sábado, 22 de septiembre de 2018

BERLÍN VISTO A VUELO DE PÁJARO - ESCRIBE ÁNGEL GAVIDIA (MOLLEBAMBA)


BERLÍN VISTO A VUELO DE PÁJARO

Escribe Ángel Gavidia

Decir que esta es la crónica de un viaje es simplemente excesivo. Es apenas el apunte de una observación ligera. La primera impresión de una ciudad que imaginé distinta. En especial en su arquitectura. Cuando hablaban de Berlín, pensaba en París, Madrid, Roma, Londres. Pero su personalidad de famosa urbe europea se apoya más bien en la sobriedad de la construcción moderna sin más características. Y hasta el famoso muro que dividía a la ciudad, que vislumbré imponente, no era tal, era, en realidad, dos paredes paralelas relativamente delgadas; pero el espacio que quedaba entre ellas estaba minado y atravesarlo suponía morir despedazado o acribillado por los que lo guardeaban. Pero allí ya estamos entrando en lo fundamental de esta ciudad: su historia. La modernidad de sus construcciones testimonia que la guerra no dejó piedra sobre piedra. Pero, como nos dijo el guía, la Segunda Guerra Mundial no fue provocada por cinco locos que incomprensiblemente convencieron al país que había que hacer la guerra, que ellos pertenecían a una raza superior, y que los judíos, los gitanos, los testigos de Jehová, los homosexuales, debían desaparecer. Fue la convergencia de varios acontecimientos entre los que se encontraban el orgullo alemán hecho trizas (incluyendo su rey fugitivo) por la guerra perdida (la Primera Guerra Mundial), la gran deuda que debían pagar a Francia por haber iniciado el conflicto, además de la hiperinflación alucinante y por consiguiente la pobreza con carácter de hambruna, entre otros factores. La Segunda Guerra Mundial ha dejado su huella en cada esquina. Y los berlineses mantienen esas huellas visibles para no olvidarlas, para recordarlas siempre (perdonen la reiteración). Comenzando por el estadio aquel que Hitler mandó construir para 100,000 almas como un símbolo de arrolladora grandeza. Está allí y allí también están las fotos del pueblo vibrando con el saludo nazi. En ese estadio nuestra selección de fútbol, variopinta en su choledad, le ganó, en esos años, a la selección de “la raza superior”, y un atleta norteamericano negro barrió todos los records. Pero allí está, doy fe, monumental e intimidante. Y también está el lugar desde donde se embarcaban a los judíos, niños, mujeres, ancianos, para ya no retornar. Y está también el barrio que alguna vez fue judío y que ahora ya no lo es, pero en él se recuerda en cada poste como fue incrementándose la hostilidad hasta llegar a la muerte de sus antiguos habitantes; quiero decir que se exhiben algunas ordenanzas tales como: “ Se prohíbe a los judíos tener mascotas”, “Los judíos solo comprarán el pan a las 5 de la tarde”, “Los niños judíos no podrán jugar con los niños alemanes”, “Los niños judíos solo harán uso del trasporte público si su escuela está a más de 4 kilómetros” , “Los médicos judíos no podrán ejercer su profesión”, “Los empleados del correo no podrán ser judíos”… Y, cuando uno camina las calles de Berlín, en el lugar menos pensado, en la vereda, encuentra unas placas de metal con nombres de judíos muertos: fueron vecinos de ese lugar y aún ahora se prosigue la búsqueda de desaparecidos para recordarlos así. Y en Bebelplatz, en un lugar en donde el piso es de un cristal transparente que deja ver una habitación subterránea con estantes vacíos, está el sitio donde se quemaron los libros que discrepaban con el pensamiento nazi. Cercano a este espacio hay una escultura de color negro, negro luto, en donde una madre tiene un su regazo un hijo muerto o desfalleciente. Terrible. Cuando veía todo esto pensaba en la resistencia de muchos peruanos en reconocer a los muertos que dejo el conflicto armado que tuvimos. Pensaba en las veredas de las casas de los desaparecidos (la mayoría campesinos) sin sus nombres y acaso sin veredas y pensaba en la mujer aquella de la escultura negra con el hijo en brazos. Y, claro, venía hacia mí el verso aquel de mi paisano “Perdonen la tristeza”. Dígase de paso que la Universidad Humboltd, que está cerca, cuenta con 21 nóbeles. Y aun así, con este diario ejercicio de memoria, con esta universidad, Alemania ha elegido entre sus parlamentarios a un preocupante 12% de neonazis.

Pero Berlín también es un ejemplo de tráfico ordenado. Es más fácil hacer uso de transporte público que tomar un taxi. Nadie nos revisó si habíamos pagado o no el tique de transporte. Pero, supimos, que nadie hace uso de él sin antes haber pagado el referido tique. Es cuestión de cultura, de civismo: ningún postulante a alcalde de nuestros distritos y provincias habla de ello. Prefieren hablar del cemento cuando debieran reparar, también, en el tejido social, en la construcción de ciudadanía y, acaso, principalmente de ella. Susana Villarán pretendió acometer semejante tarea. Casi la vacan. En la capital alemana vi (con admiración y envidia) varias veces como el conductor de bus se bajaba para ayudar, mediante una rampa especial, a subir a un minusválido y hacer igual esfuerzo para bajarlo cuando llegaba a su destino.

Recalamos en un restaurante de comida italiana. El cocinero nos habló con respeto del Perú y su culinaria. Nos prendió una vela a mitad de la mesa, en verdad fueron varias velas, que la dueña del restaurante, una mujer dura y antipática, terminó apagándolas.

Finalmente visitamos un barrio que también fue judío, ahora lucía como uno de “cultura subte”, en él hallamos un museo en homenaje a Ana Frank. Me quedo con su mirada limpia, purificadora, tierna, alumbrando al “oscuro corazón del hombre” como hiciera decir Ciro Alegría al sabio alcalde de Rumi, don Rosendo Maqui.