martes, 19 de marzo de 2013

19 DE MARZO, DÍA MUNDIAL DEL ARTESANO - FOLIOS DE LA UTOPÍA: EL COSTO DE HACER ESCOBILLAS - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina.
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2013 AÑO
EVANGELIO VALLEJO DE LA SOLIDARIDAD
Y UNIVERSALIDAD DEL MUNDO ANDINO
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MARZO, MES DEL AGUA, DE LA MUJER
LA POESÍA, EL TEATRO Y EL NACIMIENTO
DEL POETA UNIVERSAL CÉSAR VALLEJO
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PRÓXIMAS ACTIVIDADES
DE CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
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7 DE ABRIL, 9 AM.
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
ES INVITADO A DECIR LA ALOCUCIÓN
EN EL IZAMIENTO DE LA BANDERA
EN LA PLAZA DE BARRANCO.
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VIERNES 19 DE ABRIL, 7 PM.
CONFERENCIA:
"INTENSIDAD Y ALTURA
EN CÉSAR VALLEJO"
BIBLIOTECA
DE LA MUNICIPALIDAD
DE BARRANCO.
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LUNES 15 DE ABRIL, 7 PM., 2013
TRÁNSITO A LA INMORTALIDAD
DEL POETA CÉSAR VALLEJO
PRESENTACIÓN DEL LIBRO:
EL EVANGELIO
VALLEJO
DE DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
EN COORDINACIÓN
CON EL VICERRECTORADO
DE INVESTIGACIÓN DE LA UNMSM
SALÓN DE EXPOSICIONES
CASONA O CENTRO CULTURAL
DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL
NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS
PARQUE UNIVERSITARIO
CERCADO DE LIMA, PERÚ
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XIV CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
TELÚRICA DE MAYO, 2013
POR LOS CAMINOS DE VALLEJO
LIMA, TRUJILLO, SANTIAGO DE CHUCO
14 Y 15 DE MAYO EN LIMA
16 DE MAYO EN TRUJILLO
17,18 Y 19 DE MAYO
EN SANTIAGO DE CHUCO
LIMA:
UNIVERSIDAD NACIONAL
MAYOR DE SAN MARCOS
TRUJILLO:
UNIVERSIDAD NACIONAL DE TRUJILLO
E INSTITUTO DE ESTUDIOS VALLEJIANOS
SANTIAGO DE CHUCO:
CASA DE CÉSAR VALLEJO,
ESCUELA 271 DONDE ESTUDIÓ
EL POETA, PLAZA DE ARMAS
Y PALACIO MUNICIPAL
DE SANTIAGO DE CHUCO
PRESENTACIÓN MUNDIAL DE LA TRILOGÍA
MIL POEMAS A NERUDA, VALLEJO Y HERNÁNDEZ
EN LIMA, TRUJILLO Y SANTIAGO DE CHUCO.
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PÁGINA WEB:
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Teléfonos Capulí:
420-3343 y 420-3860
99773-9575
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com
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19 DE MARZO
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DÍA MUNDIAL
DEL
ARTESANO
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FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
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EL COSTO
DE HACER
ESCOBILLAS
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Danilo Sánchez Lihón
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“Criaturas de Dios, si pudierais volverme
todo lo ingenuo que como vosotros tuve!
Y enseñarme a jugar con los azares
de la vida que me tienen pensativo;
y enseñarme a reír como vosotros
del caballo de palo de la vida”
Santiago Pereda
1. Oiga
usted
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– Ya asentaron la denuncia en el Puesto de la Policía. Y también han ido al Juzgado. Están buscando al malvado que hizo tremenda fechoría.
– Dicen que a don Pablo Porturas lo han llevado de emergencia al hospital, porque casi le ha dado un infarto de la cólera que ha tenido.
– Hasta bala le han ido a tirar a la casa de don Lizardo Geldres.
– Es que ese caballo don Pablo lo había prometido regalar por Fiestas Patrias al Presidente de la República, y solo lo ha traído al pueblo de pasada y para que comiera la rica alfalfa que se produce en nuestra tierra.
– ¡Pero fíjese cómo es la maldad de la gente! –Aduce mi tía Carmen.
– Aquí está metida la política, señora. Y cuando es así se contamina todo. Y ni los animales se salvan.
– Han tenido que ser ellos, los enemigos políticos de don Pablo Porturas, sino: ¿Quién más?
– Eso digo: ¿Quién no va a tener un tanto de conciencia y siquiera un poco de sangre en la cara para evitar hacer tamaño daño, oiga usted? ¿Ah?
– Y el que lo ejecutó tiene que ser alguien muy temerario, oiga usted; porque si lo cogen ahí no más le meten bala y lo dejan tieso.
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2. Quién
sabe
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– ¡Yo que fuera! ¡Claro! ¡Matarlo ahí nomás, oiga usted!
– ¡Cierto! Y, no hay duda que han ejecutado bien el golpe. Y es que hasta espías ahora ponen en las calles y en las esquinas.
– ¡Cómo se ha malogrado así nuestro pueblo!
– Y le han dado donde más le podía doler a don Pablo. Ya ve, casi lo han matado con un infarto. Y han pasado diciendo que todavía no se recupera, que sigue postrado.
– ¡Ah, caramba!, pero también se han desquitado sus partidarios. ¡Han ido y casi le han quemado la casa a don Lizardo, solo que con ella iban a arder otras viviendas!
– Bien hecho para que haya tranquilidad en el pueblo, sino ¿hasta cuándo, oiga usted?
– Porque si don Lizardo no ha sido, por lo menos sabe quién ha cometido tamaña perversidad que es un verdadero atentado. Una cosa así no pasa si antes no le consultan su parecer.
– A la casa del hermano de don Lizardo también le han hecho destrozo y medio, le han roto los vidrios de las puertas y ventanas.
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3. Ejemplar
tan hermoso
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– ¡Jijuna! Pero el hombre que cuida el caballo dice que ha sido un niño.
– ¡Miente! ¡Cómo un niño va a poder hacer semejante cosa! ¡Y también cómo no van a poder cogerlo del cogote si es un mocoso!
– ¡O quién sabe si los enemigos de don Pablo se han valido de un niño para hacer esa maldad!
– ¡Si eso es cierto quiere decir que ya no se respeta nada, oiga usted!
– Pero, pero para mí que han calculado mal, pensando que no pasaría de una broma o una candonga que le darían a don Pablo, sin que le afecte mucho. Pero hasta lo han puesto al borde de la muerte al hombre. ¡Y con lo recio que es!
– ¡Este es un atentado criminal!
– ¡Pero oiga usted, si hubiera visto pasar al caballo después que le cortaron la cola, se hubiera muerto de susto y sobresalto! Y, después, de risa, como a mí me ha ocurrido con el perdón de don Pablo. Porque caminaba como si a una mujer le hubieran cortado la falda por las posaderas y la pasearan por la calle. ¡Daba pena y risa ejemplar tan hermoso!
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4. Por lo oscuro
y por lo oculto
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– ¿Pero, qué, le han cortado bien arriba?
– ¡Toda la cola, oiga usted!
– ¡Hay mucha mala fe en el mundo! ¿Porque –digo yo– atreverse a eso, solo por molestar? ¡Solo por hacer perjuicio! Porque, ¿a quién le sirve una cola de caballo? ¿Para qué, digo yo? ¡La verdad, no comprendo!
– ¡Y cortarla de esa manera! Todavía si de allí un pobre pudiera hacerse una manta, o una frazada, o un abrigo. Pero, ¿de qué sirve una cola de caballo, salvo en el trasero del animal, oiga usted?
– Realmente, si lo pensamos bien, y por donde se analice, no es otra cosa que política.
– ¡Eso está claro, carajo!
Al escuchar esta conversación, poco a poco me voy agazapando más y más debajo del mostrador, en la tienda de mi tía Carmen; charla en la cual interviene toda la gente que entra y que, felizmente, por lo oscuro y por lo oculto, no notan que yo estoy pálido y muerto de miedo. Y siento en estos momentos que todo en mí, mis manos y mi cuerpo tiemblan, porque yo mismo me huelo a cola de caballo.
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5. Hilachas
en mis manos
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Todo empezó en la clase de Trabajo Manual del día jueves, cuando el profesor Eladio Ruiz Cerna, amonesta:
– Ya pasó medio año. El lunes próximo reviso asignaciones y quien no haya hecho la escobilla de zapatos será aplazado. Lo advierto con todas sus letras: ¡guerra avisada no corta orejas! Hay algunos alumnos que no han presentado ni una cerdita de su escobilla. ¿Qué es eso? Eso tiene un nombre: desinterés, desidia, irresponsabilidad, apatía. Entonces, ¡alerta alumnos! El profesor no es quien jala. ¡Es el propio alumno quien se jala en el curso! Hay algunos alumnos que no tienen ni un gajo de cerda. ¿Qué es eso? ¿No van a hacer su escobilla?
Yo era uno de ellos. De la escobilla de zapatos que tenía que hacer solo había alcanzado a lijar las dos tablillas recortadas en rectángulo, boleadas, y una de ellas agujereada a espacios de cinco milímetros de huecos que hice con una lesna ardiendo al rojo vivo.
Tablas que tristemente yo las hacía sonar, una con otra, en espera de las cerdas que no consigo por ningún lado. Mis compañeros del campo prometen traerme un poco, pero al momento de repartir solo me quedan unas pocas hilachas en mis manos.
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6. ¡Algo había
qué hacer!
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Solo unos cuantos alumnos han logrado conseguirlas, y los demás probamos con otro tipo de materiales sin resultados aceptables. Yo, hasta le he echado el ojo a las trenzas negras, lustrosas y lisas de mi prima Amelia y en verdad estuve rogándole que se las costara.
– ¿Para qué? –me pregunta. Y creo que ya iba a cedérmelas. Pero se enfureció cuando le dije:
– Para hacer mi escobilla de zapatos.
En cambio los muchachos del campo que tienen chacras y animales ya han logrado ir enlazando las cerdas manojo tras manojo, las mismas que introducen, jalándolas hacia atrás por el agujero, con un hilillo encerado, logrando que se doblaran, haciendo que queden tiesas y anudándolas en el anverso de la tabla, donde se acoplaría la otra pieza de madera.
¡Pero algo tengo qué hacer! ¡No puedo quedarme impaciente esperando ser jalado!
El viernes por la tarde convenimos con Luis y Manuel en salir a buscar algún burro o vaca sueltos o dejados en el campo, de donde sacaríamos suficientes cerdas para cumplir con nuestro trabajo de manualidades.
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7. Mis
compañeros
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Quedamos en encontrarnos este sábado después del mediodía, luego que la gente almuerza y se adormila, para coger desprevenido algún animal. Y les recomiendo sacar buenas tijeras. Después de almorzar apurados y al encontrarnos les pregunté si tenían sus tijeras listas. Me dicen que no han podido extraerlas de los cajones en que las guardan celosamente sus mamás.
Pero, como las mías son grandes, con eso basta. Salimos por el canto del pueblo caminando lentamente y como si nada nos interesara. Ni bien dejamos las últimas casas, antes de bajar a la carretera, en el camino hacia “La Pamplona”,se presentó ante mis ojos el trofeo que buscábamos.
En un verde alfalfar pastaba un caballo blanco como la nieve, cuya cola coposa y espléndida lucía provocativa en el sol del mes de julio, se levantaba airosa y latigueaba como fuego contra las abejas y mariposas que ululaban por el campo.
Tanto subyugó mis ojos de estudiante que le tenía tirria a las malas notas, ¡y miedo al resondro y a la jalada de orejas por el delito de sacar un rojo en la libreta!, que salto de gozo y emoción. Pero luego, conteniéndome y casi en un susurro, le digo a mis compañeros que no se han dado cuenta de mi arrebato:
– ¡Miren!
Lucho y Manuel se quedan alelados:
– ¿Qué? –Me dicen.
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8. Soberbio
ejemplar
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– ¡Ese caballo!
– ¿Y, qué?
– ¿No se dan cuenta? ¡Ahí está la solución! –Grito eufórico. Y continúo–¡Y no se ve a nadie que lo cuide!
– ¡Pero ese es un caballo fino y elegante! –me precisaron al unísono ambos.
– Y entonces, ¿cuándo vamos a hacer nuestras escobillas?
– ¡Además, no hay por donde entrar! ¡Tiene cerco de adobe y curahua!
– Por abajo. Mira, por abajo solo hay pencas y ¡cogiéndome de las hojas yo puedo subir! –Digo.
– No creo. –Replicaron a la vez–. Está muy alto.
– ¡A ver, vamos!, –insistí.
Ante mis ojos relumbraba, a la luz del cenit, el blanco níveo del caballo, ufano y soberbio en el verde alfalfar.
Bajamos lentamente y, como quien juega, nos sentamos a contemplar hacia la hondonada del río, a fin de no despertar sospechas.
Pero era un hecho, ¡parecía que no se podía subir por esa parte hasta donde estaba aquel soberbio ejemplar del cual yo no veía más que la cola descomunal y exuberante!
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9. Con sus ojos
relucientes
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Al principio, ciertamente, después de varias tentativas lo consideramos imposible subir, pero pronto en un arrebato de no importarme que las púas me hinquen en mi cuerpo, y haciendo el intento de trepar, ya estaba yo agarrado en lo alto a unas ramas que colgaban, e impulsándome con los pies llegué hasta el borde de la chacra, aunque con muchas espinas clavadas en todo el cuerpo y más en las palmas de las manos.
Veinte metros más allá, de donde yo estoy, luce ese ejemplar escultórico y majestuoso.
– ¡Si advierten algo, me avisan! –Susurro hacia abajo, a mis compañeros.
Y avanzo un poco agachado, hasta dónde está ese gentil colaborador con mis tareas escolares. Al acercarme me cohíbe un poco el verlo tan alto y deslumbrante, mirándome con sus ojos relucientes.
Temo un instante, pero más puede en ese momento la idea fija en mi cabeza de que si ahora no conseguía las cerdas... “¡Es el propio alumno quien se jala en el curso!” Y, “¿Qué es eso? Tiene un nombre: desinterés, desidia, irresponsabilidad”. 
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10. Aspavientos
con los brazos
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Algo le confieso al caballo antes de ir hacia atrás y cogerle la grupa, alzando el mazo de la cola en mis brazos, sintiéndola aceitosa y pesada, densa y embriagante. Apunto con la tijera tratando de que el corte sea lo más arriba posible, pues me entró la codicia al ver esa cascada inmensa y sensual de pelos.
Al primer tijeretazo el nerviosismo hace que las hebras pasen entre las dos hojas sin cortarlas, pero en el siguiente movimiento el corte es profundo, cayéndoseme de los brazos los hatos y madejas de cerdas.
Al pasar la mirada alrededor y ver que nada se mueve, prosigo con mi faena sin nada que me atormente, salvo los latidos acelerados de mi pecho y el ojo del animal que volteaba hacia mí y me miraba hacer el corte con un significado en sus pupilas que aún ahora, después de muchos años, me sobresalta sea que esté en sueños, sea que esté despierto.
Cuando me faltaba cortar solo una madeja insignificante, el peso de la cola en mis brazos era tan grande que me agaché y ahí fue que el caballo se asustó, relinchó y dio un salto que casi se va de cabeza, al parecer sin calcular que ya no tenía el peso de la cola en las ancas.
Al instante, desde el fondo de una casa escuché ruidos y vi a un hombre que se asomaba haciendo desesperados aspavientos con los brazos.
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11. Una
madeja
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Lanzó un grito, que más pareció alarido o rugido de toro, y yo corrí hacia el lugar por donde había subido, impulsándome con un salto directo hacia el vacío.
Demoré largo tiempo en el aire hasta que mis pies tocaron tierra y, hecho un ovillo, rodé incontrolable por la pendiente un largo trecho hasta poder frenar con la planta de los pies y lograr pararme y correr después detrás de mis compañeros que ya estaban lejos y habían ganado el cerco al pie de la carretera, por donde corrían encogidos.
Pronto pude alcanzarlos, aunque impedido en manos y pies por las cerdas que se habían quedado enredadas en mis brazos y canillas.
Y no dejé de correr hasta llegar a la “Piedra bruja”. Y de allí, siempre veloces, avanzar agazapados por la quebrada de “Las guitarras”, saliendo hacia arriba, por el camino de Yamanate.
Solo una madeja de la inmensa cola se había quedado envuelta en mis brazos, tan rubia y sedosa que parecía el alfeñique de azúcar blanca que mi madre hacía y que batía feliz y apacible en el balcón de mi casa.
– ¡Casi me pescan! –Digo con el aliento entrecortado.
– ¡Tanto te has demorado! –Me reclaman.
– ¡Salieron de la casa! ¡Me asusté y salté al vacío! ¡Caí rodando y parecía que iba a llegar al río!
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12. Alboroto
que había
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Y es cierto, cuando hablaba con mis compañeros todavía tenía la sensación de una galga cayendo indetenible por la pendiente.
Y, como buenos camaradas, repartí ese minúsculo tesoro entre los tres que éramos.
– ¡Esto no me alcanza para nada!, –exigió Lucho, aún más enojado.
– ¿No pudiste cortar más?, reclamó Manuel.
– ¡Corté la cola por completo, pero pesaba y con el susto todo se quedó al pie del caballo!
Convenimos en dar una vuelta e ingresar por el lado opuesto del pueblo.
Antes de volver a nuestras casas nos demoramos para no causar sospechas. Y ya, como a las seis de la tarde, entramos por las calles del “Pozo Sagrado”,notando el alboroto que había entre la gente: grupos que pasaban armados y dando gritos de muerte. Otros con palos. Muchos con machetes y uno que otro con carabinas y revólveres.
¿Qué había ocurrido?
Sucedió que tan pronto el hombre escuchó el relincho del caballo y salió a ver qué acontecía, se dio cuenta y se percató del “hecho delictuoso y criminal, perpetrado por mano oscura”, según decía el informe asentado en el libro de partes del Puesto Policial.
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13. Suficiente
evidencia
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Al no poder saltar para cogerme por ese cerco tan alto, y al no tener a la mano en ese momento arma con la cual dispararme, me vio desaparecer, según él, hundiéndome en las aguas del río para yo salir no se sabe en qué playa. De inmediato sacó al caballo y jalándolo de la brida caminó, con verdadera vergüenza aquel ejemplar divino ofrecido al Presidente de la República por Fiestas Patrias.
Tuvo que pasar por las calles del barrio Santa Mónica de mi pueblo, ingresar a la Plaza de Armas en dirección a la casa del hacendado de Angasmarca, paseando un caballo sin cola que era como ver caminar a una dama desnuda en la parte posterior, momento en que ocurrió el ataque al corazón de don Pablo, al ver semejante atentado. Y luego esta vez cruzar la plaza en el camino proceloso al Puesto Policial a dar cuenta de lo sucedido.
El hecho de que el facineroso hubiera dejado la cola regada era suficiente evidencia de que el único propósito fue sacar de sus casillas a don Pablo Porturas, malográndole aquello que era su trofeo político, prometido públicamente en Trujillo al presidente Manuel Prado, el Lenin del Perú,. Y el hecho de que el canalla terrorista se hundiera en el río era prueba que había un entrenamiento de comandos y grupo de élite largamente ensayado en nuestro pueblo. 
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14. Sobre
todo
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Los días siguientes fueron tensos. Se escuchaban balazos por las calles, la gente se recogía temprano en sus casas, hubo altercados en otros distritos, caseríos y haciendas de Santiago de Chuco. Una guarnición especial de soldados llegó de madrugada desde Trujillo.
Por supuesto que casi nos delatamos entre nosotros mismos, debido a que Manuel, de puro inocente, quería cumplir de todos modos siquiera presentando un muñoncito de su escobilla de lustrar zapatos con las cerdas de ese animal empíreo, del Olimpo de los Dioses.
– ¡No lo hagas! ¡Nos van a descubrir! –le advertía.
– ¿Por qué?
Bastaba que encontraran una sola hebra en manos de alguien para que se desenrollara el ovillo y se supiera quién era el mocoso terrorista entrenado como comando y utilizado por el adversario histórico del bando enemigo de don Pablo. Y sobre todo de quienes se burlan y mofan del gobierno de turno.
– Pero, ¿quién se va a dar cuenta? –desvaría Manuel todavía.
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15. Bisoño
e ingenuo
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– ¡Compara pues zonzazo! –Le grito–. Las cerdas de este caballo son doradas, bruñidas de sol, refulgentes de luz.
– Son amarillas, nada más.
– ¡Por eso! ¡Pero míralas más aún! Son abrillantadas, pulidas por los astros, hasta la luna ha puesto en ellas sus rayos de plata. Dime: ¿quién tiene unas así? Ese caballo es del olimpo.
– ¿Y, qué vamos hacer?
– ¡Que nos jale don Eladio Ruiz! Porque basta que te vean con una sola cerda de estas y nos cogen presos a los tres. Y quizás hasta nos maten disimuladamente. O maten a nuestros padres. ¡Así que ya sabes!
– ¿Y, qué hago con este manojo?
– Trae. Enterrémoslo así, más hondo todavía. Y olvídate para siempre. ¿Me lo juras?
Felizmente, y lo bueno de esta historia luctuosa, es que hubieron tres aplazados solidarios en el curso de manualidades, todo por no haber podido conseguir las cerdas para hacer nuestras escobillas de zapatos: Luis Aguilar, Manuel Angulo y este bisoño e ingenuo provocador de enconos, rivalidades y hasta de probables matanzas políticas. 
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Texto que puede ser reproducido
citando autor y fuente
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Teléfonos: 420-3343 y 420-3860
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dsanchezlihon@aol.com
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Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
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