martes, 13 de junio de 2017

“CUBA, LAS AGUAS DEL DESTINO” - POR ÁNGEL GAVIDIA




 “CUBA, LAS AGUAS DEL DESTINO”

Escribe Ángel Gavidia

            Jacques Cousteau, el legendario caminante de las aguas del mundo, ancló ante nuestros ojos en Cuba, la isla de “El viejo y el mar” de Hemingway  y de “La historia me absolverá” de Castro.

            Como salmón feliz, el viejo explorador se zambulló en las aguas una y otra vez. Hurgó por los bosques de corales, por esqueletos de viejísimos barcos que murieron, conversó con un tiburón-ballena pletórico de atunes y hasta filosofó contagiado por la profundidad “la vida parece haberse dado en este sitio cuidando escrupulosamente la belleza”, dijo.

            Pero Cousteau no es un pez, es un anfibio y salió muchas veces a la tierra: metió su afilada nariz en los cañaverales, las fábricas de puros, las ganaderías lecheras, la música del trópico con güiros y tambores, y volvió otra vez a las aguas: los criaderos de cocodrilos y langostas, las grandes trampas-jaula para peces; pretendió navegar también  en el río de la historia; pero este hábil marino se mueve en él muy torpemente,  a pesar de que las palabras  al Jefe  de la Base Naval de  Guantánamo podrían hacer suponer lo contrario: “Sólo soy un buzo o mejor dicho un pez que no comprende por  qué esta división si el mar es el mismo”.

            Pero Jacques Cousteau vino a tomarle el pulso a la tierra y al mar, al animal y al hombre, a la planta y al aire. El pequeño detalle, el humo de la fábrica, el puro ausente en la indumentaria de Fidel, la alegría del poblador cubano, la extraña fiesta aquella mitad religiosa mitad  pagana en la cual hacen ronda a un árbol pidiéndole se cumpla algún deseo, en fin,  el colegio de niños con clases de ruso o inglés según la afición de cada quien…

Sin embargo, el sentirse popular y ovacionado entre los adolescentes que sabían de él y de su barco “Calipso”  es una cosa; otra, el diálogo  tenso con Fidel Castro, el presidente de Cuba:

-¿Qué le hace creer que el camino que Ud. ha elegido es el único capaz de llevar la felicidad a su pueblo?-  preguntó el francés al cubano como quien le lanza un arpón.

-Hemos superado la desnutrición, la altísima mortalidad infantil y el analfabetismo. Pero yo soy el acusado. Pídale al pueblo la respuesta- retrucó el Comandante.

El oceanógrafo francés, tras reconocer lo cuidado del mar isleño, preguntó sobre especies en extinción.

-Encontramos dos - dijo Fidel remontándose  a 1954-: El manatí y el cocodrilo. La revolución los protegió  y ahora el peligro ha pasado.

Cousteau preguntó entonces  por el uso de la fuerza en defensa de la ecología.-Más que la fuerza –contestó el presidente cubano- la persuasión, la concientización. Esta tierra es de todos y hay que cuidarla.

La base naval que mantiene Estados Unidos en territorio cubano, de acuerdo a un antiguo tratado que la Revolución desconoció, caldeó el diálogo aún más.  Dijo Castro que consideraba una humillación al pueblo de Cuba la presencia militar   norteamericana en Guantánamo. “No puede ser una humillación –replicó el visitante- es más bien una respuesta a la ayuda militar soviética”. Castro respondió con dolor y vehemencia. El viejo Jacques, como haciendo un golpe de timón, comentó sobre la estatuilla de una vaca lechera que pacía indiferente entre los papeles del escritorio de Fidel. “Tenemos el record mundial –dijo el Comandante—.Valdría la pena hacer una estatua más grande a esta vaca que alimenta a los niños y a los viejos de Cuba”. El explorador sonrió. El líder socialista siguió con el ceño fruncido.

No sé  porqué Jacques Cousteau tituló a esta parte de un larga serie de exploraciones “Cuba, las aguas del destino”. Ignoro igualmente la circunstancia que me llevó a la televisión a esa hora. Reparo, sin embargo,  desde la soledad de mi escritorio, que está muy cerca el aniversario de la Revolución Cubana, y que  mis sueños, muchas veces, tuvieron por destino no las aguas pero sí las calles de la Habana.

T.22.7.91

(Publicado en el diario “La Industria” de Trujillo)