jueves, 11 de abril de 2013

11 DE ABRIL: DÍA DEL ARQUEÓLOGO PERUANO - FOLIOS DE LA UTOPÍA: LOS CINCO SOLES DE LA IDENTIDAD - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2013 AÑO
EVANGELIO VALLEJO DE LA SOLIDARIDAD
Y UNIVERSALIDAD DEL MUNDO ANDINO
 
ABRIL, MES DE LA PALABRA,
LA CREATIVIDAD LITERARIA E
INMORTALIDAD DE CÉSAR VALLEJO
 
*****
 
PRÓXIMAS ACTIVIDADES
DE CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
 
LUNES 15 DE ABRIL, 7 PM., 2013
TRÁNSITO A LA INMORTALIDAD
DEL POETA CÉSAR VALLEJO
PRESENTACIÓN DEL LIBRO:
 
EL EVANGELIO
VALLEJO
DE DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
 
EN COORDINACIÓN
CON EL VICERRECTORADO
DE INVESTIGACIÓN DE LA UNMSM
 
SALÓN DE EXPOSICIONES
CASONA O CENTRO CULTURAL
DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL
NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS
PARQUE UNIVERSITARIO
CERCADO DE LIMA, PERÚ
 
PROGRAMA
 
CONDUCCIÓN:
 
RAMÓN NORIEGA TORERO
MANUEL RUIZ PAREDES
 
BIENVENIDA
 
DR. BERNARDINO RAMÍREZ
 
Vicerrector de Investigación
de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
LECTURA DRAMÁTICA DE DOS TEXTOS
SOBRE LA MUERTE DE CÉSAR VALLEJO
 
ALBERTO MENDOZA
 
Actor teatral
 
PONENTES:
 
EMILIO SÁNCHEZ LIHÓN
 
Docente de la Cátedra Vallejo
de la Universidad César Vallejo
 
FRANCISCO TÁVARA CÓRDOVA
 
Presidente del Jurado Nacional de Elecciones
 
WALTER VÁSQUEZ VEJARANO
 
Ex Presidente de la Corte Suprema de la República
y del Poder Judicial del Perú
 
JULIO YOVERA BALLONA
 
Poeta. Docente universitario. Miembro del equipo
de capacitación de Derrama Magisterial.
 
DECLAMACIÓN
 
FREDERIK SOTOMAYOR
LUCERO DÍAZ FLORES
 
*****
 
PÁGINA WEB:
 
http://spanport.byu.edu/faculty/GarciaM/new/Capuli2013.htm
 
 
 Teléfonos Capulí:
 
420-3343 y 420-3860
99773-9575
 
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com
 
 
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11 DE ABRIL
 
DÍA
DEL ARQUEÓLOGO
PERUANO
 
Doctores: Federico Kauffmann Doig y Arturo Ruiz Estrada - Foto: NAB
 
 FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
LOS CINCO
SOLES DE LA
IDENTIDAD
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
1. Un sol
esplendente
 
– ¡Soy indio! –Exclamaba el sabio y eminente arqueólogo, antropólogo, historiador, geógrafo, etnólogo, lingüista y dibujante Julio C. Tello, al inicio de sus clases en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Universidad Católica, o donde fuera que disertara.
¿Por qué lo decía? ¿Por autoafirmación? ¿Por orgullo? ¿Por mecanismo de defensa? O, ¿por qué?
Muchos lo tomaron como una extravagancia innecesaria, pues bastaba con mirarlo para pensar inmediatamente que nadie más típico que él para ser identificado con lo que en el Perú entendemos como el prototipo de lo que es ser ¡un indio!
La única rareza es que él era una eminencia, un sol esplendente en el universo de la ciencia y las humanidades, un cerebro que se hizo admirar en Harvard y Cambridge, donde obtuvo sus doctorados.
Le rindieron honores y pleitesía en Berlín donde sustentó ponencias.
Se sacaron el sombrero ante él en Roma en donde desarrolló conferencias deslumbrantes sobre las culturas aborígenes del Perú. 
 
2. Más
aún
 
Por algo desde niño le decían “Sharuco” que quiere decir “arrollador”;uno de los pocos hombres a quienes de manera natural se lo identifica como “El sabio Julio C. Tello”.
Era cetrino, bajo de estatura y grueso de tórax; de rostro apiñado como nuestras rocas y montañas; de nariz y pómulos salientes, frente amplia y prominente, ojos apretados y escondidos, como si salieran desde el fondo de un puño.
Su pelo era duro y lacio como la cabuya de las pencas de nuestra serranía. Su vestir común y corriente, hasta se podría calificar como desaliñado en su indumentaria, como cabe en quien se siente estar en las alturas y habiendo superado ya toda apariencia.
Acentuaba las eses al hablar y su tono era dulce, quebrado y garrapatiento, como es en todo quechua-hablante, y más aún en quien afirmaba que pensaba en quechua y, para hablar, se traducía así mismo después de formular sus ideas en el runa sini.
Este hecho se notaba más cuando intervenía en la Cámara de Diputados donde no dejó de ser campechano. Y cuantas veces pudo profirió, al igual que al iniciar sus clases en las aulas universitarias:
– ¡Soy indio! 
 
3. Medalla
de Oro
 
Fundó el Museo de Arqueología y Antropología, en donde pidió que al morir fuera enterrado. Y este deseo fue acatado como una orden. Se le concedió ese insólito privilegio que a nadie se le otorga, luego de morir el 3 de junio del año 1947.
Desposó a una mujer bellísima, leal y fervorosa de su obra, de nacionalidad inglesa, llamada Olive Mabel Cheesman, identificada totalmente con su trabajo, y a quien conoció en Brenford, cuando estudiaba en Cambridge.
Por sus descubrimientos de las Necrópolis de Paracas, en 1925, y la exposición de los fardos funerarios de esa cultura, que conmocionaron al mundo, tuvo reconocimientos no solo en los niveles de la educación, la ciencia y la cultura sino de la ciudadanía y de la opinión pública en general y del civismo provincial.
De allí que el Concejo Municipal de Nazca favorecida por sus descubrimientos, acordó otorgarle Medalla de Oro, Diploma de Honor y una Resolución en que se le reconocía como Hijo Adoptivo de esa cálida, devota y agradecida ciudad costera, siendo que él había nacido en Huarochirí entre los contrafuertes andinos. 
 
4. En la esquina
de la plaza
 
La decisión del Concejo se le hizo saber a través de un oficio laudatorio, gesticulante y pleno de obsecuente respeto. Y se coordinó directamente con él la fecha en que viajaría a Nazca para participar de la ceremonia solemne en que se le impondría tales distinciones.
Así Nazca quería expresar públicamente, mediante una ceremonia cívica apoteósica el merecido homenaje y tributo a quien hizo de Paracas un lugar de atracción mundial en lo que corresponde a turismo cultural.
En Paracas se pueden apreciar los más extraordinarios fardos funerarios, apenas abiertos en las tumbas, constituyendo los vestigios arqueológicos más admirados de este lado del océano Pacífico y Paracas por ese motivo un lugar muy concurrido.
Para ello el sabio tomó un ómnibus y llegó temprano a esa ciudad a la vez fresca y añeja, transparente y vetusta. En la esquina de la plaza de armas se detuvo al divisar a un emolientero. Y se le antojó tomarse un combinado de linaza, cola de caballo, boldo y cebada.
 
5. Soy
de Huarochirí
 
Estando allí, ya servido su vaso que sujetaba con las dos manos, soplándolo con sus labios en arco y amoratados, se acerca uno de los señorones del lugar, que era alto, blanco y de ojos verdeazulados, quien se queda mirándolo de arriba para abajo y le dice:
– ¡Oye indio! Ya que estás desocupado, necesito que me traigas mi caballo de mi hacienda.
– ¿Qué, señor? –contestó don Julio, suspendiendo la delectación de su compuesto, y pasándose la mano por la comisura de los labios.
– Vas a ir y hablas con el mayordomo que se llama Joaquín. Te voy a dar una nota donde le ordeno que envíe contigo ya ensillado mi caballo, pero te vienes caminando, ¡cuidado de montarte! ¡Anda pronto!, que tengo que salir en la tarde para Acarí.
– ¿Y dónde es su hacienda, señor?
– ¿Y de dónde eres tú, indio, que no conoces cuál es mi hacienda? ¿No sabes quién soy yo?
– Discúlpeme señor. Es que yo no soy de aquí. Yo soy de Huarochirí.
 
6. ¿Qué?
¿A mí?
 
– ¡Ya veo que no eres de aquí, por eso no sabes quién soy! –Le dijo de modo indulgente–. Pero bueno, averigua bien el camino a Cantayo, y has lo que te mando.
– Y, ¿a qué hora estaré de regreso con su caballo?
– De aquí a Cantayo te echará una hora de camino. A las once ya estarás de regreso.
– Entonces, ¡no puedo, señor!
– ¿Qué, indio? ¿Cómo te atreves a desobedecerme? Te voy a pagar dos soles para tu coca.
No, no puedo, señor.
– ¿Cómo? –Le dijo mirándole, sin poder entender tal desacato. Pero sobreponiéndose transó compasivo:
– Tres soles te voy a dar, indio. Mira que nunca he pagado ese precio.
– No puedo. No me alcanza el tiempo, señor.
– ¿Qué? ¿A mí, vas a desobedecerme? –Se veía que luchaba consigo mismo. Y ya en el colmo del perdón y la clemencia propuso–. ¡Te voy a dar cinco soles, indio! 
 
7. Se fue
bufando
 
– No puedo.
– ¿Sabes qué es cinco soles, miserable? ¡Con cinco soles puedes comer todo el día!
– Pero tengo qué hacer.
– Y, ¿qué tienes que hacer, indio?, –le preguntó lleno de curiosidad e insolencia, mirándolo otra vez de arriba para abajo.
– Tengo que asistir a una reunión.
– ¿Qué? ¿Te estás burlando de mí, insolente? Agradece que no haya traído mi rebenque que te fueteo en este instante. Agradece que no seas de aquí indio bruto. Pero sí te puedo hacer meter en un calabozo. –Y miró a todo lado para ver si había un policía. Nadie.
Y lo miró con desprecio.
– ¡Por eso el Perú anda atrasado, carajo! –Masculló al final– ¡Es por culpa de estos indios que ya no obedecen!
Y se fue bufando.
 
8. El toldo
rojiblanco
 
El más asustado y que temblaba de miedo era el emolientero quien al principio se había encogido y después, temeroso como si estuviera lloviendo lava hirviente, se fue a parar temblando a la otra esquina.
El hombre blanco se fue.
Y don Julio, sin decir nada, terminó de sorber calmadamente su emoliente. Únicamente se entrecerraron más sus ojos, hasta ser unas lucesitas inhallables en el abismo de los dos cuencos en que se revolvían sus pupilas.
A esa hora ya pasaban los estudiantes con sus uniformes de gala, las bandas escolares, las escoltas, los brigadieres algunos con bastones y estandartes para el desfile en honor al sabio Julio C. Tello.
A las 9 de la mañana empezaron a escucharse las bandas de músicos que iban detrás de las autoridades e invitados en traje de etiqueta a la ceremonia solemne que iba a llevarse a cabo en el Salón Consistorial del Municipio, que lucía todos sus emblemas, banderas y guirnaldas.
Y afuera estaba el toldo rojiblanco con las sillas encintadas. Y puestas las escarapelas a lo largo y alto de los parantes y travesaños.
 
9. Mente
brillante
 
A las 9.30 las escoltas de alumnos de los principales colegios con sus bandas de guerra ya estaban emplazadas y listas para el desfile frente a la tribuna oficial alzada ante el Municipio Provincial. ¡Se homenajeaba a la gloria de la arqueología nacional y erudito en tantas otras materias científicas!
Don Julio arrellanado en el sillón central de la mesa de honor escuchó los discursos que se leían como si fueran parte de la etopeya de un personaje al cual él conocía lejanamente, pero que no era él mismo.
Se destacaron sus méritos de surgir desde un hogar campesino y humilde elevándose a las cimas de la realización científica.
Se refería que se graduó de médico cirujano.
Que junto al eximio escritor de las tradiciones peruanas, don Ricardo Palma, viajó a Inglaterra.
Que con mente brillante y dotes de investigador consumado, contrapuso a la tesis inmigracionista de Max Uhle la tesis autoctonista del origen del hombre de América.
 
10. Casi
se cae
 
Que construyó una explicación coherente de la civilización incaica y también de las culturas anteriores a los Incas.
Que no solo entendió y dio a conocer en ambos casos las bases de su organización social y económica sino de su cosmovisión del mundo.
Que hay una arqueología antes de Julio C. Tello y otra después de él.
Luego fue anunciada la imposición de la Medalla de Oro y se convocó al Alcalde Honorario de la ciudad, quien avanzó y don Julio tuvo que pasar adelante, arrimándose entre la mesa y las sillas de las autoridades para salir al estrado en donde ya esperaba don Rafael de la Borda, hacendado de horca y cuchillo de todo el litoral de Nazca.
Era el señor del caballo, quien si hubiera tenido su rebenque colgado al cinto, como lo dijo muy claro, hubiera fueteado en plena plaza al sabio de Harvard y Cambridge, por no traerle su acémila desde Cantayo.
Casi se cae de espaldas del susto y sobresalto cuando reconoció al hombrecito a quien había insultado por la mañana.
 
11. Esos
cinco soles
 
Sintió vértigo y desmayo y se lo vio trastrabillar. Pero a ello acudió la mirada condescendiente de Don Julio, que lo repuso.
Él, pasado el peligro, para circunstancias como esta solía poner un rostro jocundo.
Ya repuesto el personaje se inclinó respetuoso y le rogó suplicante:
– Le pido mil perdones y disculpas doctor por lo sucedido esta mañana. ¡Si hubiera sabido que era usted don Julio C. Tello! –Alcanzó a musitarle con voz contrita y dolida.
Y al inclinarse lo hizo de tal modo, por lo alto que era, que le pareció al público que se arrodillaba.
Le conmovió a don Julio la sincera humillación del hacendado y a modo de superar la situación, le dijo:
– Estos compromisos siempre quitan tiempo señor... Porque me hubiera gustado traerle su caballo. Y ganarme esos cinco soles que tanto lo necesito y me hacen falta.
 
12. Le hubieran caído
los azotes
 
Después empezó su discurso diciendo:
– ¡Soy indio!
Pero esta vez casi le había tocado probar, en la mañana de aquel día, el trago amargo y dulce de la identidad.
Y recibir los fuetazos en la cara, en los hombros y en la espalda, como lo han recibido siglo tras siglo sus hermanos de raza.
Y sin que nadie hubiera podido salvarle, menos el emolientero muerto de pánico.
¡Y no por la agresión sino por la cólera del señor Rafael de la Borda!
Tampoco hubiera tenido tiempo don Julio de repetir la otra frase que la pronunciaba cada vez que intervenía en el parlamento, cual es:
– ¡Pido la palabra para oponerme!
De todos modos le hubieran caído los azotes en aquella esquina de la plaza aldeana, sin que hubiera ciencia ni sabiduría, ni títulos de Harvard o Cambridge, que lo salven. 
 
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