miércoles, 4 de abril de 2018

TIEMPO NUEVO INTERNACIONAL (MIAMI), DE ADDHEMAR H.M. SIERRALTA - AÑO 10 Nº 326 DE 4 DE ABRIL DE 2018

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TIEMPO NUEVO 
 
Internacional 
 
por  Addhemar Sierralta 
 
Año 10 Nº 326
 
 
Miami, 4 de abril de 2018
   
  EMPEZANDO DE NUEVO.
 
Por Addhemar H.M. Sierralta (Perú).
 
El lunes pasado juramentó el nuevo Presidente del Consejo de Ministros del flamante presidente peruano, Martín Vizcarra. Se trata de César Villanueva, quien también detentara –por cuatros meses en el gobierno de Ollanta Humala-  el mismo cargo. En la ceremonia, realizada en el patio principal del Palacio de Gobierno, juramentaron los nuevos ministros entre los cuales hay cinco mujeres.
 
Vizcarra y Villanueva han sido presidentes regionales de Moquegua y San Martín, respectivamente. Pero lo que llama la atención es que Villanueva fue gestor del pedido de vacancia del ex presidente Pedro Pablo Kuczynski y en entrevistas previas dijo que no aceptaría de ninguna manera ser el primer ministro del gobierno de Vizcarra.
 
Al margen de estas situaciones lo real es que el nuevo gobierno está como empezando de nuevo y con una gran carga de desprestigio de los sectores políticos. Esperemos que pueda concertar adecuadamente y realizar algo positivo. Obviamente deben ceñirse a la Constitución y desechar las presiones para cerrar al Congreso y convocar nuevas elecciones.
 
También existe expectativa por la próxima Cumbre de las Américas en Lima y la forma en que el nuevo gobierno afrontará el caso del retiro de la invitación de Maduro y las presiones que pretende Raúl Castro. Quiera que lo maneje adecuadamente.
 
Hay mucho por hacer en el Perú y Dios quiera que no tengamos una nueva decepción. Ya tuvimos desencantos con Velasco Alvarado, Alan García, Fujimori, Toledo, Humala y Kuczynski. Claro que, salvo el caso de Velasco quien fuera golpista, todos fueron muy mal elegidos por la ciudadanía al buscar “el mal menor”.

 
EN LO ALTO DE LAS TAPIAS Y LAS TORRES.

Por Danilo Sánchez Lihón (Perú).
 
1. Entre mis manos
 
Yo amo con amor hondo, pero a la vez sin anhelar que algún día hubiera podido concretarse ni hacerse realidad en este mundo, a la niña que se quedó cautiva en mi infancia y en mi pueblo, que es Santiago de Chuco. Y siempre, como no hubo ni una palabra ni un encuentro, ni siquiera una mirada que intercambiásemos, pensé que nunca había ocurrido lo sustancial o supremo entre ella y yo en mi vida.

Pero, sin embargo, me he preguntado con razón elemental y sencilla: Si marcó tanto mi vida, si es el eje de mi existencia, y si hasta ahora me estremece, ¿no significa entonces que sí ocurrió algo y que fue real, en verdad y muy en serio? Si es a lo que más me aferro, y hacia donde regreso sea dormido o despierto, ¿no es acaso que ocurrió lo más decisivo e intenso sin que yo lo advierta ni presienta?

O si no, ¿por qué Santiago de Chuco, el pueblo en que nací y alberga las pocas imágenes que quedan de esta historia, es también tan fascinante y profundo para mí en lo que al amor se refiere? ¿Más si sé, a ciencia cierta, que en él no tuve entre mis manos ni una mano que de amor se estremeciera? ¡Quizá equivocadamente pensamos que el amor es contacto físico, vínculo y hasta sucesos que se cuentan, aunque a veces sean hechos triviales solo válidos para uno mismo!
 
2. Todos los paisajes
 
Ciertamente, yo a este respecto no tendría nada qué contar, salvo la emoción profunda que embarga mi espíritu y el sentimiento que inunda mi ser íntegro.

Y ello coincide con la referencia de que el amor es justamente flechazo, efluvio, estallido. ¡O calma en el fondo del alma! Y no necesariamente vínculos, o relaciones cotidianas, ni hechos que se entretejen.

Y que es lo que yo realmente siento, y en lo cual hasta podría ser que alguien ame lo que nunca haya visto y ni siquiera conocido. Y ello sea y constituya un amor total.

Igual a lo que me ocurre a mí con ella; con quien nunca fuimos ni conocidos, ni mucho menos enamorados, ni novios; ni nada. Ni siquiera personas que se saluden alguna vez en la calle o en cualquier sitio. Con quien no cruzamos juntos ni siquiera una puerta, ni siquiera miradas a través de una ventana.

¡Pero que no era necesario para que mi corazón se exaltara y la busque pensando encontrarla en todas las calles y las ventanas del mundo! Y en todos los paisajes del planeta Tierra. Y de otros mundos cuando sueño.

Y que no era necesario siquiera que hubiera habido un encuentro para que hablemos tanto y por cualquier pretexto en todos los instantes y circunstancias que nos depara la vida en que nos sentimos solos y somos confidentes con nosotros mismos, de la noche hasta el alba y viceversa.
 
3. Ahí está
 
¡No hubo nada en la realidad objetiva que se registrase para bien ni para mal, lo que no significa necesariamente vacío! Porque incluso toda mirada que se encuentra con otra produce un estallido como de espadas y nubes que chocan. Y se producen relámpagos y truenos. Y lluvia que arrecia y se descarga. Entre nosotros dos, ¡eso no ocurrió!

Pero eso sí, yo sabía dónde estaba. Porque en verdad yo sé dónde está en todo momento. Cuando hay un desfile, por ejemplo, bajo qué alero de la plaza se cobija, o bajo qué puerta permanece.

O cuando avanza la procesión por las calles sinuosas y empinadas, sé en qué agrupación ella va, y por qué calzada y vereda sube o baja. Sé el vestido que lleva. Y si pasa cerca cómo me estremece que el amigo que me acompaña diga:

– ¡Mira, ahí está ella! 

¿Y acaso todo lo que soy no tiembla y se estremece? En tales casos yo en verdad tengo el corazón hecho una campana que repica. Porque, aunque no me mire ni sepa quién soy en mí está posado su rostro de éxtasis y arrobamiento.
 
4. Calles de mi comarca
 
Y yo cada vez la veo más en una calle de mi pueblo. ¡Y, qué bella que es! Todo en ella es sublime. Todo en ella es pudor, y es pureza. 

Es más, la belleza en la mujer es recato y timidez, yo así lo concibo. La belleza en la mujer es ser candorosa.

Y es a partir de dicho amor que la imagen de la mujer la asocio y esté ligada para mí a cada imagen de las santas que tienen su altar y su trono en la iglesia. 

Y a las muchachas que caminan en las procesiones de Semana Santa. O delante o detrás de cualquier anda en que se eleva el alma a Dios que está en los cielos.

Está ligada al olor a incienso y a las miradas seráficas de las niñas de mi pueblo cuando siguen abstraídas en el humo que emerge desde sus incensarios y sahumerios.

Cuando avanzan delante o detrás de los estandartes alentados por los sones de una banda de músicos extasiados detrás de sus instrumentos que emiten sones casi siempre gemebundos.

Y que recorren así conmovidos y piadosos las calles empedradas de lo que es mi comarca.
 
5. Panal de miel
 
Para siempre imborrable en el momento en que muera quedan su falda, su blusa y su trenza suelta sobre sus hombros. Para siempre imborrables su rostro ungido y sagrado como de virgen.

¡Porque no hay nada más hermoso o profundo que la imagen de la mujer en su dimensión transida, mística y sagrada!

Su boca que nunca pronunció mi nombre es mejor que sea así para que busque que ella encuentre mi nombre en la eternidad adónde vamos.

Los besos que no nos dimos jamás, es mejor que haya sido así; porque los anhelaré para siempre hasta el infinito a donde vaya.

Y el anhelo de volver a verla sea igual al anhelo de volver a mi pueblo no importa roto a pedazos.

Y como es en verdad el impulso indetenible de volver a mi teja, a mi candil, a mi velador ya polvoriento y destartalado en la casa abandonada. 

Como el impulso a volver a solo mirarla. A solo contemplarla. A los tejados en donde ella mora y que es lo único que me queda para salvarme. Y que es reconocerla allí con toda mi ansia, mi desvelo y mi alma. E imaginarme de nuevo, inocente, con mi destino por delante.
 
6. Sobre los abismos
 
Yo la vi de niña y me es inconfundible. Quizá yo la he concebido. ¡Y es ella! Imposible que en esto me confunda o equivoque. ¡Y eres tú! ¡Tú en esencia, tú en presencia, tú en confidencia!

Quien ha marcado mi casa, mi calle y cada esquina. Cada alero de las casas son sus alas. Y su falda de niña y de madre profunda es el cielo que cubre mi aldea. De madre prometedora. De protectora y abrigadora mía, niña mía del alma. Es el olor del adobe cuando llueve, el de la soguilla mojada de la escalera cuando queda a la intemperie; el de la tierra cuando germina.

Es la curvatura de los techos. El ángulo debajo de la cumbrera donde se guardan los granos de las cosechas y los vestigios que quedan de todo lo que fuimos, de lo vivido y no vivido. El rellano de la escalera cuando nos detenemos a mirar en lontananza.

De allí que sea su rostro el que se posa en lo alto de las tapias y de las torres de los campanarios. su imagen más allá y más arriba de las copas de los árboles y de las cumbres de los cerros. El ondular de las espigas del trigo en las colinas en la tenue luz del alba y cuando el viento las mueve suavemente.

La mies que reboza en las parvas. El aire que vibra y sostiene sobre los abismos el vuelo de las aves. El panal de miel en el árbol cuando a solas lo encontramos. El reventar de los senos de una niña cuando crece y se descubre mujer.
 
7. Por eso vuelvo
 
Ella es una sombra dolorida.

El ladearse de la teja en la techumbre, el regazo de una puerta, se viva o no se viva tras ella.

Son las hierbas en lo alto de los muros cuando la tarde está quieta. 

Yo la reclamaré a mi Dios cuando muera. A nadie más. Que me la devuelva. Porque no dejé de pensar un solo día en ella.

No me quejo ante él, porque todo se lo cuento. ¡Y como nunca en esto soy verdadero, porque tú has estado ahí viéndolo todo con tus ojos transparentes!

Y donde ella es como un ángel, como una virgen transida.

Y él ha respondido:

– Si crees en ella, entonces puedes esperar a verla algún día. Si perseveras. Si buscas la pureza con ahínco y afán sin límites. Porque es la mirada la que constituye el encuentro supremo.

De allí que tenga que pelear el mundo. Pelear la vida. Hasta saber que he vencido. Por eso vuelvo a mi tierra cada tarde.
 
 
EL RELEVO.

Por Armando Alvarado Balarezo “Nalo” (Perú)..
 
Las sombras caen en la comarca como cóndor malherido. En el jardín las luciérnagas empiezan a colorear las matas de verbena. Bajo el alero desfallece la luz crepuscular. Cornelio acaba de informarle a su amada sobre su destaque a una escuelita rural. Dos días más y saldrá de viaje al interior de la provincia donde permanecerá seis meses. Se aman tanto que separarse es muy doloroso para los dos.

Ellos se conocieron en un instituto pedagógico de la Costa. Con el paso de los meses se hicieron enamorados, luego convivientes, y desde hace tres años laboran en el pueblo como maestros de escuela.

Cornelio se pone de pie, y susurra:

- Entremos mi amor, hace frío.
 
Julia Dora camina cabizbaja junto a él. En la habitación se desnuda tentadora. Se recuesta en el lecho y abraza a su marido. La pasión perdura hasta el amanecer...

* * * 

Al tercer mes de ausencia Cornelio recibe la orden de retornar para recibir una semana de capacitación en el taller zonal de educación. Muy contento alista su equipaje, y esa misma mañana emprende viaje surcando los contrafuertes, llegando a su casa a las 11 de la noche. Ingresa a hurtadillas para darle una sorpresa a Julia Dora, no hallándola. La ceniza del fogón todavía está caliente.

Aguarda impaciente una hora...
 
Tanta espera comprime su alma. A la medianoche el reloj marca doce campanadas.

- ¿Dónde estará? –se pregunta preocupado, y sale a buscarla.

Después de caminar varias calles opta por tocar la puerta de uno de sus vecinos, luego de otro y otro sin resultado, hasta que uno de ellos le comenta:

- Estimado Cornelio, por favor no me tome por una persona ligera de palabras, pero es mi deber decirle, que aprovechando la oscuridad en el vecindario dos veces por semana, después de las diez de la noche, su esposa entra a la casa de Roberto, el maestro que lo relevó en el colegio -Cornelio hace lo imposible por serenarse y se despide. 
 
Rodea la manzana, trepa la pirca de la casa de Roberto y se introduce en el patio, desde donde observa la luz que sale por el marco de la puerta; se acerca, y mira a través del ojo de la cerradura. Preso de ira empuja la puerta. Roberto salta desnudo de la cama, replegándose contra la pared. Julia Dora se queda atónita. La ropa interior regada en el piso la delata. Cornelio frena en seco, y sin pedir explicación se marcha apretando los labios. Aún viéndola así no quiere perderla.
 
Al cabo de unos minutos Julia Dora retorna a su casa e ingresa al dormitorio, encontrando a Cornelio con la mirada perdida.
 
- Perdóname amor –le dice abrazándolo. Él hace el ademán de apartarla.

- ¿Por qué lo hiciste? –le pregunta; pero al sentir sus labios recorriendo su piel, ebrio de deseo se deja tentar, y cede una vez más al placer que Julia Dora aviva.
 
* * *

Cornelio despierta con los primeros rayos del sol y vuelve a la cruda realidad. Sabe que es imposible caer más bajo. Se viste en silencio, toma del velador una fotografía de su amada que duerme desnuda, y musita: "Ni con Julia Dora, ni sin ella", y sin escuchar la voz del deseo abandona la casa donde pasó tres años felices. Mientras camina siente en carne viva la mirada de los vecinos en la calle, y abandona el pueblo para salvar la poca dignidad que le queda.
 
* * *

Desde aquel día nada se sabe de Cornelio, solamente comentan que unos arrieros lo vieron contemplando el río desde lo alto de una angosta cañada.
 
 
  PRIMER VIAJE A LA MARAVILLA.

Por Alfonsina Barrionuevo (Perú).
 
El día en que viajé por primera vez a Machupiqchu  me tocó beber el sol  de madrugada, tal como hacían los sacerdotes inkas en la Plaza Mayor de Qosqo. Al respirar pude ver mi aliento congelándose en el aire mientras el frío traspasaba mis huesos penetrando hasta los tuétanos.
 
El tren iba a salir  a las siete en punto, pero antes solía hacer  sus  ejercicios de rutina moviéndose ruidosamente en el patio de la antigua Estación de San Pedro.  Admiré las  nubes de vapor  que envolvían sus ruedas. Densas a tal punto que parecía que lo iban a levantar en peso.
 
Cuando nos instalamos salió rápidamente, resoplando con fatigas de altura, y comenzó a trepar el cerro de Piqchu en zigzag, anunciando en cada esquina su salida con un largo pitazo de advertencia, como las teteras de las bodegas de la Cuesta de San Blas, cuando avisaban que el agua estaba hirviendo para servir el té piteado. Es decir un té “bautizado “con un chorrito de pisco puro para calentar a los parroquianos.
 
Por esos pitazos los cusqueños llamaban al tren, “la teterita de Latorre”, el  apellido de un señor que fue contratista de la construcción de la vía férrea de trocha angosta allá por 1926. Una vía doméstica de segunda para un destino de primera.
 
Mis entusiasmos desbordaban las expectativas. Visitar el santuario era un sueño que iba a compartir con Manuel Chávez Ballón, arqueólogo y apasionado historiador del Qosqo inka.
 
En su recorrido el tren se detendría en Huarocondo, en plena panpa de Anta. Allí tomaríamos un café y podríamos comprar unos deliciosos tamales para la hora del hambre. En Machupiqchu había un pequeño albergue,  sólo para turistas.
 
En nuestro descenso por el Valle Sagrado, mientras los sembríos se filtraban en mis pupilas en procesión de colores luminosos, el doctor Chávez Ballón me fue contando como el joven Kusi Yupanki, hijo del Inka Wiraqocha,  organizó  la defensa de la ciudad sagrada cuando los feroces chankas se acercaban  para arrasarla.
 
 Al abandonarla su padre se llevó a los únicos defensores que podían haberse quedado. Kusi Yupanki tomó las banderas de guerra sin arredrarse, multiplicándose como si tuviera alas. Su arrojo y don de mando se pusieron a prueba al convocar a los pocos señores que vivían en la región.
 
Le secundó Wilka Uma, el gran sacerdote, quien con suma sagacidad mandó vestir a unas enormes piedras, existentes en las alturas de Xaquiqawana,  con atavíos de guerra que hizo sacar de los tanpus o tambos donde se guardaban abastecimientos. Mantos, chu’kus o gorros a manera de casquetes reforzados, rodelas de maguey con malla de metal y piel, petos de cuero que se colocaban sobre los unkhus o túnicas y porras. Desde lejos parecía un ejército agazapado, amenazante, espectando las acciones, para levantarse prestamente en el momento preciso y combatir.  Tan reales, tan altivos, que al pasar por allí Kusi Yupanki y les gritó sonriente, pensando en refuerzos inesperados.
“¡Qué hacen allí sentados, hermanitos!  ¡Vamos a pelear!”
 
A su llamado los “guerreros de piedra” se pusieron de pie avanzando con una fuerza arrolladora, agitando las unanchas sobre sus cabezas y vociferando imprecaciones que hicieron vibrar de valor a las escasas huestes que tenía. Así pudo desarticular a los belicosos chankas que retrocedieron desbandándose ante el empuje de su gente. Al terminar Kusi Yupanki conoció la identidad mítica de sus refuerzos y los llamó purun aukas o pururaukas.  ¡Valerosos guerreros de piedra!
 
La visión del poderoso Willkamayu,  el río que nace de una lágrima solar, me emocionó. Faltaba poco para llegar a la ciudad inka. Instintivamente bajé la cabeza cuando entramos en un pequeño túnel y en mis labios se prendió una sonrisa.
 
No creí haber llegado cuando el tren se detuvo en un pequeño villorrio. Aquel era la estación final llamada Aguas Calientes porque tenía un afloramiento de aguas termales. Bajamos sin más en un andén polvoriento. Al frente unos chiquillos de pies descalzos miraron con curiosidad a los viajeros que descendieron del tren. Este se quedó estacionado hasta media tarde, para devolvernos al Qosqo.
 
Nos acomodamos en un microbús que esperaba y nos fuimos cuesta arriba, zigzageando por la ladera del cerro viejo. Hasta que llegamos a un espacio abierto, en medio de la vegetación, donde se recibía a los visitantes.  El administrador del hotel salió premuroso a la puerta y nos abrumó con sus atenciones, invitándonos a tomar un mate de coca.
 
A unos pasos, oculto por la vegetación, Machupiqchu aguardaba  con sus silencios,  desafiando al tiempo en la eternidad de la piedra. Entonces se  entraba  por un pasadizo estrecho que al terminar mostraba su majestuoso  escenario.  Al fondo me estremeció  la magia del paisaje que ofrecen  los fértiles valles de Kollpani y la cadena de picos con el Kutija y el Phutukusi emergiendo de  frondas azules  como guardianes abuelos.
 
Recuerdo haberme recreado escribiendo sobre las viejas parcelas de hierba en su airosa arquitectura, sus acrobáticos andenes,  sus escalinatas hechas entre vértigos y precipicios.  Tenía que volver y lo hice por el camino inka haciendo ch’allas de flores y dejando k’intus de coca en los templos de paso.
 
 
ANASTASIO POCACOSA ENCONTRÓ UNA LÁMPARA MARAVILLOSA (Microrrelato).

Por Andrés Fornells (España).

Anastasio Pocacosa era un hombre cuyo mayor atractivo físico era ninguno y, atractivo espiritual, una candidez increíble, conmovedora.

Admirador de todo lo bello, Anastasio la primera vez que vio a Princesita Pérez pasar por delante de él experimento un fenómeno extraño, totalmente nuevo para él: le creció un rosal en pleno corazón, y supo que este increíble fenómeno significaba que se había enamorado, perdidamente, de ella.

Princesita Pérez era extraordinariamente hermosa. Debido a esta irresistible cualidad física, los pretendientes le crecían igual que le crecen los hongos al buen fungicultor.
Anastasio Pocacosa entendió que con toda aquella corte de admiradores que siempre rodeaba a Princesita Pérez él no tenía nada que hacer, y se lamentaba de ello:

—Nunca se fijará en mi insignificante persona, teniendo como tiene esa multitud de admiradores, muchos de ellos tan bellos como el Príncipe Azul.

Un día que Anastasio, mientras hacia un hoyo con la intención de plantar un cerezo en el pequeño patio de la vieja casita heredada de sus padres, se llenó la enorme sorpresa de encontrar allí una lámpara. Por haberle él visto otra lampara igual a Aladino, un personaje de Walt Disney supo lo que debía hacer. Empezó a frotarla y no tardó en salir de su interior un genio que le dijo:

—Vale, pide un deseo y te lo concederé.

—¿No son tres los deseos? —reclamó Anastasio que había visto varias veces aquella ilusionante película.

—No, ya no. Llevo tantos deseos gastados que pronto no podré conceder ni uno solo más.

—De acuerdo. Concédeme que todas las noches Princesita Pérez sueñe conmigo.

—Vale. Concedido.

El genio regresó al interior de la lámpara. Y Princesita Pérez comenzó a soñar todas las noches con Anastasio Pocacosa. Al mes de soñar con él, Princesita fue en su busca y cuando lo tuvo delante le dijo:

—Vente a vivir conmigo, pues si te tengo a mi lado cuando duermo tendré el descanso de no soñar más contigo.

Anastasio Pocacosa disfrutó plenamente de Princesita Pérez de la que, vista la elección suya, todos sus pretendientes, despechados, dijeron de ella que era tonta y no la molestaron más. Los tontos eran ellos por no darse cuenta de que ella era inmensamente feliz con Anastasio porque él la adoraba las veinticuatro horas del día y de la noche y se desvivía cada minuto para hacerla inmensamente feliz.
Y colorín colorado…

 
UNA REAL HISTORIA DE AMOR (Narración).

Por Addhemar H.M. Sierralta (Perú).
 
Alrededor de las 11 de la mañana del primer domingo de octubre, en Talara hace mucho tiempo, ocurrió algo singular que marcaría para siempre la vida -por lo menos para un par de seres humanos- y hasta hoy aquello vive en sus recuerdos como algo singular.
 
Con un sobre en su mano izquierda caminaba con gracia una bella jovencita de cabello corto y bellos ojos. El sol brillaba en su esplendor y sus pasos por la vereda conjugaban armónicamente con su andar y el movimiento de su falda. Pero a su vera en la pista tres automóviles, lentamente, seguían sus movimientos. Los dos primeros conductores tenían la oportunidad de hablarle pero no así el tercero que no podía hacerlo. Indudablemente los tres jóvenes muy interesados en ella.
 
El tercer muchacho, que piloteaba un Volkswagen color crema de los años sesenta, decidió detener su automóvil y bajó para seguir a la chica caminando algo rápido para acercarse. Al hacerlo se dio cuenta que la joven tenía un lunar en la parte posterior de una de sus piernas y se acordó que la mejor forma de abordar a una mujer es arrancarle una sonrisa.
 
- Amiga –le dijo cuando estaba muy cerca- tienes una mosca en tu pierna.
- Tonto, no es una mosca es mi lunar, y no soy tu amiga –respondió mientras sonreía.
- Ah es mejor que no sea una mosca porque tu lunar es muy lindo. Y ojalá pueda ser tu amigo.
 
Los dos jóvenes en los primeros autos al ver que el tercero había entablado conversación con la chica se marcharon.
 
Unos cuantos pasos más y la chica se detuvo.
 
- No me sigas más, dijo ella.
- Por qué…dije algo malo, exclamó el muchacho.
- Es que llegué a mi casa y voy a entrar.
- Hum ya veo que aquí vives. No te preocupes ya me iré…pero por qué tienes ese sobre en tu mano.
- Es una carta para mi novio pero como la oficina del correo estaba cerrada no pude enviarla y lo haré mañana.
- Será tu ex novio porque en adelante yo seré tu novio, contestó el joven.
- Realmente eres un creído pero me das risa…
- Pero mientras te visitaré otro día como amigo, te parece, inquirió.
- Si me encuentras podría ser.
 
Y luego de presentarse, dando a conocer sus nombres y actividad que realizaban, se despidieron. Ninguno de ellos sabría que ese domingo marcaría el comienzo de algo insospechado.
 
A partir de ese día nuestro amigo fue a visitarla y salieron a ver un partido de básquetbol, a pasear por la frontera con el Ecuador y un día tomando un trago en el Club de Golf, camino a Negritos, la conversación tocó el tema del susodicho sobre. Resultó que el novio de la chica  había sido compañero de colegio del muchacho.
 
- Si lo conocí -dijo él- pero  no es para ti…en verdad quien será tu novio y se casará contigo seré yo. Tendremos tres hijos, el mayor hombre, luego una mujer y el tercero hombre.
- Realmente eres muy creído si piensas que ocurrirá lo que mencionas. Yo no tengo nada contigo y por favor llévame a mi casa ahora, exclamó ella medio molesta.
 
Y así ocurrió. La llevó  a su casa y al llegar los recibió una tía de ella quien empezó a conversar con el joven.
 
- Y a qué te dedicas, preguntó la tía.
-  Soy supervisor, asistente de Comunicaciones, contestó el muchacho.
-  Ah…recién empezando  -comentó ella en tono burlón- quiere decir que eres un “pichiruchi”.
-  Si, ese “pichiruchi” que no es nada según lo piensa, llegará a gerente un día , le contestó el joven algo mortificado.
 
Y pasaron los días, semanas y meses…y ocurrió que la jovencita y el muchacho se enamoraron, fueron novios –aunque nadie pensaba que estarían como pareja mucho tiempo- y terminaron casándose. Obvio que la gente decía que no llegarían a un año de casados. Pero el destino tenía deparado otra cosa: tuvieron tres hijos, hombre, mujer y hombre, como lo había dicho aquel día el joven de marras, quien por supuesto llegó a gerente. Y ella se distinguió como enfermera en el extranjero.
 
Un día el joven esposo le preguntó a su mujer la razón por la que se decidió por escogerlo a él y no al noviecito que tenía.
 
“Te diré que tu eres como  el Ombú africano, ese árbol enorme, frondoso y  ancho y yo al intentar abrazarte mis brazos no alcanzaban para ello…te sentí fuerte protegiéndome con tu sombra. En cambio a mi ex novio lo percibía como un niño de mamá al que tenía que cuidarlo”…por eso decidí por ti.
 
Los matrimonios, con sus etapas buenas y malas, saben aprender de sus errores. En una separación que tuvo la pareja ella respondió a una amiga: “En verdad lo extraño…aunque sea para pelear”. Mientras el muchacho se acordaba que la unión familiar era lo importante. Siempre evocaba lo que sabían: que el amor es una decisión y por ello volvieron para beneficio del hogar y de su cariño inmenso.
 
Y pasó el tiempo, años y años, décadas y décadas…y a casi medio siglo del domingo de octubre aquella pareja con hijos, nietos y bisnietos, superando todo problema, nos hizo ver que ser el último que la seguía, ser el “pichiruchi” que recién empezaba y que nadie apostaba por la relación no los asustó y llegaron, por su amor, a vencer los obstáculos y alcanzar sus metas. Ello porque para quienes tienen corazones valientes no hay nada imposible.
 


  
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Fuente: 

TIEMPO NUEVO INTERNACIONAL
 
 
Addhemar Sierralta
 
Año 10 Nº 326 de 4 de abril de 2018