sábado, 21 de mayo de 2016

EN EL DÍA DEL CADETE CINPIP: EL CADETE MIYASHIRO - CÓMO ELEGÍ MI PROFESIÓN: POLICÍA - POR EL TENIENTE GENERAL PNP (R) MARCO ENRIQUE MIYASHIRO ARASHIRO


EN EL DÍA DEL CADETE CINPIP:

EL CADETE MIYASHIRO

CÓMO ELEGÍ MI PROFESIÓN: 
 
POLICÍA

Teniente General PNP (r) Marco Enrique Miyashiro Arashiro

Muchas personas se han acercado a preguntar por qué en el Debate Técnico mencione con tanto orgullo que soy un Policía con 35 años de experiencia. Aquí les dejo mi respuesta:

Mi Voluntariado en el Hogar de Menores de Chucuito

Terminar los estudios secundarios constituyó alcanzar una meta en mi vida; sin embargo, en mi interior tenía muchas interrogantes: ¿Y ahora qué?, ¿Qué carrera elegir?, ¿Por cuál carrera profesional o técnica debía optar?... La falta de experiencia sobre la vida misma incrementaba mis dudas.


Durante los dos últimos años de secundaria, como actividad extra escolar, y aprovechando mi experiencia como integrante del Clan de Rovers del Grupo Scout Callao No. 3, me dedicaba a dar recreación a los niños internos en el Hogar de Menores San José de Cluny de Chuchito-Callao; y para las vacaciones de verano, como premio a quienes habían tenido buen comportamiento, se les llevaba por quince días a la Playa de Punta Hermosa; siendo tres los grupos de niños, tenía que pasar cuarenta y cinco días atendiéndolos. Para que me ayude en esta tarea, había seleccionado a uno de ellos, a “Fico”, (sus edades eran de ocho a catorce años), porque observé que tenía condiciones de líder.

Con cada grupo, en la última noche, realizábamos una caminata hacia los arenales, y por el camino íbamos recogiendo todo aquello que luego quemaríamos en la “Gran Fogata”, donde entre cantos, juegos y risas, terminábamos con las “Reflexiones Personales”; ese era el momento en que cada niño daba su testimonio, acerca de sus problemas y las perspectivas que tenían, para luego asumir el reto y compromiso de corregir sus defectos y seguir por la senda del bien; era un acto simbólico en que se quemaba lo negativo y a la vez se elevaba una oración para cambiar hacia lo bueno. La mayoría de esos menores se encontraban en abandono moral o material, de padres que los abandonaron o que se dedicaban a la delincuencia, el alcoholismo, la prostitución o eran reos en cárcel.

Tomé la decisión de ser Policía de Investigaciones del Perú

Fue quizás, el escuchar estas narraciones, lo que me animó a escoger la profesión de Policía por cuanto podría combatir a la delincuencia y hacer algo para proteger a los menores. Como había terminado mis estudios en el Colegio Militar Leoncio Prado, no quería continuar utilizando uniformes, como lo haría en la Guardia Civil o Guardia Republicana, por lo que opté por postular a la Escuela de Oficiales de la Policía de Investigaciones del Perú. 


Soy un convencido de que la forma como un muchacho elige la profesión a seguir, muchas veces se basa en aspectos secundarios; en mi caso, estaba motivado porque quería proteger a la niñez y juventud de los estragos de la criminalidad, pero no quería vestir un uniforme de policía. Eso se debe a la inmadurez de la juventud, y con las vueltas que da la vida, la Policía de Investigaciones del Perú pasó a formar parte de la actual Policía Nacional del Perú, resultando que en los últimos años de mi carrera, el uso del uniforme fue obligatorio para todos sus integrantes.

Ingresé a la Escuela de Oficiales PIP


Quería hacer referencia a una frase muy común, que afirma que para ingresar a la policía se necesita de “La Vara” o la influencia de alguien con poder que recomiende el ingreso. Durante mis tres años de permanencia en el Colegio Militar Leoncio Prado, mi compañero de dormitorio, es más, del mismo camarote, fue Rubén. El último día de estadía en el colegio, cuando estábamos retirando nuestras pertenencias, me dijo: “Marco, sé que quieres postular a la Escuela de Oficiales, mi padre es Inspector Superior y Director de Personal, si tú deseas conversamos con él para que te ayude a ingresar…”; mi respuesta fue inmediata: “Muchas gracias Rubén, pero quiero postular sin ninguna ayuda, y si no ingreso es porque no sirvo para la policía; entonces estudiaré otra profesión”. Rubén me refutó: “Chino, la vida no es así…, de todas formas el ofrecimiento está hecho”. Finalmente, luego de mucho esfuerzo y peripecias, ingresé.

El contenido de la frase de Rubén: “La vida no es así…”, la percibí en innumerables ocasiones, tanto al interior de la policía como en diferentes instituciones públicas y privadas: actos de injusticia, desigualdad en el trato a las personas, parcialización, quebrantamiento de las normas; todo ello según el criterio y la decisión de quienes gozan de cierto poder, poder que siempre será temporal y volátil.


Y verdaderamente “La vida no es así…”, porque me gradué como Oficial, y con el transcurso de los años, llegué a alcanzar la máxima jerarquía y desempeñarme en el más alto cargo como Director General de la Policía Nacional del Perú, pero las necesidades del servicio hicieron que la mayor parte de mi carrera la dediqué a la lucha contra el terrorismo; consecuentemente aún queda pendiente la tarea de luchar por encauzar a nuestra juventud por la senda del bien al servicio de nuestra patria.


La imagen de la policía en mi hogar

Durante los cuatro años de Cadete de la Escuela de Oficiales, conté con el apoyo de mi familia; sin embargo en casa siempre se comentaban las noticias difundidas por los diarios o la televisión, especialmente sobre actos de corrupción cometidos por policías; a todo eso se le sumaban los comentarios de los amigos; después venía la pregunta llena de sarcasmo: ¿Y tú como serás…?


Un día antes de la clausura del año académico PIP-1974, de mi graduación como Oficial de Policía, invité a mi madre para que concurra a la Ceremonia porque me iban a entregar un premio por ocupar el primer puesto en la especialidad de Investigación Criminal; su respuesta fue: “El día de mañana iré a la ceremonia, pero ahora que ya te has recibido y logrado ser un Oficial de la Policía, ¿porqué no pides tu baja y te dedicas al negocio?”. Cuando le pregunté el porqué, me respondió: “Por los policías que conozco, y no quiero que te vayas a convertir en un borracho, mujeriego o sinvergüenza…”

Mi propia madre, pese a todo su apoyo durante mi etapa de formación no compartía mi decisión de que fuera policía. Sin embargo, sus palabras me acompañaron durante toda mi carrera y me ayudó a alejarme de las tentaciones. Ya cuando pasé a la situación de retiro, en una conversación me dijo: “No pensé que ibas a llegar tan lejos, estoy orgullosa de ti”.
 

El corolario de esta historia

Habían transcurrido casi diez años desde mi ingreso a la Escuela de Oficiales, ya era Comisario Segundo de la Policía de Investigaciones del Perú; es cuando entonces me entero de que “Fico”, aquél menor que me ayudó durante 45 días en la conducción de los niños en la playa, se había convertido en uno de los delincuentes más buscados del país; siendo conocido como el “Loco Perochena”, uno de los asaltantes más ranqueados en la historia policial peruana de los años ochenta.

Esta anécdota me hizo reflexionar sobre una de las tantas paradojas que se me presentaron durante mi carrera policial. El haber compartido mis años juveniles con un menor, a quien lo tuve bajo mi cargo durante dos horas semanales y después durante cuarenta y cinco días; y que con el paso de los años se convirtió en un avezado delincuente. Sin embargo, fueron precisamente esos menores internos en el Hogar San José de Cluny de Chucuito - Callao, quienes me motivaron a elegir mi profesión de Policía.

Las dos caras del derrotero de un delincuente

Si bien les he narrado la forma y circunstancias en que el Movimiento Scout influyó para la elección de mi carrera profesional, quería añadir un escrito que encontré navegando en la Internet, es una página del Gobierno Regional del Callao con el título de “Tradiciones Chalacas: Delincuentes Famosos”; en la que se narra la Historia de Federico Perochena y aparece suscrito por él mismo. Esto nos permitirá ver el otro lado de la medalla, de contenido por sí dramático, y que transcribo, para que conozcan su propia visión de vida:

“Voy a contarles algunas partes de mi vida. Yo provengo del Callao, tengo una familia muy numerosa, viví en la primera cuadra de Colón, somos 14 hermanos: 9 mujeres y 5 hombres, soy el N° 12 entre mis hermanos, provengo de una familia muy humilde. A la edad de 5 años, recuerdo que mi padre era resguardo de aduanas y mi madre era ama de casa, siempre hubo muchas necesidades, de cariño, de alimentos, falta de amor. Ahora entiendo por qué hemos sido una familia muy numerosa; yo fui lo que fui, porque ahora ya no lo soy, un delincuente muy “avezado”, y muy conocido; porque desde temprana edad, no tuve el alimento en mi hogar, ni mucho menos comodidades. Eso me llevó a las calles e irme a los mercados y a las casas para pedir comida (lo que les sobraba) y llegaba a mi hogar con algo de comida para darles a mis hermanos.

Cuando mi madre me mandaba al colegio, iba con la intención de esperar el recreo, para escaparme a las calles, porque ya no podía estudiar, porque mi estómago no tenía nada adentro, y tenía hambre. Mi madre me mandaba al colegio sin tomar desayuno, me iba a los mercados a levantar carteras, luego me chaparon y me llevaron al instituto de menores que queda en Chucuito, un reformatorio de menores, no sé si lo conocen, a mí me cogieron a los 7 años, estuve internado 2 años, pero ese hogar fue para mí un emporio de mal aprendizaje porque, ahí no me corrigieron; me juntaron con muchachos de todo barrio, más bien, como se dice “me avisparon más” mi mente se desarrolló más para lo malo, me escapé por los techos, me fui a los mercados y empecé a arrebatar carteras. Desde pequeño cuando comencé a pedir comida por las calles, comencé a ver otros detalles, observé como la gente vivía más cómoda, pues yo vivía en un callejón que le decían el callejón Alcántara, aquí en la primera cuadra de Colón, muy conocida como “el callejón de las 7 puñaladas”, en estos tiempos ya no existe, en este lugar nunca conocí a una familia que tenga, buenos muebles, un buen televisor, porque toda la gente de allí era pobre; cuando me iba a Maranga a tocar puertas, observaba que la gente tenía un buen juego de comedor, una buena sala amoblada con alfombras, las personas salían a la calle enjoyadas; bueno y me entró por la mente ¿por qué no robarle a esa gente que tiene tanto dinero?. Pero ya habían muchachos más adelantados que yo, mayores que yo; los cuales ya empezaban a delinquir con la modalidad de “la monra”, que consistía en tocar la puerta de las residencias y esperar que la gente no esté en casa, si no había nadie se fracturaba la chapa de la cerradura y te llevabas todo lo que es de valor, joyas, artefactos. etc.

Fui creciendo y a los 12 años nos mudamos de Colón a la Paz, que también es parte del Callao, ahí conocí a otras amistades y que públicamente quisiera nombrar a mi compañero ya difunto, Luis García Mendoza “alias Pilatos”; también mi amigo Valera Calvo alias “El Gringo”, no sé por dónde esta; creo que está fuera del país. Los conocí a ellos y comenzó en mí la delincuencia en mayor escala, fue un salto rápido a la delincuencia, porque ya empecé a asaltar residencias, es así que me hice popular, me hice famoso, porque sin querer robé al señor Chávez Belaunde, que en esos tiempos era Ministro de Transporte, la casa del Sr. Elías La Rosa, quien era Ministro de Justicia, la Casa del Edecán del Presidente Belaúnde, de Iván Aspíllaga quien era Viceministro de Justicia.

En realidad yo no buscaba esas casas en especial, lo que yo buscaba eran residencias grandes en donde imaginaba tenían mucho dinero; en esos tiempos estaban de moda San Isidro, Miraflores, Orrantia, Las Casuarinas. En esos lugares había gente con mucho dinero. Qué hacía yo, buscaba la casa más grande en donde habían camionetas 4x4, Mercedes Benz del año, y en donde había plata, sin saber que era fulano de tal, me enteraba por los medios de comunicación que sacaban titulares “hoy le tocó a Elías La Rosa”, “le tocó a Chávez Belaúnde” y así sucesivamente, fue donde me di cuenta que me estaba metiendo con gente de poder, pero ya estaba allí, como se dice “en el timón” ya estaba en el “carro”, tenía que seguir, tal era mi necesidad de robar cada día más, porque tenía necesidades, era muy humilde y lo que robaba también lo compartía con el pueblo, porque yo he vivido en un barrio muy humilde, se lo que es la pobreza, la miseria, se lo que es el hambre; cuando yo ganaba dinero lo compartía con la vecindad, con la gente pobre, compraba dos, tres sacos de arroz, y se los regalaba a mis vecinos, a las señoras que no tenían que comer, compraba leche, azúcar, cosas así, artefactos pequeños, que a veces teníamos en cantidad y los regalábamos a los vecinos. Federico Perochena”


Cuando narra la historia de su vida, Perochena se vanagloria de que: “El Presidente de la República, el arquitecto Fernando Belaúnde, dispuso la orden de inamovilidad absoluta, por 30 días a todos los estamentos de la policía a nivel nacional, que desde ese entonces se abocaron a mi captura, porque nosotros nos estábamos metiendo con gente de poder. El presidente muy molesto les dijo: nadie se va a casa sin que se capture a la banda del Loco Perochena…”.


Resulta interesante leer esta autobiografía, y analizarla desde la perspectiva criminológica, pues encierra el punto de vista del delincuente, con la finalidad de rescatar aspectos que permitan contrarrestar la criminalidad. Observamos por ejemplo el efecto negativo que ocasiona la crónica roja policial, que dan al delincuente la sensación de poder, la satisfacción de alcanzar notoriedad pública, así sea negativa, y equivocadamente se sienten realizados como personas. Esta afirmación se refuerza en el párrafo siguiente, que Perochena anota: “en los periódicos a nivel nacional salió mi foto… fue una captura muy sonada, de por medio hubo una balacera intensa, solo así, pudieron capturarme. Nosotros éramos muchachos, llegábamos con un buen carro, con una buena vestimenta, no éramos mal parecidos”.

La otra cara de la medalla, visto desde un ángulo totalmente diferente, lo tenemos en el esfuerzo operativo de la Policía para capturar a la banda de Federico “Loco” Perochena, conformada entre otros por Fernando Valera Calvo alias “La gringa”, Miguel Villegas Bellido, alias “Cholo Villegas” , Manuel Maldonado Castillo y Manuel Jesús Arce Gamarra, alias “Galletita” o “Zapallito”.

El 12 de febrero de 1982, el Capitán Félix Tello Rojas, quien prestaba servicios en la IV División de Robos del Rímac, al mando de su grupo operativo se desplazaban por la cuadra 7 de la Av. Larco en Miraflores, en donde detectaron la presencia de varios delincuentes ingresando a una casa comercial; decidiendo intervenirlos, pero los maleantes hacen uso de sus armas de fuego, produciéndose un violento tiroteo, y logran tomar como rehén al administrador del establecimiento y al Capitán PNP Félix Tello Rojas, y escudándose en ellos, logran salir a la calle y detener un taxi que pasaba por el lugar; obligaron bajar al chofer y lo abordan, circunstancias en que el Capitán Félix Tello logra zafarse, pero cae al suelo y es ultimado a tiros, uno de los disparos le impactó en la cara.

Los delincuentes continúan con su fuga en el taxi, bajo el intercambio de disparos; la policía logró herir a Manuel Maldonado, chofer del vehículo quien perdió el control estrellándose contra un árbol; los otros dos delincuentes, se bajan del taxi y cubriéndose con el Administrador que tenían como rehén, cruzan la pista e ingresan a una pastelería, amenazando al público y a los trabajadores, ahí retienen como rehenes a unas cincuenta personas entre hombres, mujeres y niños.

Ante esta situación, los efectivos policiales, utilizando un megáfono los conminan a que se entreguen en forma pacífica y liberen a los rehenes. Inicialmente “la Gringa” y “Galletita” se niegan a la exhortación policial, pero paulatinamente van soltando a algunos rehenes, hasta quedarse con tres ancianos, a quienes utilizan como escudo para desplazarse al segundo piso, con la intención de fugarse por un pasadizo; finalmente, salen nuevamente a la Av. Larco, pero la llegada de refuerzos policiales les impide la fuga, son rodeados y obligados a rendirse y a entregarse. 


En esta acción, el Capitán Félix Tello Rojas muere heroicamente, otorgándosele merecidamente el ascenso póstumo a la jerarquía de Mayor PNP y ordenándose que su nombre sea inscrito en el Cenotafio de la Policía de Investigaciones del Perú, compartiendo el sitial que corresponde a los caídos con honor y gloria en cumplimiento del deber.