sábado, 2 de noviembre de 2019

2 DE NOVIEMBRE: CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN



 


Construcción y forja de la utopía andina


NOVIEMBRE, MES DE LA GESTA

DE TUPAC AMARU; LOS DERECHOS

DEL NIÑO; VIDA Y EJEMPLO DE

J.M. ARGUEDAS Y MANUEL SCORZA

 
CAPULÍ ES

PODER CHUCO


SANTIAGO DE CHUCO

CAPITAL DE LA POESÍA

Y LA CONCIENCIA SOCIAL


*****

EL HABLA DE MI TIERRA


La última vez que llegué a mi pueblo un señor, más o menos de mi edad, sincero y cariñoso me detuvo en medio de la calle.

Yo bajaba y él subía. El sol era luminoso y la frisa fresca y suave. Los aleros de las casas proyectaban su sombra violeta y su aroma a naranjas en flor.

Se detuvo y me detuve. Cogiéndome de los hombros, sin dejar de mirarme con sus ojos transparentes, me pregunta:

– Puedes decirme ¿hijo de que papá y de qué mamá eres?

– Mi primer nombre es Fredy, y mi papá se llamó Danilo Sánchez Gamboa, fue maestro en la escuela 271, el Centro Viejo.

– ¿Y, tu mamacita?

– Mi mamá se llama Elvira Lihón Paredes. Y vive en Estados Unidos.

– Y, tú, ¿no te acuerdas de mí?

Lo miro, teniendo al fondo en la bocacalle los cerros donde maduran los trigales y mueven sus capas los árboles de eucaliptos, atento a que me evoquen algún personaje y algún nombre.

– La verdad, no. Pero su rostro me resulta muy querido y familiar.

– Yo soy Gabino, con quien tú has jugado de niño. Y somos familia, por parte de Sánchez, de tu papacito, que es tu primer apellido vengo a ser tu tío.

– ¡Ah, qué gusto tío!

– Y por parte de tu mamacita, de Lihón, yo vengo a ser tu sobrino.

– Ah, ¡cuánto me complace!

– ¿Vas a adorar al Apóstol? Yo ya vengo de ahí, ya le pedí al Patrón divino sus bendiciones.

DANILO SÁNCHEZ LIHÓN


 
*****

2 DE NOVIEMBRE


 
CONMEMORACIÓN

DE LOS FIELES

DIFUNTOS


 FOLIOS

DE LA

UTOPÍA


¿POR QUÉ

LLORAMOS Y

SENTIMOS PENA?


DIÁLOGO ENTRE

UNA HIJA Y SU MADRE

VUELTA ESPÍRITU


Danilo Sánchez Lihón

  Aquello que para la oruga

se llama fin del mundo,

para el resto del universo

se llama mariposa.

Lao–Tse

Para una mente bien preparada

la muerte

es solo la siguiente gran aventura.

Albus Dumbledore

 
1. En sus

corazones
 
– ¡Hija! Pero, ¿por qué esa aflicción, esas quejas, ese quebranto?

– Lloro mamá, y siento pena de verte inmóvil, rígida y yerta.

– ¡Pero eso no es cierto! Ahora yo soy libre, gozosa y retozo en prados de esmeraldas y arroyos de jacintos.

– Lloramos y sentimos pena de que ya no estés en este mundo, que es bello. Y porque cada vez es más honda y lacerante tu ausencia.

– Pero eso no es cierto. Ahora estoy en los lugares que más quería y amo. Estoy en la tierra, en este mundo y en otros. en el pueblo en donde nací, en los lugares en que tuve momentos felices de mi vida y con los seres que más he querido y amado y fui dichosa. Y estoy ya no solo a su lado, sino dentro de ustedes y en sus corazones.

  2. No

lloren

  – Y, nuevamente, los vuelvo a encontrar llorosos y con sus rostros de pena. ¿Por qué insisten en estar afligidos? En verdad créanme, ¡no tiene sentido!

– Lloramos y sentimos pena de que estés en un mundo frío, oscuro y de tinieblas.

– Pero eso no es cierto. Ahora estoy en la luz, bajo el sol radiante, y he vuelto a ser una niña feliz y pura. ¡Ya no lloren!

– ¡Imposible, sería traicionarte que no sintamos pena!

– ¿Pero tanta es la congoja que siguen con sus lamentos? ¿Por qué? Sientan, más bien, paz, alivio y armonía.

– Lloramos y sentimos, porque te has ido, nos has dejado y para siempre.

– Pero eso no es cierto. Nos volveremos a encontrar. Y al hacerlo será sin contingencias, vueltos y convertidos en esencias, vueltos verdades puras, vueltos amor, hechos sabiduría y sin nada de equívocos. Por eso, no lloren más.
 
3. Con mis pies

descalzos

  – ¡No lloren! Todos más bien a cambiar de rostros y de ánimo. Y que prevalezca el sosiego.

– No podemos, mamá. Estamos así, afligidos porque sentimos y creemos que cada vez nos quedamos más solos nosotros mismos en este mundo y sin nuestros seres queridos.

– Pero eso no es cierto. Yo los acompaño ahora cada vez más, y siempre. Antes no podía ir, por ejemplo, por los sitios por donde ustedes iban y transitan; en cambio ahora sí, voy a su lado y estoy con ustedes, aunque no me vean.

– Y, ¿cómo?

– Con mis pies descalzos, con mi luz y mi sombra que a ratos se adelanta, y a ratos está a su lado, aunque no me sientan; y por momentos voy por detrás por todos vuestros senderos y estoy con ustedes en todos los momentos de sus vidas.

– ¿Siempre, mamá?

 4. ¿Estás

bien?

  – Ahora siempre. Infaltable en todas las circunstancias más decisivas de sus destinos.

– ¿Sí?

– Sientan que estoy ahí, aunque no me vean. Pero antes no podía estar en todos esos eventos, como yo quería. Pero ahora sí. Y si quieren estar conmigo todo depende de que me sientan y estén seguras que estoy.

– Bien, mamá.

– Pero, otra vez, los encuentro mustios y compungidos.

– No podemos, mamá. Lloramos y sentimos pena porque creemos que a ti algo te duele, que estás sufriendo; que atraviesas por un momento difícil y amargo, como es la muerte.

– Pero eso no es cierto. Ustedes son los que sufren. De ustedes es la congoja y el lamento, no mía, ni de mí.
  5. Lirios,

rosas

  – Tú, ¿estás bien, mamá?

– ¡Sí, y al contrario de cómo están ustedes! Yo ahora descanso apacible. Es en el mundo en donde ustedes están en donde se sufre.

– Y tú, ¿ya no?

– ¡No!, porque yo más bien hoy día he nacido hacia otro reino. Y atravieso ahora por senderos amenos, tal y como son estas flores que ustedes han traído para adornar mi sepulcro.

– ¿Hay flores ahí, mamá? ¿En dónde estás ahora y por dónde pasas?

– ¡Muchas más que en cualquier otro paraje o sitio que yo haya conocido! Donde están vivas las flores que han puesto alrededor mío y que son visibles, como aquellas otras que no han podido traer porque están en los corazones de la gente buena. Ahora mismo veo senderos de lirios, rosas, clavelinas y azucenas.

  6. Todo

continúa

  – ¿Qué haremos sin ti, ahora?

– Les aseguro que no es justo que lloren ni se aflijan ni sientan pena.

– Sentimos que no llorar por ti sería traicionarte. Tu ausencia es desgarradora y te extrañamos en cada rincón de la casa, en donde tantos años hemos vivido contigo y en cada instante de nuestras vidas.

– Yo estaré con ustedes siempre, cuidando sus pasos, guiándolos para que vayan por caminos seguros y propicios. Para que sean siempre amorosos sus latidos. Para que siempre haya valor en vuestros corazones y se imbuyan de cariño al prójimo.

– Con tu muerte, ¿no se acaba todo para ti?

– ¡No! ¡Nada se acaba para mí, ni para ustedes! Todo continúa. Nada se pierde

  7. Espíritu

sagrado

  – Ahora sentimos que es cierto todo lo que nos dices, mamá. Porque te escuchamos.

– Cada vez que desees hablar conmigo, habla Estoy a tu lado. Es más: dentro de ti.

– Sí, es verdad. Porque ahora sentimos que estás entre nosotros. Antes eras una persona, ahora eres todos juntos.

– En esta dimensión en que ahora estoy uno se vuelve todo.

– Siento que estás en mí y en la energía del universo. Que te has vuelto espíritu sagrado. Y formas parte de lo que en conjunto se llama Dios.

– Así es. Eso sí es verdad.

Y por eso nos inclinamos reverente ante ti, y te adoramos. Junto a todo lo que es la creación.

– ¡Gracias por comprenderlo, hija mía!

 

 
BAJO
LA NOCHE
OSCURA

Danilo Sánchez Lihón

«Bajo la noche
oscura»
César Vallejo

1. En el agua
del río

– ¡Amílcar ha muerto!
Es la noticia que detona como un fulminante en nuestras caras atónitas y pasmadas esta mañana.
Las muchachas del salón se han puesto a llorar. Los varones estamos perplejos, anonadados, estupefactos.
Amílcar Gil García es nuestro compañero de estudios en el tercer año de Educación Secundaria, nominado desde el inicio del Año Escolar como brigadier de nuestra sección, hecho inusitado pues no es de la ciudad ni siquiera de un caserío sino del campo.
Un adolescente puntual, límpido y enérgico. Y pleno de nobleza.
Ha venido a estudiar desde Uningambal y se aloja en casa de su tía, la mamá de Modesto García, su primo y también nuestro compañero de aula.
¿Qué ha motivado su muerte? A medianoche una intensa hemorragia por la nariz; borbotones de sangre que nadie vio a esa hora. Y amaneció muerto.
Ayer, después de jugar en el estadio bajamos con el profesor de educación física, y nos zambullimos en el agua del río Patarata.

2. Hora
honda

Tiene trece años de edad al morir, la misma edad que tenemos todos nosotros, sus compañeros de estudio.
Las clases en todo el colegio se han suspendido. Es un día trágico y solemne, como de Semana Santa. Se escuchan llantos en las esquinas, detrás de las puertas.
Los compañeros del Tercer Año nos hemos organizado para hacer una guardia de honor durante todas las horas, así sea de madrugada, a fin de acompañar sus restos mortales y no dejarlo ni un momento solo.
El turno que a mí me toca comprende de doce de la noche a dos de la mañana, junto con Luis Aguilar, Manuel Angulo y Pedro Carrión. Con ellos somos cuatro, dos a cada lado de su féretro, dos a la cabeza y dos a los pies.
Las doce de la noche aquí es hora honda. Hay que caminar por las calles sin luz del barrio Santa Mónica hasta llegar a la casa donde se vela ya su cadáver.
Queda en la parte alta y ya en las afueras de Santiago de Chuco, a un costado de «La Poza» que almacena el agua para consumo del pueblo.

3. Canto
de difuntos

Al entrar a la sala vemos que Amílcar aún no está puesto en un ataúd, sino tendido sobre una mesa, en torno a la cual se ha alzado la capilla ardiente.
Como mortaja viste su uniforme oficial, igual al que nosotros tenemos puesto, con galones, corbata y nuestras insignias de colegiales.
Su semblante es pálido, con los cabellos erizados, como si hubiera tenido miedo; él, que en vida fue tan valiente y tenía siempre el pelo liso y bien peinado.
En la habitación donde se vela alumbran dos ceras entristecidas junto al cuerpo exánime. Todo lo demás es oscuro, hasta tenebroso en los rincones de la sala.
Afuera en el corredor hay lámparas y candiles de kerosene. Y en el patio, abierto hacia el paisaje, el fogón donde algo se hierve. Por uno y otro lado se acurrucan sombras silenciosas de hombres y mujeres.
A las doce de la noche el rezador, arrodillado en el patio, entona ese canto lúgubre y estremecedor de difuntos que empieza con el lamento: «Magnifica y alabada sea…»

4. Aferrarse
a un imposible

A la una de la mañana aparecen, hacia el fondo de la carretera, las luces de un camión en la noche tupida y aciaga. Hay un revuelo en la casa.
Se espera que quizá en él llegue la mamá, que ha sido avisada por «un propio» que ha salido a caballo en la madrugada de ayer tan pronto la familia donde se aloja vio con horror lo que sus ojos veían.
Después de seguir por el horizonte las luces del vehículo, éste se ha ido acercando y acaba de parar ciertamente al pie del promontorio donde se ubica la casa, ladera abajo, por donde cruza la carretera.
Han corrido desde la casa a ver desesperados quién viene.
Ciertamente. ¡Es la madre acompañada de su hija mayor y hermana de Amílcar quien llega a esta hora profunda de la madrugada!
La mamá entra corriendo y en su rostro, que jamás olvido, está la ansiedad y la última esperanza de que esto que estamos viviendo no sea cierto; que ella, y solo ella como madre, sabe que Amílcar solo se ha dormido.
En sus ojos hay el conmovedor aleteo de quien quiere aferrarse a un imposible.

5. Al lado
 mío

Se abalanza sobre el cuerpo inerte... Pero ahí está inamovible y sin caprichos la realidad ineluctable.
Levanta a su hijo de la mesa, se abraza a él y lo acurruca. Le habla al oído.
Le canturrea enloquecida una canción. Le dice al oído un susurro, un silabeo primitivo, fuera de sí.
Con su lengua lame sus orejas y de un momento a otro emite un grito desgarrador, salvaje, atroz.
Y cae desmayada dejando que el cadáver vuelva con un golpe seco y otra vez letal, a la mesa donde la tabla resuena con un retumbo bronco, el de la muerte.
Familiares acomedidos la han llevado a las habitaciones que quedan en lo recóndito de la casa, echándole aire y rociándola con agua florida.
Y otra vez empiezan los cánticos de ánimas en esta noche inhumana, teniendo al frente los cerros. Y a un paso, al lado mío, el misterio de la muerte sin entrañas.

6. A ratos
abrazados

Para relevar nuestro turno han ingresado otros compañeros. Trato de averiguar algo de la mamá, si es que se recupera para decirle en nombre del colegio y de nuestra sección nuestras condolencias.
Por lo menos que sepa que aquí estamos, hasta el último momento, al borde de esa oquedad irreparable.
En ese afán estoy.
Cuando pregunto por mis compañeros me dicen:
– ¡Mira a qué hora sales! ¡Tus compañeros se han cansado de esperarte!
– ¿Dónde están?
– ¡Ya se fueron!
Corro por el callejón de la casa que da hacia la puerta de calle. Felizmente allí está Manuel esperándome.
Le pregunto por los otros dos amigos y me responde que ya se han ido.
Con Manuel, enrumbamos por las calles oscuras. A ratos abrazados para no caer al tropezar en las piedras. Y conversando acerca de Amílcar y de la muerte.
Manuel está sereno.

7. Buscando
sus ojos

Me dice:
– La muerte es nacer hacia otro universo–. He sentido cómo su aliento penetra en mis oídos.
Frente a la puerta de mi casa le extiendo la mano; pero él me abraza fuertemente, dándome ánimo.
Las dos hojas de la puerta de mi casa hacia la calle están abiertas. Demoro en entrar.
En esa demora noto que Manuel en vez de seguir calle abajo, como sería natural, da la vuelta y regresa por donde hemos venido.
– ¡Qué extraño!, –me digo. ¿Adónde va Manuel?
Hoy en el colegio, los tres compañeros con los que anoche hice la guardia me preguntan qué ¡dónde me metí! Y, sobre todo, acerca de ¡cómo me vine! Porque ellos estuvieron esperándome y después buscándome un buen rato.
– Me vine con Manuel–, digo buscando sus ojos para que les confirmara.
Los tres voltean a mirarse estupefactos. Y Manuel aclara:
– Yo me vine con ellos.

8. Las cornetas
van calladas

– Los tres nos hemos venimos juntos–, reiteran al unísono.
Siento que mi cuerpo se hiela.
¿Con quién, entonces, he caminado yo por las calles oscuras hasta mi casa esta noche?
Son las cinco de la tarde. Es día del entierro de Amílcar. Todo el colegio con brazaletes negros está aquí en los funerales.
La bandera de la escolta y los estandartes lucen cruzados de anchas cintas negras.
La banda de guerra deja colgar crespones enlutados de las cornetas y tambores.
El director del Colegio, profesor Romeo Solís Rosas, ha ensayado en el patio una marcha fúnebre con el redoblar espaciado de las tarolas.
– ¡Tan, tararán! ¡Tan tararán! ¡Tan, tararán!, golpean los sonidos atroces.
Esta vez las cornetas van calladas. No lucen gallardas ni combatientes. Ni al marchar van pegadas sus bocas a las caderas. Van de duelo, caídas y acongojadas.

9. Al lado
del cajón

– ¡Tan, tararán! ¡Tan tararán! ¡Tan, tararán!
Ahora bajan los tambores, tocando delante de nosotros detrás del catafalco. Es tanta la gravedad del mundo que no solo lloramos, sino que hasta nos castañetean los dientes.
 Algo desconocido nos ha invadido el alma. Son los latidos de la muerte, si es que esa ladrona tiene latidos.
Las delegaciones de las escuelas, con las banderas enlutadas, arrastraban sus pasos en la tarde nublada.
He sido nominado para decir unas palabras de despedida en la ceremonia que le rendirá el colegio en el panteón de nuestro pueblo.
Pero antes el director inicia su discurso pasando lista a nuestra sección para lo cual nos ha hecho salir en formación hasta llegar al lado del cajón mortuorio.
Empieza a llamar alfabéticamente: Aguilar Luis, Angulo Manuel, Bocanegra César, Caballero Tito...; y todos los aludidos responden: «¡Presente!».

10. Deja caer
el registro

Hasta llegar a... Gil, Amílcar.
Llama repitiendo varias veces. El intervalo es sólo mudez y silencio.
Se oye el zumbido de las abejas, el aleteo de las torcazas y el rodar del mundo.
– Gil García Amílcar–, llama por última vez poniendo esta vez el apellido materno, como si quisiera precisar más queriendo que el alumno responda.
Y entonces, al no obtener respuesta, volteando hacia el ataúd que contiene el cuerpo yaciente, dice estas palabras que marcan un abismo entre lo cotidiano y lo trascendente:
– «¡Ausente!».
Destapa su lapicero de tinta roja y anota en el Registro la falta con toda paciencia.
Luego guarda parsimoniosamente el lapicero en el bolsillo del pecho, deja caer el registro al suelo ante el estupor de toda la concurrencia y alzando la cara de luto al cielo con sus anteojos que espejean, solloza:
– ¡Ha muerto!

11. Nacer
hacia otro universo

¡Ha muerto!
¡Qué terrible! Ante el paisaje hermoso que estalla con todas sus flores ¡y los frutos en todas las espigas!
Ante las colinas que relumbran con el agua en todas las hojas de las plantas y los árboles.
Ante el perfil translúcido de los cerros bajo el cielo arrebolado de nubes de todos los colores.
¡Ha muerto!
Dos palabras que son un golpe estremecedor. Como si recién nos acercáramos a la orilla del vacío absoluto.
No lo medito, pero al empezar a hablar yo lo hago con las últimas palabras que Amílcar me soplara en mi oído.
La primera vez lo hizo la noche en que hemos regresado de su velorio, al caminar juntos y abrazados hasta mi casa.
Y siento que en este mismo momento otra vez lo hace, susurrándome a los oídos:
– «La muerte es nacer hacia otro universo…»

*****