viernes, 9 de julio de 2021

9 DE JULIO: DÍA DE LAS BATALLAS DE PUCARÁ, MARCAVALLE Y CONCEPCIÓN - LA GLORIOSA RESISTENCIA ANDINA - POR DÁNILO SÁNCHEZ LIHÓN

 



CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
 
JULIO, MES DEL MAESTRO;
DEL SANTUARIO HISTÓRICO
DE MACHU PICCHU; BATALLA
DE HUAMACHUCO, LEONCIO
PRADO Y FIESTAS PATRIAS
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO
 

SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL

 
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9 DE JULIO
DÍA DE LAS BATALLAS DE PUCARÁ,
MARCAVALLE Y CONCEPCIÓN

  LA GLORIOSA
RESISTENCIA
ANDINA
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
DE VILEZAS
Y VICTORIAS
VERDADERAS
 
 
 Danilo Sánchez Lihón
 
1. El sentido
humano
 
En la Guerra del Pacífico de parte del Perú luchó el hogar y la familia en contra de un ejército enemigo bestializado. Porque al lado del padre estaba el hijo, y al lado de este el hermano y hasta el abuelo.
Y al lado de todos ellos el pariente, el amigo, el colega entrañables. No eran milicia sino civiles convocados por sí mismos, por su sola conciencia; donde no se hizo reclutamiento, para encarar lo nefasto, la fechoría y el crimen.
En donde todos cayeron juntos e inermes. Porque: ¿qué ejército puede ser el hogar y el útero materno? Nunca pueden serlo. Por eso, aquellos que se precian de victorias infames y de aberraciones de su alma, siguen infamándose.
Nosotros no éramos ejército sino hogar, que salva y sale a defender su honor y dignidad. Y lo que defiende todo hogar es la vida frente a lo adverso, avieso y siniestro; corrompido por el botín que es lo que buscaba el invasor.
No éramos ejército entonces, éramos moral básica y fundamental de la existencia que sale a interponerse con lo infame y abyecto.
¿Quién debe estar entonces orgulloso? ¿El arranchador y protagonista del pillaje, o los defensores de la vida? ¿El esbirro o los generosos? ¿El canalla o quienes donan su aliento, su sangre y su existencia a fin de que no se pierda el sentido humano ni de la historia ni de la faz de la tierra?
 
2. El
repaso
 
¡Por eso, esta guerra preparada a mansalva, con premeditación, alevosía y ventaja, vergüenza es para la eternidad; a quienes la perpetraron, y para los descendientes de esos engendros a quienes les han erigido estatuas!
¡Nosotros defendíamos nuestro hogar! ¡Por eso, de parte nuestra al lado o detrás de las huestes de luchadores iban las mujeres! Sacrificados y heroicos. Por eso, ¡es desde allí de donde debemos nacer de nuevo y siempre, porque no hay moral más prístina!
Iban las madres con sus criaturas tiernas en los brazos o en la espalda. Iba con su quipe llevando allí la comida, y su petate para el reposo y el sueño.
Así se los ve en las iconografías, con el uniforme albo, del color del pan, del trigo y del ser buenos; frente al otro diabólico y avieso de los contrarios. Peleaba entonces la familia, el candil votivo y la llama tutelar de lo que es casa.
Ahí estaba junto al voluntario por la vida el párvulo recién nacido. Las niñas que consolaban al moribundo y sepultaban su cuerpo al morir. Y muchas veces las bayonetas de la horda asesina atravesaron el cuerpo candoroso de esos niños y mujeres.
Porque el ejército de Chile practicó en esta guerra el “repaso”, con corvo y bayoneta encajada en el fusil, ultimando a todos los caídos.
 
3. Heroica
y sobrehumana
 
Su consigna era: “¡No hay heridos! ¡Todos muertos!” Les repugnaba la vida. ¿Qué aberración es esa?
Y ahí estaban de parte nuestra las mujeres para auxiliar a los agonizantes dándole el último adiós. ¿No es supremo?
Exponerse en cuerpo y alma con resignación e identificación plena con el combatiente hijo, padre o esposo; junto y al lado del ser querido. ¿No es una imagen estremecedora frente a la bestia agazapada y ahora libre a campo traviesa?
¿No es esto culminante, asombroso y sorprendente frente al horror desatado? Nosotros hasta en la guerra somos familia.
Es poner humanidad en la iniquidad. Ante la infamia interponer cariño, ternura y estima, frente a lo protervo de los mezquinos y cicateros.
Era la mujer quien iba al lado o detrás del lazo de sangre. No era la cantinera del ejército invasor, porque hubo cantineras en aquella horda, que les proveían de licor para obnubilar sus conciencias. En nuestro caso, no.
O era la hermana o era la madre, campesinas siempre. Era la resistencia andina, abnegada, heroica y sobrehumana.
 
4. Pelearon
los más pobres
 
El nuestro fue en aquella contienda un ejército de arcilla, de humus de la tierra, de espigas; de entraña de la Pacha Mama que se indigna ante lo monstruoso y aberrante.
Era el nuestro un contingente de dignidad, de emoción inocente y pura. De hombría que da el coraje de saber que se defiende una causa sacrosanta.
No era un ejército de hienas, con perdón de estas criaturas con más principios que aquellos que invadieron nuestro suelo.
Y así nos investimos de honor y de gloria, porque la gloria no la corona una victoria sino la causa que se defiende.
Porque al final perdimos militarmente, pero ganamos moralmente inmarcesible. ¡Esto que no se nos olvide jamás!
Victoria íntima, ética y contundente, de la cual a veces no nos damos cuenta por el dolor que se siente.
Por eso, ¡no traicionemos a quienes ofrendaron su vida augustamente en esas horas infaustas! No la sepultemos jamás, sino que permanezcan vivos en nuestros corazones rebosantes, porque ellos lucharon en defensa de la vida frente a lo abyecto y tenebroso.
Porque pelearon los más pobres. Ya lo dijeron ellos: “las abigarradas bayetas andinas”. Y eso para que más luz relumbre todavía en nuestras frentes.
 
5. Categoría
de seres humanos
 
Lo anoto y lo advierto aquí, niño, para que sepas en quién confiar. Para que sepas quién sabe defender el bien, lo noble y lo diáfano.
Y quien pone aquí más coraje y más pundonor. ¡Son los del pómulo morado! Son los humildes y desamparados. ¡Es lo andino!
Fueron ellos, los más pobres, los que lucharon desde el principio hasta el fin. ¿No es esto infinito? ¿No es exultante?
Es el hombre gleba, es lo andino incorruptible, es el serrano, el cholo, el indígena invencible.
Quien está ahí con su sufrimiento y su heroísmo presto a salir al frente interponiendo su pecho a las armas de fuego de la banda de forajidos.
Son los Ejércitos del Inca, ¡ecuánimes, probos, austeros! ¡Glorioso ejército de runas de fuego, de agua, de viento y de piedra!
Son los Ejércitos del Inca, civilizadores, protectores, que están latentes y saben que es lo que más engrandece. ¡Y ellas son las virtudes morales, no las artimañas!
Los Ejércitos del Inca que en el fondo somos todos nosotros para siempre. Porque se puede perder una guerra, pero no perder nuestra condición de seres humanos.
 
6. Paso
al entendimiento
 
Son los Ejércitos del Inca, que jamás hicieron pillaje, ni incendiaron aldeas, ni violaron mujeres, ni remataron heridos, ni impusieron cupos a las poblaciones desvalidas.
Son los Ejércitos del Inca que jamás aplicaron el “repaso”, ultimando a los hombres caídos en batalla, ni a las mujeres que los socorrían.
Que ni siquiera eran militares sino civiles.
Son los Ejércitos del Inca que en vez de arrasar, quemar, hacer esclavos, ofrendaban más bien culto a los dioses del lugar, enaltecían a sus autoridades, rendían pleitesía a sus costumbres.
Celebraban fiestas en honor de los pueblos hasta los cuales llegaban; y trazaban un plan de obras públicas para dotar de agua, caminos, edificios y templos a las poblaciones que encontraban a su paso.
Son los Ejércitos del Inca civilizadores, que educaban, persuadían y enviaban ofrendas de paz; y estaban atentos a cualquier gesto para dar paso al entendimiento. De ahí provenimos nosotros.
 
7. Alertas
y preparados
 
Este ejército no dinamitaba fábricas, molinos ni mataba ganado para dejarlos regados y sangrantes degollados en la pampa por odio bestial.
Que no hacían volar en astillas los trapiches, los tambos, las casas haciendas.
Que no arrasaban incendiando los edificios públicos o cualquier bien que no podían sustraer o llevárselos consigo, haciéndolo explosionar por los aires.
Por eso, al final ganamos una guerra, porque nos envestimos de entereza y de gloria. Por eso somos desde antes y lo ratificamos también en esta circunstancia, una de las siete grandes culturas de la civilización humana.
Por eso es que tenemos razón de ser en el universo. Y aquellos que agredieron no la tienen porque no es un fin supremo de la vida hacer pingues negocios, ni menos coronarse en la rapiña.
Porque estamos investidos de valor y coraje que la muerte ya jamás podrá abolir ni apagar. Porque esta fue la guerra que asumieron sin rendirse jamás los indígenas del Perú milenario, andino y eterno.
¡Solo que ahora hay que estar alertas y preparados en todo campo, asunto y detalle! ¡Puestos de pie, vigilantes y alertas en cada atalaya!
 
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