domingo, 4 de noviembre de 2012

SEMANA FORESTAL NACIONAL - PLAN LECTOR: PORQUE SOMOS HIJOS DE LOS ÁRBOLES - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA

Construcción y forja de la utopía andina


CALENDARIO DE EFEMÉRIDES:

PRIMERA SEMANA DE NOVIEMBRE

SEMANA FORESTAL NACIONAL


PLAN LECTOR,
PLIEGOS DE LECTURA

PORQUE SOMOS HIJOS DE LOS ÁRBOLES


Por Danilo Sánchez Lihón

1. Fangosa y renegrida

Disminuidas que hubo las aguas del diluvio, Iwa y el Inca se habían elevado al cielo convirtiéndose en la luna y el sol.

Después de esperarlos en vano, las olas de los ríos empezaron a regresar a sus orillas.

En su retiro iban descubriendo una tierra fangosa y renegrida.

No había rastro alguno de los antiguos caminos, poblados ni bohíos.

Sólo se erguían aquí y allá restos de árboles con sus raíces hacia arriba.

Sobre la llanura ni un ser viviente ahora se movía.

Los hombres que antes existían fueron arrastrados a vivir a las casas que existían bajo el agua.


2. El árbol de lupuna

Todos ellos se convirtieron en Yacu-runas.

Ni un vestigio quedó de sus malocas, de los objetos ni de los enseres.

Sólo el árbol de lupuna quedaba en pie en la vastedad de la selva.

Su tallo endurecido por el embate de las aguas parecía más fuerte.

Su copa que se ocultaba entre las nubes se movía lentamente con su fronda tupida y oscura.

Desde el lugar donde se erguía se distinguían todos los confines.

Desde allí se divisaba la aparición de la mañana nacarada, el zumbido del mediodía Y el aleteo de las sombras.


3. Otra manera de volver

Cuando la luna y el sol se asomaron a contemplar la tierra, vieron la desolación que reinaba.

Entonces sus corazones se doblegaron por la pena.
Y mucho tiempo estuvieron lamentando juntos la terrible desgracia ocurrida.

Intentaron bajar pero ya no pudieron porque el cielo había perdido su inmenso tallo roído, por los comejenes y tumbado por los aguas.

Su copa alejada por el viento se había distanciado para siempre de la tierra.

Pensaron entonces en otra manera de volver a vivir en ella.


4. El hijo del sol y de la luna

Para esto el sol, coronando su cabeza con un rico plumaje y la luna envuelta entre tules y arreboles, se juntaron.

Y dejaron caer lágrimas que descendieron hasta las hojas del árbol de lupuna.

Y después lentamente se deslizaron por el interior ahuecado de su tallo.

Hasta llegar o la base de la planta en donde pronto apareció un nudo imperceptible.

Era un levísimo temblor, un minúsculo sentido que se alimentaba con la savia, con la luz y el viento que lo rozaba.

Ese brote era el hijo del sol y de la luna.


5. Se dibujaba en el árbol

Su cuerpo al principio fue una protuberancia súbita en la corteza del árbol.

Era como si fuera a salirle a aquel tronco un brote, una flor, una rama.

Pasados los días se perfiló nítidamente una frente cóncava, una nariz aguileña, unos pómulos salientes.

En esa postura sobresalían las rodillas que las tenía un poco dobladas.

La corteza, de vez en cuando, se movía y agitaba impaciente.

Mientras más crecía, más se dibujaba en el tronco del vegetal.


6. Se echó a caminar

Hasta que sus ojos vivos y asombrados empezaron a vislumbrar hacia afuera la tierra arrasada.

Cuando se estiraba, el árbol retumbaba:

– ¡Netúuuuun….. Batáaan!

– ¡Netúuuuun..... Batáaan!

Al cabo de un tiempo, formado ya totalmente, se desprendió trabajosamente de la corteza que lo envolvía.

Y se echó a caminar por el llano inconmensurable.

Allí reinaba la soledad y el silencio.

El río vuelto a sus orillas se deslizaba tranquilo, sembrado de arenisca y guijarros coloridos.


7. Voy a crearlos

Netún Batán recorrió aquel mundo devastado. Orilló el Ucayali, sus afluentes y lagunas.

Transpuso bajíos y colinas, con el corazón oprimido de angustia al no encontrar más que desolación y muerte.

Acomodó las yerbas que crecían y enderezó los árboles. Y otros, con sus manos los sembraba.

La tierra y las aguas aún eran incontenibles.

Fue en este deambular que concibió en su imaginación engendrar los animales.

Harto de soñar un día se dijo:

– Se mueven tanto que voy a crearlos.

Frotándose los pies empezó a modelar los animales que hoy se arrastran por el suelo.


8. Miraban a todos lados

Así se desprendían los tigrillos de ojos entrecerrados.

Así, titubeaban al caminar los sajinos, que hoy hocican lo arena.

Así se erigían sobre sus patas trémulas los venados, de mirada tibia y asustada.

Allí recién adivinaban su silbo las culebras, de fintas rojas, amarillas y verdes.

Todos salían con pasos tambaleantes, con los ojos Iluminados por la inmensa luz del sol, tentando la tierra recién oreada.

Al principio miraban a todos lados cegados por la luz relumbrante, y luego corrían a internarse entre los matorrales.

Las tortugas fueron las últimas en echarse a andar, a fin de que nadie las atropelle en su carrera.


9. Los de aire

Terminando con ellos Netún Batán empezó a crear los animales que surcan los aires.

Frotándose los lóbulos de las manos desplegaron sus alas paujiles y palomas, salieron volando loros y gavilanes. Revolotearon mariposas y tábanos. En la oscuridad suspendieron sus luces las luciérnagas.

Al principio ninguno volaba más allá del círculo que hace la voz cuando se habla. Y regresaban asustados. Netún Batán alzándolos soplaba debajo de sus alas y les ordenaba:

Tú, volarás de rama en rama.

Tú, lo que alcanza una pedrada.

Tú, la distancia que hace el arco de la flecha cuando se dispara.

Tú, bandearás de un solo vuelo el río Ucayali.

Tú, volarás lejos, más allá de lo que alcanza la mirada.


10. La pregunta

En aquel trabajo Netún Batán pasó entretenido mucho tiempo.

Tanto tiempo pasó que no se habla dado cuenta que cada tarde que regresaba a su choza encontraba ordenado el lecho donde dormía y servida, y dispuesta en su mesa la comida.

Meditando, tuvo un sobresalto.

– ¿Quién cuida mi casa, tiende mi lecho y prepara mi comida?

Y no supo responderse esta pregunta.

Temprano salía a pescar enrumbando su canoa río abajo o río arriba.

Y regresaba tarde con provisiones que dejaba en la choza.

Alimentos que al otro día encontraba cocinados y servidos.


11. Y se quedó a vivir

Queriendo conocer el secreto de estos hechos una mañana desamarró su canoa de la estaca y se puso a contemplar cómo lentamente la iba arrastrando el río hasta hacerla desaparecer aguas abajo.

Y se quedó en la cabaña esperando.

– ¿Quién eres?

Preguntó a la niña que había entrado y, con pasos menudos y la falda recogida, había empezado a hacer las tareas cotidianas.

A ella el susto encendió sus mejillas e hizo que sus labios temblaran.

– Soy la hija del agua y la luna.

Y él se quedó mirándola largamente.

– Quédate a vivir aquí. –Le dijo.

Desde aquel día ella para siempre habitó en su cabaña.


12. Y sanan las heridas

Netún Batán fue el que nos enseñó la manera en que se labran y ahuecan las canoas.

Nos enseñó cómo se tiempla el arco y afilan las flechas.

La forma cómo se prepara los nidos y se auxilian al nacer a los animales.

Nos reveló algunas costumbres de las aves, de los sajinos y venados, a fin de tenerlos cerca y gozar de su compañía.

Su compañera y esposa enseñó a nuestras mujeres cómo se cultivan los campos.

Cómo se arma el fuego entre piedras y leñas.

Y cómo se conocen las plantas que alimentan y las hojas que curan las llagas abiertas y sanan las heridas.

Nos enseñó a respetar y venerar el bosque.


13. Lucero de la tarde y la mañana

Ya para morir Netún Batán y su mujer fueron instruidos por sus padres que quisieron llevarlos a estar junto a ellos.

Les ordenaron juntar muchas ramas secas. Luego les pidieron armar una alta fogata que el sol encendió con sus rayos dorados.

Subidos en ella las llamas los elevaron hasta el cielo donde sus padres los recibieron con ropa, plumas y atavíos.

A Netún Batán le alcanzaron una corona de alas de pájaros convirtiéndolo en el lucero de la mañana, que resplandece con rayos dorados.

A ella, su madre le obsequió un manto de finas alas de mariposa convirtiéndola en el lucero de la tarde que refulge con fuegos rojos y amarillos.


14. Así nos cuentan en torno a la hoguera

Así nos narran nuestros abuelos cuando les pedimos que nos hablen de nuestro origen y la vida de nuestros antepasados.

Nos explican que así sucedió en los primeros tiempos, por eso es que ahora hay tres mundos vivientes:

Hay el mundo de la tierra.

Hay el mundo del agua.

Y hay el mundo del cielo en donde habitan nuestros padres.

Cada uno con sus trochas, sus bosques, sus caseríos y paisanos.

Nos hablan que Netún Batán y su esposa fueron nuestros primeros padres.


15. El río la adora

Nos dicen que ellos también fueron los que nos narraron las primeras historias, mitos y leyendas.

Nos enseñan que hay que temerle al bufeo colorado que se roba a nuestras mujeres, escogiéndolas entre las más bellas.

Y ahora comprendemos cómo el río no se olvida de Iwa, la luna, y cada año sale a buscarla, inundando los campos, entrando a las casas, arrasando las sementeras.

Pero se calma y baja la creciente cuando ella sale con sus velos plateados y se refleja tranquila en sus aguas, entre gasas y árboles, entre grecas y encajes.

Y el río le pone cintas de sueño, la oculta en sus raíces, la adora en su tranquila vigilia.

Y en el bosque, donde Netún Batán tiene su morada.


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Plaza de Armas de Piscobamba - Blog LA NOVIA DE LOS ANDES


CENTENARIO EUCALIPTO

Por
Juan Rodríguez Jara
La plaza con calles de piedras muy grandes
escogiste, para que florezcan tus ramas,
con agua que corría por cuatro lados,
regabas el verde gras de nuestro estadio.
Frondoso eucalipto, te trajeron de lejos
Juan Bautista Rodríguez, con sus manos,
para la eternidad te dejó sembrando
con manos del primer ecólogo.
Eres testigo de la historia del pueblo,
te alegrabas cuando fútbol jugábamos,
con tus ramas hacías grandes olas
y el gol triunfal con tus hojas aplaudías.
Existieron egoístas que quisieron cortarte,
te salvó Dalmira Caldas y Ulises Valverde,
con el pueblo, expulsando al leñador malsano ;
y así sigues la historia de Piscobamba.
Antes de partir fui, en silencio a despedirme,
tus frágiles hojas, llorando me acariciaron,
una rama sacó hoja fragante y más verde,
y me regaló, cual amuleto sobre el corazón.
 
 
AMIGO EUCALIPTO
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Armando Alvarado Balarezo (Nalo)
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Te sembraron en un jardín encantado
donde hay flores y árboles frutales,
te sientes extraño, solitario y triste,
sufres mucho y no miras tu interior.
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Le pides a los hermosos manzanos
que te digan cómo dar manzanas,
le ruegas a los enormes naranjos
que te enseñen a dar naranjas.
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Hasta los espinos te aconsejan,
mas tu naturaleza no cambiará,
mejor escucha a los jilgueros
que cantan alegres en tu copa.

Ellos te dicen que eres diferente,
pero tan valioso como los demás.
Late en tu corazón savia dulce
¡Sé tú mismo, conoce tu alma!
Tus ramas no darán manzanas,
ni bellas rosas como el rosal,
tampoco jugosas naranjas,
ni llorarás como el sauce.
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¡Sé tú mismo y crece con fe!
Abriga el nido del tierno trino,
que tus ramas cobijen al peregrino:
del fuerte sol, de la lluvia y la fatiga.
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Regala aire fresco al paisaje,
tus trompitos al niño campesino,
tu buena madera al jornalero
y sana al que padece asma
¡Sé feliz con lo que tienes!.


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