martes, 8 de octubre de 2019

8 DE OCTUBRE: EPOPEYA DE ANGAMOS - FOLIOS DE LA UTOPÍA: LA MIRADA EN EL HORIZONTE - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
 
 
 

Construcción y forja de la utopía andina
 
OCTUBRE, MES DE LA SALUD,
LA ALIMENTACIÓN, LA GESTA
DE ANGAMOS; VIDA Y EJEMPLO
DE MARIO FLORÍAN Y LUIS
DE LA PUENTE UCEDA
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO


SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL


 
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8 DE OCTUBRE


 
EPOPEYA
DE
ANGAMOS



FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
LA MIRADA
EN EL
HORIZONTE
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
Más vale una derrota
honrosa
que una victoria vergonzosa.
Abraham Lincoln
 
Permíteme buscar en el campo
de batalla
no aliados sino mi propia fortaleza.
R. Tagore
 
1. La gloria
de ser
 
Hay en la vida de los seres humanos y en el decurso de la historia momentos decisivos, supremos y absolutos.
Para la genética de una sociedad como la nuestra uno de esos mementos culminantes y decisivos es el ocurrido en Punta Angamos en el amanecer del 8 de octubre del año 1879.
Es la inmolación del Almirante Miguel Grau y gran parte de la tripulación del Huáscar, el barco insignia de la Armada del Perú en la Guerra del Pacífico, uno de esos momentos sumos, absolutos y totales.
Porque fue un combate de uno contra siete acorazados, siendo el Monitor Huáscar la nave más pequeña y menos dotada en armamento y recursos que cualquiera de las otras siete.
Sin embargo, su comandante no dijo jamás: es conveniente rendirnos. O: es lógico negociar.
No se le ocurrió jamás considerar este razonamiento: es comprensible que seamos realistas. O: no vamos a sacrificar en vano nuestras vidas y la de nuestros subordinados.
 
2. Al rayar
el alba
 
Dado que, ¿qué indicaba el sentido común? Rendirse, entrar en negociación, transar. Porque inspirados en los negocios venía el otro contendor, rival fiduciario de esta guerra, enemigo codicioso y venal.
Pero el Perú jamás se rindió. Ni adopta el sentido común y corriente jamás. Porque es una cultura sublime.
Somos un país infinito para tener esos dobleces en esos momentos cardinales.
Al contrario: nos alistamos a luchar, y fuimos quienes hicimos los primeros disparos de cañón al rayar el alba.
Sin embargo, nuestro armamento no podía hacer mella al cerco de hierro, acero e iniquidad. Solo teníamos honor. ¡Y eso es bastante! ¡Más que suficiente! Y con él luchamos y, pese a la adversidad, vencimos.
No estando dispuestos para obtener una victoria en la guerra, ¡vencimos!, porque todos, absolutamente todos siguieron el sendero de la inmolación y el sacrificio.
No hubo uno solo que se sublevara, nadie que al ver la escena se revelara. E incluso iban cayendo uno a uno los oficiales del comando, y se sucedían sin cortapisas en la dirección de la nave.
 
3. El fragor
del combate
 
El Huáscar es desde entonces un símbolo, una bandera tremolante, un blasón y un baluarte.
Es una nave izada en el horizonte de todo aquello que es ideal, virtud y paradigma.
Y tú Grau un mástil perpetuo, un paladín de fábula. Quien nos legaste una estirpe de heroicidad, un linaje de gloria y al árbol generoso de tu sangre para mejor ser cada día, cada mañana, cada tarde y cada noche.
Tú estarás siempre en la proa de la nave que es nuestro país con la mirada puesta en lontananza, sin titubear y sin ningún aspaviento.
Desde entonces Grau lo resumes todo, sin embargarte ninguna soberbia, ni canonjía ni pitanza.
Bien lo dijiste, de manera simple y con eso basta. Que eras: nada más que “un marinero que trata de servir a su patria”.
Digno frente a los mezquinos. ¡Con qué hidalguía! Basta para muestra esta carta escrita en el fragor del combate.
Te imagino después de escribirla saliendo a la borda del barco a contemplar el horizonte y la mar inmensa:
 
4. De
usted
 
                                                                             Monitor Huáscar
Al ancla, Pisagua, junio 2 de 1879.
Dignísima señora:
Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a Ud. y siento profundamente que esta carta, por las luchas que va a rememorar, contribuya a aumentar el dolor que hoy justamente debe dominarla.
En el combate naval del 21 próximo pasado, que tuvo lugar en las aguas de Iquique, entre las naves peruanas y chilenas, su digno y valeroso esposo, el Capitán de Fragata don Arturo Prat, comandante de la “Esmeralda”, como usted no lo ignorará ya, fue víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria.
Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su duelo, cumplo con el penoso y triste deber de enviarle las para usted inestimables prendas que se encontraron en su poder, y que son las que figuran en la lista adjunta.
Ellas le servirán indudablemente de algún pequeño consuelo en medio de su desgracia y por eso me he anticipado a remitírselas.
Reiterándole mis sentimientos de condolencia, logro, señora, la oportunidad para ofrecerle mis servicios, consideraciones y respetos con que me suscribo de usted, señora, muy afectísimo seguro servidor.
                                  Miguel Grau
 
5.
lo justificas todo
 
A partir de entonces todos navegamos en esas aguas sempiternas del coraje y del deber. Y todos estamos de pie contigo, ¡oh Grau!, en el Huáscar.
¡Porque tú lo justificas todo! ¡Oh, Almirante!
Yo he llegado hasta este punto por ti. Y desde aquí otearé las constelaciones del firmamento.
Estoy aquí devoto, creyente, ungido, ante esta eternidad que lleva tu insignia.
Soy heredero tuyo.
E invocando tu nombre he llegado al punto más alto de esta montaña.
En ti encuentro la fortaleza, la visión, el temple; como también el sueño y la utopía.
Encontrando que contigo no hay tema ni problema que deba ni pueda soslayarse.
 
6. El alma
en todo
 
Porque en tu corazón, ¡oh, Almirante!, ahora cabemos todos. Todos cabemos en tu corazón vasto e ínclito como el mismo océano que ahora lleva tu nombre.
Y es que Grau ya no es un individuo, somos todos nosotros. Y Grau ahora somos todos.
Y para nosotros el Monitor Huáscar siempre surcará los mares firme e inhiesto porque así tú lo dejaste.
Como el Monitor coraje de cara al infinito, de cara a la eternidad donde ahora moras.
Porque Grau es base, pilón, columna. Coraje en toda torre de mando. Es temple y serenidad en medio de la borrasca.
Es luz que se adivina en la noche cerrada. Luz de bengala.
Grau es mar inconmensurable, es pundonor y es mirada. Es base de un puente, en donde apoyar una torre. Es lo que prevalecerá. Es poner el alma en todo
 
7. Y
en ti
 
Dejar ejemplos de generosidad al enemigo era lo más difícil de la guerra, más todavía por la iniquidad de sus actos.
Dejarnos ejemplos era y es mucho más arduo que vencer. ¡Y tú lograste esa proeza, que nos engrandece mucho más que haber vencido!
Porque, ¿quién lo hace? Y Angamos desde ti entonces es faro, atalaya y prominencia.
Desde donde se avizora, se promete y se jura.
Y, para todos nosotros, insignia y medalla en nuestras frentes, e incrustada en el fondo del alma.
¡Oh, Almirante! Desde entonces guiar un barco es un lema, una misión y un destino. Y meternos en lo hondo en el fragor de una batalla es la consigna.
Y engrandecer tu Perú que cuidamos y lo hacemos cada vez más puro y valeroso.
En medio de las aguas de ese mar proceloso, confío que tú estás conmigo en la nave.
¡Y en ti, padre amado, toda esperanza!
 
 8 DE OCTUBRE

 COMBATE DE ANGAMOS

 

GRAU
Y
EL HUÁSCAR

 

Danilo Sánchez Lihón


1. El mar
que te nombra

Hoy es día sagrado. Hoy día se reza. Hoy cada uno de nuestros corazones es el corazón de un Almirante: Grau. Y Grau es una fe que no acaba nunca, porque es una emoción primigenia, genuina y profunda.
Y es un valor mucho más alto aún que el de ser valiente y heroico, cual es el de defender la vida de los otros, y no solo de los propios o de los que son nuestros, sino incluso de quienes nos agreden en una guerra a mansalva, porque la prepararon y perpetraron siendo la traición su consigna.
Grau es luz que no se apaga, que vela no solo en la torre de mando, o en lo alto del mástil de toda nave que son nuestras vidas, sino en el horizonte, allí lo vemos. En lo más lóbrego está vigilando sereno, y que todo salga bien.
Grau también es un puñado de hombres con las manos unidas en el timón de toda nave. Y en la asta más inhiesta de una bandera de aquellos que se enfrentan inclusive inermes a toda acechanza y adversidad, que en el caso del Almirante fue toda una escuadra de barcos enemigos a los cuales hizo frente.
Y permanece invencible en el mar de nuestros corazones. Porque su alma es inmensa como este mar que lo nombra frente a nuestra costa. Grau es una nave eterna surcando mares infinitos. Es la nave señera de lo que somos, invicta e infalible, porque es cada uno de nosotros y todos nosotros juntos.

2. Vuelto
al infinito

¡Don Miguel Grau! Tú fuiste generoso y en ese momento no lo aceptamos. Ni te comprendimos. ¡Es tan difícil no sentirse indignados, ofendidos y en todo amar! Porque, ¡qué generosidad entre tanta infamia! Doblemente grande para serlo.
¡Cuando es tan difícil elevarse entre tanta alevosía, mezquindad y vileza! Entonces, qué templanza la tuya para no perder el sentido, y seguir siendo magnánimo y luminoso; y tendiendo la mano a quien pedía auxilio entre el fragor de las aguas.
Qué magnificencia la tuya para seguir socorriendo, después de haber sido testigo y constatado “el repaso” que infligían a los tuyos y que hacían con nuestros heridos. Cuando ametrallaban a nuestros náufragos que se debatían entre las olas de nuestra nave encallada, La Independencia.
A partir de entonces seremos junto a ti generosos, obstinadamente buenos y tozudamente fraternos. Y, ¿sabes por qué? Porque hace miles de años somos gente de paz. Nacimos fraternos y solidarios. Porque aquí en los vestigios arqueológicos no se encuentran armas sino instrumentos musicales.
Pero, además, porque eres guerrero de alma incólume. Quien pone nobleza en lo horrendo de la guerra. Porque salva heridos cualquiera sea su bandera. Porque no mirabas lo contingente y eventual. Y jamás te interesó el botín o arrancharle lo que sea al que antes habíamos matado. No aceptaste dinamitar tanques de agua ni vías férreas. Y eso ocurre cuando se tiene el rostro y la mirada vuelta al infinito. Por eso desde entonces el mar lleva tu nombre.

3. Rosa
de los Vientos

En aquellas condiciones resulta significativo recibir los disparos de cañón desde los cuatro flancos que barrieron las torres de tu nave: El Huáscar. Era el tuyo un solo buque frente a una escuadra de blindados que te perseguían noche y día excedidos en tamaño, velocidad y potencia de fuego.
Y, aun así, presentaste combate, y fuiste el primero en abrir fuego, como que nada te arredra. Y no lo hiciste como bravata, de disparar por disparar. Dieron tus cañones en el blanco, pero ningún proyectil nuestro podía horadar ni hacer la menor mella en el blindaje enemigo. Y hubiera sido lógico y natural, y hasta conveniente en tales circunstancias, rendirte; porque era imposible una victoria, o el escape.
Eso se hubiera entendido. Estaba dentro de lo normal y sensato. Pero contigo, en la elevación de tu espíritu, ¡no! Era razonable e incluso calculadamente una buena estrategia. Pero en tu caso eso era sencillamente imposible. ¡Eso, jamás!
Tu apuesta no era la conveniencia como en los otros. Y es esta perennidad que te rememora y te salva. Y te eleva sobre los mares encrespados y las montañas. Porque a partir de entonces la Rosa de los Vientos viste los colores de tu uniforme y de la gloria de la bandera que tú enconadamente defiendes.

4. El don
de vida

Y pronto un disparo de artillería voló la torre de mando y te tornaste, en lo que en el fondo eras: aura, horizonte y llamarada. Entonces, uno a uno, iban asumiendo el mando de la nave esa pléyade legendaria de hombres inmortales. Y uno a uno iban cayendo.
E iban tras de ti, contigo convencidos de a quién emulaban y seguían. Convencidos de la bandera que izaban y sostenían. Como desde entonces vamos todo un pueblo y toda una nación detrás de ti.
Y tu comando de guerra en la nave iban contigo absolutos, íntegros y totales. ¡Oh, ínclitos guerreros! Nos han trazado el camino para sin dejar de ser héroes, ser compasivos incluso con los inicuos.
Nos enseñaron en la mañana neblinosa, pero insigne de Punta Angamos, que se lucha no para ganar sino para dejar ejemplo de verdad, de coraje, de trascendencia, y sin dejar nunca de ser indulgentes, compasivos y bondadosos.
Preferible haber perdido una contienda sin perder el alma y el don de la vida, a trocarse en lo abyecto, en lo perverso y en la ignominia. Preferible una derrota que ganar con iniquidad y tener el alma ennegrecida para siempre. Y el rótulo de traidor para toda la vida.

5. Abarca
al mundo

Tú, y entre todos quienes conformaban tu comando, nos enseñaron eso sí, a no rendirnos jamás, pese a las adversidades.
Murieron junto a ti los primeros de tu línea de sucesión. Así: Diego Ferré, el capitán Elías Aguirre y el teniente Melitón Rodríguez. Cayeron, con gravísimas heridas, el teniente Enrique Palacios y el capitán Melitón Carvajal.
Y el mando se fue sucediendo en esas dos horas funestas de uno a otro héroe, hasta Pedro Gárezon, de apenas 25 años, que ordenó hundir la nave y junto a ella la bandera en el mar.
Esa fue la voluntad. Y allí, desde entonces permanece, encendida para siempre: la nave y la bandera. Desde entonces en el mar riela en cada atardecer un mensaje de altruismo, de autenticidad y de grandeza, pero a la vez de ser inalcanzables, valerosos e invencibles.
Desde entonces no es un mar físico sino un estado de alma, donde en todo instante, en la tarde y en el amanecer en cada atalaya y mástil flamea una bandera que abarca al mundo.
Cien hombres de fábula murieron en la cubierta del Huáscar, aquel amanecer del 8 de octubre de 1879, inmortalizándose para la historia humana de los pueblos del universo.

6. Santo
y seña

Porque ya no solo son héroes nuestros. Ellos representan a todos quienes defienden la vida frente a las hordas de la depravación y la muerte.
Representan al género humano frente al infame, al alevoso y al criminal.
Por eso, es nuestra misión ahora velar en la torre. Es nuestra misión entonces recoger la estela de tu magisterio.
Haciendo constar que nosotros siempre nos defendimos, nunca atacamos, agredimos ni invadimos lo que no nos pertenece, ni es nuestro.
Nuestro afán no ha sido nunca ni de invasión ni de conquista, sino defender la heredad de nuestros ancestros y antepasados.
En quienes, más importante que cualquier victoria es el sentido moral de los hechos ante la historia.
Porque, más radiante y florido que cualquier día de primavera es la limpidez de la conciencia humana que se guía por el bien, la verdad y la belleza.
Y, en este contexto, reconociendo que hay deberes sagrados qué cumplir. Y lo cumplimos. Y que es el santo y seña que hoy y siempre recogeremos.

7. Una
bandera

¡Oh, mi Almirante!
Porque eres tú, Grau, y es él niños, quien vigila y se erige en faro y lámpara votiva. En atalaya y en baluarte. ¡Y eso mismo hay que serlo cada uno de nosotros! Es quien tiene la moral del valor y el que se consagra a defender lo que es justo e ineludible.
Desde entonces es Punta Angamos la noche de la espera, es la noche de la víspera, es la noche que da inicio al alba. Y el Perú es lo que amanece y la mañana en esta noche honda y larga de Punta Angamos.
A partir de entonces es sagrado el ser íntegros y valerosos. Y afrontar los retos en defensa de lo digno y verdadero. Y Angamos es el espacio mítico donde ha quedado izada para siempre una bandera.
Y con Grau reconocer que más importante que incluso el mar que lo nombra, que el sol, la luna y las estrellas, es el corazón del hombre.
Es Grau la luz de una lámpara titilando en la lobreguez de la noche y cuando el oleaje amenaza con sus abismos. Es una nave con la proa hendida en el infinito, inhiesta en lo eterno.
 
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