CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
2013 AÑO
EVANGELIO VALLEJO DE LA SOLIDARIDAD
Y UNIVERSALIDAD DEL MUNDO ANDINO
OCTUBRE, MES DE LA SALUD,
LA ALIMENTACIÓN, LA GESTA
DE ANGAMOS; VIDA Y EJEMPLO
DE MARIO FLORÍAN Y LUIS
DE LA PUENTE UCEDA
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10 DE OCTUBRE
DÍA MUNDIAL
DE LA SALUD
MENTAL
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
LA LOCA
DIEGA ANTONIA
DE MI INFANCIA
Danilo Sánchez Lihón
1. Y
mientras grita
– ¡Loca Diega Antonia!
– ¡Ay, desgraciado, coche Horacio!
Responde y manotea en sus bolsas las piedras que carga para estas ocasiones.
– ¡Nigüenta!
– ¡Ya te vi! ¡Jijuna! ¡Ya te vi!
– ¡Borracha!
– ¡Coche Horacio! ¡Hijo de la vil puta!
Explota.
– ¡Uñas podridas!
– ¡Me las voy a cortar para que las comas con tu cashallurto! –Vocifera.
Y mientras grita enfurecida va arrojando piedras adonde sea, a diestra y siniestra.
2. En las nubes
oscuras
En tanto, don Horacio se desternilla de risa cayéndose hacia un costado o después hacia atrás, cuan corpulento es, al resbalársele la silla.
La Diega Antonia identifica su voz, pero no atina a saber de dónde viene ni pone puntería en las piedras que arroja.
Es por eso que arremete con su descarga de bólidos que zumban por el aire dirigidos hacia cualquier sitio, principalmente a la casa que tiene enfrente y que hace tiempo permanece deshabitada aunque guarde algunos pedazos de tejas al borde de sus aleros extasiados.
Andanadas que salen con toda la fuerza de la inmensa cólera que la embarga, disparando más hacia arriba enloquecida de que allí esté don Horacio quien la atormenta de ese modo.
Quizá piense que aquel está escondido en las nubes oscuras que pasan no muy altas en el cielo anubarrado de octubre que amenaza con algún fuerte aguacero.
3. Quizá
por eso
¿Quién es la Diega Antonia?
De ella se cuenta que tuvo un hijo de un señor rico en la casa donde trabajaba de empleada doméstica.
Que era su hijo adorado y precioso, quien al año de que ella lo estaba criando se le arrebató de sus brazos.
Que luego la familia del señor hizo desaparecer al niño llevándolo al extranjero.
Encima, ella fue echada de la casa a la calle. Todo esto la enloqueció.
Desde entonces vaga herida y sin cobija, sin tener dónde guarecerse ni dónde dormir.
Quizá por eso le fascinan tanto los niños, porque se detiene a mirarlos arrobada, aunque sabe que no puede ni siquiera acercarse a ellos.
4. Yerbas
olorosas
Seguro que ya le han molido las manos por querer poner sus dedos ásperos en la cabeza de una niña o un niño.
Será por eso que los mira enternecida pero de lejos y sin levantar sus manos.
Y es también por eso que cuando nos portamos mal nuestras madres nos amenazan diciéndonos de este modo:
– ¡Hijo malcriado! ¡Pero verás, cuando pase la Diega Antonia, es a ella a quien te voy a regalar!
Y ella pasa como si se moviera un monte, cargado de yerbas que riega por el suelo: manzanilla, panisara, limoncillo, toronjil y yerba buena.
Después toma asiento en una vereda de la plaza con su cargamento de yerbas olorosas.
Pero su torturador es don Horacio, quien profiere:
– ¡Ahí viene la Diega! ¡Ahora la hago rabiar a esta loca!
5. Detrás
de la puerta
Esto casi siempre sucede cuando don Horacio acostumbra ir a “abrir el apetito” en la tienda de la señora Manuelita Romero.
Su establecimiento está situado a unas 3 cuadras de la Plaza de Armas y ya casi para llegar a la calle de “El Alto” del barrio San José, en Santiago de Chuco.
Es doña Manuela una señora pudorosa y tranquila que tiene una tienda discreta donde al fondo hay un mostrador.
Detrás de él sirve un pisco bueno y fuerte “para las amistades” y que le gusta tomar a don Horacio antes de irse a almorzar a su casa.
Es él quien desde la sombra espía la hora en que la Diega Antonia pasa por la vereda de enfrente, cargada de harapos y yerbas.
6. En
vano
– ¡Diega Antonia!
– ¿Qué?
– ¡Diega Antonia! ¡Nigüenta!
– ¡Shhhh...! ¡Por favor, no haga eso Don Horacio, se lo suplico! –Ruega doña Manuelita.
– Sólo un ratito señora vamos a distraernos.
– Mire que después va venir a fastidiarnos a nosotras y hasta de repente nos rompe la cabeza tirándonos piedras.
¡En vano!, don Horacio no oye las razones y temores que se le expone.
Es como si estuviera poseído por el mismo espíritu de la loca.
Con el vozarrón que tiene y escondiéndose detrás de la puerta vuelve a gritar hasta estar seguro que ella lo escucha:
7. ¿Acaso
soy?
Con el vozarrón que tiene y escondiéndose detrás de la puerta vuelve a gritar hasta estar seguro que ella lo escucha:
– ¡Diega Antonia¡ ¡Diega Antonia!
– ¡Ay, ya te oí coche Horacio!
Y la pobre mujer, que camina siempre con la cabeza gacha abstraída en sus tormentos, cavilaciones y soliloquios.
Bajo la melena hirsuta de su pelo, se para y entrecierra las cejas colérica.
Busca por todos lados, sin atinar a saber de dónde viene esa voz aguardentosa. Y gruñe:
– ¿Eres tú, coche Horacio maldito?
– ¡Si, soy yo, loca borracha!
– Ay, desgraciado, que me atormentas la vida.
8. ¡Ya me voy
a morir!
– ¿Qué? ¿Acaso soy tu marido para atormentarte?
– ¡Ay! ¡Qué fuera si te encuentro!
Y allí se acentúa la perversidad de don Horacio para hacerle provocaciones y la de ella para imprecarle insultos.
Él oculto detrás de la puerta de la tienda y ella parada en plena calle:
– ¡Nigüenta!
Y empieza otra vez la escaramuza que asola todo lo largo y ancho de la calle.
Es tanta que por ella ya nadie pasa.
Sino que transeúntes y hasta piaras de animales tienen que ir y dar la vuelta por las calles aledañas.
9. Entre
las sombras
La última vez que vi a la Diega Antonia fue al despedirme de mi pueblo.
Lloraba en el lugar en donde siempre estuvo sentada o encogida, en plena plaza, diciendo:
– ¡Ya me voy a morir! ¿Y con quién los niños jugarán carnavales?
Y repetía lo mismo. Esa era su melopea.
Con ello se refería a que ella a los niños tímidos les consentía que le embadurnaran la cara.
Quizá porque comprendía que a otros no pueden hacerlo, porque se defienden y pelean.
Pero ella deja que los niños tímidos se acerquen con su sonrisa ingenua.
Esa sonrisa sí sabe distinguirla entre las sombras en que está sumida su mente y su alma.
10. Un rasgo
inconfundible
Y así, sonriente deja que la cubran de harina blanca.
Tiene una fascinación por los niños. Y a ellos todo los deja hacer, y los consiente.
Solo para ellos ella masculla palabras de cariño.
He preguntado por ella y me han dicho que ya ha muerto, así como se han esfumado muchos otros seres y realidades de mi pueblo.
Pero ojalá que allá en el cielo adonde ha ido haya encontrado al hijo que buscaba y le arrebataron de los brazos y de las entrañas.
O sino, ojalá que cuando él muera, si aún vive, sepa reconocer quién es su madre.
Quizá un rasgo inconfundible sea su cara espolvoreada de la harina blanca de los carnavales.
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