viernes, 28 de junio de 2013

28 DE JUNIO DÍA DE SU CUMPLEAÑOS: CONMEMORACIÓN, MEMORIA DE MI PADRE - FOLIOS DE LA UTOPÍA: EL MUNDO EN SUS BOLSILLOS - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2013 AÑO
EVANGELIO VALLEJO DE LA SOLIDARIDAD
Y UNIVERSALIDAD DEL MUNDO ANDINO
 
JUNIO, MES DE LOS NIÑOS,
DEL MEDIO AMBIENTE, DE LA GLORIA
DE ARICA Y DE LA IDENTIDAD ANDINA
 
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PRÓXIMAS ACTIVIDADES
DE CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
 
MISA DE AÑO
EN CONMEMORACIÓN
DE CÉSAR VALLEJO YNFANTES
 
JUEVES 27 DE JUNIO, 2013, 7 PM.
IGLESIA DEL INMACULADO
CORAZÓN DE MARÍA
(IGLESIA DE LA CÚPULA)
ENTRE AV. SUCRE
Y JR. 28 DE JULIO
MAGDALENA DEL MAR
 
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CONVOCATORIA
 
XV ENCUENTRO INTERNACIONAL
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
TELÚRICA DE MAYO, 2014
 
LIMA:
MARTES 20
Y MIÉRCOLES 21
 
TRUJILLO
JUEVES 22
 
SANTIAGO DE CHUCO
VIERNES 23
SÁBADO 24
Y DOMINGO 25
DEL MES DE MAYO
 
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28 DE JUNIO
DÍA DE SU CUMPLEAÑOS
 
CONMEMORACIÓN
 
 
MEMORIA DE MI PADRE DANILO SÁNCHEZ GAMBOA
 

FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
 
EL MUNDO
EN SUS
BOLSILLOS
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
"Mundo mundo vasto mundo
más vasto es mi corazón".
Carlos Drumond
 
 
1. Una casa,
un poblado
 
Hay múltiples fotos en que a mi padre, se lo ve muy atildado, con el terno impecable, sin una arruga ni un doblez en sus líneas rectas.
Con la corbata perfectamente anudada, con la hebilla del cinturón exactamente en su sitio, y el sombrero que apenas coge airoso, con la mano izquierda recostándolo en su pecho.
Eran días en que después de enlazarse la corbata y desenroscar la perilla diminuta del frasquito de filigrana de su perfume Tabú, escanciaba detrás de su solapa apenas una gota de ese aroma penetrante en su terno crema, de lino casi blanco.
Siempre creí que en este mundo no había aroma más embriagante que el de los huertos, pero ese perfume me hacía suponer que hay otros universos aparte de este. Quizá de vergeles deslumbrantes y oníricos, de los cuales bastaba untar una pizca o dejar escapar una lágrima, para que el néctar de esos reinos invadiera una habitación, una casa, un poblado y si se lo quisiera reconocer el cosmos, con su fragancia.
 
2. Picado
en su oleaje
 
Aquel frasco primoroso tiene su sitio en una repisa que llamamos eufemísticamente, "tocador", donde se reflejan las luces amatistas, acompañado allí por un vaso iridiscente que se reproduce en el espejo de bisel junto a un peine alucinado.
Pero en la época en que a él lo que le importaba era ser un buen maestro de niños, los dos bolsillos exteriores de su saco colgaban desbocados en la abertura de entrada.
Y es que eran como alforjas repletas y abultadas de minucias y cachivaches. Tanto era así que la tapa parecía un alero torcido sobre un barril sin fondo, por lo descuajeringada que lucía la tela.
Hacia los dos lados los bolsillos parecían barcos al punto de naufragar en un mar siempre picado en su oleaje.
Colgaban hasta el borde de la tela, haciéndole una arruga gesticulante como de pregunta incontestable.
¿Pero, qué guardaba don Danilo en esos dos bolsos de los costados de su saco para que colgaran de ese modo?
 
3. Como
hay otras
 
Sin ocuparme de los otros bolsillos, que darían lugar a un tratado de lo que es la aglomeración, el exceso y el tumulto, y sin agotar ni mucho menos el contenido que podría abarcar este tema, anotaré lo que ellos contenían.
Pero antes diré que los conocía bien, pues muchas veces me encomendó hacer allí búsquedas inciertas e insospechadas.
Eran baúles, aunque de tela, sorprendentes e inagotables.
Olvidándome, estoy seguro de la mayoría de presencias ocasionales que allí podían hallarse, de manera infaltable tenía en esos bolsillos:
Uno o varios boliches, lustrosos y gastados en su superficie de tanto haber intentado encajar el émbolo en el hueco desvelado.
Hay varios trompos, de esos que se echan a bailar, de diversos tamaños y largos en sus puntas; algunos envueltos en sus pitas, otras de estas están enrolladas, como hay otras sueltas y enmarañadas.
 
4. Verlo
y oírlo
 
Estos cordeles lucen su chapita, recogida al pie del mostrador de alguna tienda, y que los niños amarramos en el extremo final de la pita. ¿Y esto con qué motivo? A fin de que haya un tope donde se ajusten los dedos y la cuerda tiemple cuando se arroja al danzarín hacia el suelo. Y para que el trompo se eche a bailar bajo el dulzor de los ojos de los ojos que lo acarician y adoran con la mirada.
En esos bolsillos había “guirguires” extasiados en rara quietud, como astros conturbados lejos de sus lunas y sus soles. Otros son botones extraídos de sacos y abrigos de nuestras madres. ¡Y otros, lo diré porque me lo han preguntado! son el círculo de lata obtenida del fondo de los tarros.
Y que al atravesarlas de un hilo por dos orificios al centro y darle vueltas, tuercen la pita en que se sujetan, zumbando en el aire según se amplíen o se estrechen los brazos. Con ellos se hace pelea para ver quién corta primero la cuerda del enemigo, práctica que mi padre corrige y prohíbe, aduciendo que al guirguir es solo había que verlo y oírlo. Y nunca echarlo a pelear porque podía producir grandes heridas.
 
5. Lejos ya
de sus suspiros
 
Hay bolas para jugar o canicas increíbles en sus diferentes diseños, impacientes por salir a rodar en el mundo, empujadas por las manos inocentes de los niños que no saben que no solo las canicas sino que el universo y la vida íntegra ruedan, con buena o mala suerte. ¡Pero siempre sin saber hacia dónde!
¡Era en todo ello que radicaba el secreto de cómo hacía callar a un niño que lloraba!
Ya cuando era inconsolable la pena les deslizaba entre las manos una canica que sus compañeros, que ya sabían cuál era el talismán o abalorio, ¡se levantaban a ver cómo era!
Él niño entonces orgulloso y ya callado, lejos ya de sus suspiros y de sus lágrimas, las mostraba extasiado.
Era colocando una o varias de esas joyas en sus manos. Seleccionaba aquellas que tenían motivos divagantes e insólitos, revelando así que primero él con ellas se embelesaba.
 
6. Una seña
de alegría
 
Hay en sus bolsillos pequeños lápices ya sin borrador y sin punta. Otros con la goma hundida; eso sí siempre eran pequeños, de  la mitad para abajo. Y se conmovía cuando encontraba uno que los demás desechaban. Entonces los volvía a sacar punta con solaz y arrobamiento.
Lo hacía haciendo volar las astillas exactamente sobre una franela verde que para entonces desdoblaba y adonde iban a posar irrevocablemente volando por el aire cual gorriones que sucumbieran atraídos por algún extraño hechizo, incrustados de pico en aquella pradera verde. Y yo subyugado en ver si alguna de esas avecillas se escapaba de aquel destino, yendo a caer en cualquier otra parte. ¡Nunca! ¡Ninguna! Todas caían en ese paisaje embrujado, o de vuelta a ese paraíso perdido.
Hay borradores de distintos tamaños y matices que junta para entregárselo a los niños, cuyos lápices o borradores se les ha perdido en el camino. Él  lo sabe cuando los nota compungidos. Y antes que se echaran a gemir les pone en su delante, haciéndoles una seña de alegría con los ojos.
 
7. La flor
de un rosal
 
También en esos bolsillos había un rollo de esparadrapo, un frasco pequeño de agua oxigenada y otro de aseptil rojo.
Y envueltas en un sobre pastillas sulfas, que raspaba y esparcía el polvillo en cualquier herida, a fin de combatir las infecciones de cualquier niño que encontrara, sea en la calle o sea en la escuela.
Había épocas en que se le daba en curar las verrugas de las manos de todo pequeño que encontrara.
Para eso en esos bolsillos portaba todo un botiquín, compuesto de varios frascos, gasa, algodón, como de instrumental básico: pinzas y una tijera pequeña.
Envueltos en breves madejas, que hacía alrededor de sus dedos, cargaba hilos que enrollaba luego en el centro como si fuera un fideo de corbata.
¡Y todo lo amarraba con esos hilos! La flor de un rosal asomada al sendero con el peligro que sus espinas arañen a una persona, lo sostenía amarrándola con esos hilos.
 
8. El trono
mayor
 
Infaltable había allí un silbato con una linda y fresca bolita de corcho aprisionada para siempre entre sus paredes negras y frías, silbato con el cual avisaba de los peligros a sus alumnos cuando salían al campo, que ocurría casi siempre.
Pegadas a las costuras del fondo tenía implementos, como cuerdas de mandolina o de guitarra, perfectamente envueltas en sus sobres de papel transparente.
La púa para tocar la mandolina la portaba exactamente en el vértice del bolsillo derecho, en el ángulo exacto que hace una y otra costura.
Ese era su sitio inamovible, con lo que se me representa que esa era la reina de aquel ingente y rico panal.
Pieza que gozaba entre esa diversidad de objetos del más excelso privilegio, es decir del trono mayor porque nada ni nadie podía disputarle aquel lugar.
Todo lo demás flotaba o bailaba.
 
9. Lo abraza
y arrulla
 
¡La clase de humanidad que alentaba don Danilo se le podía descubrir a partir de sus bolsillos! Allí estaba el maestro, el músico, el ciudadano. Y sobre todo, el protector de los juegos y los sueños de los niños.
Y, si se lo mira bien, pensando en la púa de su mandolina,  era quien mantenía la emoción, y hasta creaba la ilusión en el alma de la gente a quien él, como maestro, creía su deber consagrarse y proteger.
Esos eran sus verdaderos tesoros, porque nunca acumuló una joya que no fueran esas, nunca tuvo un cofre donde guardara un anillo, una medalla, un diamante. Jamás lo vi atesorar nada que fuera de este mundo. Y esa es la herencia que nos ha dejado a muchos que fueron sus alumnos o sus hijos, aquellos tesoros que cabían en sus bolsillos.
Con ellos toda la tierra era suya, los paisajes, los caminos, porque era vasto e infinito para amar, acoger y adorar al niño, al ser humilde, a su pueblo y a su tierra que ahora lo abraza y arrulla en su seno.
 
10. Los bolsillos
de su saco
 
Mi padre tuvo una evolución singular cuando de la pobreza y la orfandad se hizo profesional con ayuda de mi madre, viviendo en escuelas sin luz y vacías, en la época de vacaciones cuando estudiaba para ser normalista en Trujillo.
Y se hizo un señor elegante, atildado y hasta señorial. Allí fue cuando nacimos Juvenal y yo. Y nosotros mismos no podíamos sentarnos en el suelo de cemento o azulejos sino sobre un cojín que teníamos cada uno y que mi madre había bordado.
En las fotos de aquella época se lo ve como un aristócrata, que es como yo le recuerdo cuando era muy niño con esa fragancia de colonia Tabú en sus ternos y camisas.
Pero después evolucionó de lo rico y ostentoso a lo sencillo. De lo sofisticado a lo simple, de lo refinado a lo ordinario. Y se hizo llano, común y corriente, un maestro a quien le importaba sobre todo el destino popular, hecho que se representa en lo que cargaban los bolsillos de su saco.
 
RECUERDOS
 
 
Banda de Guerra del Centro Viejo en Santiago de Chuco con sus maestros.
Atrás: El Director Carlos Castillo Murga, Diomedes Paredes G. y Leoncio Rebaza.
En primera fila: Francisco Miñano Benites y Danilo Sánchez Gamboa. (Fotografía: Luisan)


DANILO SÁNCHEZ GAMBOA,

MAESTRO EN EL CENTRO VIEJO DE SANTIAGO DE CHUCO

Carlos Manuel Castillo Mendoza

Mi escuela de Segundo Grado de Varones No. 271

Fue el primer reducto que encontré para mis tiempos de soledad y nostalgia por mi madre ausente. Sin darme cuenta, terminó siendo el ámbito donde comenzaron mis primeras experiencias lúdicas y admiraciones, mis diálogos y confrontaciones.

Llevo conmigo el rostro de muchos compañeros de salón y mis maestros, hombres de aspecto rural pero de comportamiento urbano, personas pacientes con el estudiante romo, virtuosos para el canto pues nos enseñaron a entonar coplas en honor a la madre, la patria, el maestro y la naturaleza. Puntuales en llegar a la escuela, serenos cuando alguien desaforaba, respetuosos con el director, entrañables entre camaradas.

Cada vez que he buscado un modelo de maestro, aparecen ellos en mis cavilaciones y aunque ya no están, me indican lo que hay que hacer para no perder la ruta. A veces, con ellos jugábamos en una pampa rodeada de pencas a la que improvisábamos como campo deportivo colocando en cada extremo grandes piedras, para tener claro el arco propio a defender y la meta contraria donde había que hacer el gol.

Mis maestros no necesitaban la presencia jerárquica del Director para hacer lo que hacían, decir lo que tenían que decir, ser lo que eran. Me atrevería a decir que cualquiera podía dirigir la escuela, lo que no descalificaba al Director pues lo consideraban como los romanos llamaban un: “primus inter pares”

Danilo Sánchez Gamboa

Fue mi maestro en tercer año de primaria, lo recuerdo vestido con su terno plomo acero, camisa blanca, corbata azul alrededor del cuello almidonado, los puños asomando por cada uno de sus puños, tenía el rostro bronceado que lo hacía parecer como martillado por el tiempo, el cabello lacio peinado con raya al lado izquierdo, brillaba con el sol y no se desordenaba, sin duda era el signo externo del orden interior que lo acompañó siempre.

Solía sentarse a la hora de recreo en el portón de la escuela y con habitual serenidad pelaba una fruta de estación que degustaba mientras departía con sus colegas. Era como un rito que comenzaba al iniciarse nuestro descanso y terminaba cuando la campana, nos indicaba el final y el regreso a las aulas para continuar las lecciones. No he conocido hombre más metódico ni tranquilo, su conducta era previsible, no se alteraba, pasara lo que pasara, y siempre solucionaba cualquier impase individual o colectivo.

La corrección como pedagogía

Un día, un alumno mayor, dándome un golpe en las manos, hizo caer mis canicas al suelo, algunas de las cuales rodaron hasta el urinario que era una zanja ubicada en una esquina del patio. Como no podía sacarlas de allí, mi reacción fue violenta y con la punta del trompo le di un hincón en el muslo al atrevido, quien adolorido fue y se quejó a mi maestro. Éste, mirándome fijamente a la cara y luego de escuchar mi explicación, me dijo:

* “Nunca reacciones con violencia, puede ser peor; cuando te pase algo así, ven a decírmelo”

Se quedó pensativo y luego, asumiendo la seriedad de una autoridad decretó:

* “Tu castigo empieza el lunes. Tienes que llegar antes que los demás alumnos para barrer el salón y ordenar las carpetas. Eso vas a hacer toda la semana”

Y no se habló más, cogió al agredido físicamente por el brazo y diciéndole palabras de consuelo lo orientó para que se dirigiera a su salón de clase.
Era un castigo que no podía eludir. Llegado el lunes, me levanté temprano y con el asombro de mi papá y hermanos apuré mi arreglo personal, desayuné y salí raudo a mi escuela a cumplir la sentencia.

¡Sorpresa! Al llegar al salón mi maestro Danilo Sánchez ya estaba sentado en su mesa leyendo un libro, esperando mi arribo. No se inmutó, a esa hora éramos él y yo los únicos habitantes del lugar. 

Respondió a mi saludo y de inmediato me ordenó:

* “Anda a traer agua en el balde”.

Me dirigí hasta al “pozo sagrado”, que así llamábamos a un manantial que surtía de agua salubre al barrio, distante dos cuadras del plantel y, con el recipiente a medio llenar, algo cansado llegué a cumplir la sanción.

* “Muy bien, ¿sabes cómo hacerlo?” -me preguntó.

Comprendiendo mi inexperiencia, de inmediato me ordenó:

* “Arrima todas las carpetas a la mitad del salón”, cosa que hice con un poco de esfuerzo.

Teniendo medio salón desocupado se remangó la camisa y me indicó cómo regar y barrer el piso de madera desgastada desigualmente por el tránsito de otros niños que por allí pasaron antes que yo. Como mi trabajo era imperfecto, con paciencia me iba indicando cómo mejorarlo, luego me ordenó poner las carpetas en la parte ya limpiada para comenzar a hacer lo mismo con la otra mitad. Cosa que hice con un poco más de práctica. El maestro sentado en su mesa observaba mi desempeño, indicándome, de rato en rato, cómo proceder hasta terminar en la parte de adelante.

* “Ahora, acomoda las carpetas en su sitio” – me dijo.

Eso empecé a hacer mientras mis compañeros iban llegando al salón para dejar sus cosas y regresar al patio a la formación. Su cronológico proceder lo tenía todo programado pues al concluir la faena sonó la campana y como todos los alumnos fui al patio para el izamiento de la bandera, cantar el Himno Nacional e iniciar la jornada semanal.

El martes fue igual, el miércoles también y así todos los días hasta el sábado que concluyó mi castigo de la misma manera como había comenzado el lunes, sin alterar uno solo del proceso por él establecido, incluyendo su puntualidad.

Lección para la vida

Danilo Sánchez Gamboa había hecho del castigo una oportunidad para mi aprendizaje útil en lo personal y colectivo. No recuerdo haber percibido en la sanción desprecio a mi persona, arrebato, ni solidaridad excesiva con el agraviado. No olvidaré que en ese acto, a mis ocho años, y por primera vez, tomé una escoba y aprendí algo que me ha servido toda la vida.

Es más, hoy veo que el castigo no sólo fue para mí sino también para el que lo impartió, pues mi maestro me acompañó a cumplirlo cada día y con la misma cordura y precisión. Me doy cuenta que no fue un acto vertical de arriba hacia abajo, sino un gesto horizontal lleno sencillez y contundencia. 
.
Alguien dirá: “eran otros tiempos, ahora es diferente” y es verdad. Para mí es una prueba de lo mucho que hemos ido perdiendo por el camino y nos hemos encontrado con que toda sanción en la escuela es intrínsecamente mala.

Y mi padre era el Director de la escuela

En efecto, Carlos Castillo Murga era el Director de la escuela y Danilo Sánchez Gamboa maestro de aula, trabajaron juntos treinta años asumiendo sus responsabilidades sin desautorizarse uno a otro. Daba la impresión que no sólo había respeto entre ambos sino afecto fraterno, pues mis padres fueron padrinos de bautizo de sus hijos Danilo y Rosita. De modo que una sanción en la escuela para el hijo del Director fue hecha con sentido formativo y hasta paternal.

Sin duda conversaron del asunto pues mi padre, nunca me preguntó del porqué de mis afanes en salir temprano de la casa, dejando a mis hermanos tomando desayuno. Nunca me dijo nada al respecto ni hizo el menor intento por consolarme; es más, como que me inducía a cumplir la sanción. Era una muestra de la solvencia moral que todos mis maestros tenían y un modo de entender el trabajo en equipo. Tenían los caminos claros y los objetivos precisos.

Gratitud y afecto al maestro aún presente

¿Cómo no decirlo ahora?, ¿por qué no dar testimonio de gratitud y afecto a quien puso en mí, con actos sencillos, las primeras piedras de lo soy en el trabajo y la familia?, ¿cómo no proclamar que por ello se han vuelto perdurables en el tiempo?, ¿por qué no proponerlos como modelos si queremos una educación diferente?

Han cambiado los procesos educativos, se han hecho más técnicos y se esperan resultados a corto plazo, lo que no debemos perder es el sentido humano que debe acompañar todo proceso formativo en la escuela.

A cien años de su nacimiento, solo me queda decir: ¡Gracias maestro Pascual Danilo Sánchez Gamboa! Gracias porque igual que mi padre, nacido también en 1912, siguen inspirando los sentimientos y tareas de los que estuvimos bajo su atenta mirada. 
 
 
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