viernes, 2 de julio de 2021

EL PROFESOR CASTILLO Y LOS PUMAS DE CIRO ALEGRÍA - ESCRIBE ÁNGEL GAVIDIA RUIZ

  

 

EL PROFESOR CASTILLO Y LOS PUMAS DE CIRO ALEGRÍA

Escribe Ángel Gavidia

Todavía existe la discusión acerca de los miedos, si hay miedos innatos, por ejemplo. Probablemente sí, pero la mayoría de los miedos del hombre son miedos aprendidos. Los puso la cultura. Pero todos concuerdan que la capacidad de sentirlos ayudó a la especie a sobrevivir, a evitar el peligro huyendo de él, esquivándolo. Los miedos se difunden fácilmente. Y aún cuando no veamos el peligro, basta con ver el rostro del vecino para sentirlo también. El miedo se estampa de manera similar en todas las caras de los hombres.

Los propagandistas de la señora Keyko Fujimori, saben muy bien de miedos. Y la repetición del “ideario” de Cerrón en la boca del profesor Castillo los ayudó bastante. Entonces apareció el Comunismo como un monstruo. Y con él la abolición de la propiedad privada y el Estado como un mastodonte hegemónico en el manejo de la economía. Vino, también, la imagen de los países en donde quisieron implantarlo a los que, desgraciadamente, casi a todos les fue muy mal. Diariamente veo muchachos de la edad de mis hijos, como ellos; pero famélicos y tristes por las calles de mi ciudad y no puedo evitar lanzar gruesos improperios contra el régimen venezolano que los convirtió en mendigos.

Para Marx, Socialismo y Comunismo fueron, digamos, sinónimos. Fue una bella utopía: una sociedad sin clases, un estado que le dé a cada uno según su necesidad y le exija según su capacidad, ¡qué justo¡. Pero al intentar aplicarlo nunca o casi nunca dio resultado, y “la dictadura del proletariado”, paso previo al paraíso, tampoco se dio como tal y el paraíso nunca llegó.

Pero la empingorotada señora limeña y la vecina que administra su quiosco de periódicos cayeron en pánico. Y solo Zaraí Toledo y la prensa alternativa salían a decir que el Comunismo era imposible en el futuro régimen del profesor porque este exigía un apoyo masivo (y el chotano, en el mejor de los casos, tenía la mitad y de estos stricto sensu el 18% que votó por él en la primera vuelta), apoyo militar (y ya sabemos que los militares no lo quieren) y un muy buen desarrollo de las capacidades del

estado. Pero el miedo al Comunismo siguió indetenible gracias a la gran prensa.

Alonso Alegría, uno de los primeros miembros del “estableshment” que se acercó a Pedro Castillo, dijo que el profesor se parecía a Benito Castro, el líder postrero del “El mundo es ancho y ajeno”. No me parece, excepto por su origen campesino. Más bien, en estos momentos, la literatura de Ciro calza perfecta en ese bello pasaje de “El puma de sombra” de “Los Perros hambrientos”, cuando describe aquella lóbrega noche en donde los perros, nerviosos, intranquilos, ladran y ladran como cuando enfrentaban a los pumas que solían visitar el redil. Simón Robles, el jefe de la familia, acude a averiguar qué pasaba. Y torna reflexionando sobre los pumas de sombra que atormentan la pobre vida humana. Simón, junto a su dulce coca, recrea libremente pasajes de la biblia y cuenta que al “padre Adán” le asustaba la noche, y antes que pedirle a Dios una compañera, le pidió que quitara la noche, pero Dios no se retracta y para demostrarle que su miedo era infundado le somete a la presencia de un gran puma que luego se desvanece. Era una ilusión. Dios le dice: “Ya ves, era puma e sombra. Asiés la noche. No tengas miedo. El miedo hace cosas e sombra”. Simón continúa: “Y se jue sin hacerle caso a nustro padre. Pero nustro padre también no sabía hacer caso, aunque endebidamente, siguió asustándose po la noche”.

El Comunismo es un puma de sombra.

Por otra parte el “ideario” de Cerrón, me arrojó de golpe a César Vallejo y su imprescindible texto “Los doctores del marxismo”, de “El arte y la revolución”, que termina en estas frases lapidarias: “Los marxistas formales y esclavos de la letra marxista son, en general, casi siempre, de origen y cepa social burguesa o feudal. La educación y la cultura y aún la voluntad, no han logrado expurgarlos de estas lacras y fondos clasistas”. Todo, en este texto, es reseñable, pero hay un párrafo que me gusta por sus metáforas: “A fuerza de querer ver en esta doctrina la certeza por excelencia, la verdad definitiva, la inapelable y sagrada, una e inmutable, la han convertido en un zapato de hierro, afanándose por hacer que el devenir vital –tan preñado de sorpresas- calce dicho zapato, aunque sea magullándose los dedos y hasta luxándose los tobillos”.

Finalmente, quiero referir que escuché ayer un discurso del profe en Villa María del Triunfo. Allí dijo que dejemos ya la política y pongámonos a

solucionar los problemas urgentes del país. Supongo que quiso decir algo no exactamente pero muy parecido a lo que escribió Mario Bunge hace algunas décadas: No ideologicemos la ciencia, cientificemos la ideología. O lo que dijo Michel Azcueta al que extraño: rescatemos todo lo que funciona. Sin embargo, aquí me asalta otro miedo, este, sí, creo que no es un puma de sombra, es el miedo salvador que sirvió a la especie para que sobreviviera: la debilidad de Castillo, la inestabilidad política, la falta de cuadros, la improvisación, la ultraderecha y su liderazgo en la sociedad y en el congreso. Ojalá, digo, el origen campesino de Pedro Castillo le haya dotado del olfato suficiente para encontrar el camino correcto, así sea un camino de cabras; que sus ojos sepan de los cielos de lluvias y los cielos “secos”; que sus manos perciban cuales son las semillas adecuadas para los tiempos y tierras adecuadas. Le recuerdo que la política solo se justifica cuando sirve para conseguir mayor felicidad humana. Y el pueblo peruano ha sufrido bastante, ya.

Trujillo, 2 de julio del 2021

Poeta Ángel Gavidia Ruiz