sábado, 9 de enero de 2016

8 DE ENERO: DÍA DEL SANTUARIO DE CALIPUY - FOLIOS DE LA UTOPÍA: TIERRA DE CÓNDORES - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2015 AÑO
DE LA DEFENSA DE LA VIDA
Y DEL PLANETA TIERRA

 
ENERO, MES DE LA DEFENSA DE LIMA
DEL NACIMIENTO DE ARGUEDAS, HERAUD
Y LOS PARADIGMAS DE MACHUPICCHU
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO

 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL

 
*****
 
ENCUENTRO EGREGIO
ENTRE ANTENOR ORREGO
Y CÉSAR VALLEJO

Cuando escribo estas líneas la imagen del poeta está aferrada, como estampada en mi recuerdo. Un aura de penetrante simpatía fluía de toda su persona. Paréceme verlo todavía, a una distancia de más de treinta años. Figura magra, escurrida en demasía, flexible, ligeramente dislocada al caminar, de mediana estatura. Frente vasta, alta, sin ninguna arruga, con suavísima prominencia en la parte superior. Caía sobre ella, con gracia viril, desordenada en ocasiones, una bruna, copiosa y lacia cabellera. Vigoroso el entrecejo, más sin dureza, ni acrimonia. Empero, lo característico de su semblante eran los ojos buidos y oscuros, sumergidos a pique en dos cuencas profundas, abismales casi. Parecían taladrar, estuporados de misterio, el enigma de la vida, desde la honda sima de su alma. Y, luego, los pómulos salientes y el audaz mentón beethoveano que avanzaba, como una quilla cuadrada y resuelta, que acometiera, por anticipado, el duro destino que le aguardaba. El rostro, en conjunto, de rasgos originalísimos, daba la impresión tan honda, difícil de borrar de la memoria, mezcla de bondad y energía, a la vez. No tenía puras facciones de indio, ni tampoco de blanco. Menos aún esa hibridación fisionómica del mestizo tan frecuente en nuestro pueblo. Repito que era una efigie muy original, de vigorosa, armoniosa y enérgica unidad de expresión. El pergeño, en conjunto, traía al recuerdo la imagen de un Abraham Lincoln moreno. Tenía, más bien, por sus facciones, por sus gestos y por su color amarcigado, el aire de un hindú. Hablaba poco y poseía una noble seriedad en la actitud. Jamás le vi colérico, aunque se le adivinaba transido por angustiosas inquietudes internas. Era incapaz de herir a nadie. Magnánimo y tolerante siempre. Cuando se producía una situación tensa o violenta entre amigos, le afloraba el humor a los labios. Una graciosa y amable agudeza deshacía la tempestad inminente, como por ensalmo. Ambos supimos, desde el primer instante, que íbamos a ser amigos de toda la vida. Lo supimos por esa intuición juvenil que nos alumbra, a veces, desde el futuro.

ANTENOR ORREGO
 
*****
 
8 DE ENERO
 
 
DÍA
DEL SANTUARIO
DE CALIPUY
 
 

FOLIOS
DE LA
UTOPÍA

 
TIERRA
DE
CÓNDORES
 
 

Danilo Sánchez Lihón
 
 
1. De rocas
estupefactas
 
Calipuy  es un lugar arisco, ¡de temple y de jalca!, tierno y abrupto, llano e insólito.
Y es tierra de cóndores, que es el ave emblemática de la cultura La Galgada que aquí floreciera.
Esta civilización alcanzó su esplendor y se extendió por estos dominios hacia Pallasca en Ancash.
También es conocida con el nombre de etnia Los cóndores, por la presencia dominante de este tótem en los petroglifos encontrados en dichos relictos.
Estamos entonces en sus territorios. Tierra árida y transida, llena de peñolerías y potreros inaccesibles.
De rocas estupefactas, sin árboles. Lugar donde también habita el huanaco y se extiende la cahua, a quien mal llamamos La puya Raimondi.
 
2. Los hay
todavía
 
Pero Calipuy tiene ahora otra connotación, cuál es la de Reserva y Santuario Nacional.
Principalmente porque en sus dominios es donde se conservan los relictos de huanacos y de cahua más grandes del mundo, y es una de las reservas de biósfera más singulares.
Pero de aquello ya me he ocupado en más de un artículo.
Esta vez he venido atraído más bien por las muchas historias que escuché contar de niño acerca de los cóndores de Calipuy.
Y esa es la pregunta que le hago al profesor de la Escuela Fiscal y natural de este mismo lugar:
– Calipuy es tierra de cóndores. ¿Los hay todavía en este lugar?
– ¡Hay! ¡Y son de los más salvajes! ¡A cuántos niños no se los han llevado!
 
3. Eso
me salvó
 
– ¿Alguna vez ha tenido alguna experiencia con algún cóndor?
– ¡Cómo no, lo he tenido! Y podría decir que soy un sobreviviente del ataque de un cóndor. Iba yo por un desfiladero de las alturas cuando escuché:
– Zoooorrrr...
Sentí a mis espaldas, Y me pareció que no venía de muy lejos aquel ruido espeluznante.
Como de tempestad, o de mar embravecido. O de vendaval que tumba y arrasa.
Y que estaba cerca y me iba a triturar y llevar por los aires.
Al instante se hizo más fuerte y estremecedor. Ya estaba muy cerca, silbante y afilado como un cuchillo.
No volteé, porque tuve la corazonada que si miraba ya no me daría tiempo para arrojarme.
 
4. Cicatrices
de las heridas
 
Atronó más en todo mi ser ese zumbido, como si fuera el motor de un avión.
O de un helicóptero que se introdujera por aquel desfiladero donde yo me había internado.
Y me desconcerté, por completo.
El cielo entonces se oscureció y sentí la muerte. Me lancé como pude a la cuneta del camino.
Cayendo a una estría del terreno, como una acequia sin agua, que fue finalmente lo que me salvara.
Pero de todos modos, me arañó con sus garras. Y aquí tengo, mire, las cicatrices de las heridas que fueron hondas.
(Allí se detiene la conversación del profesor que me cuenta de este suceso, y continúa:)
 
5. Como
a pollitos
 
– Pero el caso fue que no me quedé de espaldas, sino que hice un giro de costado y levanté las piernas para defenderme. Y pude patear.
Eso me salvó la vida. Porque eso desconcertó al inmenso animal. Era un cóndor que me había estado vigilando desde las alturas, detrás de los cielos donde ellos vuelan y nosotros no los vemos porque es a mucha altura, pero ellos si nos ven como si fuéramos ñihuas u hormigas.
Pensaba que iba a cogerme con sus garras por la espalda, pero que ya no pudo hacerlo porque yo me volteé y pateé con todas mis fuerzas, pero me desgarró las rodillas y los brazos, dejándome cortes como de chaveta con los garfios que tiene como uñas.
¿Qué edad tenía yo? Ya era ya un adulto. A los niños el cóndor aquí los coge y los lleva por los aires como a pollitos, si uno se descuida.
 
6. Llevarme
a los roquedales
 
 
Ese cóndor del que le digo seguro me ha estado mirando desde detrás de las nubes y desde hacía buen rato.
Me ha visto, me ha vigilado y se ha sonreído al verme entrar por el camino desolado del estrecho cañón.
Porque eso es lo que quería. Y desde aquí abajo nosotros ni lo vemos, planeando como están allá arriba.
Y es que allí, en la hondonada, ¿a dónde podía correr? ¡No hay lugar!, salvo arrojarme al barranco. Y el cóndor se habrá dicho: mejor se dejará comer.
O habrá pensado: si se arroja a la cañada de ahí voy y lo levanto. Ya no tenía escapatoria.
Y entonces se ha lanzado en picada desde la bóveda celeste para cogerme y llevarme a los roquedales donde viven sus crías y devorarme.
 
7. Vivir
aquí
 
Me hubiera atrapado y suspendido por los aires, sin nada ya qué hacer. Porque para eso son poderosos. Alzan una vaca con todo su peso y sus mugidos.
Y si hago resistencia me suelta en el aire y allí nomás viene detrás a recogerme del suelo, pero ya muerto. Eso lo saben hacer. Ya lo hemos visto que actúan de ese modo.
– ¡Ah! ¡Entonces son sabuesos del aire!
– ¡Aviesos son! Y si llegamos vivos ahí nomás nos matan a picotazos con toda su camada, que espera hambrienta y anhelante la comida que él les depare ese día.
Esa vez yo salvé de milagro. Y es que vivir aquí, en Calipuy, es arriesgado. Pero esas ardides del cóndor nosotros que hemos nacido y vivimos aquí ya las sabemos.
 
 
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