miércoles, 21 de mayo de 2014

21 DE MAYO: DÍA DEL CADETE PIP - HOMENAJE A NUESTRO ENTRAÑABLE LÍDER TEÓFILO ALIAGA SALAZAR "TAS"

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HOMENAJE A MI PADRE: TEÓFILO ALIAGA SALAZAR, ‘TAS’
Lima, 30 JUL 1931 / Lima, 26 NOV 2011



Por Denise Ingrid Aliaga Monge

Nació para ser líder, y destacó como estudiante, como cantante, como poeta, y como líder de su institución, teniendo veintitantos años provocó, con la lógica de su mente analítica, su elocuencia audaz y la impulsividad de su juventud y carácter, la creación de la Escuela de Cadetes Detectives de la Policía, así como la autonomía funcional de su Institución, la cual se convertiría en la Policía de Investigaciones del Perú (P.I.P.), ya que hasta entonces existía el CIVI (Cuerpo de Investigación y Vigilancia), que en el año 1948 adquiriría "cierta" autonomía e independencia del resto de la policía, puesto que los oficiales y subalternos de ese nuevo cuerpo carecían hasta de una escuela propia para la preparación de sus cadetes.

Harto ya mi padre y sus compañeros de las injusticias y vejaciones que sufrían por parte no sólo de un tal teniente Camargo sino del propio funcionamiento de la escuela de oficiales, tomó la decisión, como brigadier general que era, de no permitir más esa situación humillante. Le fue aplicada la pena del calabozo por haberse atrevido a abordar al Ministro del Interior de entonces que se encontraba de visita en la escuela, y a quien presentó por escrito las razones de por qué era imperativo crear un cuerpo autónomo de policías detectives (para conocer lo que sucedió, en una conmovedora narración hecha por uno de sus compañeros, Carlos Rodríguez Hurtado, que además participó en la protesta, hacer clic a este enlace:

http://asoglopip.blogspot.com/2011/05/dia-del-cadete-cipita-la-historia.html

Mi padre es uno de los poquísimos de su promoción, sino el único, que llegó al grado más alto en la carrera de Policía (Teniente General), y lo hizo por mérito propio, no soboneó, ni se corrompió, ni reptó para conseguirlo. Brillar ha sido siempre su estado natural, ya que desde niño destacó en los estudios, estando casi siempre en el primer puesto de su clase, siendo el segundo puesto lo más bajo que cayó. Terminó la Escuela de Oficiales de la Policía siendo Espada de Honor.

Sus compañeros, tanto de colegio como de universidad (la San Marcos, donde hizo la carrera de Derecho) pensaban que se dedicaría a la literatura, y es que solía no solo escribir sino recitar poesías -le gustaba mucho Chocano-, otros pensaban que se dedicaría al canto, por la hermosa voz de tenor que había heredado de su madre, mi abuela Carolina.

Como ven, mi padre, Teófilo Aliaga Salazar, fue un hombre, en muchos aspectos, brillante, en otros, por increíble que parezca, y pese a sus dos profesiones, algo cándido, con esa ingenuidad propia de la gente que nace en provincia, quizá se deba a que, aunque él nació y se crió en Lima, sus padres y abuelos fueron originarios de José Galvez, Cajamarca.

Recuerdo a mi padre casi siempre vestido de traje y corbata, sentado ante la máquina de escribir, y yo era capaz de mirarlo en silencio y durante horas, escondida debajo de algún sillón o mesa, mientras ametrallaba la hoja de papel con las teclas de su máquina, exponiendo sus tesis e ideas, o cantando Júrame , Muñequita Linda o Quiéreme Mucho a voz en cuello en medio de la sala (algo que hacía también frente al volante), o escuchando su música en la radiola con la luz apagada... tántas veces me quedé dormida en el suelo, oculta entre los fondillos de los muebles, mirándolo, no, admirándolo estudiar y trabajar hasta las y tantas de la madrugada. Para mí no había otro como mi papá, él era mucho más inteligente y exquisito que el uniformado policía Matute de Don Gato. Mi papá era detective como Dick Tracy -nos había informado mi madre- por eso no usaba uniforme, aunque, claro, no tenía ese teléfono de pulsera para mantener vídeo-llamadas como Tracy -¡Gracias, Dios, por Steve Jobs!-. sin embargo, para mí y para mis hermanas, nuestro padre era el más bonito del mundo entero.

Nacido bajo el sacramento matrimonial, se quedó sin padre antes de nacer. Con gran orgullo admito que mi abuela Carolina mantuvo a sus dos hijos trabajando como planchadora en una tintorería. Mi padre fue un niño pobre, pero inmensamente amado por su madre, su hermana, sus abuelos y primos, y debido a que recibió tanto amor es que supo dárnoslo.

Si Teófilo no hubiera estado amarrado por la institución, su mujer, su madre, sus cinco niños con sus perros, canarios, gatos, conejos y todo bicho que se les iba ocurriendo a los niños llevar a casa... quizá hubiera sido un trotamundos como sus hijos, pero materializó sus impulsos aventureros cambiándose, si no me falla la memoria, alrededor de 20 veces de domicilio. Mis hermanos y yo nos reímos mucho al recordar que más de una vez perdió dinero en la reformación y reventa de sus propiedades, dejando patente, por lo menos en un principio, que su fuerte no estaba en los negocios, de los cuales creó muchos, nunca se dio por vencido, ja, ja, ya con el tiempo fue mejorando mientras fue creando empresas de todo tipo, desde taller mecánico automotriz, empresa de importaciones ALMÓN (de Aliaga-Monge, y en la que fuimos incluidos los cinco hijos al completo, solo faltaron los perros), ONGs, institutos, partidos políticos, oficina de asesoría legal, revista, colegio, etc. etc. Desde muy pequeña ví a mi papá ideando siempre algo nuevo, ya para su institución, ya para nuestro país, ya para el bienestar de la familia.

De su aguerrida madre heredó, como he dicho ya, la bonita voz, el amor por el trabajo y su honrosa costumbre de nunca decir palabrotas. Y es que mi padre era, ante todo, un oficial y caballero.

'El loco Aliaga' visitó varios países, en muchos casos invitado por Gobiernos como Estados Unidos, China, Argentina, Rusia, Panamá... dejando siempre bien alto el nombre de nuestro Perú en el extranjero.

Trabajó, trabajó y trabajó, en más de una ocasión combinando dos trabajos, consistiendo uno de ellos en la venta de enciclopedias de puerta en puerta (quizá por ello mi hermana mayor se hizo, mucho tiempo después, Testigo de Jehová), de modo que a nosotros, su familia, nunca nos faltó nada. Pero no todo fue chamba, qué va, Félix, como le llama su familia, supo sacar provecho de la vida. Fueron numerosas las reuniones en casa celebrando sus cumpleaños durante dos y hasta tres días seguidos. Lotty y Guillermo Castillo, el gracioso Chiquitín Collantes, su amigo y compadre: el loco Guzmán y su mujer Tarcila con su espectáculo tanguino; el Almirante Pareja y su fina esposa Anita; los esposos Alba, los Fajardo, los Flores, los Dai Prá, los Pérez Albela... los entrañables tíos Carlos y Cruz Rivas, las abuelitas que, como dice la canción, eran "Una morena y una rubia”, la trigueña, alta, la rubilla, baja; la primera, seria; la otra, un pase de vueltas. Era además infaltable mi hermana Rocío tocando el piano para los invitados, mientras el resto de los cinco éramos confinados a la parte alta de la casa, desde donde, empijamados, espiábamos desde la escalera lo que ocurría allá abajo.

A punto estuvo, a puntito, de alcanzar la Dirección de su institución, era un nombramiento anunciado e inevitable, sin embargo, en un juego político del APRA se lo impidieron, y aprovechando una acción de 'limpieza' de las fuerzas policiales, lo pasaron a retiro junto con una horda de oficiales, muchos intachables, algunos manchados y otros renegridos por un lodo a que mi padre jamás salpicó.

En esos momentos de injuria inmerecida, por la que todo líder ha de pasar, es cuando uno descubre quién es amigo y quién se ha arrimado sólo por el nauseabundo interés arribista. Las cucarachas no sólo trepan, sino que vuelan, ojo, que yo las he visto planear en todo tipo de cielos.

El puesto de Director de la PIP era un puesto político, y mi padre representaba una piedra en el camino para los intereses del nuevo y corruptísimo primer gobierno de don Alan García Pérez.Una vez fuera, mi viejo dio el examen que le faltaba para graduarse, y se recibió de abogado, a los cincuenta y pocos años de edad, para orgullo nuestro y ejemplo de otros.Una de sus proyectos aventureros fue crear un colegio, el Toffler, donde mi madre y él hicieron durante 8 años mucha labor pedagógica y humana, sobre todo esto último, con esos chicos con pocos recursos.

Esto fue lo que leyó mi papá en el muro del oscuro calabozo donde injustamente lo confinaron por una semana cuando, siendo un cadete veinteañero de la Escuela Nacional de Policía, se enfrentó a sus abusivos superiores: "Sólo tienen el desolado privilegio de no haber errado jamás, los que nunca han hecho nada".

Les digo algo: nadie me ha amado jamás como mi padre, nadie, y es que el amor incondicional y desinteresado sólo puede provenir del corazón de los padres, esa es la prueba del origen divino del ser humano. El amor de pareja es, y tiene que ser, un intercambio; lo mismo sucede con la amistad, los primos, los tíos y otros parientes, pero los padres, cuando lo son de forma cabal, sólo saben dar, dar y dar, y no hablo de objetos, sino de dar de uno mismo.

No siempre se sabe apreciar lo que los padres nos dan, y hasta guardamos resentimientos porque no nos dieron su amor de la manera que nos habría gustado. Lo cierto es que cada persona muestra su amor de la manera que le es natural, y, a veces, esa manera no tiene nada que ver con nuestra forma de entender el amor. Es impostergable crecer, salirse de la órbita del ego y del uno mismo. Se hace tarde, abandonemos el papel de víctimas y de centro del mundo, de modo que trascendamos y empecemos a mirar la vida, y a todos los personajes que ella contiene, con amor, lo cual exige gratitud, reconocimiento, respeto, honra, veneración y compasión.

Los invito a reflexionar sobre vuestros padres. En este caso he querido, con estas lineas, honrar a mi padre, y ponerle una condecoración -una más a la recatafila que ya tiene- por su amor incondicional hacia mí, mis hermanos, mi madre, mi abuela, mis sobrinos, su patria, su institución, el mundo y Dios.

Se me ha acusado varias veces de haber sido "la niña de los ojos de mi padre", pero lo cierto es que mi hermana Rocío gozaba de ciertos privilegios y consideraciones por ser la mayor. Medalit, la tercera, disfrutaba, entre mis padres y familiares, de gran credibilidad y respeto por ser una niña obediente, responsable y estudiosa, (nadie supo, sino hasta mucho después, lo 'matalascallando' que esta pecosa podía llegar a ser). Mi hermano, Felo, fue siempre algo así como el príncipe heredero, por el sólo hecho ser el único varón, de modo que, según afirmaba mi padre: "todo lo de él era de su hijo, y todo lo de mi mamá era de las cuatro niñas", reparto con el que estuve siempre disconforme, por supuesto. Por último llegó Daphne, la niña ésa que provocó que mi padre dejara de cantarme a mí “el muñequita linda de cabellos de oro” para dedicárselo a la pequeña intrusa.

Hubo otro niño, Diego Francisco, el sexto, al que mi padre lloró abrazado a su cuna vacía, y que en estos momentos debe tener en su regazo.

Lo cierto es que todos fuimos sus preferidos, ya sea por una cosa o por otra, en mi caso, lo que me hacía especial era mi incorregible rebeldía y desparpajo, nada más.

Hoy te has ido, pero nos reuniremos otra vez, papito de mi vida, entretanto seguiré honrándote de la forma que te gustaría: siendo un ser humano íntegro y veraz, donde mi sí signifique siempre sí y mi no, no; enfocándome en amar más que en ser amada, en dar más que en recibir.

Te honraré, padre, todos los días de mi vida.





DIA DEL CADETE CIPITA - LA HISTORIA

21 DE MAYO, DIA DEL CADETE PIP


Carlos empezó a despertar, uno a uno, a los alumnos más caracterizados de la promoción. Teófilo despierta, Juan despierta…. y así, cinco de ellos amodorrados aún por el pesado sueño en una noche fría y sin luna, arrastrando sus pies como fantasmales figuras, se reunieron al costado del camarote del cholo “Monoyama” (mitad negro, mitad llama), quien fastidiado por el murmullo de sus voces, torció la boca y se volteó jalando la frazada para abrigarse mejor. El servicio de imaginaria a una indicación de su brigadier se dirigió a la puerta para vigilar el largo corredor apenas alumbrado por la tenue luz que despedía una desgastada lámpara petromax, para evitar ser sorprendidos en pleno conciliábulo.

“Tiene que ser mañana”, dijo Teófilo. Agregó “ hoy está de servicio el miserable del Teniente Camargo y con toda seguridad nuestra demanda le acarreará más de una sanción y antecedentes negativos en su foja de servicio, por falta de control, carácter y capacidad para enfrentar situaciones de conflicto”

¡Que se joda!, susurró con energía el “charapa” Mendoza

Sí, ¡que se joda! manifestaron los demás al unísono, sumando sus voces apagadas.

Rompiendo el silencio nocturno el ruido del motor de un vehículo que parecía estacionarse frente al portón de la Av. Los Incas los sobresaltó. El “charapa” más ágil que los demás y acostumbrado a trepar árboles en su natal oriente, se aupó a la pared y a través del vidrio confirmó las sospechas. “Es el maldito del Teniente Camargo con su viejo Ford” espetó.

“Bien, entonces está decidido, seremos parte de la historia Enipita” dijo Teófilo, el brigadier general y más antiguo de su promoción.

Juan intervino: “Todos nosotros debemos correr la voz en nuestras respectivas secciones. No debe ser una actuación de conjunto porque sería tomada como un motín y un acto de rebeldía que podría acarrear penosas consecuencias para el batallón, pero sí, en el momento oportuno tenemos que apoyar la decisión que adopte nuestro representante. Cuidado con los traidores que nunca faltan. Mucha cautela para no pisar en falso y que el plan aborte”. Los circunstantes asintieron con un movimiento del mentón. Lentamente volvieron a sus respectivos camarotes.

Todos ellos eran conscientes que su determinación marcaría una etapa histórica en la vida académica de la antigua Escuela Nacional de Policía y que se jugaban su futuro profesional, puesto que si no se conducía el movimiento de una manera adecuada, firme pero ordenada, serían objeto de severísimas sanciones que podrían culminar con su expulsión desdorosa del centro de estudios policiales debido a su condición de dirigentes de la justa demanda reivindicatoria. Así, orillando pensamientos inquietantes…, pero convencidos de que su acción reclamante era necesaria para cesar de una vez y para siempre las postergaciones y los arbitrariedades de que eran objeto todos los días ellos y sus compañeros por el solo hecho de pertenecer al Cuerpo de Investigación y Vigilancia, que en ese entonces preparaba sus oficiales de investigaciones en una Sección de la Escuela Nacional de Policía, alma máter de la Guardia Civil;… lentamente fueron acogidos por un sueño profundo que presagiaba momentos de gloriosa recordación intemporal para los miembros del CIV y de la futura Policía de Investigaciones del Perú.

A mitad de la jornada del mismo día de Mayo y continuando con la rutina, los Cadetes de la Guardia Civil empezaron a desfilar con dirección al salón de comidas, desde los años más avanzados hasta los rezagados de la última sección. Los Técnicos y alumnos de la Escuela de Detectives del Cuerpo de Investigación y Vigilancia seguían formados esperando que los señores cadetes GC terminaran su rancho para que recién el primer alumno del cuarto año de la Escuela del CIV pudiera disponer que sus compañeros y subalternos pasaran a tomar sus alimentos al tradicional comedor.

Estando en su interior, el Brigadier General, Técnico Teófilo Aliaga Salazar, tiró la charola con fuerza sobre el lustroso piso diciendo con estentórea y emocionada voz, que se escuchó hasta la última mesa del recinto: “Esto es una afrenta y no la vamos a tolerar más. Esto se acabó”

Julio, su compañero de clase y uno de sus amigos más cercanos lo vio y quiso acercársele para apoyar su gesto. En ese momento entró al recinto el desgraciado del Teniente Camargo. Julio retrocedió y volvió a su lugar.

¡Que pasa aquí, carajo! ¡Brigadier Aliaga! ¿ quien ha tirado la charola al piso?. Antes de que el aludido contestara agregó: al pobre diablo que lo haya hecho lo voy a desmierdar, ¡por la gran puta! ¡ qué se habrá creído!.

Teófilo impasible escuchó la insultante y blasfema amenaza. Miró lentamente a su alrededor y advirtió que todos los técnicos-alumnos tenían puesta la vista sobre él. Era el momento que habían esperado durante mucho tiempo. No podía dejar pasar la oportunidad; además, él no le tenía ningún tipo de temor al increpante, a quien desde el primer día que lo conoció lo distinguió como un oficial abusivo y prepotente y muchos eran los alumnos de la Escuela Nacional de Policía, especialmente sus compañeros de la Escuela de Detectives y de Auxiliares del Cuerpo de Investigación y Vigilancia que habían sufrido vejámenes y excesos de su parte. Sintió como la sangre encendía su rostro y sus manos se crispaban de indignación. Se levantó de la mesa y adoptó la posición de atención. El Teniente Camargo se puso a un costado de él y con mirada desafiante y gesto altanero volvió a preguntarle en voz alta, con un tono ofensivamente ruidoso y ronco: ¡ Quién!, ¡dígame Quién! .

Teófilo tomó aire y con voz enérgica y clara le contestó: ¡Yo!, Teniente Camargo, he sido yo, quien lanzó la charola al piso, y lo hice porque como Brigadier y primer alumno de la Escuela de Detectives, tengo la obligación moral de protestar por la discriminación y el rezago que venimos padeciendo durante muchos años los técnicos y alumnos de esta Escuela.

El Teniente Camargo se puso verde de cólera y sus ojos parecían salirse de sus órbitas de pura ofuscación. ¿Está usted loco, Brigadier Aliaga?, usted sabe que esta acción tiene un nombre, esto se llama insubordinación y es un evidente acto de indisciplina. Le ordeno que inmediatamente recoja la charola del piso y la ponga sobre la mesa.

Teófilo giró en dirección del oficial y estando frente a él, le dijo con digna mirada: “No lo haré, es más, tampoco tengo la obligación de obedecerle. Usted es un oficial instructor perteneciente a la Guardia Civil y yo un Cadete de la escuela de detectives; nosotros, por línea de comando, tenemos el derecho de tener como instructores a oficiales de nuestro propio Cuerpo de Investigación y Vigilancia.

En ese momento, todos los técnicos y alumnos detectives empezaron a golpear las ollas soperas con las cucharas, provocando un ruido monocorde, estruendoso y desagradable. El Teniente Camargo viendo que la situación se estaba volviendo peligrosamente tensa optó por abandonar el lugar, no sin antes amenazar a Teófilo con darle de baja y ordenarle que se presentase inmediatamente ante la dirección de la escuela.

Teófilo fue rodeado por sus compañeros de promoción quienes le hicieron saber su apoyo incondicional. Nuevamente tomó el mando y ordenó: ¡Hoy, nadie come!. Uniendo la acción a la palabra vertió el contenido de su charola al interior del recipiente sopero. Dio media vuelta y salió. El conjunto de Técnicos y alumnos imitaron el claro mensaje de la protesta. Las abolladas ollas se llenaron de comida. Se escuchó entonces un aplauso, luego otro y otro, finalmente todos los presentes batieron palmas. Nunca antes se habían sentido tan dignos y orgullosos. Se levantaron de sus sillas y ordenadamente y en silencio salieron los altivos pero frustrados comensales en dirección a sus cuadras.
Mientras tanto el Teniente Camargo se dirigió a la Dirección de la escuela en busca del director, el Gral GC Luís Rizzo Patrón Lembeck y estando en su presencia le narró detalladamente los pormenores de la conducta del brigadier Aliaga, agregando algunas señas de su invención con un deshonroso ánimo difamatorio. El alto oficial carraspeó y dispuso que los integrantes del ente consultivo de la Escuela se presentasen a su Despacho. Estando reunidos trataron el tema y concluyeron que dadas las circunstancias lo más conveniente sería desalojar a los indisciplinados y que fueran a cualquier lugar lejos de la Escuela Nacional de Policía.

El día 21 de mayo de 1,957, entre risas, lágrimas y algarabía juvenil los alumnos de las Escuelas de Detectives y de Auxiliares de Investigaciones del CIV esforzadamente iniciaron la mudanza. Al fin podrían ostentar con orgullo el título de Cadetes, que en la Escuela Nacional de Policía estaba reservado para los Guardias Civiles. Desde la reforma policial de 1922 los alumnos de la Escuela de Detectives del CIV no estaban considerados como Cadetes sino como Técnicos-Alumnos. Ese mismo día se instalaron en su propia Escuela de detectives y de Auxiliares de Investigaciones que en conjunto formaron la Escuela Nacional de Investigación Policial (ENIP), funcionando dicha escuela en un local situado en la Avenida México del distrito de la Victoria, frente a la G.U. E. Pedro A. Labarthe. y que años después cedería al Instituto Pedagógico Nacional; cuando los miembros del CIV donaron su sueldo de un mes y construyeron con sus manos y sus propios sudores, con estoicismo y plausible civismo, pletóricos de amor institucional, su nuevo local ubicado en la Avenida Aramburú Nº 550 en el distrito de Surquillo, el mismo que fuera inaugurado el 5 de Abril de 1962 con el nombre de Centro de Instrucción de la Policía de Investigaciones del Perú (CIPIP). Esta fue la culminación de un viejo anhelo y un necesario corolario a la nueva denominación del CIV que el 3 de Junio de 1960, después de aprobarse su nuevo Reglamento General, viera cambiar su nombre por el de "Policía de Investigaciones del Perú" (P.I.P.).

Luego de una semana de ocurridos los hechos, el Cadete CIV Teófilo Aliaga Salazar (TAS) abandonaba el oscuro calabozo de la Escuela Nacional de Policía, luego de cumplir una abusiva sanción por ser considerado el gestor y ejecutor del trascendente motín. TAS con su frazada bajo el brazo volvió su mirada y leyó en la sucia pared de la fría mazmorra, por última vez, aquel escrito lleno de sabiduría y protesta : “ Sólo tienen el desolado privilegio de no haber errado jamás, los que nunca han hecho nada”. Cruzó los añosos pasillos de la vieja escuela, bajo las sombras fugaces abortadas por los viejos artesonados de sus techumbres. Lentamente avanzó hasta el ambiente del servicio de centinelas, notando que ocho elegantes cadetes GC, vistosamente ataviados, estaban formados en fila con sus máuser original peruano en posición de descanso. Al verlo, los jóvenes lo reconocieron y sin mediar orden alguna se pusieron en atención y levantando sus viejos fusiles le presentaron armas. TAS siempre con la mirada en alto saludó el gesto y gruesas lágrimas de joven león humedecieron sus mejillas.

F I N





El honor, la justa aspiración y el orgullo transparente y puro de los jóvenes Cadetes de la Escuela de Detectives y de Auxiliares del Cuerpo de Investigación y Vigilancia, finalmente, habían vencido a la soberbia, la intolerancia y el abuso.

Chorrillos, 2 de Mayo del 2011

César Barrera Barreno “CORVINO”


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EL CADETE FANTASMA
 
Por César Barrera Barreno

De 2 a 4 am, servicio de imaginaria, ¡Tercer turno!,  las horas de los sueños más profundos y locos, instancias de hechos sin tiempo, sin espacio, sin historia; anuncios proféticos, sentencias crueles, condenas que la razón reprime pero que la conciencia dicta. ¡Tercer turno !.

¡Despierta Agustín, despierta! -  insistía entre susurros el segundo turno, tocándole el hombro, tratando de alertar al cadete para que se vistiese y lo relevara en el siguiente ciclo; éste, entre sueños, lo escuchaba y le contestaba con voz monocorde: ¡ya!, ¡ya!, ¡ya!, jalando más la frazada en un inútil intento por seguir durmiendo.

Luego de muchos esfuerzos, entre bostezos y estiramientos Agustín terminó de vestirse. Se hizo una rápida auto revista notando que su capotín estaba más ajado y viejo que de costumbre; hizo un mohín de fastidio, levantó las manos y se alisó el cabello quedando conforme; por último se ajustó el correaje y palpó la bayoneta; sí, todo estaba en orden. Al verlo de pie, su compañero, vencido por el cansancio y sin despedirse, se alejó y ocupó la parte alta de su camarote, se acomodó y pronunciando frases obscenas se envolvió con la colcha y se sumió en un profundo sueño.

Agustín Avanzó unos pasos y recorrió con la mirada las filas de camarotes que ocupaban la cuadra. Sobre ellos descansaban plácidamente sus compañeros. Curiosas las posiciones que se adoptan al dormir, pensó : unos boca arriba,  otros boca abajo, los más de costado, a la derecha, a la izquierda; con las piernas estiradas, otros las recogían asumiendo una posición fetal, llamándole la atención uno de sus colegas que besaba la almohada de rodillas, en una pose que seguramente inspiró a Giovanni Bocaccio en sus inmortales cuentos del Decamerón: Poto levantado y  rodilla al catre. El futuro detective sonrió con picardía.

El joven Cadete empezó su servicio recorriendo la cuadra y cubriendo prolijamente con las mantas, con fraterna dedicación, a sus compañeros  que se habían destapado exponiéndose al frío intenso del húmedo otoño limeño. Agustín velaba por la placidez del descanso nocturno y la seguridad de los bienes existentes en la cuadra, que tal era la función del servicio de imaginaria.

La noche se presentaba oscura y poco acogedora; el pasadizo estaba iluminado por una mortecina luz que apenas disipaba las sombras en fuga. Los ronquidos monocordes  de algunos durmientes terminaron por aletargarlo. Fue a su camarote y se sentó sobre el colchón de su cama dormitando con la cabeza sostenida entre sus manos; de pronto,  escuchó un ruido ligero, no le hizo caso, pero allí nomás otro de mayor intensidad terminó por despertarlo de pleno. Levantó la mirada y vio que la puerta antes cerrada, inexplicablemente se había entornado. Cerca a ella una fantasmagórica silueta avanzó lentamente al interior del dormitorio; se detuvo un instante y sorpresivamente le dio la espalda en un  giro inesperado y salió. La puerta se cerró abruptamente.

Agustín se puso de pie e instintivamente llevó su mano derecha al puño de la bayoneta, apuró el paso para salir rápidamente de la habitación esperando alcanzar al visitante nocturno para aclarar las razones de su ingreso al dormitorio. Cuando abrió la puerta una densa e inusual neblina ocupaba el pasillo y un olor desagradable parecido al de violetas marchitas afectó su olfato. Observó que el esquivo visitante se dirigía hacia el casino, al otro lado del largo corredor. Con dificultad, por la poca cantidad de luz existente en esa parte del edificio, vio que el aparecido seguía su marcha, aunque en realidad no parecía caminar, más bien se suspendía impulsado por una corriente de aire imperceptible.

¡Cadete!, ¡cadete!, repetía tratando de llamar la atención del intruso; al ver que no le hacía caso aceleró el paso para alcanzarlo. El supuesto cadete se detuvo unos instantes frente a la puerta del casino e ingresó. Apolo casi lo alcanzaba y ya estaba muy cerca de él pero aún así no pudo distinguir sus características;  éstas eran indefinidas y brumosas. Se sobrecogió al percibir un intenso y vomitivo olor a azufre que el huidizo personaje dejaba tras su rastro.

Tomó la manija de la puerta y la abrió lentamente; pensando encontrarse cara a cara con el advenedizo dada la corta distancia que los separaba. Ingresó y miró el interior del enorme recinto sospechosamente entre penumbras; dirigió la mirada de un extremo al otro y pudo constatar que sólo él ocupaba físicamente ese ambiente. Se adentró al amplio salón recorriéndolo en toda su extensión. Al acercarse a las mesas de billar  observó que una mano se deslizaba despacio, muy despacio, sobre la pulida superficie de una de sus bandas. Apuró el paso para sorprender al intruso, bordeó el mueble con rapidez para alcanzarlo, pero no había nadie. Como un alucinado recorrió con la vista las demás mesas y  los pocos muebles que ocupaban la estancia. ¡El supuesto cadete había desaparecido !. En ese momento recordó la vieja historia del Cadete fantasma que inquietaba el ánimo de los alumnos cuando les era contada por sus instructores. El estupor y un repentino escalofrío  lo aprisionaron. Su mente se obnubiló y tuvo que apoyarse en el brazo de un sofá para no caer. Se dirigió con pasos indecisos hacia la puerta y  en el momento que avanzaba sus pies se trabaron en una prenda de vestir que había sido abandonada sobre el piso; en el lugar donde había visto la mano del desaparecido. Inconscientemente la levantó y la llevó consigo. Alcanzó la puerta que se encontraba entreabierta, la traspuso y la cerró suavemente. Volvió a su cuadra. Ya no pudo dormir.

Al día siguiente, entregó la prenda a su instructor, contándole el lugar y las circunstancias de su hallazgo. Éste tomó la cotona y la revisó. En el borde interno de la cintura estaba la etiqueta cosida con los datos de identificación de su dueño, entre ellos el número de serie que le correspondía en el padrón de Cadetes. Juntos fueron a la oficina de personal de la Escuela de Oficiales y allí pudieron comprobar que la vestimenta le correspondía al Cadete del segundo año Juan Saritama Aguirre.

-       Entonces mi Capitán, ya sabemos quién es el cadete que anoche deambulaba por mi cuadra y el casino perturbando el sueño de mis compañeros – dijo Agustín, satisfecho y más calmado por la información recibida.

Un desconcertado Oficial le contestó.

-       Sí, ya sabemos a quién le pertenece la prenda, sólo que éste cadete ya no forma parte del batallón.

-       ¿ Y entonces, dónde está? - Le pregunto Agustín con curiosidad. El Oficial balbuceando le respondió :

-       El Cadete Juan Saritama Aguirre ya no está entre nosotros.

-       ¿Está de comisión? ¿demorará en regresar? ¿ por qué dejó su chaqueta en el casino? -Le inquirió Agustín, ansioso por saber el paradero del cadete.

El capitán palideció y con palabras entrecortadas le respondió:

-       Ese joven, hace diez años, un día como ayer, se suicidó en el Casino de Cadetes, justo en el lugar donde usted encontró su Chaqueta.

FIN

Ch. 14.10.12
CORVINO






IMÁGENES DEL RECUERDO

Fuente: 

ARCHIVO DIGITAL PIP

Editado por Nalo AB, para uso comunitario.