domingo, 20 de junio de 2021

JORGE MANRIQUE Y BERTRAND RUSSELL JUNTOS POR UNA METAFORA VISTA CON LA AYUDA DE BORGES - ESCRIBE ÁNGEL GAVIDIA RUIZ

 


JORGE MANRIQUE Y BERTRAND RUSSELL JUNTOS 

POR UNA METAFORA VISTA CON LA AYUDA DE BORGES

Escribe Ángel Gavidia

Borges sabía de metáforas y disfrutaba examinándolas, saboreándolas, filosofando en torno a ellas. Decía que, aunque las metáforas podían ser casi infinitas, los poetas usaban frecuentemente cuatro o cinco, nada más, y que “aunque existan cientos y desde luego miles de metáforas por descubrir, todas podrían remitirse a unos pocos modelos elementales”. Decía también que una metáfora de cajón es los ojos y las estrellas. Otra, el tiempo y el río. En las conferencias que daba sobre esta figura literaria solía repetir estos versos atribuidos a Platón: “Quisiera ser la noche / para mirarte con millares de ojos” subrayando, luego, su ternura, para pasar, después, a otros de Chesterton refiriéndose también a la noche: “era un monstruo hecho de ojos”. El mismo “modelo”, pero con efectos opuestos.

El autor de El aleph definía la metáfora como una identificación voluntaria de dos o más conceptos distintos, con la finalidad de producir emociones. Sorprende que para él no haya una diferencia esencial entre la metáfora y la explicación de un fenómeno por la ciencia. Ambas son igualmente verdaderas o falsas, sostiene.

Los ríos y la vida son mencionados por Manrique y Rusell como si hubieran escrito para que Borges también los considerara. Y de hecho menciona al poeta español. No al filósofo inglés.

Jorge Manrique en la “III copla a la muerte de su padre” escribe: Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en el mar/ que es el morir; / allí van los señoríos/ derechos a se acabar/ y consumir; // allí los ríos caudales, / allí los otros, medianos/ y más chicos, / allegados son iguales, / los que biven por sus manos/ y los ricos. Por su parte, Bertrand Russell en un texto titulado “Cómo envejecer” anota: “Una vida humana debería ser como un río: al principio, pequeña, estrechamente limitada por los márgenes, fluyendo apasionadamente sobre las piedras y arrojándose por las cascadas. Lentamente el río va haciéndose más ancho, las márgenes se apartan. Las aguas corren más mansamente y, por último, sin ningún sobresalto visible, se funden en el mar y pierden, sin dolor, su ser individual”.

La vida y los ríos, la muerte y el mar. Ambos autores coinciden. Calzan su escritura con sorprendente exactitud. Pero hay en los versos de Manrique cierta fatalidad, alguna pizca de amargura y acaso de reproche por la muerte. En el texto del filósofo y matemático inglés se percibe más bien serenidad, deseo de parecerse al río y de llegar a la muerte como este llega al mar, sin sobresalto alguno, naturalmente.

Borges habla del tiempo y el río. No exactamente de la vida. Pero quizá esta coincidencia nos haga colegir que la vida está hecha de tiempo, o al menos, que el tiempo es un material predominante en ella. Es otra discusión que no quiero acometer. Aunque no puedo evitar comentar que la novela tiene también un enorme parecido con un río mediano o caudaloso, quiero decir, lleno de afluentes. Y la novela es un retrato de la vida.

Trujillo, 19 de junio del 2021