domingo, 29 de diciembre de 2013

29 DE DICIEMBRE: ESTAMPA DE DICIEMBRE - FOLIOS DE LA UTOPÍA: LOS CAMINOS SIEMPRE ESTÁN AHÍ - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2013 AÑO
EVANGELIO VALLEJO DE LA SOLIDARIDAD
Y UNIVERSALIDAD DEL MUNDO ANDINO
 
DICIEMBRE, MES DE LAS MONTAÑAS,
DE LOS DERECHOS DE LOS ANIMALES;
DE LOS MIGRANTES, Y DEL NACIMIENTO
DEL DIOS NIÑO EN LA NAVIDAD
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO
 
*****
 
29 DE DICIEMBRE
 
 
ESTAMPA
DE
DICIEMBRE
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
 
LOS CAMINOS
SIEMPRE
ESTÁN AHÍ
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
1. Regresar
por ellos
 
Pero atrevimiento y temeridad es hablar de los caminos en unos cuantos renglones, porque ¡son tantos y tan vastos! Y distintos son sus sentidos.
 
Como también es temeridad recordarlos creyendo que nada en ellos se ha movido ni cambiado.
 
Incluso a la gente que encontramos y pasaron por ellos las tenemos fijas, quietas o congeladas con su saludo, su sonrisa o su pena.
 
Pero los que más hay son los caminos inhallables, que de niño uno los encuentra reptando por el curso que hace el agua debajo de las cercas. 
 
Y que nos llevan a huertos inconcebibles, mundos fragantes y a jardines sobrenaturales, dominios que después ya jamás se olvidan, cierran ni cicatrizan.
 
Caminos por donde nos hemos ido alguna vez y para siempre.
 
Y creo que, igual, eternamente hemos regresado por ellos.
 
2. Prisiones
y cadalsos
 
¡Caminos donde te he querido y anhelado tanto! 
 
Caminos que a estas horas estarán a oscuras, pero en vigilia e insomnes.
 
Caminos sin una sola alma, ni al centro ni a su vera. 
 
Aunque sí con la cruz de nosotros mismos que hemos pasado por ellos despierto y velando al borde de sus piedras pasmadas.
 
¡Caminos en los cuales nos hemos despedido! 
 
Y son los mismos, aunque otros somos nosotros, por los cuales hemos regresado cada tarde. 
 
Y reencontrado en esta vida y en otras vidas. Y desaparecido hacia la muerte.
 
Que nos traen y nos dejan solos en un sitio que siempre es El Camino. Desde donde otra vez tendremos que seguir, partir, continuar el viaje. 
 
Por eso los caminos son abrazos. Son libertad, ya muertos. Y mientras vivamos: prisiones y cadalsos.
 
3. Silbidos
de pájaros
 
Aun así, es bueno recordarlos:
 
Del pueblo hacía arriba hay el camino a Urupamba, subiendo por La Poza y doblando por el Agua del Oro, donde hay un chorrillo al cual se acercan en la oscuridad los caballos, guiados sólo por el ruido del líquido que cae.
 
Y beben iluminando con sus sorbidos la noche absoluta o repentina que se llena de estrellas y luceros.
 
Al frente de aquel chorro sonoro hay unas casitas donde siempre se raja leña y hay humo en la cocina. Con unos niños que corretean alegres y felices. En el suelo hay piedras para cogerlas y amenazar a los perros si después de ladrar se atreven a intentar perseguirnos para mordernos.
 
Hay un camino que se mira desde el techo de mi casa, sube por el cerro San Cristóbal y va a Guamanchal, La Soledad y Las Azulas. 
 
Límpido, siempre con rocío en sus piedras volcánicas, con silbidos de pájaros en los árboles de molle y taya, con una acequia rumorosa y pequeños puentecillos para cruzarla aunque provoca justo al lado del puente saltarla cuando somos niños.
 
4. Tarde
infinita
 
Este camino es como el corazón del hombre: expansivo, dicharachero y generoso, como también amilanado, torvo y amenazante. Ora tiene una posada, un recodo sombreado de árboles, una llanura cubierta de flores, como otras veces es laja, piedra afilada, pedrusco que resbala y desaparece en la cañada.
 
El de Yamanate, hacia el costado, representa para mí la tarde infinita. Porque iba por él saliendo de la escuela, con el bolsillo cargado de panes y con la cantimplora a la altura de la rodilla, sin hacerla chocar en las piedras como me aconseja papá, recordándomelo desde el balcón de la casa de donde me ve partir.
 
Y todo porque mi padre recela mucho de la leche que traen a vender al pueblo. La prueba y le encuentra sabor a algún puquio de agua en donde supone la han mezclado. ¡Qué afán el de identificar el puquio! Yo digo: ¿para qué?
 
Por eso, hace el contrato para que nosotros mismos la traigamos desde el lugar donde pasta, come y bebe agua la vaca. Y por poco no arregla también para que nosotros seamos quienes la ordeñen, porque recela mucho de si se lava o no las manos quien toca y exprime las ubres.
 
5. Han
caído
 
Hasta Yamanate me iba casi a la oración, a la hora del ángelus. Hay en aquel sendero un paraje de árboles centenarios. Y el atajo sube como por un palacio de piedras inmemoriales. 
 
Hacia la izquierda se abre una llanura que es en realidad una laguna encantada. 
 
Allí se ven en las noches toros. Se oyen campanas y corretean en sus orillas duendes que embelesan y capturan a quienes se demoran contemplándolos.
 
Por ellos me he empapado de lluvia. Y sobre mis hombros ha caído –por transitar hasta tarde por esos sitios–, todos los augurios, premoniciones y presentimientos.
 
Yo he pasado por allí cuando las sombras peleaban con la tenue claridad de la tarde. Lo he cruzado acezante, hasta dejar de correr en las primeras casas, recién a las afueras del pueblo.
 
A veces, al amanecer, fuimos contigo por ese rumbo a traer algo. ¿Recuerdas, prima mía? Entonces tu voz y tu rostro han marcado para mí por siempre lo que es el alborear del día.
 
6. Siempre
están ahí
 
Otro es el camino a Cachicadán. 
 
Hay en él, o había, ¡pues pasé por allí de niño, y no volví a pasar jamás!, una vivienda de techo hendido, situada justo en la curva antes de bajar de la carretera, con el humo saliendo siempre por entre sus tejas y por su cumbrera torcida.
 
Allí las gallinas se recogen a dormir más temprano en sus corrales profundos, porque por ser hondo el lugar el sol se oculta allí antes que en otros sitios. Y yo paso embebido en no sé qué insalvables pensamientos.
 
De noche allí ladran los perros. Y las sombras de los árboles que se mecen anuncian otras sombras más lacerantes todavía.
 
Hacia el fondo, entrando o bien saliendo la cuesta de Sal-si-puedes, sea según se va, sea según se venga, hay una casa con pilares labrados en piedra. Y afuera unas bancas de roca o peña entre matas de shiraques, mostazas y yerbabuena.
 
Al frente corre una acequia donde hay toda la vida dos mujeres que conversan ensimismadas. Siempre están ahí, deben ser íconos.
 
7. Por
esa trocha
 
De día esa casa es una tienda de comercio con un piso de tierra mojada por unos baldes de agua, que se arrojan desde que el mundo es mundo y hasta ahora no se secan.
 
Donde hay un estante tosco de eucalipto en el cual se muestran dos o tres botellas con etiquetas irreconocibles. 
 
Cajas de fósforos enfiladas y ya humedecidas por el infinito que ha pasado sobre ellas.
Jabones de pepa arrugados por el frío, pero más por el olvido. 
 
Y atrás una canasta de panes envueltos en un mantel blanquísimo que los viandantes miran ojerosos y afligidos.
 
Por esa trocha trajiste, papá, a medianoche el cadáver de tu hermano, mi tío Bayardo, casi adolescente, abaleado en Angasmarca en la plenitud de su vida. 
 
Y pese a que venía amarrado a las angarillas y pese a que los cargadores de adelante bajaban los palos hasta el suelo, y pese a que los hombres de atrás –entre los cuales ibas– levantaban los brazos con el cadáver sangrante sobre sus cabezas, el cuerpo resbalaba y colgaba casi medio cuerpo hacia afuera, con el rostro tumefacto. Y no era por lo empinando de la cuesta, decías sin poder explicarte por qué sucedía eso.
 
8. Allá, ¿también
hay caminos?
 
Pero tú sostienes en lo alto esa cabeza fraterna sabiendo que se trataba de otra cosa, entretejiendo tus dedos en el pelo abigarrado. Y todo para que dejes constancia a tus hijos de lo grave que es la vida. Y lo indescifrable que es la muerte.
 
– ¡Deja de pesar tanto! –Le dices con susurro pero también con reclamo, nos contaste. Y él te oyó. ¡Sí, te oyó! Porque a partir de entonces se hizo liviano, como un tallo seco, una pluma o un suspiro. Y ya nunca quiso pesar nada, desde que tú le reprochaste.
 
Ya con nosotros elucubras que al muerto que se hace pesado hay que decirle que allá no habrá quién le cargue. 
 
– ¿Allá también hay caminos? –Yo te pregunto asustado–. ¿No es quizá que sólo nos divide un muro, o una tela muy delgada y que la otra vida es esta misma que está aquí a nuestro lado.
 
Y sin que te oigamos nada más te quedas escuchando abstraído. Y eso mismo te dije yo, padre mío, cuando pesabas tanto en el camino rumbo al cementerio.
 
9. En
el muro
 
Pero hay un camino absoluto, definitivo, total; porque es sólo camino y nada más que camino. 
 
¿Quién –digo yo– de seguir su huella no anhelaría ser enterrado a su vera y para siempre?
 
Camino largo, inacabable, solitario. Donde el caballo galopa por el centro de su propio hechizo que nace de sus ojos fantasmales.
 
Por ese camino se deslizan cercas de pencas y magueyes –nunca de pirca– y montes florecidos. 
 
Y luego una recta de árboles sobre una tierra recién mojada. A ratos inundada por la lluvia liviana y los trinos de las aves, antiguos y nuevos.
 
Hay en la extensión de ese camino al fondo de una estancia, una morada a la cual lleva un largo corredor empedrado que bordea una fuente.
 
Allí habita una niña que se ha quedado intocada en mi recuerdo y que me mira con sus ojos cristalinos y asombrados. 
 
Ese camino fue hecho para los siglos de los siglos, únicamente para repetir el nombre intocado de aquella niña y evocar eternamente su sombra delgada reflejándose en el suelo y proyectándose en el muro.
 
 
 
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