viernes, 5 de octubre de 2018

EL CARIOCO - POR ÁNGEL GAVIDIA (MOLLEBAMBA, SANTIAGO DE CHUCO)


EL CARIOCO 

Ángel Gavidia 


Era como un hombre golpeado por la vida, pero de pie y caminando con la frente en alto. 

Todos sabían su historia. Todos tenían una frase de admiración o de cariño para él. 

Y es que el carioco fue el único en la tradición del gallinero (y creo que también del caserío) que logró zafarse de las garras del águila y, aún más, logró sobrevivir. 

El carioco fue, en medio de la dureza de su vida, un afortunado. Tenía, por ejemplo, dos madres, y si tenía dos madres, importaba poco que el gallo lo mirara con desconfianza y que de vez en cuando le diera un picotazo a lo disimulado. 

En el corral no había, antes de él, ninguna criatura de su raza; es decir, nadie que careciera de plumas en el cuello y que tuviera, apenas, unas pelusas en la cabeza, como los pequeños gorros que usan los sacerdotes de alta investidura. 

Él salió así. 

Apareció piando en el corral. Tambaleándose. Equidistante a los nidos de dos gallinas que, coincidentemente a esa hora, asistían, maternales, al nacimiento de sus polluelos. 

No se supo nunca de cuál de los nidos salió o lo echaron. Él tampoco se interesó en averiguarlo. Por eso, indistintamente, se cobijaba en el nido de la gallina flor de haba o en el de la colorada. Una y otra lo acogían, y sus hermanos adoptivos o de sangre, también. 

Por esas circunstancias, tal vez, era el más independiente. Frecuentaba sitios prohibidos para las aves llegando varias veces a escaparse, por milímetros, de las pisadas de las cabalgaduras o de las dentelladas de los cerdos o de los perros bravos. 

No obstante estos riesgos, vivía con los animales grandes y con ellos salía a pastar como si se tratara de un caballo más.

Un día, en la pampa, cuando el cielo estaba sin vestigios de nubes y de malos presagios, descendió, como una centella, un águila que cayó sobre el carioco. Un caballo, al percatarse, corrió a morderla; pero el águila ya se estaba elevando. Sin embargo era su vuelo pesado y sólo a media altura. La gente comenzó a gritar: 

-Ululululú! ¡Ulululululú!¡Ulululululú! 

Es el grito que atemoriza a las águilas. Y para sorpresa, todos vimos como el ave de rapiña dejaba caer, desde los aires, al pequeño animal. 

Cayó desgarrado y con los huesos hechos trizas. Pero, contra todo pronóstico, se recuperó. 

Desde entonces anduvo por el pueblo rengueando, pero demostrando que nunca todo está perdido. Había adquirido, además, la extraña habilidad de columbrar las águilas cuando éstas aún no aparecían en el cielo, alertándonos con un cacareo especial. 

Por eso, todos los recordamos; pero lo recordamos más por la forma como esperaba al alba: desde la media noche iniciaba el difícil ascenso a lo más alto del tejado, suplía la deficiencia de sus piernas con el pico que usaba a manera de gancho como hacen los loros, subía lentamente, pero a las tres de la mañana ya estaba allí, todo pulmón, todo pecho, con ese canto ronco brotándole del alma.

Fuente:

Libro El molino de penca, de Ángel Gavidia



 
FELIZ DÍA DEL MÉDICO PERUANO
 
ENTRAÑABLE POETA ÁNGEL GAVIDIA


Angel Gavidia Ruiz