sábado, 16 de agosto de 2014

LLOVIDA - POR FRANSILES GALLARDO (MAGDALENA - CAJAMARCA)


LLOVIDA 

Fransiles Gallardo 

Llueve como si la gran represa del cielo se hubiera desbordado. Está lloviendo ya tres días con sus noches. Llueve a cántaro limpio.  

Son más de setenta y dos horas que nadie sale de sus casas. Es el miedo a lo desconocido.   

–¡Ay, taitito, la lluvia vaya a dentrar a mi choza y me quede sin nada!–.  Por el barrizal acumulado, atollao atollao uno camina, pero por la necesidá hay que andar, nomá, en los caminos, aunque el lodo llegue hasta las rodillas  –remangao si'anda y si das dos pasos, sin llanque si'aparece uno–. 

El río Atarama brama, toro bravo encelado parece. 

–Igualito al güey de los Centuriones que, pa' las corridas de julio, rocoto en sus narices y en su poto, le'chan y viéraste cómo brinca y embiste el bendito y al torero jui-juá dos contrasuelazos y listo; ah, burro de bravazo el animal y después que le pasa la ardencia, silbando, silbando dentra el Centurión y jalao de su cacho, mansito lo lleva, no pué.  

El río ha enderezado su cauce, llevándose cuanto terreno, piedras, árboles, animales, recuerdos y nostalgias encontró en sus recodos. 

–A mí casicito mi'a llevao, en lo'tra banda estao yo y brinco y brinco lu'ei cruzao y tracito nomá, bramando si'a bajao el río condenao  –comenta asustado el tío Gualberto Vásquez.  

–Claro pué, con tremendas calancazas que te manejas, das-dás lu'as cruzao  –responde riendo el viejo Joshua.  

El Lango Lango, que de abril a diciembre puro chungos y piedras nomá es, está de bote a bote, arrastrando pedazos de chacras, carrizales y árboles gruesos.  

Las quebradas secas del cerro Negro desgajan ahora peñas enteras de sus faldas, brammm brammm suenan feazo y hasta los burros, asustados paran las orejas. 

El río Grande bufa de banda a banda y arrastra desde plantas de mangos floridos, sauces llorones y chacras enteras de caña  –hasta sus dos burros de ño Aurelio Bejarano y su caballo negro de ño Antenor Campos se lu'a llevao, fíjese usté, que fatalidá–. 

Las quebradas que bajan del cerro el Trinche se han desbordado; barro, barro si'amontonao todito en la plaza de La Playería, llenando la iglesia, pué, Diosito, con casi metro y medio de fango y lodo.  

El indio Catalino Carhuancho repica las campanas talán talán talalalán para que la gente vaya a desaguar haciendo boquetes en la pared del altar mayor; las mujeres, con su rosario en las manos, haciéndose en el nombre del Padre ante la Blanquiñosa Patrona, suplicando arrodilladas en medio del barro, pidiéndole a la Buenamoza, que aplaque su tremenda colerota.  

–¡Diosito, deluvio, como en la Biblia!  –se lamentan–. ¡Qué castigo tan castigador, por tanta maldá seguro, castigo por tanto pecador; arrepiéntanse pecadores, traicioneros, fornicadores  –recrimina doña Tomasita Salvatierra–.  ¡Perdónanos, santita! –implora–, ¡Aplaca tu furia, Señor! –ruega, golpeándose el pecho–. 

Varias casas se han llenado de barro, como la de ño Porfirio Torres, que tuvo que romper las calaminas y dentrar pu'el techo a su casita, pa' salvar algunas de sus cositas, pué; la puerta tapadita estaba. 

La quebrada, que divide en dos bandos a La Playería  –qué pué, en verano traye un hilito de agua sucia, como meao de muchacho malcriado–  se ha desbordado, llenando de agua la casa de los Palmas y los Gonzales.
 
Algunos techos de paja vieja no resistieron tanta lluvia y se han caído, tapando camas y bancas de madera. 

Llueve tanto que una parte del cerro el Trinche, que da pal lao del Atarama, se ha desbarrancado, llevándose una planta entera de guabo, de una banda a otra, como si la hubieran transplantado de un sitio a otro. 

En medio de tanta lluvia salimos arriba de la Lomada, bien envolvidos en nuestros ponchitos de lana, a divisar asombrados y llenos de miedo cómo se desagua el cielo y cómo cargan los ríos y las quebradas secas de los cerros que rodean a La Playería. 

Retumba el cielo y mama Beca, nos ilustra: 

–Los truenos son, pué, los cuescos que se tira el caballo blanco de San Pedro, corriendo por el cielo; los relámpagos son, disqué, las chispas que los herrajes de sus cascos sacan de las nubes; los rayos,  son los sablazos que San Pedro da al diablo, por tentar a las almas nobles y buenas como nosotros; y, las lluvias son pué los orines del niño Jesucito, que como no tiene bacín, se orina en cualquier sitio; por algo es Diosito ¿no? 

–No vay'ser  –cuenta el viejo Joshua, rodeado de los muchachos maltones, en el puente de la quebrada seca–  como esa vez que luego de una sequía de más de cuatro años, en que las chacritas se rajaban de puro secas y los cerros partiéndose estaban y hierbas ya ni había ni pa’ los cuyes ni pa’ los burros, después de tanto deliberar; qui'acemos, diciendo, sacamos en procesión al Niño Jesucito por las calles de La Playería, orando y orando, ruegue y ruege pa' que lloviera y, ni bien dentramos a la Iglesia, comenzó la llovida, taran tararan tararam sobre la calamina y nosotros contentazos ¡Viva el Ñiño, gracias Ñiño y qué güeno el Ñiño!, y cañazo si'a dicho pa' festejar de alegría pué; pero seguía la llovida y no paraba ni'un ratito y güelta llovió tanto y tanto que la quebrada chica se salió por las calles, metiéndose el barro a las casas de medio pueblo y pa' remate el Lango Lango, se llevó la'cequia grande, dejando al pueblo sin  agua y las otras quebradas mañosas cargaron tanto, que se llevaron varias chacras de caña y de yucas, tapando los caminos y luego di'una semana de tanta llovida, barro barro; sacamos de güelta en procesión a la Virgen María, pa' que vea toda la cagadota, que había hecho su hijo malcriado, y viera pué la forma de reparar todos los males causados a tanta pobre gente y po’ las desgracias desgraciadas que había hecho su hijo meón. 

Lo bueno es que después de las lluvias las tierras agrestes y coloradas de los cerros se vuelven verdes pa' soltar a los burros en el potrero y recogerlos en abril, hasta con cría ya.  

El río Grande, el Atarama y el Lango Lango se llenan de agua, de banda a banda, para regar las chacras, hacer pozas pa' aprender a nadar y lucirnos en la piscina de los baños de Wamanmarca. 

–¿Qué si'an creído, ah?–, cruzarlo de canto a canto, nu'importando que los de más abajo tomaran su agüita con nuestra pichi, pué. 

Tantos truenos, sustos, rayos, relámpagos y sobresaltos hicieron que se adelantara el parto a doña Cecilia Rodrigo.  

Su marido, don Nicanor Sierra, a medianoche, en plena oscurana, con su linterna de kerosene, que a cada rato lo apagaba la lluvia. 

–¡Favor, favor, mi mujercita se muere, favor!, clamando–,  montado en su burro gacho, con el barro llegándole hasta la panza, chapaleando en el fango, llevando paso a pasito a doña Panchita Beltrán, la comadrona del pueblo, que es la que hace bien parir a todas las mujeres de La Playería.  

Esa noche nació el Josefino, chushito, enclenque y flaco como carrizo de hacer cometas, al que cantando decimos:  

Josefo Josefino, el trueno te hizo fino. 

Pero lo mejor sucedió al año siguiente.  

Después de nueve meses, días más, días menos, en casi una semana nacieron tantos cholos y chinas que la comadrona doña Panchita Beltrán no se daba abasto, con tanto trabajo. 

Ándaste pa'cá, pa'tender a ña Rosenda Flores, corriendo pa'llacito pa' tomale el pulso a ña María Rojas y pújeste juerte doñita Dorilita que poquito falta y cholito es, gualito a su taita ño Abelardo Figueroa es y abríguenlo que das vengo y a la mamacha ña Anita Zaldívar denle su manzanillita pa'liviale el dolor y lueguito lueguito vengo, fajando a la chinita de ña Belinda Gutiérrez, cortando la tripa del cholito de ña Celestina Cabrera y corriendo pa' lo'tra casa de ña Domitila Abanto, que pujando pujando está la doñita Gerania Montes. 

Doña Panchita Beltrán ha tenido dando a luz hasta doce mujeres a la vez.  

Eso sin contar a las que adelantaron o atrasaron el parto. 

–Por tanta llovida naides podía salir, ni a la chacra ni a la calle, ni a ningún sitio y como nu'abía qui'acer, en algo había que entretenerse y como esa es pué la diversión del pobre, golpe al checo sia dicho, o no compadrito Josecito- festejan los poblanos. 

Las mujeres de La Playería suspirando entornan los ojos llenas de nostalgia. 

-Ojalá que lloviera de nuevo como esa vez  –extrañando, picaronas, los buenos tiempos. 

Fueron veintitrés los nacidos y registrados en el libro municipal, sin contar los cholos y chinas que vinieron a este valle en las alturas de La Playería.  

Dicen los cronistas que esta fue la más alta tasa de producción de muchachos, habida desde la fundación del pueblo. 

Pa' toda esa manada decimos: son los cholos y chinas, los hijos del aluvión.

Años más tarde, muchos años más tarde, no ha llovido tanto. 

Sólo ha sido un día y una noche. 

Más que suficiente para hacer que se desbarrancara el cerro el Trinche sobre el río Atarama y entre los dos cerros se formara una laguna que puso de vuelta y media a todos los pueblos y pobladores del río Grande abajo, hasta la costa. 

En el campo de fútbol aterrizó un helicóptero de la fuerza aérea, con ingenieros de cascos blancos sobre sus cabezas, planos en las manos y caras de preocupación; técnicos con máquinas sobre el hombro, miden, hacen cálculos y toman muestras del agua, del suelo, de aquí, de allá y de más allá. 

Comentan alarmados que la presión ejercida por este gran volumen de agua almacenada sobre la tierra superpuesta y compactada naturalmente, podría romper el dique natural de tierra formada. 

–Y eso, qué pué es, mestrito

–Que se desbarranca, pué, sonsonazo, muermo, asnorante. 

Comentan preocupados los ingenieros que el agua generaría un fenómeno de arrastre tipo bola de nieve, que probablemente se llevaría a los pueblos vecinos que están, en la encajonada del río Grande.  

Pero ése no es el gran problema.  

El volumen de agua almacenada podría colapsar o cuando menos resquebrajar los diques de contención de la gran represa del Gallo Tuerto, construida río abajo y con cuya agua se riegan los arrozales del desvío de la Panamericana y de la costa norte. 

Una gran tragedia para el agro y la industria arrocera nacional, han dicho. 

Ah, era sólo eso.