martes, 17 de diciembre de 2013

HUACHO: CEREMONIA DE ENTREGA DE PREMIOS DEL CONCURSO "HÉCTOR ROSAS PADILLA" 2013, DE LA SOCIEDAD DE POETAS Y NARRADORES REGIÓN LIMA PROVINCIAS - 20 DIC, 7:30 PM

ELVA VÁSQUEZ RODRÍGUEZ: Rosa Roja, Primer puesto en Poesía del I Concurso Regional de Poesía y Cuento 2013 "Héctor Rosas Padilla"

ROSA ROJA
 
¡Hoy el sol dio sus mejores rayos!
Porque aquí en este jardín vio un aromático rosal
con su sutil fragancia sobresalía por su ego y su color.
Había muchas flores bellas y lozanas, lirios, margaritas, azucenas,  dalias en fin
¡Pero allí esta ella! ¡Una rosa roja como la sangre!

Allí ella tan delgada, bella, altiva y orgullosa.
Allí tan segura, tal vez por sus celosos guardianes, sus espinas
doblegadas, como fieras al asecho para protegerlas
a quien robe su virginal prenda roja.

Pero ella, ¡tan hermosa! Pero qué frágil es tu vida
¡Si yo pudiera alargar tus días!
con mi aliento, con mi sangre de mis venas
yo te daría gota a gota y prolongar  tu vida
y tus guardianes fieros lo saben, porque ellos luego te seguirán.

Te miro aunque, mi sonrisa es fingida porque se lo que te espera
porque gocé de su encanto, de tu fragancia, de tu ego y altivez
veo cómo te vas apagando
como tus pétalos se marchitan y pierden fuerzas,
quisiera decirles no se mueran tomen mi vida
que mi sangre es de tu mismo color.

El viento sabe que irá por ustedes
y uno a uno, tus frágiles pétalos casi sin vida
caerán sin piedad y se perderá en el rincón del olvido
y se juntara con otros pétalos y se reunirán con sus espinas
pero ya no más ego, ni lozanía, ni color, solo recuerdo.


¡Y yo! Que tanto admiré tu belleza ¡No pude hacer nada!
Ni mi llanto pudo humedecer tus hojas, ni tus pétalos inertes
adiós fragancia, adiós aroma, ya no más mariposas
ni mariquitas, ya no más trinos de pajarillos, no más
Toda tú yaces sin vida, el viento que te alejó de tu jardín
solo él se ocupara de ti, y solo serás recuerdo, rosa roja. 
 
 
Viaje al centro de la noche

Salgo del bar,
voy al paradero,
levanto mi cuello
y tambaleando elijo cualquier autobús para que me lleve a ninguna parte.
Mi mirada siempre será la misma:
como si hubiese perdido algún objeto dentro de la ciudad
o como si tuviese el temor de perder algo
que se reduce a mi mochila con libros viejos,
mi saco negro que tiene el color del frió,
una botella de Jack Daniel’s que llevo en la mano
o la indiferencia que tropieza con mi rostro marchito y me hace ser más humano que ellos.
Yo también viajo
aunque muchos aceleren el autobús cuando quiero subir
o se excusen diciendo que los asientos están todos ocupados.
¿Por qué no me dicen de una vez
que mi desesperanza y mis olores
les incomoda
que mi presencia afea su vivir?
Ustedes solo se preocupan de leer el periódico del día,
escuchar su reproductor,
ir a sus gimnasios
o tener su ropa limpia;
y yo
que no visto bien,
bebo todo el día
y los observo desde la ventana del bar
lo sobrio, hermosos y exitosos que son,
y me pregunto si tengo el derecho de pensar
que puedo vivir cerca de ustedes,
compartir su bienestar,
sus ansias de renovar,
cada año,
un televisor cada vez más grande;
pensar en los conceptos de paz y amor,
y discutirlos en las grandes conferencias
donde el vino y la palabra cariño son gratis
aunque sea por esa noche.
Pero la verdad es que yo no conozco
cómo se vive ni cómo se muere con dignidad
porque a mí no me consideran en el sector publico activo
ni en los reportajes de personas exitosas que engrandecen a su patria
ni mucho menos soy mencionado en las leyes de inclusión que delibera el congreso.
A mí me basta seguir viendo sus rostros por la ventana del bar,
sintonizar telenovelas mejicana que representan sus escandalosas vidas
o escuchar sus inútiles argumentos sobre cómo vivir en paz.  
porque de cualquier manera sé que les incomodo
aunque ustedes siempre viajen sentados
y yo viaje toda la vida de pie.
 

Manuel Román, Piñas Laura: La confesión, cuento ganador del I Concurso Regional de Poesía y Cuento 2013 "Héctor Rosas Padilla"

La confesión
 
A través de los barrotes de la celda, Inocencio Caparachín contemplaba cómo el sol se unía con ese cielo metálico que se filtraba por los barrotes de la prisión. Así cuando el círculo rojo fenecía en el horizonte, Inocencio Caparachín se dirigía a su cama para continuar con el único acto decente que se había enfocado en los últimos años: leer todos los libros que tenía la pequeña biblioteca del presidio. Contrariamente a lo que se dedicaba, su compañero de celda se había acostumbrado a dormir plácidamente la mayor parte del tiempo. Este acto de evasión le daba la tranquilidad para leer y recordar los pocos buenos momentos que había vivido. Sus recuerdos se resumían a su infancia, su época escolar y el momento en que la conoció. Cuchillo, su compañero de celda, siempre le repetía que no podía comprender cómo podía disfrutar su estancia en un lugar donde todas las personas que le rodean maquinan la estrategia más ingeniosa para poder fugarse. Todos quieres salir menos tú -le repetía Cuchillo mientras leía los recortes de su asesinato que había pegado en la pared minuciosamente-. 
 
“Solo me falta noventa años para salir” -le respondía a su compañero de celda cuando escuchaba su reclamo-. Estas palabras le otorgaban esa aureola extraña que los presidiarios denominaban la voluntad del Sastrecillo de la presión en clara alusión a las lectura que realizaba de las obras de Jean Paul Sartre. Esta voluntad sartreana afincada en su pensamiento y en su accionar llegaba al extremo de desestimar la benevolencia de poder salir libre dentro de veinte años por buena conducta.
 
El juez pudo fácilmente condenarlo a cadena perpetua o, peor aún, condenarlo a la silla eléctrica porque se llegó a la conclusión que el asesinato había sido premeditado y brutal. “La había golpeado hasta dejarla inconsciente para luego destrozarle el cráneo con una piedra que usaban como batán”. La policía halló rastros de sangre que venía desde la sala hasta la cocina donde se consumó el crimen.
 
Pero ante lo descrito debemos de tener otras consideraciones como que su esposa era calificada por el vecindario como una mujer déspota y violenta. No hablaba con nadie ni salía a la calle. Solo se le escuchaban sus gritos de regañamientos hacía él. “No sé cómo la soportaba”. Inocencio Caparachín llevaba la peor vida que puede tener un marido en una relación matrimonial. “Todos los sabíamos, inclusive el juez que era su amigo y fue quien lo sentenció”. “El juez manifestó, un día antes que leyera su sentencia, que tenía la intención de ayudarlo pero ante su confesión solo le quedó el camino de hacer cumplir la ley”. “Sé que desestimó  la estrategia que preparó el abogado que era deslizar la idea que tenía problemas psiquiátricos. Era su única posibilidad para salir absuelto pero desistió”.
 
La reputación de su mujer por parte de los testigos, que se presentaron reducir la condena,fue una de las razones para que el jurado y el juez dictaran una sentencia benigna. La otra, la más importante, fue que Inocencio Caparachín confesó el crimen antes que empezaran las investigaciones.“Nadie sospechó de mí hasta que confesé que yo le había partido el cráneo” -se repetía siempre mientras leía sus libros-. 
 
“Nunca sospechamos de él porque tenía una conducta intachable a diferencia de su mujer”. “¡Nunca imaginaron que podía matarla ni muchos menos que todos estos años de convivencia planeó cada paso que iba a dar para vengarme de todo lo que ella le hacía!”.
¿Dónde estuvo en la noche del crimen? “Estuve en el billar de “Don Lucho” en donde algunos trabajadores del vecindario nos reunimos para tomar unas cervezas y conversar sobre cualquier tema”. “Estuvo hasta altas horas de la noche conversando sobre las novelas policiales (especialmente las de Dashiell Hammett) y la poca influencia que había tenido en Sudamérica. Un tema repetitivo y que nadie le daba importancia, y que él insiste en discutirlo cada vez que llegaba al bar”. 
 
Cuando Inocencio Caparachín llegó a la escena del crimen y verificó el deceso de su esposa, escuchó la conversación que mantenía el policía encargado del homicidio y los detectives:
 
-          ¿Y el esposo? -pregunto el policía- ¿No crees que la haya asesinado?
 
-          Es incapaz. Todos los testimonios que he recogido avalan su carácter pasivo y que la noche del crimen se encontraba bebiendo en el billar de “Don Lucho”.
 
-          De todos modos hay que investigarlo. Los años nos han demostrado que los menos pensados tienen la mejor coartada.
 
-          Lo sé pero como puedo seguir investigando a un sujeto donde la mayoría de personas que estuvieron en el billar esa noche aseguran que lo vieron hasta altas horas de la noche. No crees es mejor tratar de buscar otras hipótesis. 
 
Inocencio Caparachín salió de la sala y se dijo para su adentro: “¡Qué estúpida es la policía! Acaso no puede construir una hipótesis sin evidencia. Es necesario ser tan egocéntrico para dejar una pieza del rompecabezas para que se pueda sentir esa fascinación de perseguimiento. Acaso tengo que confesar para todo termine”.
Al día siguiente los periódicos amarillistas publicaban en su portada:
 
¡Marido de la mujer asesinada confiesa su horrendo crimen!
 
La audiencia para juzgarlo se programó dentro de dos semanas. 
 
-          Usted se declara culpable del cargo de matar a su esposa en forma premeditada.
 
-          Me declaro culpable
 
-          ¿Usted lo cometió o fue ayudado por otra persona?
 
-          Yo solo lo cometí.
 
-          Está seguro lo que está asegurando porque en la escena del crimen se han encontrado vestigios que fueron dos personas que cometieron el asesinato.
 
-          Repito, yo solo lo cometí.
 
-          ¿Hace cuánto tiempo premedito el asesinato?
 
-          Desde hace diez años. Usted no sabe qué es vivir con una persona que no amas y tienes que aguantar todos sus caprichos por el resto de tu vida. 
 
Inmediatamente después de la confesión, en medio del estupor y el silencio de la sala, Inocencio Caparachín no dijo ninguna palabra a favor de su defensa. Todos lo miraban y no podían creer lo que había confesado. Así, por primera vez en su vida, sintió ese orgullo inconsciente de ser el centro de atención. Nunca lo había sentido. Ni cuando hablaba sobre la novela policial norteamericana ni cuando trataba de discutir con alguien sobre el planteamiento de filosófico de Ludwig Wittgenstein. Tampoco cuando trataba de explicar su teoría sobre la clasificación de psicópatas partiendo de la idea de su accionar y no de su problemas psico- cultural –neurológico. Todos podían avalar la buena conducta de un hombre que en realidad nadie aguantaba en su mesa y lo trataba de igual manera que lo trataba su mujer. ¡He ocupado el lugar que siempre merecí en todo este tiempo! – se dijo para sus adentro-. Cuando el excitante estupor se extinguió entendió que esa efímera sensación nunca más volvería a sentir. 
 
Al principio del juicio, el juez y los jurados, se resistía a dar crédito a la confesión pero descubrieron que Inocencio Caparachín desapareció por media hora del lugar que todos corroboraban que había estado. En ese lapso de tiempo nadie puedo asegurar que lo había visto. “Pensé que estaba en la barra tomando solo como es costumbre o buscando conversación con alguien pero ahora que lo recuerdo no fue así”. Los testimonios se volvieron cada vez más incriminatorios hasta que el juez tuvo que dictar sentencia. “Puede ser que Inocencio Caparachín en ese lapso de tiempo se haya trasladado a su casa para matar a su esposa. Si bien no es una afirmación concreta es la única que tenemos para avalar su confesión”.
 
Inocencio Caparachín dejó el libro en la mesita de noche, se levantó y se dirigió a la ventana. Quería contemplar aquel cielo que sería vencido por la noche. “Con el tiempo todos los reos descubrimos que ese cielo que se postra en nuestra ventana no es el mismo para todos. Cada uno tiene su cielo, su propia verdad”. Deseaba la libertad, como todos, pero para qué desear aquella idea de libertad si en su infancia le había sido negada; si estudió, toda su adolescencia, enclaustrado en un colegio, y si cuando presintió que iba a descubrirla con la mujer que amaba, ésta lo convirtió en el hombre más infeliz de la tierra. “La vida me ha hecho amar la soledad que he descubierto en ese habitación y que la única manera de abandonarla es leer aquellos libros de borran sus barrotes”.
 
Ese aire ácido de soledad que va poblando tu cuerpo hizo que con los años los interno lo respetaran y admiraran. “Ves ese tipo, cometió el crimen perfecto. La policía nunca descubrió que fue él. Tuvo que inculparse para que él mismo cierre la investigación criminalista. Hasta ahora no ha quedado bien claro el móvil del asesinato ni los detalles. Su palabra a perdurado como testimonio de esa noche macabra”. Inocencio Caparachín, después de la audiencia, nunca más habló sobre el crimen.

“No puedo quejarme de la vida que me ha tocado vivir-pensó mirando a las tinieblas que reinaban el unísono-, ni lamentarme de haber confesado que la asesiné. Pero lo que siempre me voy a preguntar cuando termine de leer un libro de misterio es quién pudo haberla asesinado”.

Giovanni Escurra Lugo.: “Olenka”, Segundo puesto en cuento del I Concurso Regional de Poesía y Cuento 2013 "Héctor Rosas Padilla"

OLENKA
 
La veíamos pasar en silenciosa admiración, bajo sus mejillas se encajaba una sonrisa perturbadora. Lo más sorprendente era su extrema sencillez, le bastaba con mojarse el pelo, hacerse una cola y sonreír, parecía no ser consciente de su belleza porque siempre andaba sencilla y nunca intentaba llamar la atención, aunque, claro, para nosotros y toda la comunidad masculina del colegio ella, sin quererlo, acaparaba todas las miradas.
 
          Por lo que sé, tenía pocas amistades, su círculo social se limitaba a sus amigas de salón, pero poseía un grueso número de amigos-pretendientes. Lo sé porque era lo que veía a la hora de entrada, en la tarde, mientras las chicas, estudiantes de la mañana, salían, yo y mis amigos esperábamos que nos abrieran el portón y podía observar cómo una fila de muchachos se ofrecía acompañarla hasta la esquina o invitarle un helado. Ella era amable con todos; no, no confundamos era amable, solo eso.
 
         Te acompaño, Olenka, ¿qué dices?, te invito algo, ¿te gustan los  helados? ¿Ya no entras al face, no? Y ella, sí, gracias, sonriente, no, no entro mucho, oye me tengo que ir, mis amigas me dejan, chau, cuídate… Por ahí otros muchachos se burlaban del galancete, jaja ¡cancela’o! Te mandó a volar en una… Y él, jaja por lo menos me atrevo a hablarle, no como ustedes que están que se orinan en un rincón jaja… Todos carcajeaban con sus mochilas al hombro, el pantalón y la camisa desaliñados, mientras yo la veía irse tranquila, sin tener la menor idea que nosotros, los mocetones de entonces, moríamos por ella. Nos duela o no, ella nunca nos hizo caso. Nos tenía a todos como amigos, eso sí, pero de ahí, nada. El chino Lu se había atrevido un par de veces y nada, el fortachón Germán, el loco Romero, el chato Polo y el negro Jairo también y nada. Al final, uno a uno comenzaron a resignarse y a buscar alguna chica que les quite la mala experiencia que le dejó la anterior. Yo nunca me mandé, solo la quería en silencio al igual que mi amigo el cabezón Rodríguez. Así pasamos nuestra vida en esa época, resignados a ver pasar a nuestra Olenka (así la llamábamos los dos) frente a nosotros distante y dolorosa.
 
Al colegio había llegado un muchacho algo extraño. Julio, así se llamaba. Aunque se ganó nuestra confianza rápido, nos siguió pareciendo extraño porque a diferencia de todos, el fútbol le interesaba un comino; la mayor parte de la tarde se la pasaba dibujando en un cuaderno de hojas cuadriculadas y pequeñas. Era chancón y nos soplaba en los exámenes, quizás por eso se ganó rápido nuestra confianza. Era buen pata, le decíamos brother, me quedé sin pasaje, préstame pe’, y él, claro, abría su mochila, toma, me lo devuelves cuando puedas, y al final casi nunca nos cobraba. Nos invitaba a su casa a ver películas y yo le comencé a enseñar  jugar fútbol; su desinterés por este deporte radicaba en que no sabía jugarlo. Así, poco a poco le entró más al balón hasta que comenzó a practicarlo. De un momento a otro se le veía darle duro a la pelota y había comenzado a jugar con nosotros, ¿has visto? Tenía buen pie, ¿qué? Corría bien (¿viste el partido del Cristal contra el Garcilaso?) Demoraba en cansarse, ¿y ese milagro? Había comenzado a ir al gimnasio, ¿qué milagro? Estaba sacando piernas, ¡tú nunca ves partido! Se había comprado un balón, ¡pa’ que veas pues! Jaja. Ese interés repentino por el fútbol tenía un nombre: Olenka. Era algo que se veía venir, más bien hubiera sido raro que no se fije en ella. La había conocido a la hora de entrada. Mientras ella salía me pidió que se la presente y luego se enteró que le gustaba el fútbol y entonces a él también tenía que gustarle. A nadie se le cruzó por la cabeza lo que ocurriría después. A nadie, ni aún a mí que era su mejor amigo, un hecho que movería los cimientos de nuestra Institución Educativa Emblemática…
 
Le gustaba el fútbol, por eso le pedí al flaco Marcos que me enseñe, pucha… Pero qué linda es, bien bonita, estoy templa’o… Como dice el chino Lu, más templa’o que cuerda de guitarra, tiene fama de botada, para choteando a todo el mundo, con ella no se puede florear; no, eso jamás, ella es distinta… Nada de floro con ella. Hay que conquistarla de otra forma, la voy a dibujar, he descargado su foto del face, pucha qué linda… Primero dibujo la forma de su cara… No me gusta el fútbol, todo sea por ella, me gusta más el básquet… ahora marco las líneas de los ojos, su boquita, su nariz… Tiempo que no juego básquet, aunque ya aburría también… Ahora marco bien su carita, su cabello, sombreo, sombreo… ¿Si la invito a salir, quedrá? No mejor no, paso a paso, le regalaré el dibujo, ¿le gustará? Capaz me chotea… Pucha qué linda… Su boquita, su nariz, pucha mi borrador… ¿Dónde está? Aquí está… Bien bonita, su nariz, su boca, básquet… Tiempo no juego, nada de floro con ella, con calma, paso a paso, como dice mi viejo lento pero seguro, hay que sombrear por aquí, ojalá que no se me ponga botada, pucha es bien bonita…La otra vez logré sacarle su número, buen avance me dijo la mancha, pero ahí quedas. Si supieran que me mensajeo con ella, se mueren de envidia seguro, pero son buenos patas. A veces vemos películas, compran la canchita y listo, qué cine ni qué cine, te descargas la peli, alistas la cancha, arreglas el resorte del mueble y queda listo tu cine… ¿Y si la invito al cine? Pucha ahí si le caigo, pero estoy misio ni para el pasaje tengo, si vendo mi pelota de básquet, está buena todavía, no, mejor la cambio por una de fútbol, Pucha ahí sí que aprendo… ¿invitarla al cine? Nada, paso a paso… Ya está el dibujo, con trazo suave, dulce, como ella, como tú, Olenka… Pucha qué linda…
 
Primero me regaló un dibujito, me había dibujado. Luego me invitó al cine, no sé por qué acepté si sabía que mi papá no me dejaba salir, tuve que hacer méritos para que me dé permiso. Él era distinto, mis amigas se dieron cuenta, ese chico quiere contigo, decían, uno más para la colección, y yo solo me reía, solo es amable conmigo, no sean mal pensadas. En el salón me comenzaron a fastidiar porque  se enteraron que fui al cine con él. La pasábamos bien, pero no fue allí donde me cayó, fue en la segunda salida, nos habíamos sentado al último, había poca gente en la sala, parejas que como nosotros le importaban poco la película. Estuvimos así tres meses, la única que estaba al tanto de todo era mi mamá, mi papá no lo sabía… Las veces que íbamos al cine eran hermosas, después de la película caminábamos por el malecón, luego él me dejaba en la puerta de mi casa. No sé cómo perdimos la cabeza, fue en la casa de mi abuela, no había nadie en ella, todos estaban de viaje. Era un lugar tranquilo para conversar. A esta visita a la casa de mi abuela le sucedieron más, a veces sentía remordimientos por lo que hacía, pero Julio era todo para mí, a la cuarta o quinta cita sucedió lo que ya había empezado a temer, tengo que decirte algo, era un temor que me había tenido con largos insomnios, ¿qué cosa?, los remordimientos habían aumentado, hace semanas que tengo náuseas y no me viene, temía a mis padres, ¿qué? ¿Estás hablando en serio?, nadie debía enterarse, no bromearía con eso, tuve miedo y él también lo tuvo. Nos sentimos tan indefensos que quedamos largo rato en silencio, nos miramos y lloramos abrazados porque el mundo se nos venía encima; ese día juramos no contárselo  a nadie que no sean nuestros mejores amigos. En la noche, al acostarme, yo no había dejado de llorar…
 
Le dije que  lo tome con calma, que no se ponga trágico tan rápido, que con un test de embarazo…, teníamos que confirmarlo. ¡Salió positivo! Pucha, loco, qué hiciste, y él, nervioso con la voz entrecortada, ya me fregué, brother, mis viejos…
 
La noticia me remeció aún más cuando me contó su plan. El que un adolescente embarace a su enamorada no era novedad, pero que se fugue  con ella, sí. Se habían fugado a Barranca, flaco, yo te llamo cuando lleguemos, ahí nos esperará la amiga de ella, una vez que te llame le cuentas todo a mi papá, le dices que estamos bien… solo cumple con decirle… Él me había llamado, pero no fui a decirle la noticia a su papá, no tuve valor. Pronto se escuchó, en la voz bronca de un viejo locutor insomne, la noticia de la desaparición de dos adolescentes en extrañas circunstancias. Todo se mantuvo así hasta que un tombo fue a mi casa a preguntarme si sabía algo ya que yo era amigo de Julio. No pude más y solté la lengua. Los habían encontrado. En el colegio todos lo comentaban, bromeaban con eso, pero en el fondo nos dolía, nunca imaginamos un escenario así para nuestra Olenka y, aunque ya todos tenían sus enamoradas aún veían en ella un amor platónico, irrealizable, tan imposible como retroceder el tiempo y prevenir el embarazo.

A veces la veo, ya no está con Julio, camina por algún parque e intento acercarme, pero aparece un rapazuelo juguetón, se lanza sobre ella y le da un beso. Aún mantiene su belleza y todavía parece que es su sonrisa su mayor atractivo, aún creo que debe tener embobados a muchos pretendientes, la buscarán e intentarán conversar con ella, ella siempre será amigable, entonces me doy cuenta que es la misma, la misma que veía pasar distante y dolorosa.
 
 
Fuente:
 
Poeta Julio Solórzano Murga