martes, 11 de junio de 2013

EL MESTIZAJE EN EL PERÚ - POR JORGE RENDÓN VÁSQUEZ

 
EL MESTIZAJE EN EL PERÚ
 
Por Jorge Rendón Vásquez
 
Los mestizos constituimos en el Perú de hoy, posiblemente, el 80% de la población. No hay cifras exactas, porque en los  censos de población ha dejado de indagarse la raza del entrevistado. La mayor parte somos mestizos raciales; los demás, mestizos culturales.
 
El mestizo racial procede de la fusión biológica originaria de los blancos con las indias y, luego, de las uniones entre mestizos.
 
El mestizo cultural o aculturado es el indio que asimila los hábitos sociales urbanos de los blancos y mestizos, asume el castellano como lengua que le permite la comunicación con éstos, y se inserta en las ocupaciones de la ciudad y mercantiles, en general. El mestizaje racial comenzó con la conquista del Perú entre 1530 y 1550.
 
Los contratistas y mercenarios autorizados por la Corona hispánica a conquistar los territorios y poblaciones del Nuevo Mundo, como se llamaba entonces a América, fueron todos blancos y de sexo masculino. Las Leyes de Indias prohibían los viajes a América de mujeres solas. A las mujeres sólo les permitían esos viajes si acompañaban a sus maridos, padres y hermanos.
 
Por lo tanto, la primera fusión resultó de las violaciones de las mujeres indias por esos hombres, admitidas naturalmente como botín de guerra. A medida que los conquistadores se desplazaban por América dejaban su impronta racial en decenas de miles de mujeres nativas. Los infantes nacidos de esas uniones forzadas fueron criados por sus madres como los demás miembros de sus ayllus. Aunque racialmente diferían de sus progenitoras, eran tan indios como ellas, por sus hábitos sociales e idioma.  
 
Cuando la dominación del Tahuantinsuyo se consolidó, algunos jefes españoles tomaron como esposas a las hijas de los incas y otros nobles. Pero éstos fueron casos singulares. Los hijos de esos matrimonios se criaron en los hogares paternos con la mentalidad y la lengua de sus padres, aunque reprodujeran también los usos y la lengua de sus madres. Tal fue el caso de Garcilaso de la Vega, al que algunos historiadores relievan exageradamente como paradigma de la fusión de dos razas y dos culturas, soslayando los abusos con las indias del pueblo. Algunos de esos mestizos se educaron en una escuela fundada para ellos en el Cusco. Hacia la sétima década del siglo XVI, una ordenanza real dispuso que esos jóvenes mestizos de alcurnia fueran enviados a España de donde se les prohibió retornar. El Consejo de Indias quería evitar el nacimiento de una casta de mestizos dotados del poder económico heredado de los conquistadores, en los que podrían germinar ideas autonomistas.
 
Con el paso de los años, el número de mestizos aumentó y comenzaron a unirse maritalmente entre ellos como parte de un grupo legalmente diferenciado, según la rigurosa clasificación oficial de las castas establecida por la Corona. Por ella, el hijo o la hija de un español y de una india eran mestizos, integrantes de una casta inferior a la de los blancos peninsulares y americanos. El caso inverso: la unión de una española con un indio fue rarísimo.
 
Aunque en esos primeros momentos de la dominación hispánica los mestizos eran muy pocos aún en relación a la población india, la Corona y las autoridades españolas de América remarcaron su inferioridad, negándoles el acceso a la educación y a las órdenes religiosas, en las que hubieran aprendido a leer y escribir, y promoverse socialmente como frailes y curas. Por el contrario, consolidaron su inferioridad y dependencia, al destinarlos a servir a los propietarios y funcionarios españoles como domésticos, mayordomos y capataces de indios y esclavos negros, actividad que muchos ejercieron con una ferocidad similar o más cruel que la de sus amos blancos; a otros les permitieron el ejercicio de ciertos oficios artesanales.
 
Con la dominación se implantó en la conciencia de la mayor parte de mestizos una actitud obsecuente, servil y temerosa ante los señores blancos y el poder español, ajena a toda noción de solidaridad entre ellos y transmitida a su descendencia como un componente de su estado de inferioridad. 
 
En los dos siglos y medio que duró el Virreinato, la situación de los mestizos se mantuvo sin variaciones pero su número tendió a crecer. A fines del siglo XVIII, los blancos constituían el 15% de la población; los indios, el 60%; los mestizos, el 20%; y los negros, el 5%.
 
La República, que fue socialmente una continuación de la etapa anterior durante la mayor parte del siglo XIX, no aportó cambios en la condición de los mestizos. Con la liberación de los esclavos, a mediados del siglo XIX, el mestizaje recibió el aporte genético masivo de los afroperuanos, y, algo más tarde, el de los inmigrantes asiáticos y su descendencia y, luego el de pequeños contingentes blancos.
 
En las ciudades y poblados del interior, el mestizaje se incrementó a partir de las uniones, casi siempre forzadas, de los gamonales, autoridades y pequeños propietarios blancos y blancoides con las mestizas e indias.
 
El factor más importante del cambio de la situación de los mestizos fue el advenimiento y la expansión del capitalismo.
 
Los talleres, fábricas, asientos mineros y transportes, establecidos en el Perú desde fines del siglo XIX, atrajeron a los mestizos, los convirtieron en obreros y los concentraron en las ciudades, en particular en Lima. Los puestos de empleados, considerados agentes de confianza de los empresarios, fueron cubiertos por personal procedente de familias blancas venidas a menos.
 
En adelante, la afluencia de la población india a las ciudades acentuó la formación del mestizaje cultural. 
 
Durante el siglo XX, el mestizaje, como simbiosis genética y cultural, continuó siendo impulsado por la expansión de la economía capitalista y el correlativo desarrollo de las ciudades, proceso cuyo efecto necesario fue la imposición del castellano sobre el quechua, que hasta mediados del siglo XX era la lengua hablada por la mayoría india del Perú.
 
Subsecuentemente, el mestizaje radicado en Lima creó la música criolla como su expresión sentimental y artística, combinando los acordes del vals europeo y de los sones afroperuano y andino. Otra manifestación del mestizaje cultural son las marineras, tonderos y zamacuecas de la costa, de procedencia afroperuana e hispánica, y los yaravís y muchos huaynos de la sierra.
 
La educación ha sido otro factor determinante del crecimiento del mestizaje y su importancia social.
 
En las primeras décadas del siglo XX, las escuelas primarias estatales comenzaron a abrirse para los hijos de los mestizos por la necesidad de las empresas de contar con una fuerza de trabajo preparada para el empleo de las máquinas y herramientas, y hacerse cargo de los procesos de la producción. Una parte de ellos accedió a la enseñanza secundaria y, a mediados del siglo, llegaron en masa a la universidad, sobre todo a la estatal. Algunos años después, los profesores universitarios, casi todos blancos de raigambre oligárquica, fueron desplazados por profesionales mestizos, gracias a la Reforma Universitaria y a la presencia del tercio estudiantil en los consejos de Facultad y universitarios.
 
A fines del siglo XX, la mayor parte de empleados y obreros de la actividad privada y la administración pública, de empresarios y trabajadores independientes, y de profesionales civiles y militares son mestizos. Los colegios profesionales que, hasta unos treinta años antes, eran reductos de la oligarquía, eligen con más frecuencia cuerpos directivos conformados por mestizos.
 
Pese a ser el grupo étnico y social más numeroso de la población peruana, el mestizaje carece, sin embargo, de una importancia correlativa en el control de la economía. Las empresas más grandes, que concentran la mayor parte de la producción de bienes y servicios, pertenecen al pequeño grupo de raza blanca que no llega al 5% de la población. Este grupo habita en determinados barrios en los que es ostensible un alto poder adquisitivo.
 
En la población mestiza tampoco se advierte una conciencia unívoca de su condición racial y cultural. Sigue profundamente marcada por la diferenciación racial impuesta por las leyes hispánicas durante los tres siglos que duraron la Conquista y el Virreinato y reafirmada por la dominación oligárquica y capitalista blanca desde entonces. Los mestizos más blancos o claros, que en términos generales ostentan un nivel económico más elevado cuan más acusados son sus caracteres raciales blancos, discriminan y menosprecian a los mestizos de rasgos más indios y afroperuanos, y rehúyen por lo general las uniones matrimoniales con ellos, aunque éstos obtengan tentadores ingresos económicos.
 
Los medios de prensa y televisión, pertenecientes al grupo minoritario blanco, estimulan sistemática y persistentemente esta conducta discriminatoria, magnificando los modelos blancos en la información, las entrevistas y la publicidad. No se trata sólo de la exaltación de los modelos estéticos blancos. La intención subliminal del poder mediático con esa exclusividad es mantener en los blancos y blancoides el rechazo y hasta el horror a los tipos mestizos con caracteres faciales indios y afroperuanos, como un comportamiento normal; y, asimismo, reavivar en la mayor parte de mestizos, sobre todo conformantes de las clases trabajadoras y medias de bajos ingresos, cierta propensión atávica a rehuir la unión con sus iguales y a depender anímica e ideológicamente de los blancos, y, en definitiva, llevarlos a entregar sus votos a los candidatos blancos y blancoides en los procesos electorales. Han sido indemnes a esta maléfica influencia muchos mestizos formados en el marxismo, en el sindicalismo anarquista y marxista y en otras corrientes de pensamiento libertarias.
 
Dejada a su suerte, la discriminación de los mestizos entre sí tardaría quizás de cincuenta a cien años en desaparecer a fuerza de la lenta mezcla de los más blancos con los más oscuros, de la promoción social de éstos y de su posibilidad de recibir una información menos manipulada a través de las computadoras personales; como una sucesión de pequeños y múltiples cambios cuantitativos, se diría.
 
Ese plazo podría abreviarse con una campaña ideológica promovida por quienes advierten que la discriminación racial se opone a la consolidación de una conciencia nacional, e incluso de clase, un trauma que podría ser erradicado más rápidamente por la educación, la persuasión teórica, los ejemplos y la reacción altiva ante las agresiones racistas. Y no es éste un problema que pueda resolverse con curas psicológicas. Los ejemplos de rechazo del desprecio racista en los dos últimos años, destacados por la prensa democrática, han enseñado más que las disertaciones doctrinarias.  

(10/6/2013)
 
Fuente:
 
Cortesía de la poeta Ana María Intili
 
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