lunes, 1 de septiembre de 2014

1 DE SEPTIEMBRE: DÍA DEL ÁRBOL - FOLIOS DE LA UTOPÍA: EL ÁRBOL DE MI INFANCIA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2014 AÑO
DE LA BATALLA DE LA LECTURA Y
ESCRITURA POR LA CONSTRUCCIÓN
DE UN MUNDO MEJOR
 
SEPTIEMBRE, MES DE LA PRIMAVERA,
DE LOS DERECHOS CÍVICOS
DE LA MUJER, EL NIÑO Y LA FAMILIA
 
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO
 
*****
 
CAPULÍ EN LA CASA
DE CÉSAR VALLEJO
EN SANTIAGO DE CHUCO
 
 
CAPULÍ, EN LA TELÚRICA DE MAYO,
ES ESTAR EN LA CASA DE CÉSAR VALLEJO EN
SANTIAGO DE CHUCO; ES ABRAZARSE A SUS PILARES,
ES PALPAR SUS MUROS, ES SENTARSE EN SU POYO;
ES COMULGAR, CONSOLARNOS JUNTOS Y JURAR
PARA SIEMPRE LO QUE TENEMOS QUE JURAR.
 
 
 
PORQUE LA CASA DE CÉSAR VALLEJO EN SANTIAGO DE
CHUCO, LO QUE ES RARO Y NO ES COMÚN QUE OCURRA, SE
CONSERVA EN SU UBICACIÓN Y CON SU PLANO ORIGINAL,
CON SUS COMPONENTES ÍNTEGROS, CON LAS VOCES QUE
ALLÍ HAN QUEDADO NÍTIDAS Y NOS ESTÁN ESPERANDO.
 
 
LA PUERTA QUE PERMANECE ES LA PUERTA
A LA CUAL ÉL LLAMÓ PIDIENDO QUE LA ABRIERAN,
Y GUARDA LOS GOLPES DE SU MANO COMO SU VOZ. Y ES
LA MISMA QUE TOCAREMOS AL LLEGAR Y DESFILAR POR
LA CALLE QUE LLEVA SU NOMBRE EL DÍA VIERNES 22 DE MAYO
DEL 2015, CUANDO ARRIBEMOS A MEDIODÍA A SANTIAGO DE
CHUCO, DETENIÉNDONOS DELANTE DE ELLA PARA LLAMAR
CON 16 GOLPES, COMO 16 CAMPANADAS, Y DECIR:
 
 
– ¡CÉSAR, HERMANO!, AQUÍ VENIMOS, AQUÍ HEMOS
LLEGADO TUS HERMANOS DEL PERÚ, DE AMÉRICA Y
DEL MUNDO. YA ESTAMOS AQUÍ FERVOROSOS PARA
CONSTRUIR CONTIGO Y FORJAR LA UTOPÍA ANDINA
DE TELÚRICA Y MAGNÉTICA QUE CAPULÍ, VALLEJO Y SU
TIERRA HA IZADO COMO BANDERA TREMOLANTE. ESTOS
SOMOS LOS MILICIANOS DEL ALBA QUE TU CORAZÓN HA
CONVOCADO PARA CONSTRUIR LA PATRIA HERMOSA Y LA
SOLIDARIDAD ENTRE TODOS LOS HOMBRES DE LA TIERRA.
 
 
PARA MÁS TARDE, A LAS 5 PM. DE ESE MISMO DÍA,
INGRESAR POR EL ZAGUÁN, EL CORREDOR, LA SALA, PARA
DETENERNOS EN EL PATIO DE ABAJO Y DECIR CADA UNO
EL MENSAJE, EL POEMA O LA PROCLAMA QUE QUISIÉRAMOS
DECIR, SINTONIZANDO CON EL ALMA DE CÉSAR VALLEJO
QUE COMO ÉL LO DEJÓ DICHO JAMÁS SE FUE DE AQUÍ, Y
ENTONCES LO VOLVEREMOS A ENCONTRAR EN EL XVI
ENCUENTRO INTERNACIONAL ITINERANTE DE CAPULÍ,
QUE SE REALIZARÁ EL 19 EN LIMA, EL 20 EN TRUJILLO
EL 21 EN HUAMACHUCO, Y DEL 22 AL 24 DE MAYO
EN SANTIAGO DE CHUCO. TE ESPERAMOS.
 
 
 
*****
 
1 DE SEPTIEMBRE
 
 
DÍA
DEL
ÁRBOL
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
 Piscobamba
 
 
EL ÁRBOL
DE MI
INFANCIA
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
Profesor de sollozo
–he dicho a un árbol–
palo de azogue, tilo rumoreante...
César Vallejo
 
 
1. El árbol
y las aves
 
Si algo conozco de jilgueros, gorriones, picaflores y torcazas es porque tuve en mi infancia un árbol que era un amigo, un confidente y hasta un protector, a donde subía  a compartir alegrías, confiarle penas y formularle preguntas.
 
¡Era una casuarina! 
 
Subido a ella permanecía horas admirando la vida y milagros de las aves y de todo ser que transitara por sus ramajes sin tiempo: orugas, mariposas, abejorros; pero también contemplando iridiscencias fugaces, panales de mieles y nidos estupefactos.
 
Allí también, el balancearse rumoroso de las hojas, la cadencia de la vida recóndita, los aromas que emana la tierra y el perfume que exhala cada flor. 
 
Allí el oír desde su copa la conversación o el habla de la gente, que es muy distinto a escucharla desde el suelo y desde  tierra. 
 
Allí cada perspectiva del campo, de cerca y en lontananza. Allí los cambios de tonos y formas de los arreboles en el cielo.
 
2. Creció
robusto e indómito
 
Ese árbol lo plantaron mis padres en Urupamba, a tres cuartos de hora de camino, en la parte alta de Santiago de Chuco, al lado de una casa de campo que son terrenos de mi tío Leoncio y mi tía Carmen.
 
Y lo sembraron allí porque mis padres, recién casados, no tenían ni un metro de tierra dónde caerse muertos. Ni nunca lo tuvieron después tampoco. Pero sí nos concibieron a nosotros, sus hijos, que en realidad somos gajos de tierra transida y temblorosa.
 
Cuando niño yo iba frecuentemente a ese sitio, donde se erigía la casuarina en medio de aquel campo fragante, y al costado de la cabaña que se adormilaba a la sombra de aquel árbol, orgulloso y raro en ese paisaje silvestre.
 
Lo adopté como mío mucho antes de que yo pudiera entender la historia que ese árbol representaba. Y de cómo mis padres se hicieron de esa planta. Y de cómo la sembraron allí, donde creció robusta e indómita para que yo en ella me albergara. 
 
Ahora simboliza para mí una tierna historia de amor, cual es el cariño que mis padres se profesaron.
 
3. Formulada
la petición
 
Porque los hechos ocurrieron así:
 
Mi madre era una niña preciosa e hija de una de las familias más ricas del pueblo. En cambio don Pascual Danilo, mi padre, era un muchacho humilde, tímido y formal. Y con mucha inclinación y arraigo hacia todo lo campesino; hermano mayor de una familia numerosa cuyo padre había muerto. 
 
Era un ser noble, correcto y límpido. Respetuoso hasta de que una araña se descuelgue en el aire sin él poder matarla, porque de repente se ilusionaba de que nos iba a traer suerte. ¡Ingenuo, el pobre!
 
Cuando se atrevió a pedir la mano de la niña que tanto lo seguía con la mirada, fue una tremenda concesión sólo el hecho de que mi abuelo Benigno Rojas lo recibiera. Hasta ahí llegó y no pudo ir más allá el ruego que le hiciera a ese señor ufano de su hija predilecta y consentida, porque además de linda era valerosa.
 
Formulada la petición en la entrevista que le concedió mi abuelo que no paraba de preguntarse cómo se atrevía ese guiñapo a pedir la mano de su joya, le preguntó al quien sería después mi papá si se había dado cuenta de cómo vivía la señorita de la cual él se atrevía a pedir la mano y con la cual él pretendía casarse. A lo que el inocente muchacho respondió que sí.
 
4. Amaba
a ese muchacho
 
Ahí vino entonces la pregunta categórica: ¿Iba a poder darle la misma condición social? Si tanto enfatizaba que la quería y la adoraba, ¿iba a poder darle la misma situación económica?
 
Le requirió que mi padre le expusiera cuáles eran sus ingresos y recursos económicos.
 
El colmo de sincero el pobre empezó a tratar de hacerlo. Porque, ¡cándida es la gente de alma campesina y no se da cuenta a veces del ridículo que hacen ante los señores!
 
Allí mi abuelo, que dos veces fue alcalde de la ciudad, montó en cólera y ya enojado se puso de pie y le dijo:
 
– ¡Hágame el favor de retirarse y nunca más vuelva a pisar esta casa! (Mi padre cumplió con eso hasta morir).
 
Y lo amenazó con recluirlo en un asilo de locos o mendigos, si se atrevía a seguir mirando a la niña de sus ojos, quien, bañada en lágrimas no sabía cómo decirle a su padre adorado que ella amaba a ese muchacho, inerme e indefenso en lo que su padre le exigía.
 
5. Sellaba
ese destino
 
Después de esta conversación mi futuro padre trató de convencer a esa flor rozagante que se olvidara de él, a fin de ser feliz y hacer dichoso a su padre y a toda su familia. Aunque prometió nunca dejar de amarla.
 
Ahí vino la decisión terrible de esa niña, cual fue rechazar de plano la sugerencia. Y al contrario, resolvió abandonar su casa donde todo lo tenía, y fugarse con él que no tenía nada, salvo la devoción que a ella le profesaba.
 
Este hecho significó para mi madre ser desheredada. Y marginada de por vida de su casa paterna. De lo contrario yo firmaría como Sánchez Rojas, como era el apellido social de mi orgulloso abuelo.
 
Y esa niña siguió a mi padre, fuera él a donde fuera, sobre todo por las sendas rijosas de las privaciones de todo cariz. En Trujillo ella, que antes bastaba que se antojara algo para que lo tuviera, tuvo que lavar ropa ajena para ayudar a mi padre en los estudios, a fin de ser Preceptor Rural de Educación.
 
Elección de ser maestro, con lo cual él reafirmaba que no les había amedrentado la condena de mi abuelo de carecer de recursos económicos, sino que eligiendo mi progenitor esa profesión sellaba ese destino y vocación de pobreza para siempre.
 
6. De balcones
enrejados
 
Y esa condición se mantuvo hasta el final de su vida, en la cual no acumuló ni pretendió jamás ningún bien material.
 
– Aprendí a comer camotes –dice mi madre– que antes los botaban y nadie los comía. ¡Ahora sí se sirve hasta en los platos de lujo! ¡Y son ricos! 
 
Refiere, resistiéndose y a punto de llorar cuando evoca esos días. Y más bien haciendo la mueca de querer sonreír, para disimular.
 
Ya los dos pajarracos en Trujillo salían a matar el hambre paso a paso, cogidos de la mano por la Placita del Recreo, de inmensos ficus y confiterías luminosas bajo toldos multicolores, que mostraban helados y productos apetitosos que ellos no podían probar sino apenas mirar.
 
Ella siempre preciosa, aunque ahora era leve y pálida, ¡cuando había sido rolliza y sonrosada! ¡Pero más angelical todavía! Ambos caminaban como dos provincianos desubicados y tímidos. 
 
Daban vueltas y vueltas sin poder probar bocado en la ciudad colonial, de casonas solariegas y delicadamente iluminadas, de balcones enrejados. Y carrozas relucientes que pasaban llevando dentro gente atildada y de abolengo.
 
7. Ilusionada
y bella
 
Mirándose a los ojos y observando los juegos y tío-vivos, llegaron hasta una tómbola ubicada en la Placita del Recreo, donde se rifaban variedad de artefactos y otros cachivaches.
 
Todo ocurrió tan rápido que mi padre, sin saber cómo ni por qué ya tenía entre los dedos un boleto que el animador avispado, criollo y zamarro dejaba en las manos de los distraídos caminantes que se acercaban.
 
– ¡Nunca tengo suerte en rifas! –Se disculpó quien sería mi futuro papá ante la jovencita candorosa quien después sería mi mamá, a quien él nunca dejó de tratar como una princesa nacida en cuna de oro.
 
– ¡Yo nunca he ganado nada en sorteos! –Le volvió a repetir a ella tratando de devolver el papelito.
 
Pero al verla a su lado tan inocente, ilusionada y bella, solo por deferencia le preguntó:
 
– ¿Tú, quieres apostar?
 
– ¡A ver! ¡Sí! –Dijo ella echándose a sus hombros, sonriente y cogiendo el boleto. Y añadió enternecida– ¡Todo por nuestro amor!
 
8. Sonreía
el destino
 
Y mi padre tuvo que alcanzar las únicas monedas que tenía. Y que eran para el pan de esa noche y los camotes de los días venideros.
 
Corrió la ruleta. Y se fue deteniendo poco a poco hasta dar con el número que justo era el que tenía en la mano la princesa de los cuentos, ¡y mi futura mamá! 
 
– ¡Suerte! ¡Suerte! Vean cómo a esta linda parejita, ¡señores y señoras!, ¡les sonríe la suerte! –Grita sensacional y a todo pulmón el vendedor o rifero.
 
Ellos se alegraron. ¡Saltaba mi madre! ¡Por fin les sonreía el destino y no todo sería sacrificio y privaciones para ellos! 
 
Ahora la suerte, hasta entonces de rostro adusto e implacable con ellos, les hacía por lo menos una dulce guiñada. 
 
– ¡Ya ves! –Le decía ella–. ¡Vamos a ser felices! ¡Y tiene que llegarnos la buena suerte!
 
¿Qué se habrían ganado? ¿Una plancha para desajar los vestidos? ¿Una lámpara para alumbrarse en la oscuridad? ¿Una pequeña cocina para cocer los alimentos crudos? Ellos no sabían lo que se había puesto en juego.
 
9. No
lloré
 
– ¿Qué es? ¿Qué es? –preguntaban con ansiedad.
 
¡Se habían ganado una plantita, chiquita y enjuta como un pollito! Como ellos, desolada en la infinitud del universo.
 
¡Qué decepción! ¡Qué desencanto en esos días de hambre, de frío y desamparo!
 
Se sonrieron por compromiso y siguieron caminando ya con la bolsita de papel periódico húmeda y acunada en los brazos de quien sería mi mamá. 
 
Caminaban cada uno pensando en la ironía del destino: ¡No tenían casa donde vivir, ni luz en el cuarto, ni agua corriente, que había que traerla del caño del callejón de enfrente! ¡Nada!
 
Y ahora se les agregaba un ser todavía más débil y tenue. Y que le traspasaba su frío después de caminar varias cuadras apretada contra su vientre.
 
– No lloré por orgullo y por el cariño que le tenía a tu papá. –Se seca primero unas lágrimas mi madre cuando cuenta. Pero después, y ya sin poder contener su llanto, solloza que le preguntó a quién era ya su esposo.
 
– ¿Qué hago con ella? –Le inquirió humilde, al verlo a él cabizbajo y meditabundo.
 
10. Aún
vivía
 
– No sé. Si quieres déjala por ahí. –Le respondió él, más confundido que seguro de lo que decía.
 
Pero, más por vacilación que por creer que hacía bien, mi madre no pudo deshacerse de ella.
 
Tres meses duraron los cursos vacacionales, tiempo en el cual mi madre cuidó de la plantita en la habitación fría y oscura del colegio adonde habían conseguido posada por estar estudiando mi padre para ser maestro.
 
Cuando tuvieron que regresar ese palito con apenas dos hojitas ¡aún vivía en su bolsita!, sin haber desarrollado un milímetro, seguro por recato. Ni decrecido tampoco, quizá por cautela. 
 
Y fue lo único que en el maletín, en la góndola temblequeante que los trajo de vuelta, y al descender a la calle empedrada sostenían en sus brazos como equipaje, ya en Santiago de Chuco.
 
La sembraron en Urupamba, al lado de una cabaña de campo perteneciente a mis tíos Leoncio y Carmen, ella hermana de mi padre, lugar adonde nosotros frecuentemente íbamos.
 
11. Por su tronco
sonoro
 
Allí creció, al principio titubeante e indecisa, porque era rara entre todas las plantas de la comarca, en donde reinaban altivos alisos, robles centenarios, eucaliptos ariscos, fresnos primorosos y señoriales jacarandás.
 
Pero después la plantita tomó confianza y creció indetenible, tanto que superó en altura a los árboles más soberbios y ufanos que la miraban extrañados. 
 
Eso sí, tengo que decirlo, creció un poco torcida y ladeada hacia el techo de la cabaña, como queriendo protegerla, cubriéndola con su sombra y sus exhalaciones de cariño.
 
Cuando yo era niño, ni bien cruzaba la tranquera, por donde se desbordaba una acequia, y donde había una poza casi siempre cubierta por las hojas amarillas que caían de los árboles y donde crecía un manzano de tronco robusto, ya iba yo tirando la alforja, la gorra, el saco y cuanto me dificultara en los brazos para treparme a la casuarina por su tronco sonoro hasta sus ramas altas.
 
12. Tierna
historia de amor
 
Allí se posaban todas las aves que hay en el universo, y a toda hora: sea en las mañanas, sea en las tardes o ya sea en las noches asombradas. 
 
Allí yo espiaba los nidos de gorriones bulliciosos: las santas rositas azuladas, las cuculíes que nos enternecían con sus trinos y zureos.
 
Bajo su sombra protectora, ya a oscuras, llegaban hasta sus ramas las lechuzas y el tuco temible, que donde se pose la gente lo corre y espanta a pedradas.
 
Para nosotros, por el hecho de guarecerse en nuestra casuarina, dejaba de ser un anuncio de malagüero.
 
Y, al contrario, nos daba confianza, porque era tener al malvado pero de aliado y consejero:
 
– Tucúuu, tucúuu, tucúuu. –Arrullaba por las noches con su canto temible nuestro sueño.
 
Ahora, cada vez que distingo de cerca o a lo lejos una casuarina, evoco aquella de mi infancia. Y la tierna historia de amor que por siempre se depararon mis padres.
 
 
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