lunes, 14 de abril de 2014

KEVYN GARCÍA GUZMÁN: EL POETA DE LA EPÍSTOLA QUE ASOMBRA - POR CARLOS GARRIDO CHALEN, PREMIO MUNDIAL DE POESÍA


KEVYN GARCÍA GUZMÁN:

EL POETA DE LA EPÍSTOLA QUE ASOMBRA

Por: Carlos Garrido Chalén 

La poesía es una luz que cuando apunta al ojo avizor del que la goza, refulge y también titila. Sólo la puede apagar con otra luz, más estentórea, el Dios que la ha creado. No la agota por eso la sombra malhadada, que en su quejumbre llora, ni tampoco el desierto de la inconsecuencia. Es como una epístola que jamás termina, que nunca se agota; que se proclama a sí misma, la madre de todos los géneros, el rumrum inmortal de todas las proclamas. El que la sabe mimar, se enternece en sus secretos y termina, iluminado de ese sol inacabable, que de su entraña emana.

Cuando el joven poeta peruano Kevyn Jefferson García Guzmán, entró a ese mundo proverbial insospechado, para forjar su monumental “Epístola a Gaviel” (“penosa luz y penosa tiniebla, Ángel que amo así no deba”), se hizo a la mar del amor que permite la poesía, para probar en sus aguas inéditas, que a ella es posible llegar desde el afán misterioso de la conjetura, pero también de la certidumbre, para acreditar que en ese soñar, que es aproximarse al universalismo del tiempo, y en ese darse entero por una causa que le urge al corazón, hay todo un mundo que aún no acabamos de descubrir; pero que se enseñorea en el talento de aedas como él que creen en la vida.

Luminosa Gaviel, dueña de todos mis coloreados suspiros
y soberana de todos mis rebeldes pensamientos,
doy muestra sincera de mis latidos por voz de mis propias letras
invocando el permiso tuyo para lograr dar aviso a este tu prohibido corazón
que en mí no hay otro pecado más grave que el no haberte visto a tiempo;
mis sonrisas adoptadas por emociones no esperadas me torturan
y la jeremiada constante lapida mi mente en la soledad de mis abrazos
los cuales exigen la compañía tuya.

En ese bordear el abismo e irse a la “Luminosa Gaviel”, para mostrarle sus ajetreos interiores, el batiburrillo de su inquietante y lúdica pasión, el poeta se arma de valor para descubrir en la báscula de la audacia, un amor que en su bull de francotirador, parece que ha inventado, para zaz apretar el gatillo y descubrir que su objetivo lo abate una lejanía que la acortan los recuerdos y el infiernillo de la falta de correspondencia.

Estás lejos, y más lejos te ubicas todavía de mí,
la mirada mía añora las perladas sonrisas que en aquellos días
rebozaba de armonía las socavadas historias que asumo como vida;
cuán deseados son esos labios que muestras en tu hablar
y cuán asombrosa es tu multitud de pretendientes
la misma que me borra de tus estrellas, tu ojos fulgurosos;
mientras me calcino en mis cadenas
bajo la luz de tus sombras y sobre el recuerdo de tu olvido.

Fueron muy cortas las noches y muy largos los días
los que no logré recibir el sonido de tus pasos, aquel maná
que hoy me hubiese librado de esta penosa agonía tu ausencia;
¿Cómo no desear morir en una sonrisa tuya?
¿Cómo sobrellevar el no percibir tu aroma de mujer?
le doy interrogantes a una rosa mientras abrazo sus pétalos
fracasando en el intento de sentir tu piel en mis grises divagaciones,
triste penitencia para mi absolución.

En “Epístola a Gaviel”, que es un poema de un largo aliento hecho epístola, desde la que García Guzmán se hace hombre, o mejor dicho convierte el Peloponeso de su alma en camino de insólitas coartadas, el poeta se reprende y condena a sí mismo, porque en ese entender la adversidad, en ese proclamarse víctima del destino, juzga que en la lejanía, allí donde se hacen añicos sus recuerdos, porque son olas de mar que azotan las orillas de su ventriloquismo y su fatalidad.

Esas ajenas extensiones de milagros ondeados
los que en pocos momentos, digno fui de acariciar,
las mañanas me gritan y ofenden mi silencio,
no debí callar lo que mi pecho quiso proferir
y justa es mi condena, sobre la sombra de tus níveos hombros,
en el silencio he de sufrir las hogueras de tu lejanía,
más hoy que no te percibo siquiera en retratos,
tan solo en los recuerdos de una vieja aula de universidad.

Triste es mi odisea para llevar a tus ojos mis latidos,
a tu rojo pecho de cristal mis suspiros reservados,
y privado del derecho de amarte, me contengo en unas líneas,
sin apreciar esas rosadas falanges tuyas con las que me escribías;
llorando amargas desventuras en trozos de papel,
los mismos que en todas las noches testigos son de mi prisionera verdad,
los mismos que hoy me piden un poco de cordura,
saco roto donde posan sus plegarias.

“Que no deba verte más, me grita la mente/ la puritana mirada de los carroñeros cuervos son punzantes,/ mis anhelos de cubrir una flor con mis besos me flagelan,/la silueta de doncella que muestras a mi cabeza agita mis tempestades de poseerte en mí,/ me es imposible concebir el sueño perfecto sin el profano consentimiento de besar tu recuerdo,/ condenado estoy por mi pecado y por la hipócrita imagen de los sin nombre”, alega atormentado; y en ese trasnochar en que se angustia al punto de mimetizarse con la nada, irrumpe con su genio de poeta para marcar su territorio, como lo hacen los leopardos, pero con la tinta sangre de un celo escondido que – de tanto golpearse a sí mismo -imagina a su amada en los brazos de terceros, que terminan por saborear el rico néctar de esa flor que su pico de colibrí no pudo.

Esas caricias tuyas las que no dan tregua a mi cabeza
privado mi alma está de ellas, por honrar mi hidalguía y el lazo de mi dedo,
es mi turno de llorar y a la vida una desventura regalarle,
callando mi boca y liberando mi pluma en este papel
mientras tu paso siga siendo más ajeno que ayer,
mientras tu corazón siga siendo más ajeno que ayer
y mi amor siga siendo indebido
será ajeno, será de otro.

Será de otro mas no mío, y será de otro,
terceras manos han de rozar tus mejillas,
terceros brazos se deslizarán por tu cintura,
un tercer pecho será tu refugio resguardado,
una tercera mirada será el motor de tus dóciles suspiros,
unos terceros labios, serán los que besen los tuyos
y ceda mi amarga suerte a la soledad de tu compañía,
ajena al calor de mi bohemia.

Mis pesadillas de no llegar a ti taladran mis recuerdos
no hay alguno que no vea la neblina de lo prohibido,
los pesares opacos de una brisa de sordas mareas me abruman
mis gritos son silenciados por la distancia de una rosa al sol
y tu camino sigue libre cual paloma en prado,
y tu cantar sigue sin prisión como ninfa en el bosque,
y tus odios no han de sentir lo que escribo,
como mi amor en tus ojos.

En esa epístola luctuosa, llena de incertidumbre, Kevyn mira desde sus “ojos inmorales”, que la ausencia también copa y en el grifo de la autocomplacencia se surte de combustible para llorar - con lágrimas de hombre se entiende – lo que pudo haber sido y no fue, como dice la canción. Y en ese entrar y debocarlo todo – en ese ser y no ser, en ese ingresar curtido a la misma obsolescencia, se descubre imperdonado inacabable. 

Una noche de almohadas me despierta de los suplicios
me rescata de las somnolencias sangrantes
y bajo mis libros abrazo tu foto y le lloro,
una gota más al camino de mi infortunio,
con estos, mis ojos inmorales,
con estos, mis brazos inmorales,
con este, mi pecho inmoral,
con este cuerpo mío aún sin perdón.

Y es que el hombre – digámoslo de una vez – extraña “el canto de paloma” de esa mujer sin canto, su “voz de sirena”, sus “carcajadas de delirios”, sus pasos, sus ojos, su nombre; y quiere gritar esa ausencia a sabiendas de que el eco no le devolverá ni un ápice de ese soñar que le oprime el alma. 

Seco mis lágrimas y comienzan otras
los océanos de mis versos perdidos
los bosques de mis letras embriagadas.

El rostro magullado por mi desventura
palidece en la danza de los caídos
mis rimas desahuciadas se estrangulan
en la cloaca grisácea y lacrimosa
mientras loan las flores a tu piel de nieve nórdica
desequilibrado permanece el sendero
y dan pie a mi bohemia tus pies de arco iris
tus huellas, ninfa mía, de curvas siderales.

Pensar en ti cuando abrazo otro cuerpo,
besar otros labios que no son los tuyos,
callar en el silencio inquisidor
y las cotorras carboneras gritan en mi abismo
con picos bañados de ponzoña
que esto es prohibido, que esto está negado
querer a una y no amar a otra,
que esto no es vida, que esto es pecado.

“Epístola a Gaviel”, constituye al fin y al cabo, un experimento literario para acreditar el temple y la flema, la casta inveterada de poeta de un hombre, que en realidad, en el fondo de todo, allí donde los conchos se llenan de la espuma de ese mar pletórico de insolencias, no le escribe a la “luminosa Gaviel”, que le llena de aforismos la entrepiernas, sino posiblemente al ser que en su ser se muere y resucita a la vez para sentir que sobrevive al desafecto.

Quiero y no quiero
decir adiós a estos sueños sacrílegos,
a tus ojos de constelada ilusión,
a tu perlada sonrisa de princesa,
a tus caderas de curvilíneas divagaciones mías,
¡ay! Desdicha la que se viste de mi piel
y las burlonas hienas tragan con mis dolores
con el paso del sol por mi prisionera carne vetada

Hija predilecta de mis insaciables países con tu nombre
eres dicha de todo lo escrito por mi mano.
placer prohibido de lo escondido a mis miradas,
afrodisiaco brebaje de las cuevas azules,
mi apasionada y dulce Gaviel,
mi indebida copa de placer y felicidad,
en la embriaguez de mis deseos y mi lápida
sepulto mis besos en tu pecho.

Gaviel, termina en esa vorágine de orgasmos inconclusos, en esa joda de querer abrir una puerta que está más cerrada que el himen de una virgen, la víctima de un poeta que en su terquedad, se excita y pachamanquea, tratando de encontrar respuestas imprescindibles, y al final, aunque sea una pizca de ese amor crucial en el que pudo haber satisfecho su ostentosa virilidad de quijote redivivo

Qué pena más dura que la muerte misma
el sonreír frente a lo que me es vetado,
exiliado a mis pesares y ajeno a tus suspiros,
mi quijotesca mirada ha de apagarse ahora,
mientras mi mano se resiste a dejar la pluma,
la tinta de mi cuerpo emana lamentos,
la elegía de lo sentenciado lucha por vivir,
una paloma despierta odiando el amanecer...

Me he convertido en el demente de un alma
y con la lira en mi tinta llego a un canto,
la tristona parodia de una amante,
un prisionero errante y sin tumba abierta,
la tumba de mis deseos maldecidos,
la copa de un beso no correspondido,
la elegía de un juglar mal habido,
aquí sigo sentado.

Sempiterna dulzura mía, Gaviel de mis estrellas
bellamente esculpida por el amor
trago ginebra entre llantos abismales y copas negras
un beso y uno solo saciaría mi agonía
y el mundo de mi viejo armario quedaría olvidado
acerca tuspupilas y participa de esta danza solar
solo un beso y después no moriré en el infierno,
eterno será mi castigo, eterno será tu sabor a mujer.

Pero en esa locura, en ese paroxismo, trajinado por la obstinación, el poeta Kevyn García reflexiona y cansado del “alegre rostro de valquiria emperadora” de su amada, se decide a decirle adiós, qué más le queda, pero en esa insania se desdice y niega incorporar en ese despedir para siempre, todo lo que llora el sentir de sus palabras, dejando al lector con ganas de mandarlo al carajo. Porque qué es el adiós, sino un entregarse a la renuncia, un retroceder siempre y un rendirse también.

Tal vez la nube de mi locura me nuble la realidad
y mis ojos no vean si es que me quieres también tú
mas no importa, sustancial amor profano
pues te pierdo por el capricho de mi silencio,
la incógnita de tus suspiros perfumados,
maldito sea ese tiempo que me privó de tu camino
y maldito los lagos que hoy produjo mis lágrimas,
preciso es olvidar este censurado afecto.

Lloroso amor reprimido
alegre rostro de valquiria emperadora
te digo adiós para todas mis lunas estrelladas,
te digo adiós para todos mis templos excomulgados,
abrazo tus labios en mi mente divagante
y marcho al olvido de una rosa sin espinas
tras un pétalo malnutrido,
bajo la suela de tu calzado.

No estás conmigo, lo sé bien
el acantilado me llama a sus fauces
en un rugido de cascadas somnolientas
una voz dormitada me exige que despierte
la demanda de no poseerte me extirpa la alegría
solo tú, Gaviel de mis latidos, eres prisión y libertad
me atas a tu recuerdo, me liberas a la existencia de no verte;
me niego a decir adiós a todo lo que llora el sentir de mis letras.

Kevyn García en esta obra, descubre al poeta vital que alumbra su demencia, y loco de remate – o sea al final más lúcido que nunca - se entrega al suplicio de un dolor que lo llena de notables entelequias; lo que permite encontrar, como en sarcófago de pirata tuerto, el oro puro de un talento inmarcesible, que tarde o temprano lo llevará a convertirlo en uno de los mejores escritores de su Patria.

Se precipita el llanto de mis ojos
y más lejos corren tus miradas de mi presencia,
sin vista de este acallado amor pasional,
sin el calor de este ardiente amante de tus jardines,
y besando tu retrato coso mi voz a una lagrima olvidada
el exilio de mis alegrías fermentan mis pasos
imponen reposo sobre piedras y madera
licor profano de mis quejas acalladas.

Castigo recibo por mis osados deseos,
cruel sanción despedirme de ti es frente a mis descontrolados latidos
ante las sarcásticas voces de mi pétrea moral forzada
pobre amor fulminado y castigable, pobre de tu andar impasible,
quisiera volver a sentirte, mas te amputan de mi pecho
sin caso a mi protesta, sin atención a mis quejidos
olvidar debo de aquellos sueños de sábanas amarrillas y doradas
del festín merecido de dos candorosos amantes.

Y no oiré respuesta a mi voz, a mi compañía
pues desligaron las palabras de mi voluntad decidida,
las carroñeras aves me dicen al oído que no te busque
y con débil autonomía debo de asentir frente a mi cadena
me arrancaré las entrañas, los ojos, los labios, los oídos, el corazón...
y sé que aun así no dejaré de amarte, mi prohibida doncella luminosa,
mas debo abandonar mis delirios de pecaminoso errante
mas en un beso a una imagen me retiro de tus labios.

En ese masoquista condenarse a sí mismo y atormentar su materia gris, el poeta peruano jala la cadena, para irse con zapatos y todo por el inodoro de su atrevida concupiscencia, y trémulo de emoción, como dice el vals peruano, proclama su amor a los cuatro vientos y se imagina encadenado a una ilusión que le es gravosa, pero que, no obstante serlo, lo declara heredero de una humanidad en la que muchos podrían identificarse. Porque quién no ha tenido un amor que le ha sido adverso, quién no ha sido enroscado por los avatares de una larga ausencia y sufrido la decadencia, la petulancia agreste, de un cariño obtuso. 

Condenado estoy, bien lo sé
y arrepentido no estoy de lo soñado por mi atrevida pluma
pues te amo, y una caricia tuya aún me es prohibido por lo correcto,
me acercan a la cordura de terceros sin soportar su ética,
entre forcejeos y suplicantes gritos no me sueltan
nadie clama mi liberación, nadie acompaña a mis gotas de angustia,
solo estoy en mis prisiones, en mis condenas
en mi cerrada boca, en mis prohibidas miradas.

El voltear la mirada me resulta tedioso,
me perturba la existencia sin tu respiración,
me es ajena la armoníade los prados
y la tenue pena ahoga mi llorar,
cerrándole la boca a mis delirios de ser tuyo
frustrando a mi pecho convertido en coraza obsoleta
que fue tempranamente ajeno
que es tardíamente tuyo.

Una ilusión de hacerte mía
de hacer nuestra una nube de telares
queda como aquella rosa marchitada,
queda moribunda en tus perfumes,
y en el lazo de mi delgado anular
destruye ese puente de mis ojos a tu mundo,
que justa condena por mi pecado,
que injusta suenan mis quejas por ello.

En una noche consternada como esta
en la lluvia ingrata y desalentadora
abracé la almohada como a tu sombra
y entre lágrimas le grito al tiempo,
condenado me dejas y un beso tuyo me es ajeno
que feliz se te ve mi dulce musa,
cuánta algarabía abarca tus risas,
conforta mi cuerpo a la condena de no ser tuyo.

Al final de su “Epístola…” el aeda peruano le pide a su amada que lo deje morir en un beso suyo, con su pecado a cuestas

Ven a mis lado amor egoísta,
lujuria de siete rosas iracundas,
gula de los doce besos incendiarios
eres prohibida, mas no para mí,
dame un beso entre el mundanal asombro,
que los puritanos y culebras se rasguen las vestiduras,
que me lancen anatemas y destierros,
hoy puedes ser mía y mía ser
serás para siempre.

Nada queda ahora
todo lo que mis letras lloraron duermen en este papel
culpable soy de mi pensar; y sí, lo acepto,
acepto que te amé como todo un bohemio
con mis efímeras copas y mis pesadillas,
entre lagunas de penas y desiertos de soledad malditas,
mas culpable también lo eres mi prohibida mujer
y libre serás hoy y siempre mientras muera así.

Culpable también eres de mi agonía Gaviel,
bella luz, valquiria de mediodía
responsable de mis hostiles divagaciones pecadoras
y con mucha dignidad la afronto con un lápiz y un papel
con mi corazón y una rosa ahogada por mis penas
en un bar de ideas muertas bebiendo soledades en copas descartables
culpable tú por ser calladamente soltera
culpable yo, públicamente comprometido

Así es como perdura mi infierno
con el sempiterno delirio de mis desgracias,
entre tus cabellos coloridos y en tus manos cristalinas
se posan las gotas que sofocan mi garganta,
y con una sonrisa sobre mi ser,
callo las letras de mi mano
en el lastímero valle del sin color,
en el hocico pútrido de las cotorras.

Así es tristeza más aguda de mi templo,
la jeremiada del excomulgado placer,
mi pecado fue amarte muy tarde
y más grave que ello, acallar a mis labios,
los mismos que ya no son míos,
los que cuya dueña tampoco eres tú,
tras mis letras oculto a una mujer amante
dueña de mi mano, mi piel, mis ojos, mis besos...

Aquí no reposan los restos de un hombre amante
aquí no reposan los restos de un hombre digno,
aquí no reposan sus deseos ni sus besos,
aquí continua el andar de su condena,
aquí continua el sufrir de su pecado,
el gritar de su silencio forzado,
el continuar de su existencia,
la condena de vivir.

Hermoso libro de un poeta de a verdad, que sabe describir la agonía de la ausencia, como una incitación del alma enamorada que lo asombra.

Fuente:


UNIÓN HISPANOMUNDIAL DE ESCRITORES - UHE