viernes, 4 de octubre de 2013

4 DE OCTUBRE: DÍA DE LOS ANIMALES - PLAN LECTOR: LAS MAMÁS DE LOS POLLITOS - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
 
CALENDARIO DE EFEMÉRIDES
 
4 DE OCTUBRE
 
DÍA DE LOS ANIMALES
 
 
PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA
 
LAS MAMÁS DE LOS POLLITOS
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
1. Allá abajo o hacia arriba
 
Hay infinidad de seres maravillosos en la naturaleza y en el cosmos. Entre ellos están las gallinas caseras, que se pasean por nuestros patios, huertas y corrales, joyas talladas con plumajes en combinaciones diferentes, hadas ocultas hasta que se rompa el hechizo en que andan sumidas, flores de pétalos iridiscentes.
 
¿Puede haber piedra o gama más preciosa y acabada en su perfil y colorido? ¿Puede imaginarse palacio más fastuoso de algún califa de ensueño? ¿Cabe exposición más profusa y adornada que los mármoles y los diamantes etéreos de que sus alas están hechas?
 
No hay luceros ni estrellas en el firmamento que pudieran ser más bellas que una de sus plumas, aunque ellas sean recatadas y modestas, por entre las piedras. ¡No, no las hay! No me producen tanta admiración ni los amaneceres ni los crepúsculos, que los he observado con tanta fascinación, en cada uno de sus rasgos, pegada la frente a la ventana del avión de uno y otro continente por donde infinitas veces he viajado. Y en donde siempre pugno por ocupar un asiento en la ventana, y en la parte delantera de esas otras aves, en donde las alas no me tapen la visión de ver incluso la niebla o la noche tupida que se ciernen allá abajo o hacia arriba.
 
2. Se enjoya y estampa
 
El plumaje de las gallinas caseras es de brillo mate, como el papel en que te escribo, amable lector. La manera de plegar sus alas es sencilla y primorosa. Su andar acompasado, estirando una pata para palpar si el mundo sigue en su sitio, o se ha movido. Y con ese tacto prosiguen, pensando en no sé qué transparentes misterios, en sus ojos quietos y absortos.
 
Verlas caminar con sus pollitos por el patio al atardecer, y encaminarse hacia su nido, me ha dejado pensando mucho acerca de lo que es el hogar. ¡Hasta esconderlos a todos haciéndolos caber bajo sus alas!, me sumergen en la duda de cuáles son los seres que son la imagen y semejanza de Dios. 
 
Jaspeadas de morado y de blanco sus alas, ¡cómo enternecen el alma, nos consuelan y nos enaltecen! ¡Y cómo la naturaleza nos dota de maravillas en lo más perecedero y, a veces, inhóspito! Y en todo esto me refiero a las gallinas caseras o también llamadas chuscas.
 
En quienes se enjoya y estampa esa belleza conmovedora y profunda, como en algunas muchachas de lugares precarios en donde pareciera haberse encarnado una reina.
 
3. Amaneceres o crepúsculos
 
Las gallinas caseras son muestras de una honda feminidad, de atuendos pudorosos y de irrenunciable intimidad, retiradas de toda ostentación, son amuletos, dijes y piedras preciosas.
 
Joyas talladas y combinados sus matices seguro por los orfebres y artistas populares más connotados del universo. La asociación de colores de sus plumajes son extasiados, escogiendo un tono y un color en cada pluma: escarlata, blanca, azul, amarilla, integrados a otros de colores raros hacen prismas, poliedros y quimeras.
 
Las gallinas caseras son como nuestras mujeres, que en cualquier momento se ungen de raras iridiscencias y resplandores, con un no sé qué de fidelidad pero también de incertidumbre para olvidarnos porque su reino no es de este mundo y de ningún otro, sino solo de ellas mismas.
 
En donde Dios se consagra como genial pintor y artista de la paleta en sus plumajes, mucho más que en los colores y galanura de los peces ornamentales, o lo que se esparcen en los amaneceres o en los crepúsculos.
 
4. Entre los abrojos
 
Es la conjunción de todas las sangres lo que les ha dado esta maravilla de gamas; es la mezcla de razas lo que las hace bellas, en donde combinan los colores crudos y los otros dulces y suaves.
 
Los jaspeados como los tornasoles, las mixturas binarias, como las interminables, las de cuatro o más colores o de la infinitud de estos, nunca de mal gusto sino con una sensibilidad sutil de artistas consumados los que los hubieran hecho.
 
No hay una sola en cuyo plumaje yo haya visto que los jaspes no compaginan. Así como no hay un buen patio solariego, ni casa humilde o blasonada de mi pueblo, sea en la ciudad o el campo, que no esté engalanada por el paso lento de una o más gallinas que picotean distraídas en la tierra seca, o en la recién llovida.
 
Y que entre los abrojos no encuentre otras maravillas más, y cuyo plumaje no sea de una iridiscencia que quizá ni ellas mismas lo saben, porque son recatadas; y no se pasean por alardear en esos espacios, sino por hacerse de alguna semilla o escarabajo que se mueve entre las piedras.
 
5. El señor de esas aves
 
En otras ocasiones es el gallo quien contonea su estampa de galán, ufano y garboso, de plumaje como ningún encumbrado palaciego de la corte jamás lo ha tenido, ni jamás lo podrá ostentar; con capa, morrión, espuelas, bufanda y espada. 
 
¿Para qué más? ¿Y a qué tanto afán si el gallo casero de nuestros hogares es más que cualquier áulico y señor palatino? Pero que aquí se pasea por algo básico y fundamental, cual es por las gallinas que tiene a su cargo, no por soberbia u ostentación vana.
 
Como sí puede ocurrir con un pavo, ganso, o los cisnes de los estanques que por contemplarse a sí mismos se han vuelto infecundos y estériles.
 
En el gallo quizá haya algún instinto de altanería en su sangre intempestiva, algún rasgo atávico de jactancia y ostentación.
 
Porque ese es su rol natural ante las gallinas, de las cuales él anda pendiente y ha asumido su rol de protector. 
 
Pero, en mi casa de infancia el señor que se consagraba al cuidado de estas aves, y tenía pasión por verlas en la casa, era mi padre.
 
6. En su trono sideral
 
Quien un día de repente dice:
 
– Ya puso huevo la "Flor de haba”. –Y lo vuelve a repetir con su pelo revuelto, su ropa de entre casa y sus ojos de niño.
 
Lo reitera trayendo en la mano la vasija de comida casi terminada que le acaba de dar principalmente a las gallinas que eran pollas.
 
Para eso mi padre tiene una sensibilidad especial, para sopesar la edad de los animales. Y suponer qué refuerzo vitamínico requieren cada una de ellas.
 
Y especialmente está pendiente de las gallinas, mucho más cuándo están poniendo huevos y se echan a empollar.
 
El cacareo, buscando nido para poner, por parte de cualquiera de ellas, lo entusiasma sobremanera. 
 
Y para eso ya le tiene preparada la cama en algún sitio del terrado, adonde a la gallina le ayudamos a entrar con los movimientos de nuestros brazos, como para que lo encuentre.
Sentada allí parece una reina o una soberana en su trono sideral.
 
7. Como creía
 
Don Pascual Danilo se enternecía, como un padre con su hija, cuando se levantan del nido a tomar agua o a picotear.
 
Suspende cualquier labor que esté haciendo, sea lo que fuera, incluso si se trata de su diario arrobamiento con la mandolina, con tal de ir a atenderlas en su cacareo, como si fueran a él a quien le reclamaran algo.
 
Pero lo más seguro es que ya le tiene preparado un potaje suculento: de maíz, verduras picadas, la parte superior de los choclos. 
 
O el último y más caro de sus manjares que es huesos que ha molido pacientemente y hasta cascarones de huevos, hechos harina.
 
Porque según los cálculos o caprichos de mi padre esta mezcolanza son golpes vitamínicos, que puede no ser tan cierto.
 
Ya que ahora sé que muchas son ocurrencias de mi padre, porque he comprobado que no todas sus consideraciones tienen fundamentos científicos, como creía antes a pie juntillas.
 
8. Agua limpia en la poza
 
Según suposiciones de mi padre esos golpes vitamínicos eran de puro calcio, ideal para dárselo de comer a sus consentidas.
 
Y que según su criterio –así lo sostenía–, las ayudaría a seguir siendo tan hermosas como ya lucen poniendo huevo tras huevo cada día.
 
Eso sí, pollas y gallinas parece que siguen la pauta de su pensamiento, porque no dejan ni la arenilla de todos los cascarones de los huevos que él tritura pacientemente, moliéndolos hasta hacerlos como los grumos del azúcar.
 
Ahora bien, cuando una gallina se echa a ovar cuida que no caminemos por ese sitio por ninguna razón del mundo. 
 
Y también que siempre haya agua limpia en la poza de piedra. 
 
Y que su nido no fuera invadido por ninguna alimaña. 
 
Para eso, ya ha hecho una limpieza basada en trampas para cazar ratas, hurones y comadrejas. Y, sobre todo, montado una vigilancia estricta y permanente en torno a su nido.
 
9. Vellón de sol
 
Los nidos de las aves es un punto de referencia de por dónde si y por dónde no podemos enrumbar nuestros pasos inquietos y atolondrados.
 
Y si hay que pasar por ahí, por algún motivo ineludible, tenemos entonces que hacerlo caminando de puntillas y poniéndonos el dedo índice atravesando los dos labios cerrados de nuestras bocas, como se pide silencio cuando hay algo adorado o sagrado delante de nosotros. 
 
Si la gallina se enfurruña, no sé cómo don Pascual Danilo inmediatamente lo sabe, y pone el grito en el cielo.
 
¡Ah! pero cuando las yemitas amarillas o negras de los primeros pollitos empiezan a escaparse y corretear, saliendo de debajo de las alas de las gallinas madres, eso es el delirio.
 
Esto ocurre cuando ellas se demoran en dejar sus nidos, en el afán de lograr empollar los últimos huevos.
 
Ahí sí mi padre deja que esas maravillas de la creación las posemos en las palmas de nuestras manos, traviesas y llenas de heridas, ¡manos gozosas y también sufridas!, frente a ese vellón de sol perfecto y asombrosamente bello, como es un pollito. 
 
10. Tiernos y alucinados
 
Y allí se quedan, temblando hasta aceptarnos un beso conmovido en el cartílago nuevo de sus alas y en sus picos vírgenes
 
Los pollitos son de un amarillo oro, de un anaranjado pan, o de un negro oscuro vestido de mujer. O son de un ligero azul marino encanto.
 
La mañana es tenue en el terrado donde ha ocurrido este milagro.
 
Las voces de la familia se escuchan al pie, lejanas, tamizadas por lo que es de otro mundo que es este, a aquel ordinario.
 
Mundo de sombras frente al sol y al amanecer que es un pollito. ¿Quiénes somos? La abuela, la mamá, el papá, y los once hermanos que somos nosotros sus hijos.
 
Quienes correteamos por el patio, los corredores y la sala, teniendo a nuestro costado el castillo de leña erigido para avivar el fogón de la cocina.
 
Y adonde entramos, pero sin hacer bulla cerca de los terrados, en donde las gallinas empollan, sus huevos tiernos y alucinados.
 
Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente