jueves, 17 de julio de 2014

CORBATA MICHI - POR FRANSILES GALLARDO (MAGDALENA - CAJAMARCA)




 
CORBATA MICHI

Fransiles Gallardo

Le gustaba cantar. En el colegio 413 era Rafael: «Hoy para mí es un día especial/hoy saldré por la noche»; o Javier Solís: «Dos almas que en el mundo»; o Lucho Barrios: «Es mi niña bonita / con su carita de rosa…».

Era el niño de la voz de oro. El Zorzal de Wallaga.

Habiendo terminado la secundaria fue a probar suerte en orquestas de Tarapoto y Tingo María y, como la fortuna no lo acompañaba, se marchó a Lima.

Se presentó en el programa de Ferrando y no pasó nada, «un gallo a cualquiera le sale».

De retorno a Tocache, la inquietud lo llevó a formar su grupo musical: «Fortuna Banda show», y tocaba en una que otra fiesta de fin de semana, en alguna velada literario musical o en el cumpleaños de alguno de sus patas.

  De esto se aprovechó el Capitán (a) Perro Bravo para proponerle ser miembro de inteligencia del glorioso Ejército del Perú, en su lucha contra el terrorismo y el narcotráfico en la región.

En ese mismo instante, los terrucos, cumpas y mafiosos, se enteraban que «el Cantorcito» se había convertido en soplón.

- La repre quiere datos, datazos les daremos —dijeron los narcos, terminando un ron Medellín.

Y le consintieron meter su nariz en la organización. Le permitían mirar lo que ellos querían que se conociera y se supiera.

- Este sábado a las ocho de la noche, se hará un pase bravazo entre los tíos colochos y el patrón Vam Pirius… dos toneladas de la firme —le dijeron.

Se armó el operativo con el capitán (a) Perro Bravo, a la cabeza. Treinta policías armados y entrenados, participarían en la incautación de este gran cargamento.

Un gran golpe al narcoterrorismo en el Wallaga.

- Nuestro ascenso depende de este datazo —comentaban eufóricos los militares.

A esa misma hora, una flota de lanchas con motores fuera de borda de alta velocidad, trasladaba a Tingo María un cargamento de droga cinco veces mayor.
 

Cuando el capitán (a) Perro Bravo llegó al lugar, donde se haría el pase y se ejecutaría el exitoso operativo, solo encontraron una vieja camioneta con las llantas desinfladas y diez paquetitos de coca en la cabina.

Un letrero escrito con plumón rojo, decía: «para su consumo».

- ¡A ese cantorcito huevón vamos a darle de su propia medicina…! —sentenció el Patrón Vam Pirius.

El «cantorcito soplón» babeaba de amores por la Nachita, la de los ojos claros que atendía en la Casa de Cambio de la calle principal; y el Patrón Vam Pirius, personalmente, le pidió que lo citara en la plaza de armas.

El cantorcito llegó feliz: «al fin se me hizo el milagro, gracias San Fancito», murmuraba de contento para sí.

Cuando se apareció por la esquina del jirón Progreso, dos robustos guardaespaldas lo levantaron de los brazos y, en el aire, lo llevaron delante de su amada.

El patrón Vam Pirius conversaba con la sonriente Nachita; se alejó de ella y se acercó al «cantorcito soplón».

Sin decir una sola palabra extrajo de su cinto de cuero un filudo chuchillo de monte y de un solo tajo le cercenó la garganta.

Uno de los guardaespaldas se acercó al agonizante «cantorcito soplón», le abrió la boca con la mano izquierda, empujó la lengua hacia abajo y con la derecha se la sacó por la sangrante abertura de la garganta, quedando colgando afuera.

Nachita chillaba de terror.

El guardaespaldas se mira las manos ensangrentadas, las limpia sobre la camisa amarilla de flores verdes del «cantorcito soplón», da media vuelta y acelerando el paso, se marcha detrás de su jefe.

Trepan a la camioneta negra de lunas polarizadas, chirriando las llantas, tras una nube de polvareda se pierden por la bajada de la calle San Juan.

Lo dejaron amontonado sobre un banco de cemento de la plaza de armas.

A la mañana siguiente los gallinazos le picoteaban la lengua, los ojos; y, luego, lo demás.