y para los patrones, el Ora y disfruta de las ganancias que le aportaban con su trabajo los negros, los cholos, los indios y aún los asiáticos semiesclavizados. 

¡Qué ironía! En la Pampa de Nazca ¡nos recibió una dama blanca, alemana! De rostro fino, portaba un balde protegido, en su centro, por un paño rojo, al comienzo, un misterio para mí, y una escoba. El doctor Silva Santisteban nos presentó, a la dama, como a la doctora María Reiche, una acuciosa investigadora de las Línea de Nazca. ¿Las dimensiones de estas? 1.300 kilómetros de largo, y 50 kilómetros cuadrados. Ignoro si María Reiche, después de fijar su mirada en mí, advirtió mi incomodidad. Su presencia me produjo una mezcla de fascinación y de miedo. La gente de cabellos rubios, o tendientes a rubios, y de piel blanca, de alguna manera me aterraba. Crecí oyendo que eran los patrones. Tras observarme, sonrió y exclamó: «¡Yo soy chola!». El peso de su expresión obró el milagro de que una roca cayera de mi pecho, y me permitiera respirar. Vestida con una ropa que me recordaba a alguna campesina ensombrerada de los campos de San Gregorio (San Miguel/ Cajamarca), se me hizo familiar. 

Después de explicarnos que la arqueología en el Perú estaba en pañales, y que el presupuesto estatal no preveía apoyo alguno a la investigación, mencionó otras amenazas con que, día a día, se confrontaban las pampas de Nazca, que albergaba un rico tesoro. Entre las amenazas, afirmó, estaban los ladrones de restos arqueológicos (huaqueros), el Ministerio de Agricultura, que deseaba dar apertura a canales de irrigación y campos de deporte para carrera de autos. Los ladrones de huacos, y los mismos políticos, y otras gentes, la insultaban llamándola «la loca del desierto», o «la bruja». Su escoba y su balde, instrumentos que le servían  para limpiar los guijarros enrojecidos por el óxido que cubrían las líneas de Nazca, despertaban, en ellos, semejante impresión. María Reiche, con palabras sencillas, nos dio una lección de humildad, de sabiduría y de humanidad. 

El paseo por los arenales de Nazca me confrontó con otra realidad: la importancia de contar, a la mano, con el agua para beber. Mi economía no me permitía, en aquellos tiempos, siquiera poder adquirir, en alguna tienda, el aquel líquido esencial. Una compañera, de apellido Murrugarra, carente, asimismo, de agua, se desmayó. El doctor Silva Santisteban le prestó una ayuda profesional y María Reiche, con el agua que, por fin vi, portaba en su balde de tapa roja, contribuyó a socorrerla. Después del susto, la muchacha, aunque muy pálida, continuó en el empeño de observar lo que nuestra guía nos iba mostrando, y explicando el sentido histórico. 

Acosado por la sed, evité pedirle un poco de agua a María Reiche, y decidí descansar. El miedo de sufrir, como mi colega Murrugarra, un desmayo, me acosaba. Sin previo aviso a nadie, me relegué e ingresé a una especie de cueva. Por unos segundos, me dormí. Cuando desperté, ¡tremenda sorpresa la que me llevé! Estaba rodeado, dentro del hoyo elegido para descansar, de momias. ¡Mi improvisado refugio resultó ser un oasis de algunos valiosos restos arqueológicos! Di alcance a mis colegas, a mi profesor y a nuestra guía, la «chola» alemana. Emocionada con mi declaración, recomendó regresar, y observar aquello. Hecho esto, como recompensa me obsequió otro vital tesoro: parte del agua que portaba.

La vocación científica, y el amor de María Reiche, 

estaban volcados a la cultura Nazca, y al Perú.

Bebí de su balde como bebe un toro tras una gran jornada de trabajo. ¿Qué pasó, después, con aquellos restos arqueológicos? Supongo que fueron objetos de un estudio suyo, y que, después, debieron de pasar a ocupar los estantes de algún museo. 

Mi carencia de medios económicos me negó las condiciones requeridas como para mantener la amistad con la sabia del desierto de Nazca. En 1969 perdí, además, mi contacto con mis colegas de mis primeros estudios universitarios, y también con nuestro profesor de arqueología, el doctor Silva Santisteban, cuyo nombre la memoria tampoco me lo devuelve. 

Entretanto, por eso que algunos llaman caprichos de la vida, devine en residente de Alemania. Vi Dresden (Dresde, en castellano), la ciudad en que nació María Reiche Grosse nació. Ciudadana ya de nacionalidad peruana ella, su ciudad natal se hizo llena de encanto. En el pasado, rendida ya la Alemania nazi, Dresden fue arrasada, como quien practica algún malvado deporte, por la aviación aliada. 

La vocación científica, y el amor de María Reiche, estaban volcados a la cultura nazca, y al Perú. Por eso, escribió: «Tengo definida mi vida hasta el último minuto. El tiempo será poco para estudiar la maravilla que encierran las pampas de Nazca, y ahí moriré». Asimismo, expresó: «¡Todo por Nazca! Si 100 vidas tuviera, las daría por Nazca. Y si mil sacrificios tuviera que hacer, los haría si por Nazca fuera». 

En 1994 tuvo la dicha de lograr, y ver, la declaración de Nazca por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Cuatro años después, en 1998, el cáncer acabó, en Perú, con nuestra sabia. 

Bibliografía elemental: 

1.- Viola Zetzsche/Dietrich Schulze: Bilderbuch der Wüste: María Reiche und die Bodenzeichnungen von Nazca. Verlag Mitteldeutsche, 2005. 

2.- Wilfredo Gamero Castillo: María Reiche. Editorial Yopublico.

 

MELACIO CASTRO MENDOZA

(*) Escritor (Chepén). Ha publicado las novelas “Las Buenas Intenciones”, “La Última Marinera” y “El Hombre de Rupak Tanta”; tres poemarios “Malú: Tierra adentro y tierra afuera”, “Batallas y sueños de Uchku Pedro” y “Siempre hay un más allá”; el libro de relatos “De Amor y Muerte”; de testimonios “Tres en uno” y autobiografía “Mi República Ignorada”.

Fuente:

Revista el Empresario

Cámara de Comercio y Producción de la Provincia de Chepén

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