viernes, 18 de octubre de 2013

18 DE OCTUBRE: DÍA DE LOS PERUANOS QUE RESIDEN EN EL EXTERIOR - FOLIOS DE LA UTOPÍA: EL AMOR A LA TIERRA NATAL - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2013 AÑO
EVANGELIO VALLEJO DE LA SOLIDARIDAD
Y UNIVERSALIDAD DEL MUNDO ANDINO
 
OCTUBRE, MES DE LA SALUD,
LA ALIMENTACIÓN, LA GESTA
DE ANGAMOS; VIDA Y EJEMPLO
DE MARIO FLORÍAN Y LUIS
DE LA PUENTE UCEDA
 
*****
 
18 DE OCTUBRE
 
 
DÍA DE
LOS PERUANOS
QUE RESIDEN
EN EL EXTERIOR
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
 
EL AMOR
A LA TIERRA
NATAL
 
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
Todos han partido de la casa, en realidad,
pero todos se han quedado, en verdad.
César Vallejo
 
 
1. Del autoexilio
y el retorno
 
En la historia bíblica se relata que en los tiempos antiguos en que vivía y guiaba a su pueblo el profeta Abraham, el peor castigo que se podía infligir a un ser humano era expulsarlo de su tierra natal.
 
Esta punición superaba en sufrimiento inclusive a la misma muerte, y solo se aplicaba a alguien que hubiera perpetrado un crimen o un agravio inconcebible. 
 
Entonces, ¿qué delito atroz o crimen horrendo habremos cometido ahora todos nosotros para que el signo de los tiempos modernos sea autoexiliarse?
 
¿Y abandonar voluntariamente nuestra tierra de origen y la patria nativa que nos vio crecer, nos sustentara y que todavía desde lejos aunque no lo reconozcamos nos defiende?
 
Pero aún más: ¡olvidándonos de ella! Y lo hacemos así por creer que de ese modo prosperamos más pronto y mejor.
 
¿Como si fuera un estigma o un lastre haber nacido en un pueblo con muchos desafíos por afrontar y muchos problemas por resolver?
 
¡Peor significado tiene avergonzarse de pertenecer a una cultura genuina y primigenia como es la nuestra!
 
2. El tesoro enterrado
que somos
 
El hombre debiera volver a establecer un vínculo armonioso y feliz con el espacio y tiempo básicos que dejó y fue lo primero que experimentara en su existencia.
 
Instancias ni desaparecidas ni deshechas sino que están apenas escondidas en el fondo de nuestro ser.
 
Agregando a todo ello lo vivido, haciendo una simbiosis de universalidad con lo recogido por los caminos y en el transcurrir de los días. 
 
Es importante que se asuma de manera más íntegra lo que somos básicamente como herencia; que nos relacionemos mejor, de manera más franca y sincera con nuestro origen.
 
Y extraigamos aquellos tesoros enterrados que nos mantienen a unos desvelados, como a otros sumidos en paraísos artificiales y a muchos pasmados en el injusto desencanto.
 
Y hagamos de todo ello danza, canto a la vida, e himno de esperanza en el mañana.
 
3. Amor
primordial
 
    Porque el amor a la tierra natal es la prueba de que alguien ama de a verdad y auténticamente cualquier otro aspecto de la vida. Porque, todos los demás amores se fundan en este amor primordial que marca nuestra índole, filiación y lo que podemos alcanzar a ser en el mundo. 
 
Y es así, porque este amor no es amor volátil, etéreo o artificial, que cambie al antojo y arbitrio del soplo de los vientos que a veces soplan del oriente o del septentrión, como del oeste o del norte. 
 
Es amor de fondo, a las raíces y savias nutricias que nos dan la vida y que aflora natural, espontáneo y legítimo. De allí que exija humildad, de un lado, y cultivado orgullo, de otro, conformando así aquel valor fundamental que es la identidad. 
 
Humildad, orgullo e identidad con nuestra gente, con las costumbres, tradiciones y el destino esperanzado que alberga nuestro pueblo. A fin de que concretemos algún día las victorias que por mucho que hemos sufrido definitivamente nos merecemos. Y que no han de ser sino obra de nuestra inteligencia y esfuerzo de nuestros propios brazos.
 
4. Amor
de hijo querido
 
    Los otros amores –¡hay tantos otros!– son en realidad efecto del amor a la tierra natal, que es amor inaugural.
 
En donde aquellos otros quizá no sean sino apenas ilusiones y sólo quimeras, espejismos o devaneos pasajeros y hasta ficciones de nuestra alma henchida o atribulada.
 
Y que llamamos apresuradamente amores pero que lo serán de a verdad en la medida en que se funden en este amor primigenio y de profundidad que es el amor a la tierra donde nacimos.
 
Porque ese es el amor de hijo legítimo de la vida quien se liga a la tierra de inicio que es fuente y es semilla.
 
Que se conmueve ante la leña que arde en el entrañable fogón familiar, que se extasía bajo los aleros que tienden sus alas elevándonos a soñar.
 
Amor de substrato que se estremece en la penumbra de los cuartos bajo cuya sombra nacimos a este mundo.
 
5. Verdadero
amor a Dios
 
El amor a la tierra natal, asimismo, es el verdadero amor a Dios, porque es gratitud por la vida en el lugar que la vida nos asignó nacer.
 
Mucho más si el rincón en que vinimos a este acontecimiento y maravillosa explosión es un lugar humilde.
 
Mucho más si ese lugar requiere la fuerza de nuestro brazo y el ardor de nuestro aliento, como la sagacidad de nuestro ingenio y la capacidad de nuestro cerebro para hallarle solución a los problemas.
 
Mucho más si esta adhesión requiere la sabiduría de nuestro corazón para ver lo que en verdad y definitivamente es hermoso. Y si en la tierra que nos vio nacer hay carencias, atrasos e inseguridades por corregir.
 
Porque entonces así al amor se aunará la insignia, el estandarte y el pendón de la virtud, la voluntad y el compromiso de labrar aquí un porvenir.
 
Y que nos coloca en el deber y militancia a favor de luchar por forjar el bien, que redundará en construir para todos aquí y ahora un mundo mejor.
 
6. Amor
es casa de niños
 
El amor a la tierra natal, además de emoción, es imperativo moral.
 
Más aún si en aquella tierra han quedado enterrados nuestros antepasados y cuya sangre pulsa por encontrar naturaleza de acción en nuestros latidos.
 
Más aún si en nuestros pueblos de origen han quedado sepultos, pero palpitantes en sus acciones y gestos, nuestros seres queridos. 
 
Y latente, imborrable y velando quieta en la puerta, permanece nuestra infancia arrebolada pero estupefacta ante tanto misterio, porque al fondo de ella habita el manantial matriz.
 
El enamoramiento de nuestros padres, el instante en que fuimos concebidos y en el cual nacimos.
 
La circunstancia inapelable a partir de la cual existimos y exploramos extasiados y sobrecogidos este universo.
 
7. Amor que es
urdimbre primera
 
El amor a la tierra natal es imprescindible e irrenunciable, porque estamos hechos de la arcilla germinal que es nuestra tierra de origen. 
 
Y la urdimbre primera de nuestros latidos son las visiones que tuvimos de niños.
 
Aquellas aguas impolutas que se desataron como lluvia o granizo, con el viento silvestre que ulula en las montañas.
 
Las lentas hojas mecidas en el atardecer por la mano del misterio en los huertos de nuestras casas oriundas, en lo alto de los muros o en lo profundo de las puertas.
 
Y de lo cual no podemos desligarnos jamás por el don irrenunciable de la filiación y pertenencia.
 
Además, porque no hay nada comparable a lo que nos habita por dentro.
 
Y vibra en la base biológica de lo que somos como naturaleza, porque es amor tatuado en las raíces, en las venas, en el sentido, en los nervios y en los huesos.
 
8. Porque obras
son amores
 
    El amor a la tierra natal ha de transparentarse en obras,  ya que obras son amores.
Porque hay un amor únicamente emotivo, declarativo y nostálgico que se pierde y desvanece.
 
Y que al final se torna en algo negativo porque se inclina a identificar lo presente como deterioro y decadencia frente al pasado. 
 
Amar nuestro pueblo natal tiene que ser además de amor entrañable a la vez amor edificante, constructivo y laborioso.
 
Afanándose cada día de la vida en cómo mejorar aguzando la mirada en sus aspectos más críticos y dolorosos para corregirlos.
 
Porque la espiga rica en fruto se inclina a la tierra. Y, a la inversa, la que no tiene grano se empina tiesa hacia lo vano y hacia la nada.
 
9. Estrechándonos
fuertemente
 
¿Y en cómo tender las coordenadas y alzar los puentes que cohesionen a las generaciones? ¡Ese es el desafío! 
 
Volver a ser no solo comprensivos sino vastos. Ser no solo exaltados sino pacientes por lo que verdaderamente constituye nuestra esencia. 
 
Y ser, por eso, generosos y dedicados a velar por el desarrollo de nuestros pueblos desde donde partimos.
 
Estrechándonos fuertemente en un abrazo con lo mejor de nosotros mismos. Emocionándonos siempre por el hecho de haber nacido en el lugar en que hemos venido a esta vida. 
 
Y, sobre todo, a partir de esa constatación, tomar en cuenta las inmensas y múltiples potencialidades que habitan en el fondo de cada una de las personas que conforman nuestra comunidad.
 
10. Amor
para nutrirnos
 
Porque el amor al cielo iluminado de nuestra aldea, comarca o terruño  es lo que nos salvará de extraviarnos y ser batidos como poñas por el viento y la tempestad. 
 
Amor al firmamento que se abre de confín a confín en lo alto y se expande al infinito y que nos hace vastos a partir del umbral de la puerta en que nos echamos a caminar por el mundo.
 
A la cadena de cerros protectores que vigilan compasivos nuestros primeros pasos y a los elementos terráqueos que le dieron acústica a nuestras primeras sílabas.
 
A la luz de la luna que cubre con su manto de plata el patio de nuestra casa peculiar que yace desvelada. A la pared antigua, la misma que pese a que esté derruida y nosotros nos hayamos ausentado, nos aloja todavía.
 
Y nos alojará para siempre, incluso cuando seamos sombras deambulantes que regresan llorosas a habitar y recién trascender dentro de sus muros.
 
 
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RECITAL
DE RAMÓN NORIEGA
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LA DOCENCIA MATINAL
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TESTIMONIO PARA MICAELA
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