miércoles, 13 de diciembre de 2017

COYUNGO LA CANTUTA Y GOYO, CANTOR DEL PUEBLO - POR WALTER VIDAL TARAZONA

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COYUNGO LA CANTUTA Y GOYO, CANTOR DEL PUEBLO

Por Walter Vidal Tarazona

“Negrito yo soy tu tío”.
pichinguito chivillo
(Canto de sirena, p28)

       La gloriosa Promoción “Walter Peñaloza”–1959, de la ENS “Enrique Guzmán y Valle” de La Cantuta cuenta entre sus integrantes a un ilustre escritor coyungano, que ya no está entre nosotros. Él, Gregorio Martínez Navarro, ciudadano del mundo, como otros notables peruanos, murió fuera de su país. Nació en Batanes, caserío del caluroso distrito de Coyungo–Nazca, un 12 de marzo de 1942. Fue uno de los más destacados representantes de la Generación del 70. 

     Su paso por La Cantuta -entre 1959-1961- lo hizo como alumno de la sección Superior de Educación Primaria. Como tal, hoy lo recordamos un tanto introvertido, pero de fácil coloquial conversación y sin dificultad para expresar espontáneamente su pensamiento. En lo personal, recuerdo sus visitas en el cuarto que compartía con otros cuatro compañeros de distintos lugares del Perú profundo; y me buscaba más de las veces para mostrarme sus pergeños de prosa o verso, escritos en una hoja suelta o a veces en un cuaderno. “¿Qué te parece esto… es un borrador. Yo lo leo”, -solía decir siempre. En una de aquellas visitas retrató a su tierra, con “su población quemada, porque ha recibido también a la gente andina -lo decía mirándonos de reojo con cierta intencionalidad- que bajaba en busca de trabajo en las haciendas algodoneras…  aunque no recuerdo si algún paisano tuyo”, concluía dirigiéndose a mi persona. 

      Hoy, leyendo alguna de sus obras puedo deducir que aquella tierra calurosa, donde nació y vivió su infancia, lo marcó definitivamente con un sello muy personal y fue ella su principal fuente de inspiración. En casi todas sus obras consagradas está presente Coyungo, lo está de manera especial en su novela Canto de Sirena (Lima: Mosca azul, 1977), en la que Coyungo es el principal escenario de los hechos narrados allí, aunque, y marginalmente, la obra termina en Lima, en la hacienda de Higuereta y Surquillo. Así, nos cuenta que: “Fracchia y Grondona compraron Coyungo no para sembrío sino para criadero de burros (p.65) [.…] calculando que tendrían Puerto Caballa a libre disposición para desembarcar contrabando (p.67); más adelante rememora: […] Coyungo era solo monte que apenas había cinco casas de carrizo con barro, pero ese mismo año, los socios, Fracchia y Grondona, comenzaron a sembrar algodón" –añade después- “Por donde se le mire, Coyungo es únicamente un filo de tierra arrimado a cada orilla del río [Grande], más arriba solo hay la arena muerta, los médanos, los cerros altos que llegan hasta el mar […] (p.92).

      En uno de nuestros últimos encuentros, siempre en La Cantuta, me mostró un poema, que, apenas terminó de leer, yo, con esa sencillez pero confidencialidad sobre nuestros garabatos literarios, le dije que más me gustaban sus prosas. La primera visita a mi cuarto, se habría debido a una publicación mía, en el periódico mural de los estudiantes ancashinos, sobre un viaje imaginario de Lima a Huaraz, “en compañía del río Santa, que saliendo de la laguna de Conococha nos da la bienvenida, y se pone a bailar reptando entre los ichos en la desolada puna; ya bullanguero, con su waynito, baja acompañándonos hasta Huaraz querido”. Goyo me manifestó que este escrito le había gustado.

      Al margen de estos episodios de escribidor que nos juntaba, también conversábamos, a veces en presencia de mis compañeros de cuarto, sobre otros temas, entre los cuales, los referidos a los cursos que llevábamos. Recuerdo que nos divertíamos haciendo referencia por su apodo al profesor Mendoza. En este y otros casos mostraba una resuelta irreverencia hacia las cosas establecidas, actitud que también nuestro compañero de promoción Humberto Ñaupas Paitán, en su artículo “En torno al libro de los espejos: 7 ensayos a filo de catre”, encuentra en el ensayo Fellini & Fellini, una referencia irrespetuosa que Goyo hace del Dr. Walter Peñaloza “[…] por un lado – dice Humberto Ñaupas- cita y reconoce que " la Normal Superior de la Cantuta es la mejor institución de América Latina, en su género […] y por otro, regatea los méritos del Dr. Peñaloza, cuando dice: "La Cantuta [...] fue calco y copia del College norteamericano, jamás creación heroica de algún educador o filósofo (Walter Peñaloza), como luego lo pintó la leyenda (p.82)”.

      Si bien en su corto peregrinaje por la Escuela Normal, Goyo no publicó ninguna producción suya, al parecer, empero, es en La Cantuta donde empieza a incubar las ideas que fortalecerán, después, su brillante producción literaria. Creo que en esta etapa de su vida como escritor se habría dado cuenta de la necesidad de herramientas para facilitar un mejor cultivo de las letras, instrumental que posteriormente le va a proporcionar la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudió Literatura y Lingüística e hizo docencia después. Pero como él mismo lo reconoce, por boca del protagonista de su novela (cit. in supra), don Candelario Navarro: “La manía de la escribidera, de llevar apunte, la he tenido desde muchacho, no es que esté disvariando de viejo como alguien dijo al verme aquí en esta mesa, sentado, [Coyungo], con lápiz y cuaderno, anotando y llevando la cuenta de todo lo ocurrido y también de lo que no sucedió en el momento que le tocaba suceder, no por vicio y ociosidad, sino que esa es mi costumbre, porque cada quien sabe cómo pela su higo [papa], no ves que de un molde nomás no hemos salido todos, y a mí me parece, tengo la impresión, que escribiendo a uno se le desatan las ideas que tiene en la cabeza bien amarradas […]” (pp.58,59).

      Humberto Ñaupas (cit. in supra) dice que “su vocación por la literatura nace en La Cantuta, bajo el influjo de poetas y escritores, como el profesor Manuel Moreno Jimeno, Washignton Delgado, Luis Jaime Cisneros, Oswaldo Reinoso, Luis Alberto Ratto, Leopoldo Chiappo Galli, Guillermo Daly, Leopoldo Martínez Vidal, entre otros.”

        Sin embargo, Goyo, recién en 1975, nos hace su primera entrega con Tierra de caléndula, un ramillete de cuentos donde retrata la pobreza en Coyungo, con ese lenguaje que hacen gala sus habitantes afrodescendientes; pero a partir de este año su producción se hace abundante. Canto de Sirena, que ya hemos citado, gana el Premio bienal de Novela José María Arguedas. La gloria del piturrín y otros embrujos (1985), Crónica de músicos y diablos (1991), "Cajón de Sastre: entre pornógrafos y alta costura" (1991), Biblia del guarango (2001), La Guitarra de Palisandro (2002), Libro de los espejos. 7 ensayos a filo de catre (2004), Diccionario abracadabra. Ensayos de abecechedario (2009), Mero listado de palabras (2015), entre otros más, son trabajos publicados, en vida, por el autor.

        En sus relatos, Goyo nos sorprende con el lenguaje, por el gran parecido al de la gente andina de Ancash, debido a los giros vulgares y otros peruanismos que usa; por ejemplo en el siguiente pasaje, de su novela Canto de Sirena cuando dice: “Los chinos ahí donde uno los ve son cosa seria, ellos, con esa pachocha que tienen, le sacan los colmillos [a la víbora] con un alicatito fino y luego la meten enterita, con tripa y todo en un frasco de aguardiente, entonces el que está tísico va y compra todos los días en la mañanita una copa de ese compuesto para sanar de la tisiquez y efectivamente ya no se muere” (p.27).

        A Goyo, en honor a la verdad, no volví a verlo desde que salimos de la Escuela. En San Marcos, a pesar de que el principal Patio de la antigua Casona era un sitio habitual donde frecuentábamos tanto los estudiantes de Letras como los de Ciencias Económicas, jamás me encontré con él. Sabemos por referencia, que durante su estadía en San Marcos, frecuentaba con los poetas Cesáreo Martínez, Hildebrando Pérez, Juan Ojeda y otros, el famoso bar- restaurante Palermo. Ahí habría conocido a Martín Adán, a Gálvez Ronceros, Augusto Higa, Miguel Gutiérrez; y también allí se habría reencontrado con nuestro profesor de La Cantuta Oswaldo Reynoso.

        Cuando se fue a Francia, estuvo dos años en la Universidad de Grenoble. Y cuando se fue a vivir a los Estados Unidos, continuó haciendo vida académica. Estaba en Arlington, Virginia, cuando le sorprendió la muerte el 7 de agosto de este año 2017, mientras revisaba su última obra que llevará por título Pájaro Pinto y será presentada en Lima el mes de enero entrante.
              
        En su Dominical, “El Comercio”, titula así la noticia de su muerte: “Gregorio Martínez: el último cantor popular”. El autor de la nota, al hacer referencia a Coyungo, señala como una zona de encuentros de andinos y afrodescendientes, como fue el caso de sus padres –indica el periodista- un indio de Lucanas (Ayacucho) y una mulata de Acarí (Arequipa); en seguida se refiere a su familia, diciendo: “Con 11 hermanos la sobrevivencia fue dura para la familia. El mismo Gregorio trabajó desde niño en distintas haciendas algodoneras como asalariado.”

        Bueno, quisiera terminar, manifestando que, el paso de Goyo por esta aldea que es ahora la Tierra, por obra y gracia de la globalización, me ha confirmado que va a ser difícil que la muerte quiera salirse con la suya sorprendiendo a hombres como Gregorio Martínez; sin embargo ya me ha causado un dolor profundo en mi alma, porque se lo llevó antes que yo lo buscara como él lo hizo en La Cantuta. Estoy seguro que en otro lugar de la vida lo buscaré y le ofreceré acompañarlo en su reencuentro con Oswaldo Reinoso, Washington Delgado, Luis Jaime Cisneros, Manuel Moreno Jimeno, José María Arguedas, Miguel Reynel, Javier Sologuren y otros brillantes profesores nuestros que ya no están en este lugar de la vida".