martes, 21 de marzo de 2017

EL MOLINO DE PENCA - POR ÁNGEL GAVIDIA RUIZ

Pintura: El molino de penca
de Eladio Prisciliano Ruiz Cerna
 
 
EL MOLINO DE PENCA

Fue uno de esos días en que todo se encuentra al alcance de la mano: el matarife olvidó su cuchilla a la vera del camino, junto a una piedra que usaba como afilador; las pencas que orillaban el sendero ofrecían, esa mañana, hojas espléndidas y, para redondear, pude encontrar, al fin, una caída de agua a la medida de mis sueños. Es decir, todo para un molino de penca.
   
Elegí la penca más hermosa. Corté, desde la base, su parte central, cuyas hojas fuertemente adheridas formaban un cono perfecto. Coloqué espinas en el tercio inferior del cono circundándolo a amanera de hélice. Hice rápidamente los demás arreglos  y   guié el agua, con otra hoja a modo de canal, hacia la mariposa de espinas.
   
El cono comenzó a girar primero torpemente, hasta que poco a poco fue adquiriendo destreza y ya no se paró.
   
Tendido en los helechos me quedé viéndolo chasquear el agua, sintiéndolo salpicarme la cara y así estuve hasta el atardecer.

Pero un molino que se preciara de tal (y el mío lo era) debía tener por lo menos un duende habitando su entorno. Como el del Ahijadero, por ejemplo, que asustaba a los niños pequeños y les daba pesadillas, o el de Succha que era más facineroso aun.
 
Pero, ¿cómo llegaban los duendes a los molinos?, ¿acaso los olfateaban en el aire?, ¿o llegaban atraídos por las melodías que produce el agua al dejarse rodar por las pendientes?, ¿o aparecían, como aparecen los sapos en las charcas, sin saber de dónde ni cuándo han venido?

De una u otra forma era cuestión de esperar.

Todos los días lo visitaba atento al primer indicio que me sugiriera el arribo de tan ansiado huésped.

En ese ir y venir llegó enero y, con él, la lluvia y la creciente.

Un día llovió tanto que los caminos se convirtieron en furiosos riachuelos. Al día siguiente, muy temprano, vadeando, llegué al lugar: sólo encontré una profunda zanja con lodo negro y piedras.

Mi molino, sin embargo, vivió allí. Allí, entre alisos, a la vera del camino. Se alimentó de una pequeña pendiente de agua limpia. Tuvo una vida corta. Vivió esperando al duende que, acaso, no llegó.
De El molino de penca de Ángel Gavidia (1998)
 

Angel Gavidia Ruiz