lunes, 16 de septiembre de 2013

QUÉ RICO ESTUVO EL GATO - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2013 AÑO
EVANGELIO VALLEJO DE LA SOLIDARIDAD
Y UNIVERSALIDAD DEL MUNDO ANDINO
 
SEPTIEMBRE, MES DE LA PRIMAVERA,
DE LOS DERECHOS CÍVICOS
DE LA MUJER, EL NIÑO Y LA FAMILIA
 
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PRÓXIMAS ACTIVIDADES
DE CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
 
VALLEJO
EN EL ALMA
 
CARTOGRAFÌA
DE UN VIAJE COSMOCÈNTRICO
A LA TIERRA DE CÈSAR VALLEJO
RÓGER RUMRRILL
 
RECITAL
DE FREDERIK
SOTOMAYOR CARRANZA
 
MIÉRCOLES 2 DE OCTUBRE
6.30 PM.
CASA DE LA LITERATURA PERUANA
ANTIGUA ESTACIÓN
DESAMPARADOS
 
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PRESENTACIÓN
DEL LIBRO DE POESÍA
 
ALHELÍ
 
DE
DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
 
SÁBADO 2 DE NOVIEMBRE
6 PM.
CASA DE LA LITERATURA
PERUANA. ANTIGUA ESTACIÓN
DESAMPARADOS
 
7.30 PM.
AULA CAPULÍ
 
*****
 
PÁGINA WEB
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http://spanport.byu.edu/faculty/GarciaM/new/CapuliXV.htm
 
 
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420-3343 y 420-3860
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FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
 
QUÉ RICO
ESTUVO
EL GATO
 
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
1. Apuro
y alegría
 
– ¡Corran! ¡Corran! ¡Cayó el gato! ¡Cayó el gato en la trampa!
 
 Eso exclama mi tía Carmen, lo más fuerte que puede para que la oigamos.
 
Su alarido se precipita por la escalera en donde está subida y apenas agarrada a la viga, corre por los muros del dormitorio, entra a la sala, sale por los ventanales al corredor, atraviesa el patio.
 
Zigzaguea vertiginoso por el otro corredor con filos de piedra, en donde está el horno. Entra como un grito pelado a la tienda donde estamos haciendo cadenetas y guirnaldas de flores para el paso del inter del apóstol esta mañana en que el sol brilla fuerte afuera en las paredes y en las veredas de la calle.
 
Corremos atropellándonos hijos y sobrinos y la encontramos a mi tía aún subida en la escalera, mirando hacia arriba y al fondo, con todo el nerviosismo y la efusión de un triunfo largamente esperado.
 
Con las manos bien agarradas del borde del terrado y el cuerpo prácticamente colgando de la viga atravesada, adonde ha subido a ver, y clama con las piernas colgando en el aire.
 
Pero su voz definitivamente refleja apuro y alegría, pues durante semanas y hasta meses todo lo que se guarda en el terrado, o donde fuera, es devorado por el indómito felino que campea incontrolable bajo los techos.
 
2. Cosechas
de las chacras
 
Ha causado tanto destrozo este gato montaraz que ya no hemos sabido cómo evitar los perjuicios que viene cometiendo.
 
Lo último a lo cual hemos recurrido ha sido alquilar una buena trampa en donde ha quedado finalmente hecho prisionero, probablemente en la madrugada de hoy día, y mientras todos dormíamos.
 
Toda otra trampa común y corriente había resultado inútil e insuficiente. Y solo ésta ha logrado la proeza de enjaularlo.
 
Antes, el aborrecible animal ha dado cuenta de ollas enteras con cecinas y de los huevos de las gallinas que hacen pacíficamente su nido en cualquier parte bajo los aleros.
 
De los jamones guardados para irlos sacando poco a poco y durante el transcurso del año. Y sobre todo cuando llegan los tíos de Lima.
 
De los pellejones conservados en lonjas dobladas que rezuman su manteca al fondo de las latas.
 
De las cosechas de las chacras de mi tía en Urupamba que guardan envueltas en costales y hasta en barriles con tapa que no sabemos cómo el gato los abría y devoraba todo lo que encontraba adentro.
 
3. Advirtiéndonos
a nosotros
 
– ¡Pero ahora has caído malvado! –Se solaza diciéndole mi tía sin ocultar su revancha.
 
– Hasta la manteca que se guarda en latas las has abierto, condenado. Y la dejabas esparcida por el suelo como burlándote. 
 
Y todo para sacar los chicharrones que había hacia el fondo dejando in fraganti sus huellas digitales, representadas por los tremendos zarpazos que se hundían en esa masa blanda, exquisita y casi etérea por lo sumisa.
 
Nosotros mismos, mientras miramos la manteca en la lata que ha servido de carnada, no resistimos la tentación de hundir nuestro dedo índice y hacer que se pegue una porción de aquel manjar, para delectarlo con la lengua y el paladar, mientras los adultos lanzan quejas, lamentaciones e improperios al gato ladino.
 
– Hay que bajar la jaula pero con cuidado para que no se vaya a escapar este bandido.
 
– Primero cúbranlo con esta lona porque les puede morder y transmitir su rabia. Porque rabia es todo lo que debe tener un ser tan avieso como es este.
 
– Son malos estos gatos. ¡Son fieros! –Dice mi tía Miguelina desde abajo. ¡Hasta ella, que es la más tierna, está contra el gato!
 
– ¡Pero ya cayó el malvado!
 
– ¡Ahora, pues, a ver si te salvas, perverso!
 
– ¡A los malos algún día les llega su castigo! –Dice mi abuela, como advirtiéndonos a nosotros los pequeños, para nunca cometer fechorías.
 
4. Turbio
rencor
 
Ya en el patio, al quitar la manta y descubrir el armatoste de palos a la luz del sol, nos deslumbra un soberbio ejemplar de gato, de un blanco inmaculado reluciente y más albo que el armiño, pese a que su alma es tenebrosa y llena de miles de pecados.
 
Tiene los ojos fulgurantes, de un rojo diáfano, agudo y esplendente. 
 
Primero nos enseña a todos sus colmillos puntiagudos y relucientes, que relumbran a la luz de la mañana abriendo su boca amenazante por donde emite un rugido feroz que nos estremece.
 
– ¡Pese a que está preso todavía intimidas maldito! –Bufa mi tía.
 
Y salta contra nosotros felizmente dándose contra los barrotes, de lo contrario hubiéramos ya caído bajo sus garras y no nos hubiera soltado hasta solo ser huesos, devorados por las hileras de esos dientes afilados.
 
Se revuelca como queriendo destrozar la armadura de palos que apenas resiste a sus embates.
 
– ¡Ay, ay, ay, demonio! ¡Todavía que estás acorralado te das tus ínfulas! ¿No? –Le dice mi abuela.
 
A lo que responde el gato con una mirada de turbio rencor y después de amarillo desprecio.
 
5. Mañana
inusitada
 
– ¡Maten a ese animal!–, vuelve a decir sentenciando la abuela. –Es capaz de sacarnos los ojos, no solo los ojos sino que es capaz hasta de devorar a un niño. Dios Santo, cómo nos hemos librado de esta fiera. ¡Vivo es una amenaza! Y si se escapa es capaz de comer a un hijo, así lo encuentre despierto.
 
– ¡Ya pues, que pague con su vida todas sus fechorías!
 
– Parece que fuera el mismo diablo.
 
– ¡No solo ha comido sino que es perverso! Lo que no podía ya comer lo dejaba regado por el suelo, ¡toda la carne que teníamos guardada!
 
– Pero ya cayó este bellaco. ¡Todo se paga en esta vida!
 
Y parece que entiende porque ha arremetido otra vez contra las tablas, ágil y robusto; como si  se estuviera burlando de lo que se habla y no le importara lo que se dice. 
 
Para nada se lo ve compungido o temeroso, sino arrogante, soberbio e incluso insolente, pese a estar ya bajo rejas.
 
Cuando lo sacan entre chillidos, brincos y correrías, cuesta mantenerlo dominado. Los vecinos han traído sogas, costales y hasta frazadas para lanzarse encima del felino, pero más para defenderse si es que se escapa, para lo cual antes ha habido que llamar a varios peones para que nos ayuden. 
 
Veinte manos tienen que sujetar el envoltorio, agitados y pálidos de susto, mientras gallinas y pavos se han escondido nuevamente bajo los aleros donde duermen, temerosos por lo que está sucediendo en el patio, en esa mañana inusitada.
 
6. Belleza
sin par
 
Cuesta a los hombres adultos atarlo por las patas por los arañazos que les produce en brazos y hasta en el cuello de algunos de ellos.
 
Cuesta tirarlo sobre unos leños y cortarle el pescuezo.
 
Cuando chisporrotea la sangre ha sido un chorro de rubíes haciendo un arco que nos alcanza a manchar la ropa y los zapatos.
 
Y esto pese a que nos han ordenado que si queremos seguir el desenvolvimiento de estos luctuosos sucesos, nos tenemos que retirar a una distancia no menor de diez metros.
 
El animal herido de muerte, todavía ha querido escapar manchando su inmaculada pelambre, mientras se ha debatido mirando con un furor y un vilipendio sin límites a todos, incluyendo al sol que lo ha reverenciado poniendo un aura de oro en cada una de sus cerdas.
 
Este gesto le ha caído muy bien a su belleza sin par y a sus impulsos salvajes, hasta quedar tendido y degollado como una fiera sobre las cuatro rajas cruzadas de leña seca.
 
En los corazones de todos nosotros ha quedado la sensación de un crimen perpetrado no contra un indefenso y débil ciudadano sino el de un magnicidio cometido contra un tirano, un déspota y un monarca implacable.
 
7. Provoca,
el bandido
 
Y esto lo explico por su talante de guerrero sin tacha. Y por lo prodigioso de sus gestos. 
 
De todos modos, nos ha dejado desolados como si hubiéramos atentado contra las nieves eternas de los picachos lejanos, como si hubiéramos destronado a un rey aunque pernicioso, como si a partir de ahora cambiara la historia.
 
– Saquémosle pronto el pellejo para hacer un hermoso tapete que luzca en la sala. –Dice mi madre, despertándonos de nuestras cavilaciones y congojas.
 
Con ayuda de mis tías y antes de que se enfríe, despellejan al gato que empieza a botar un humo azul y un vaho intenso por todos sus poros, parecido al incienso en los altares o al aliento en un amanecer entumecido, pero esta vez exhalado por un cuerpo desnudo en que se va convirtiendo su piel cinabrio.
 
Y así queda ya sobre la mesa de madera también sobrecogida y reverente.
 
Es una carne límpida y robusta, que motiva que una voz, al principio delgada, titubeante y casi como pidiendo disculpas, se dibuje en el aire, que dice:
 
– ¡La verdad que da ganas de comerlo!
 
– ¡Sí pues, es cierto, provoca, el bandido! –Aduce por allí otra voz de mujer, ya menos dudosa.
 
– ¡Cocinémoslo entonces! ¿Qué les parece?
 
– ¡Hagamos estofado de gato! –Abona alguien.
 
8. Fascinados
en ese cuerpo
 
– ¿Por qué más bien no lo preparamos y echamos al horno?–. Agrega otra voz que viene de alguien que está a mi costado y que no es otra que la de mi mamá.
 
– ¡Sí! ¡Hagamos de él chanchito al horno! –Apoya mi tía Carmen.
 
– ¡Sí! ¡Ya pues! –Aprueban todos.
 
Estas palabras provocan risas, miradas interrogantes, gestos cómplices y atingencias prácticas. Quizá porque todos piensan igual, mirando ese cuerpo traslúcido y apetitoso, que aún está crudo pero da ganas, ciertamente, de hincarle el diente.
 
Coincide además la idea con el hecho que este día mis tías y mi madre se han puesto de acuerdo para amasar juntas y hacer pan. Todos mis tíos van a venir entonces a casa a almorzar, para lo cual ya se han encendido los fogones y puesto a hervir algunas ollas.
 
Cuando miramos a mi abuela Sofía que aún tiene las huellas de todo el susto y la tensión que nos ha producido el gato, vemos con sorpresa que no protesta ante la idea descabellada de preparar al gato, ¡dónde se ha visto!, sino que al contrario sus ojos y su rostro que están puestos y casi fascinados en ese cuerpo provocativo, sin decir nada esboza más bien una sonrisa ante la idea que aquí se está urdiendo.
 
9. Yo pico
la cebolla
 
– ¡Yo lo preparo! –Dice, ¡cuándo no! ¿Quién creen? ¡Mi madre! ¿Quién iba a ser sino ella?
– ¡Mamá! –Protesto yo–. ¿No te atreverás a cocinarlo en nuestras ollas, de donde siempre comemos, no?
 
Pero allí lo hará. Y ahora ¿qué va a ser de nuestras ollas?
 
– Yo te presto la olla grande. –Dice felizmente mi tía Carmen.
 
– ¡Eso si que no!, ¡en mi olla no! –Protesta la abuela, lo que nos da a entender que en el fondo está aprobando la idea espeluznante de que se cocine al gato.
 
– ¡Primero hay que doblarlo para que entre en la olla que yo tengo y luego hervirlo! –Ahí está, esa voz siempre de metiche es de mi mamá–. Y en esa olla después hará el tallarín que a mí tanto me gusta. Yo juro en silencio no comer nunca más de lo que ella luego fuera a cocinar en esa olla que para siempre quedará impresa del sebo y del aroma de ese gato.
 
– Ustedes, hijos, cuidadito con decir nada. –Nos advierten a todos los que somos chiquillos.
 
– Yo voy a sancochar papas.
 
– Yo pico la cebolla.
 
– Yo hago la ensalada.
 
– Yo voy a hacer ají molido en el batán
 
Yo, yo, yo... hoy día todas se acomiden en hacer algo, sin saber que se han vuelto locas por culpa de un gato.
 
10. Y así
lo hicimos
 
Las mujeres proceden con entusiasmo febril a abrir el cuerpo reluciente, a sacarle las entrañas todas saludables, a lavarlo tal como si se preparara un chanchito para meterlo al horno, aunque con más diligencia, devoción y aplicación singulares.
 
Después, y casi entero –excepto la cabeza, el rabo y las patas– lo hacen hervir primero solo con agua y sal. 
 
Luego lo pican bien. 
 
Después lo condimentan con ajos, pimienta, cominos y orégano; tal y como si fuera un chanchito, puesto en una bandeja de fierro que apenas entra por la puerta del horno.
 
Y ciertamente, cuando sale asado, la grasa de su gordura ha hecho que todo parezca un lechón delicioso y crocante.
 
¡Todo está tan bien! Salvo la denuncia de los muslos y las patas largas que no pueden ser jamás las de un chancho y que mis tías pronto disimulan cortándolas.
 
– ¡Ahora vayan a llamen a sus tíos y a sus papás para comer! –Es la orden que nos dan más tarde. 
 
Yo no quiero comprometerme en hechos que no quisiera que conmigo nunca lo hagan. Pero sí lo hacen mis primos.
 
11. Resistir
la tentación
 
Cuando están los platos en su delante mis tíos  y también mi papá a quien no tengo cómo avisarle, con gusto inusitado se dedican a picar con el tenedor, a cortar con el cuchillo y a llevarse considerables bocados del “chanchito” a la boca, que engullen con insaciable deleite.
 
El horno ha puesto a la carne unos dorados intensos que bajan desde el bruñido chamuscado, pasando por el rojizo de los costados, al amarillo perla del vientre.
 
Mientras, mi madre y mis tías entran y salen disimulando la risa que se dibuja en sus rostros y que las delata, convertidas en carcajadas disimuladas apretándose manteles en la boca por los corredores y la sala, de no poder encubrir el nerviosismo que les da ser cómplices de estar dando de comer gato a sus respectivos maridos. ¡Ay, mujeres, mujeres!
Y sobre todo de ver la voracidad y el gusto con que lo comen.
 
– ¡Que rico chanchito les ha salido!
 
– ¡Tiernito está el lechón! ¿Cómo lo han aderezado, ah?
 
Sin embargo, yo veo que ellas mismas, pese a que tienen resquemores, no resisten la tentación de piñizcar la carne y llevarse a la boca pedacitos de ese potaje apetitoso. 
 
Y de paso quieren dárnosla a nosotros, que la rechazábamos de plano, con un movimiento contundente de cabeza de izquierda a derecha y de pasos alejándonos de tentaciones malignas.
 
12. Estallidos
de risa
 
Y otra vez renuevan el plato para los varones adultos que piden se les repita, y que lo sirven con un rico arroz graneado de mote y papas revueltas.
 
Cuando mis tíos y mi padre ya terminan el segundo plato, ya iban a aceptar el ofrecimiento de una repetición más, cuando mi abuela sentándose a comer se le escapa decir:
 
– ¡A mí por si acaso no me vayan a servir gato, ah!
 
Lo que provoca primero el espanto de mi madre y de mis tías, y luego un estallido de risa y carcajadas ante el asombro de mi tío Leoncio primero, de mi tío Francisco después, de mi tío Juan posteriormente y de mi propio padre al final que miran presas de pánico sus platos ya terminados.
 
Y, retirándolos de cerca de sus cuerpos, dicen:
 
– ¿Están bromeando ustedes, no?
 
Otro retruca:
 
– ¿Es chanchito, o qué?
 
– ¿Qué es señora Sofía la comida? –Pregunta mi tío Francisco con ansiedad y dirigiéndose a mi abuela.
 
– ¡Nada! ¡Nada! –Saltan a decir mi madre y mis tías–. ¡La mamá no tiene por qué responderles nada!
 
– ¿No es chanchito al horno?
 
13. ¡Qué
va a ser!
 
– ¿Qué hemos comido, mujeres?
 
– ¡Es gato! –Les aclara sin conmiseración y con toda franqueza la abuela, mientras las mujeres no dejan de reír, doblándose hacia delante y hacia los costados apoyándose entre ellas mismas. Y hasta cayéndose al suelo por la risa al sentarse mal en las sillas.
 
– ¿Es gato? ¡Qué va a ser gato! ¡Por favor, no nos vayan a hacer eso! –Siguen rogando, preguntando y consolándose asimismo los hombres.
 
– ¡Les vamos a creer a ustedes! ¡Están tratando de asustarnos! –Dice el tío Juan, tranquilizando a los demás. 
 
– ¡Esto es chanchito, adonde se vaya! ¿Acaso no sabemos probar?
 
– ¡Porque el gato no creo que sea tan rico!
 
– ¡Jamás! ¡El gato me han dicho que por más que se cocine bien siempre es aguachento! 
 
– ¡Esto es chanchito y del bueno, donde quiera que sea!
 
– ¡No se asusten, muchachos! ¡Las mujeres siempre son bromistas!
 
– ¡Qué va a ser! ¡No creo que estas mujeres sean capaces de hacernos eso a nosotros que tanto las queremos, las amamos y respetamos!
 
– ¡Elvira! –Llama papá a mi mamá, que se desternilla de risa por afuera.
 
14. Díganme
si existe amor
 
– ¡Hijos! Ustedes, ¿que han visto?
 
– Es gato, papá–. Les decimos los niños que hemos estado todo el tiempo al frente de ellos mirándolos comer. 
 
Y para eso les mostramos la cabeza, el rabo y las patas ensangrentadas que sacamos de la lata donde lo han escondido las mujeres.
 
Mis tíos empiezan a carraspearse la garganta. Salen al patio. A rasparse con la voz la laringe. Tosen. Se tocan el estómago para ver si les duele. Se sacuden el cuerpo.
 
Inmediatamente mandan a pedir chicha, “para que no vaya a hacerles daño”. Y como no pueden extraerse lo que han comido, con la efusión de los vasos de chicha descuelgan las guitarras y se ponen a cantar dirigiéndose en todo como reproche a donde están las mujeres. 
 
Primero cantan el vals: “Desilusión”, que dice:
 
Mujer de todos mis ensueños
no sabes cuánto te quiero,
por ti siempre tanto he sufrido
por ese tu ruin corazón.
Después aquella cuya letra que comienza y dice así:
Un día en perfecta paz
llenos de armonía dos
díganme si existe amor
donde hay tanta vanidad.
 
15. Apagar
la luz del sol
 
Falta chicha, pero ya tienen allí el calientito que han preparado sus propias esposas, para demostrarles que a pesar de todo son buenas y los quieren hasta con equívocos. Se anima la reunión. Ellas piden también cantar algo. Y lo hacen empezando así:
 
Quisiera confesarte mi cariño
quisiera que comprendas mi dolor
no sé cómo podré explicar
mi afecto, mi pasión, mi amor…
 
Con lo cual comprendemos nosotros que se hacen las pases. Incluso las sacan a bailar. Y todo parece ser regocijo y cariño sincero.
 
– ¡Pero qué rico que había sido el gato! –Incluso les dicen. –¿Ya no hay más? –Bromean.
Pero la carne de gato ha desaparecido. 
 
Yo creo que comida a hurtadillas también por mis propias tías. Y mi mamá por su puesto, quienes la han preparado como nunca, con desusado esmero.
 
¡Y hasta devorada a hurtadillas por los mismos niños que hemos presenciado cómo, en un solo día, podemos apagar la luz del sol y encima comérnosla a pedacitos!
 
 
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