martes, 27 de agosto de 2013

27 DE AGOSTO: DÍA DE LA DEFENSA NACIONAL - FOLIOS DE LA UTOPÍA: UN EJÉRCITO DE ESPIGAS Y LUCEROS - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2013 AÑO
EVANGELIO VALLEJO DE LA SOLIDARIDAD
Y UNIVERSALIDAD DEL MUNDO ANDINO
 
AGOSTO, MES DE LOS NIÑOS,
LAS COMETAS, EL DEPORTE
Y LOS PUEBLOS INDÍGENAS
 
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PRÓXIMAS ACTIVIDADES
DE CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
 
VALLEJO
EN EL ALMA
 
RECITAL DE
 
FREDERIK
SOTOMAYOR CARRANZA
 
MIÉRCOLES 2 DE OCTUBRE
6.30 PM.
CASA DE LA LITERATURA PERUANA
ANTIGUA ESTACIÓN
DESAMPARADOS
 
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PRESENTACIÓN
DEL LIBRO DE POESÍA
 
ALHELÍ
 
DE
DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
 
SÁBADO 2 DE NOVIEMBRE
6 PM.
CASA DE LA LITERATURA
PERUANA. ANTIGUA ESTACIÓN
DESAMPARADOS
 
7.30 PM.
AULA CAPULÍ
 
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CONVOCATORIA
 
XV ENCUENTRO INTERNACIONAL
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
TELÚRICA DE MAYO, 2014
 
LIMA:
MARTES 20
Y MIÉRCOLES 21
 
TRUJILLO
JUEVES 22
 
SANTIAGO DE CHUCO
VIERNES 23
SÁBADO 24
Y DOMINGO 25
DEL MES DE MAYO
 
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http://spanport.byu.edu/faculty/GarciaM/new/CapuliXV.htm
 
 
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Teléfonos Capulí:
420-3343 y 420-3860
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CALENDARIO
DE EFEMÉRIDES
 
 
27 DE AGOSTO
 
 
DÍA DE
LA DEFENSA
NACIONAL
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
 
UN EJÉRCITO
DE ESPIGAS
Y LUCEROS
 
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
“…soldado del tallo,
filósofo del grano,
mecánico del sueño.”
César Vallejo
 
 
1. Noticias
de un crimen
 
Las razones de la guerra declarada por Chile al Perú el 5 de abril del año 1879, el apóstol cubano y alma límpida de América José Martí trata de dilucidarlas en su Cuaderno N° 13 (Tomo 21 de Obras Completas, edición cubana), expresándose así:
 
"El primer movimiento al tener noticias de un crimen es rechazarlo. Y una vez creído es explicarlo, si cabe…"
 
Es por eso que dedica la mayor atención a la lectura del libro Historia de la Guerra del Pacífico del chileno Diego Barrós Arana, en donde se trata de exponer y justificar los motivos de Chile para declarar la guerra al Perú, invadir Lima y ocupar el territorio nacional:
 
"Yo entré a leer este libro con una generosa creencia (prevención) de que, aunque las razones de abnegación y sentimiento pudiesen estar de parte del Perú, las razones prácticas a lo menos estarían de parte de Chile. Porque sólo se concibe lo racional, en tanto no se palpa lo monstruoso..."
 
2. El fuego
de Dios
 
Para concluir después de discernir al detalle uno y otro asunto, uno y otro movimiento de la diplomacia y los gobiernos, en este enunciado categórico:
 
"Niego a Chile el derecho de declarar la guerra al Perú".
 
Y establecer como razón y motivo de Chile para iniciar esta guerra, continuarla y ensañarse después, el siguiente:
 
"(el) odio misterioso e implacable: el odio del que envidia una superioridad de espíritu y una largueza de corazón que no posee. El odio del que no inspiraba simpatías hacia el que las inspira. El odio del mezquino al generoso".
 
Y lanza, como apotegma, las siguientes frases:
 
"…pueblos de América merecen ser quemados por el fuego de Dios si vienen a guerra! y por dineros! y por minas! y por cuestión de pan y bolsa! Oh! que fuera la ira látigo que flagelase, o barrera que cercase… al hermano traidor! Traidor a su dogma de hombre, y a su dogma de pueblo americano!...”
 
3. ¡Y eso
somos!
 
Sí, el odio, la codicia y la extrañeza de ser ajenos a nuestro continente, de pertenecer quizá a Europa, como se ufanan en sentirlo y lo dicen; viejo mundo cuya tradición por ser un continente mísero siempre han sido las guerras. De allí que cuando llegaron algunos prisioneros de guerra después de la batalla de Arica el periodista chileno Vicuña Mackenna se molestó de no encontrar a soldados blancos, altos y garridos. 
 
Le incomodó no reconocer entre los sangrantes contusos a gladiadores romanos hechos y derechos, aunque vencidos. ¡Y apuestos, como él los hubiera deseado y querido! Y escribió esta frase improvisada pero lacerante y plena de un hondo y supremo sentido, el mismo que no le pertenece en absoluto a quien la profirió, al decir que los despojos de nuestro ejército eran: 
 
Una gavilla desordenada de abigarradas bayetas.
 
¡Qué homenaje dentro de la iniquidad, la infamia y la vileza! Porque eso éramos ¡y eso somos! para honra y gloria nuestra: ¡abigarradas bayetas! a quienes no enorgullecen las botas, ni los cascos ni las pistolas.
 
4. Era
y será siempre
 
Porque bayeta, niño, es el tejido indio, la trama amorosa de los telares rústicos, y de lo cual se hace las prendas de vestir en el campo, pantalones y camisas. 
 
Por eso, la bayeta tiene todo el sabor de lo aldeano y de lo noble, de lo rural y prístino, de lo franco y amoroso.
 
Por eso la vestimenta de quienes defendían nuestra tierra amada era de suave perla, de un blanco mate como el de los duraznos en flor.
 
De bayeta era nuestro uniforme blanco, del color de las espigas, de los campos cultivados, del pan.
 
Del color de los seres buenos. No es un uniforme en realidad de gendarmes, es un saludo de pan, de trigo y de harina. 
 
Y ciertamente, no eran soldados. Quizá sí gavilla como aquella que se alza en la parva para darnos su fruto. Eran gente de las comarcas, aldeas y los villorrios; eran obreros, artesanos, estudiantes y maestros. Era y será siempre nuestro ejército, no perros de presa.
 
5. Siento y sé
que es así
 
Aquél, que para su orgullo quería un ejército de blancos derrotados, fue un desengaño encontrar que eran indios. Jamás comprenderán con quiénes luchaban. Lo hacían con un país sublime y misterioso. Un país al cual solo se lo puede amar. ¡Y comprender amándolo!
 
Y quizá esa sea la razón profunda de la guerra, como lo precisó el prócer cubano José Martí, quien al defender al Perú de esta agresión denunció en su momento que el motivo era la envidia a un país y a una cultura excelsa, aunque empobrecida por la rapiña foránea.
 
Siento y sé que es así cuando viajamos a Santiago de Chuco, en el marco del movimiento Capulí, Vallejo y su Tierra, en donde ocurre que los ciudadanos de aquel país que asisten al certamen, se conturban de lo que ven, no se explican ese milagro y guardan silencio.
 
Anonadados de comprobar un pueblo sufrido pero generoso, sencillo y excelso, empobrecido y fraterno, que no ha perdido ni su inocencia ni su humanidad. Y se espantan que así sea pese a la iniquidad con que se lo ha tratado y que se ha cernido sobre ellos.
 
6. Subieron
a inmolarse
 
Entonces, ¿quiénes fueron aquellos que lucharon en la cima del Morro de Arica, como luego en la batalla de Tarapacá y después en la Defensa de Lima? 
 
¿O, cuatro años más tarde de ocupación ignominiosa, en la gesta heroica de la batalla de Huamachuco, dando ejemplos de valor supremo?
 
Formaban el ejército de la resistencia en la Guerra del Pacífico, gente pacífica, sencilla, humana. No eran, de nuestra parte, militares. 
 
No estaban adiestrados en el arte de matar sino de dar vida, para sembrar, aporcar la tierra, cosechar las mieses.
 
Eran quienes pastaban ovejas, hilaban su lana, la trenzaban, la teñían con cardenillo y nogal, tejían un poncho o una manta, escardándola después.
 
Fueron ellos quienes subieron a inmolarse en el altar de lo que pocos pueblos en el mundo pueden relucir con mayor fulgor: el sacrificio heroico de sus hijos por defenderla.
 
7. Proteger
y defender
 
Eran campesinos querendones, tiernos y amorosos quienes salieron a socorrer esta heredad. Eran maestros que se preciaban de que todo floreciera, sonriera y cantara el prodigio de la creación.
 
Se alistaron a la guerra más por amor que por odio. Más por adhesión irrenunciable que por inquina, animadversión o violencia. Por proteger a los suyos, más que por agredir a un extraño.
 
Y lo primero que cogían al partir era una travesera, una antara, o una quena. Con mayor frecuencia un rondín. Aunque a muchos se los ve llevando una guitarra en bandolera antes que un fusil. ¿No es conmovedor? Pero sobre todo significativo anteponer a la perversidad el canto a la vida.
 
Más se combatía por consolación, que por crueldad. Jamás de nuestra parte por bolsa, dineros o minas, como lo condenó José Martí en su apotegma denunciando que era la razón del invasor.
 
Fuimos a los campos de batalla más por erigir que por avasallar o destruir o hacer el mal.
 
8. Clamor
de luchar
 
En nosotros dominaba el sentimiento, los afectos, el compromiso moral. No el cálculo de cuánto ganar o arrebatar o echar abajo, sino de cuánto proteger y defender. ¡Y de acunar!
 
La actitud al enrolarse y partir a la guerra era ir al sacrificio de tener una muerte segura en aras de la dignidad, del deber cumplido que nos sublima como género humano.
Era ir a entregar como ofrenda el corazón por aquello que se sabe que se ama, por aquello que se valora y atesora, que se reconoce o se intuye que es sagrado e irrenunciable.
 
En el conflicto con Chile hubo gente noble e inteligente que inmediatamente acudió al llamado de la sangre, cual era salvaguardar, guarecer y cobijar. 
 
Y al clamor de luchar para proteger aquello de lo cual no podemos despojarnos jamás: el honor.
¡Y se introdujeron hasta el fondo de las líneas de fuego!
 
9. Llamado
del espíritu
 
No hubo hogar en ese holocausto que no hubiera perdido por lo menos a dos miembros directos y queridos, que podía ser el padre, el hermano o el hijo.
 
Así, después de la batalla de Huamachuco hubo casas en donde se velaban hasta diez cadáveres de esos guerreros inmarcesibles.
 
El nuestro era un ejército de artesanos, obreros, maestros. Fueron campesinos los que salieron a luchar. Y, también es cierto, ¡era un ejército de harapos y de ojotas! 
 
Pero, ¡qué decencia es esta! Y no ser esbirros, ni mercenarios, ni sabuesos, ni hienas que incluso se destrozan a sí mismas.
 
Como ocurrió en Chorrillos donde su furor por la presa hizo que se mataran entre ellos, con el saldo de cerca de mil chilenos victimados entre ellos mismos. 
 
¡Qué honradez no ser sicarios, ni máquinas de guerra, ni matones.
 
10. Cayeron
juntos
 
¡Qué honor llevar y cargar con el lado humano del destino, con el lado bueno de haber sido interrumpidos en el trabajo, en las faenas del campo, en los talleres y en el aula de clases por un llamado del espíritu, de la conciencia y del alma!
 
Por eso, yo creo que sinceramente esta guerra la ganamos si es que nos atenemos a lo moral, solo que no hemos sabido valorarla y nos hemos perdido entonces hasta ahora su sentido promisorio.
 
Porque el ser personas de bien, honestas, cariñosas y leales a las causas nobles de la vida y de lo verdadero, ¡y no pretender el bien ajeno! e ir con esa consigna hasta a la muerte, es solo de hombres y pueblos egregios. 
 
El ser personas fraternas, que saben ser hermanos, y ser solidarios, y sacrificar todo por su destino como colectivo humano, es de por sí glorioso, cualesquiera sean los resultados, porque cualquier lógica simple da la victoria a quien defiende principios y valores.
 
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