lunes, 16 de agosto de 2021

CÉSAR VALLEJO Y LA MADRE - ESCRIBE ÁNGEL GAVIDIA RUIZ


 

CÉSAR VALLEJO Y LA MADRE

Escribe Ángel Gavidia Ruiz

Así como en Vallejo el dolor y la muerte son temas recurrentes en su creación literaria, la madre también viene  con alguna frecuencia a hospedarse en ella. Y es esperable:La madre. Sin embargo, la relación con este ser fundamental en la vida de los seres humanos, no es siempre lineal para decirlo con las palabras de José Watanabe, aun cuando, en la literatura, la madre, probablemente, sea el ser más amorosamente cantado.

NERUDA Y WATANABE

 Es conmovedor, por ejemplo, como se refiere Neruda a doña  Rosa Neftalí Basoalto que acompañó al poeta poquísimo tiempo, pues  falleció de tuberculosis apenas dos meses después que el autor de Isla Negra había nacido. El poeta  le escribe: Yo no tengo memoria/ del paisaje ni tiempo,/ ni rostros, ni figuras,/ sólo polvo impalpable,/ la cola del verano y el cementerio en donde/ me llevaron/ a ver entre las tumbas/ el sueño de mi madre./Y como nunca vi/ su cara/ la llamé entre los muertos, para verla,/ pero como los otros enterrados, / no sabe, no oye, no contestó nada,/ y allí se quedó sola, sin su hijo,/  huraña y evasiva/ entre las sombras./ Y de allí soy, de aquel/ Parral de tierra temblorosa,/ tierra cargada de uvas/ que nacieron/ desde mi madre muerta(1). Por su parte el laredino José Watanabe  tiene versos distintos porque mantuvo con su madre, al parecer, una relación, digamos,  ácida. En el poema titulado “Mamá cumple 75 años”, dice: Cinco cuyes han caído/ degollados, sacrificados, a tus pies de reina vieja./ Sangre celebra siempre tu cumpleaños, recíbela/ en una escudilla/ donde pueda cuajar un signo brillante/ además del cuchillo.  La bombilla de luz coincide con tu cabeza dormida/ y te aureola: Comenzamos a quererte/ con cierta piedad, / pero tus ojos/ tus ojos se abren rápidos como  avisados, y revive en ellos/ un animal de ternura demasiado severa./ Tus ojos de ajadísimo alrededor/ son el resto indemne/ del personaje central que fuiste entre nosotros,/ cuando alta y enhiesta/ alargabas el candil hacia la oscuridad/ y llamabas susurrando/ a nadie. Las sombras en el muro y los gatos/ detrás de la frontera terrible/ eran inocentes. Tú, señora, eras el miedo.// Cinco cuyes pronto estarán servidos en la mesa. Otros eran los del rito curador, los de entrañas abiertas y sensitivas/ que revelaban nuestras enfermedades. / Estos son de diente, de presa. No dirán / que tú eres nuestra más antigua dolencia(2). Doña Paula Varas Soto, natural de Sausal, La Libertad, le inspiró también un poema titulado  “Desagravio” (i.m) al sétimo de sus 11 hijos, por más señas poeta de poetas: Por un flanco débil/ y breve, / entre su seno y su axila,/ mi madre era tierna.// Qué olor tan profundo, basal y glandular.// Su ternura/ tenía intensa biología.// ¿Por qué le exigías más,/ ojo con lágrimas?(3).

Este preámbulo  quizás demasiado extenso, para dar contexto a esa relación tan especial, a ese tejido  tan fino que constituye la relación entre la madre y el hijo. Circunstancias diferentes la de Neruda y su madre tempranamente muerta y la de Watanabe suficientemente larga como para recordar a su madre: Ya se está yendo con su  costumbre de ir bailando/ por el camino/ para mecer al hijo que llevaba a la espalda./ Once hijos, Señora Coneja, y   ninguno sabe qué diablos hacer/ para que su cadáver tenga alegría (4)

Cuando le preguntaron a Watanabe si su poesía es catártica, dijo: “Sí, es una catarsis. Toda la poesía es catarsis”. Y yo sostengo toda la buena poesía es catarsis.

DOÑA MARÍA DE LOS SANTOS Y CÉSAR ABRAHAM

Pero, acerquémonos más al motivo este artículo. Comencemos por nombrar a doña María de los Santos Mendoza Gurrionero, hija de un clérigo español y de una india mochica y madre deCésar Abraham Vallejo,  el décimo segundo de sus hijos, es decir el último, el shulca. Las fotografías revelan  a la dama como una mujer  delgada, de  pelo largo peinado a la usanza de la tierra,  y de mirada más bien serena, con algunos rasgos físicos del poeta. Vallejo, repetimos, era el último hijo. Nació cuando doña María de los Santos frisaba los 42 años y todo hace ver que fue depositario de un especial cariño, circunstancia de la que era muy consiente el poeta. Al menos eso parece cuando lo recalca en varios pasajes de su obra literaria.  Ella fue material  en numerosos tramos de su obra en prosa y en verso.

LOS HERALDOS NEGROS

Una revisión rápida de Los Heraldos Negros, por ejemplo, lo muestra en “Encaje de fiebre”: En un sillón antiguo sentado está mi padre. /Como una Dolorosa entra y sale mi madre. Y al verlos siento un algo que no quiere partir; en “Los pasos lejanos”:Y mi madre pasea allá en los huertos, / saboreando un sabor ya sin sabor. / Está ahora tan suave, / tan ala, tan salida, tan amor. En “A mi hermano Miguel”: Oye, hermano, no tardes/ en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá.

TRILCE Y EL POEMA XXIII Y ALGO DEL CUENTO “MÁS ALLÁ DE LA VIDA Y DE LA MUERTE”

 Este es un  poema que  trasunta una intensa nostalgia. Un retorno a la infancia y, a través de la infancia, a la madre. Y no hay madre sin querencia. Por eso está  tan lleno de elementos santiaguinos entre los que prevalecen los hornos y el pan (repetitivos en Vallejo) por que Santiago de Chuco fue y es el lugar de los hornos de pan fresco, del pan de yema, de los bizcochos, de los bizcochuelos, de las rosquitas de manteca,  de las bacitas, de los rosquetes, de los alfajores y hojarascas cuyo prestigio aún permanece. El poema dice: Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos/ pura yema infantil innumerable, madre.// Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente/ mal  plañidas, madre: tus mendigos./ Las dos hermanas últimas, Miguel que ha muerto/ y yo arrastrando todavía/ una trenza por cada letra del abecedario.// En la sala de arriba nos repartías/ de mañana, de tarde, de dual estiba,/ aquellas ricas hostias de tiempo, para/ que ahora nos sobrasen/ cáscaras de relojes en flexión de las 24/ en punto parados. // Madre, y ahora! Ahora, en cuál alvéolo/ quedaría, en qué retoño capilar, / cierta migaja que hoy se me ata al cuello/ y no quiere pasar. Hoy que hasta/ tus puros huesos estarán harina/ que no habrá en qué amasar/ ¡tierna dulcera de amor!, / hasta en la cruda sombra, hasta en el gran molar/ cuya encía late en aquel lácteo hoyuelo/ que inadvertido lábrase y pulula ¡tú lo viste tánto!/ en las cerradas manos recién nacidas.// Tal la tierra oirá en tu silenciar, / cómo nos van  cobrando todos/ el alquiler del mundo donde nos dejas/ y el valor de aquel pan inacabable./ Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros/ pequeños entonces, como tú verías,/ no se lo podíamos haber arrebatado/ a nadie;  cuando tú nos lo diste,/ ¿di, mamá?

Vallejo lo escribió en 1919.  Cuatro años antes había muerto su hermano Miguel y, en 1918, su madre. Los cuatro últimos hijos de la familia Vallejo Mendoza fueron: María Águeda, Victoria Natividad, Miguel Ambrosio y el mismo César Abraham. Recuerda Georgette lo que le dijo el poeta: a los cuatro últimos nos llamaban y nos llamábamos nosotros mismos los pequeños.  Por lo demás, “Aguedita”, “Natividad” y “Miguel” figuran en varios de sus  poemas.

El poema “XXIII”  fue escrito cuando Vallejo vivía en Lima. Y 1919  fue para el poeta un año muy difícil: inestabilidad económica, abandono del trabajo y  graves problemas sentimentales.

La segunda estrofa sugiere fuertemente un paisaje familiar en donde cuatro pequeñuelos, más precisamente, lloriqueantes muchachitos, siguen a la madre. La trenza por cada letra del abecedario, si no se tratara de un niño “del pueblo”, me recordaría los shimbas, niños varones, generalmente campesinos,  a los que se les dejaba el pelo largo hasta que en una ceremonia especial se les cortaba las innumerables trenzas que les hacían para esa ocasión.

La evocación de ese tiempo infantil denso, polícromo, vital con su sala de arriba  y sus bizcochos contrasta con los relojes en cáscara detenidos, casi muertos del ahora del poeta. Es en la tercera estrofa. Aquí el pan se extrapola con el tiempo. Hay, en Santiago,  una expresión familiar, propia de las madres que avizorando tiempos difíciles  dan de comer a sus hijos “para cuando no haya”. Quizá esta cáscara de relojes tenga algo qué ver también, además de otras carencias, con el hambre, “con una vida que no es vida” como dicen mis paisanos para retratar el sufrimiento. Dígase de paso que César Vallejo, a pesar de su delgadez, tenía muy buen apetito según testigos presenciales.

En la cuarta estrofa sigue con la madre, sigue con la infancia, sigue con los dientes incompletos cuya circunstancia una madre minuciosa conoce y acompaña. Hay una migaja extraviada por allí, quizás  una emoción,  una miga de esos gratos momentos,  que, tal vez, de tanto evocarla ya, se ha trocado en pena  que no puede pasar. Es frecuente en el habla popular  echar mano a expresiones como  “se me ha atrancando un huesito en la garganta” y también “lo tengo atravesado en la garganta”. La primera  se dice cuando se quiere compartir algo apetitoso frecuentemente del propio plato,  incluso evocando a un ausente y la segunda es una suerte de  duda cruel, de serio disconfort  espiritual.

Finalmente, el oxímoron tan caro al poeta santiaguino vuelve nuevamente (la tierra oirá en tu silenciar), esta vez, a modo de queja más que de protesta, para recalcar la orfandad, la falta de la madre protectora; aquella que antes pagaba el precio de todos  por vivir (el alquiler del mundo) y que ahora,  que ella ya no está, el costo, al parecer injusto, tendrán que asumirlo los hijos incluyendo el precio del amor maternal que el poeta dice no le ha quitado a nadie, y aquí, esta frase, considero, tiene un parentesco  gemelar con ese viejo sentimiento de culpa que asoma, por ejemplo, en  “Ágape”  de Los Heraldos Negros : Porque en todas las tardes de esta vida,/ yo no sé con qué puertas dan a un rostro,/ y algo ajeno se toma el alma mía.

Curiosamente, esa madre cuyos huesos “estarán  harina” está más viva que nunca en el poeta que termina su conversa en un coloquial y cotidiano “¿di, mamá?”. Porque, probablemente, las madres no mueren nunca. Nunca.

En el cuento “Más allá de la vida y de la muerte”, presentado a un concurso dos años después, hay algunas expresiones que complementan  partes del paisaje familiar que pinta  el poema:

-¡Ah, esa despensa, donde le pedía pan a mamá, lloriqueando de engaños!- le dice el personaje narrador a su hermano. Más allá, dice: Me parece verla todavía, no sabiendo la pobrecita qué hacer para la dádiva, y arguyéndome:- ¡Ya te cogí mentiroso¡  Quieres decir que lloras, cuando estás riendo a escondidas.

OTRA VEZ TRILCE Y LOS POEMAS XXVIII Y LXV Y NUEVAMENTE EL CUENTO “MÁS ALLÁ DE LA VIDA Y DE LA MUERTE”

El poema “XXVIII” de Trilce comienza diciendo: He almorzado solo ahora, y no he tenido/ madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua (…) Cómo iba yo a almorzar (se pregunta más allá). Cómo me iba a servir/ de tales platos distantes esas cosas, /  cuando habráse quebrado el propio hogar, / cuando no asoma ni madre a los labios. El poema dice también: El yantar de estas mesas así,  en que se prueba/ amor ajeno en vez del propio amor, / torna tierra el bocado que no brinda la/ MADRE, / hace golpe la dura deglución; el dulce, hiel; aceite funéreo, el café. Es fácil ver como el poeta resalta  la importancia de la madre en ámbitos tan básicos como el de comer, de comer al menos con tranquilidad, con gusto. Todo, sin la madre, se unta de luto, de orfandad.

En el poema “LXV” del mismo poemario, escribe: Madre, me voy mañana a Santiago, / a mojarme en tu bendición y en tu llanto. Acá es pertinente volver al cuento “Más allá de la vida y de la muerte”.  Dice, relatando el encuentro que el personaje narrador tuvo con su madre:  -Hijo de mi alma!- rompió a llorar mi madre y corrió a estrecharme contra su seno, con ese  frenesí y ese llanto de dicha con que siempre me amparó en todas mis llegadas y mis despedidas (subrayado es mío). Vamos a la antepenúltima estrofa del poema: Así muerta inmortal. Así. / Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde/ hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre/ para ir por allí, /humildóse hasta menos de la mitad del hombre,/ hasta ser el primer pequeño que tuviste. Qué respeto y reverencia ante la figura materna, actitudes que incluyen  también al padre, incluyen a todos. La penúltima estrofa dice: Así, muerta inmortal. / Entre la columnata de tus huesos/ que no puede caer ni a lloros, / y a cuyo lado ni el Destino pudo entrometer/ ni un solo dedo suyo. La madre no solo era reverenciable sino también poderosa. Había vencido a la muerte. Había torcido el cuello del destino.

“EL BUEN SENTIDO” Y “MÁS ALLÁ DE LA VIDA Y DE LA MUERTE”

Pero hay un poema muy especial por los símbolos y sugerencias que encierra en torno a la relación y la poética de Vallejo y su madre. Fue escrito casi inmediatamente  al arribo del poeta a Francia. Se titula “El buen sentido”. Corresponde a  uno de los Poemas en prosa y dice:

Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande. Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar.

La mujer de mi padre está enamorada de mí,  viniendo y avanzando de espaldas a mi nacimiento y de pecho a mi muerte. Que soy dos veces suyo: por el adiós y por el regreso. La cierro, al retornar.  Por eso me dieron tánto sus ojos, justa de mí, aconteciéndose por obras terminadas, por pactos consumados.

Mi madre está confesa de mí, nombrada de mí. ¿Cómo no da otro tanto a mis otros hermanos? A Víctor, por ejemplo, el mayor, que es tan viejo ya, que las gentes dicen: ¡Parece hermano menor de su madre! ¡Fuere porque yo he viajado mucho! ¡Fuere porque yo he vivido más!

Mi madre acuerda carta de principio colorante a mis relatos de regreso. Ante mi vida de regreso, recordando que viajé durante dos corazones por su vientre,  se ruboriza y se queda mortalmente lívida, cuando digo, en el tratado del alma: Aquella noche fui dichoso. Pero más se pone triste; más se pusiera triste.

-Hijo, ¡cómo estás viejo!

Y desfila por el color amarillo a llorar, porque me halla envejecido, en la hoja de espada, en la desembocadura de mi rostro. Llora de mí, se entristece de mí. ¿Qué falta hará la mocedad, si siempre seré su hijo? ¡Por qué las madres se duelen de hallar envejecidos a sus hijos, si jamás la edad de ellos alcanzará a la de ellas? ¿Y por qué, si los hijos,  cuánto más se acaban, más se aproximan a los padres? ¡Mi madre llora porque estoy viejo de mi tiempo y porque nunca llegaré a envejecer del suyo!

Mi adiós partió de un punto de su sér, más externo del punto de su sér al que retorno. Soy, a causa del excesivo plazo de mi vuelta, más el hombre ante mi madre que el hijo ante mi madre.  Allí reside el candor que hoy nos alumbra en tres llamas. Le digo entonces hasta que me callo:

-Hay, madre, en el mundo un sitio que se llama París. Un sitio grande y muy lejano y otra vez grande.

La mujer de mi padre, al oírme, almuerza y sus ojos mortales descienden suavemente por mis brazos.

 El poema comienza y termina dando la noticia de cómo es París (el destino largamente soñado del poeta) y no le da al padre, ni a los hermanos, ni a los amigos, ni a la amada, le da  a la madre. En el segundo párrafo recuerda esa actitud tan de madres anticipándose a circunstancias difíciles, evitando necesidades a los hijos: Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar. El inicio del tercer párrafo contiene expresiones que dan para un interesante estudio psicoanalítico enfocándose en el complejo de Edipo: La mujer de mi padre está enamorada de mí,  viniendo y avanzando de espaldas a mi nacimiento y de pecho a mi muerte. Seguidamente se jacta del cariño y entrega de la madre a su hijo. Esa unión tan estrecha como consolidada con un pacto de sangre (si metáfora). En el cuarto párrafo sigue ahondado su estrecha relación madre-hijo. Y se pregunta “¿Cómo no da otro tanto a mis otros hermanos? A Víctor, por ejemplo, el mayor”.  A propósito en el cuento “Más allá de la vida y de la muerte”, en un diálogo que sostiene con su hermano mayor (siempre dejando constancia que el narrador por más que sea en primera persona siempre es un personaje inventado), le dice: “Y me besaba a mí más que a ustedes, como que yo era el último también”. El párrafo, en el poema,  termina así: "¡Fuere porque yo he viajado mucho! ¡Fuere porque yo he vivido más!”, un poco para justificar tanto cariño . En el cuento el personaje narrador se define como “andariego y descarriado”. En Santiago de Chuco  hay una expresión que camina entre la gente: la madre quiere más al hijo  más desdichado. En el quinto párrafo tengo la impresión que el poeta repasa su vida intraútero, por eso,  esos dos corazones en el viaje del vientre (el de la madre y el del hijo) y esa suerte de rubor, de azoro, incluso en el momento  del nacimiento, seguido por la tristeza.  Vallejo en el cuento referido  habla del nacimiento en estos términos: ¡Oh, el primer quejido del hijo, al ser arrancado del vientre de su madre, con el que parece indicarle que ahí va vivo por el mundo y darla, al mismo tiempo, una guía y una señal para reconocerse entrambos por los siglos de los siglos! (subrayado nuestro). Finalmente, en este poema el tiempo es una sustancia, también, poetizable. “Hijo, ¡cómo estás viejo! le dice la madre llorando porque lo halla envejecido. El poeta reflexiona que no debían preocuparse las madres del envejecimiento de sus hijos, porque de alguna forma el tiempo los aproxima, los iguala. Además siempre los hijos serán más jóvenes que sus padres. Sin embargo el tiempo es distinto según sea quien lo gaste (el hijo o la madre). En el caso del poeta, el tiempo,  parce ir,  “deshijándolo”: Soy, a causa del excesivo plazo de mi vuelta, más el hombre ante mi madre que el hijo ante mi madre. Sin embargo ese tiempo no ha borrado el camino de regreso. Es más, ha afilado, más bien, los instrumentos para que cuando el poeta retorne llegue a la parte más medular de su origen: “Mi adiós partió de un punto de su sér, más externo que el punto de su sér al que retorno.”

Doña María de los Santos Mendoza Gurrionero murió en Santiago de Chuco en agosto de 1918.  El 9 de ese mes, Vallejo, se informa estando en Lima. Georgette, tomando lo dicho por Espejo Asturrizaga,  anota  que la noticia lo llevó a un estado de llanto y abandono. Llanto y abandono que, como suele suceder, seguramente fueron  encontrando su cauce con  el tiempo, pero que nunca dejaron  de fluir y que por momentos o por páginas, como si se tratase de recodos,  hicieron  sentir su presencia en la  obra del inmenso  poeta santiaguino.

Trujillo, 15 de agosto del 2021


Ángel Gavidia Ruiz