martes, 6 de noviembre de 2012

DISCURSO DE INCORPORACIÓN A LA ACADEMIA PERUANA DE LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL, DEL DOCTOR SANIEL LOZANO ALVARADO

 
LA NARRATIVA DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

EN EL CONTEXTO DE LA LITERATURA INFANTILY JUVENIL

Dr. Saniel Lozano Alvarado.

PALABRAS PREVIAS

Señor Presidente de la Academia Peruana de Literatura Infantil y Juvenil;
Señores académicos;
Dilecto auditorio:

Oficialmente inicié mi carrera docente universitaria en la Universidad Nacional de Cajamarca, en una época en la que el Departamento de Idiomas y Literatura se preciaba de contar entre sus cuadros docentes a eminentes figuras de las letras, entre los cuales vienen a mi memoria los honorables nombres de Zoilo León Ordóñez, riguroso, exhaustivo y sapientísimo, especializado en los rumbos de la literatura española; César Paredes Canto, empeñado en fundar una tecnología educativa propia basada en los recursos de la propia realidad regional local y nacional, bajo cuya inspiración, precisamente, se establecieron los programas de la Universidad Nacional de Cajamarca en esta ciudad por aquellos en que una de mis más distinguidas alumnas fue la poetisa Cesarina Vásquez Torres, ahora integrante del Comité Organizador del XXXI Encuentro de Literatura Infantil y Juvenil “Julio Garrido Malaver”, que nos congrega en esta acogedora ciudad. Fue también la ocasión propicia para que yo conociera esta ciudad; Pero decía que estaba recordando a fraternos amigos y compañeros de trabajo, como Manuel Ibáñez Rosazza, enorme en la creación y la generosidad; y Luzmán Salas Salas, siempre decente, sobrio, acucioso y persistente explorador del espíritu de las letras regionales cajamarquina y, sin duda, su intelectual más autorizado en estos quehaceres, entre otras importantes amigos, como Iván León Castro, Segundo Rojas Fernández y Alfredo Jimeno Mora

Precisamente, bajo las inquietudes de Ibáñez y Luzmán surgió la cátedra de Literatura Infantil, entre cuyos primeros docentes tuve el privilegio de figurar en la añorada universidad cajamarquina. Incluso con Luzmán encarnamos una preciosa hermandad y compartimos la autoría de nuestro primer libro: “Literatura infantil”, que tanto impresionó a Jesús Cabel, nuestro primer orientador y editor de nuestro nuevo libro “Literatura infantil y educación”, cuya edición, al promediar los años 80, asumió él mismo en un fraternal gesto entonces sin precedentes para nosotros.

Y es a comienzos de esa década que se organizó en Cajamarca el II Encuentro Nacional de Escritores de Literatura Infantil. Al comienzo los meses pasaban y no teníamos una idea clara de cómo organizarlo. Es que, como quien participó en la primera versión de estos certámenes concebidos y organizados bajo la inspiración de Roberto Rosario Vidal cuando era funcionario del Instituto Nacional de Bienestar Familiar, fue Manuel Ibáñez Rosazza, él se llevó a Cajamarca la responsabilidad de la realización del siguiente certamen. Pero el tiempo iba pasando y no sabíamos qué ni cómo hacer, hasta que un buen día sorpresivamente llegaron a Cajamarca para conminarnos a la realización del compromiso dos luminosos e infatigables escritores y promotores, modernos juglares de la cultura peruana. Esos heraldos escritores y promotores fueron los mismos Cabel y Roberto Rosario Vidal. Allí fue que empezó a tomar forma una jornada fraterna, amical y cultural, alimentada y fortalecida con el paso de los años, enriquecida con sus notables aportes a las letras y a la cultura peruana, en un terreno todavía visto como por sobre el hombro, como una actividad de segundo orden, como un quehacer sin mucha importancia como es el discurrir por los ámbitos de la literatura para niños y jóvenes en un país tan necesitado de estas expresiones sensitivas y formativas. A ambos les expreso el testimonio de mi admiración y gratitud que hoy adquiere otra dimensión al invitarme a traspasar el umbral para formar parte de la Academia Peruana de Literatura Infantil y Juvenil. A Jesús por sus generosas e ilimitadas palabras de recepción; a Roberto, como Presidente de la Academia. Ojalá pueda responder a las expectativas a la que me han conducido mis inquietudes, sueños y despertares.

Pero hay más: el tema de mi tesis de bachillerato en letras en la Universidad Nacional de Trujillo fue el indigenismo en la literatura peruana. Era la época en que el bachillerato no era automático como ahora, sino una inquietud personal y una exigencia para quien aspirara a construir una trayectoria académica de otro signo. El mencionado tema fue el comienzo de mi compenetración con la literatura indigenista peruana, cuya figura emblemática es, sin ninguna duda, José María Arguedas. Entonces, ambas vertientes he integrado ahora en mi disertación “La narrativa indigenista de José María Arguedas en el contexto de la literatura infantil y juvenil peruana”, que pongo a consideración de ustedes como discurso de incorporación a la Academia Peruana de Literatura Infantil y Juvenil.

Académicos Marcial Molina, Jesús Cabel, Saniel Lozano y Roberto Rosario.

Escritores participantes en la ceremonia de incorporación
 del escritor Saniel Lozano Alvarado
 a la Academia Peruana de Literatura Infantil y Juvenil.

1. INTRODUCCIÓN

Aunque la narrativa de José María Arguedas está claramente definida como la máxima expresión del indigenismo trascendente o neoindigenismo1, no es menos cierto que un importante sector de su producción, especialmente el cuento, pertenece al ámbito de la literatura infantil y juvenil, pues varios relatos incluyen la participación de niños y jóvenes en diferentes roles: protagonistas, personajes principales, secundarios, testigos, observadores, etc.; además, varios de esos relatos desarrollan temáticas propias de la edad o del mundo infantil y juvenil. Es que Arguedas escribió desde una perspectiva enteramente personal, con gran poder de evocación, nostalgia, testimonio y vivencias de lo que vio, observó, sintió, gozó, padeció y participó como niño y adolescente, con una vida marcada por la soledad, el desamparo, la marginación y la humillación, provenientes del “mundo de los cercadores”2; pero también por el amor, la ternura, la solidaridad, la capacidad de creación cultural del mundo indio.

En efecto, un rápido repaso por el conjunto de su narrativa nos permite apreciar la participación directa o indirecta de niños como referentes humanos de su producción textual, como en: “Agua” (la niñez ante el injusto aprovechamiento del agua por el patrón y en perjuicio de la comunidad), “Los escoleros” (los niños enfrentados al abuso del patrón que quiere aprovecharse de la mejor vaca de la comunidad), “Warma kuyay” (niñez, castigo y ternura por una vaca y los becerros al no poder vengarse directamente del dueño, quien abusa sexualmente de una campesina), “El barranco” (niñez y amor por un becerro sacrificado cruelmente), “Doña Caytana” (fanatismo de una comunera que confunde al niño con un ser extraordinario, divino o diabólico), “Hijo solo” (el niño y la adopción de un perro solitario y vagabundo para evitar la venganza de su perseguidor que se odia a muerte con su hermano), “La muerte de los Arango” (muchachos escolares ante el tifus que asola trágicamente a los pobladores de una región), “Orovilca” (recuerdos de un niño sobre la sangrienta pelea de dos líderes colegiales, uno de los cuales se pierde misteriosamente en las dunas del desierto de Ica), “Runa Yupay” (los niños de la escuela participantes en un censo de población”, “Amor mundo” (relato sobre escenas y actos sexuales escabrosos que le refieren al jovencito Santiago). Además, dentro de este mismo ámbito, hay que considerar la importante novela “Los ríos profundos”.

2. CARACTERES

En el conjunto de los relatos sobre la participación de niños y jóvenes en la narrativa de JMA podemos reconocer las siguientes características:

a) El tema de la escuela y el colegio

El ambiente estudiantil y la participación de escolares y colegiales es una constante característica en la narrativa arguediana y aparece muy explícito en los cuentos: “Agua”, “La muerte de los Arango”, “Runa yupay” y “Orovilca”, así como en “Los ríos profundos”. Curiosamente, “Los escoleros”, si bien el título alude al ambiente estudiantil, el argumento no se refiere a hechos de la escuela sino a actos propios de la comunidad.

b) La dimensión autobiográfica.

José María Arguedas escribe desde la perspectiva personal dolorida y angustiante de sus recuerdos y vivencias; en tal sentido, sus relatos tienen un fuerte componente autobiográfico y personal, como él mismo lo manifestaba en diversas ocasiones3.

De acuerdo con esta observación, se identifica al narrador José María Arguedas oculto bajo el nombre de Ernesto en “Agua” y “Los ríos profundos”; Juan, en “Los escoleros”; Santiago”, en “Amor mundo”; también puede permanecer innombrado, pero siempre actuante, en “Orovilca”, “Doña Caytana”, “El barranco”, “La muerte de los Arango” e “Hijo solo”.

c) La violencia

Otro tema recurrente en los cuentos de Arguedas se relaciona con la violencia bajo diversas formas: física, sexual, social, económica, psicológica, y que reviste variados y dramáticos aspectos y manifestaciones: “Agua” desarrolla la pretensión abusiva del principal del pueblo por aprovecharse del agua en beneficio propio, con perjuicio de la comunidad; en “Los escoleros” el patrón aniquila de certeros balazos a una vaca ante la imposibilidad de poseerla por otros medios; “Warma kuyay” centra su argumento en la violación a una comunera y la tortura a los becerros como forma de venganza; en “El barranco” un ganado arrolla trágicamente a un becerro “rival”; “La muerte de los Arango” es un relato intenso y dramático sobre la extinción de los protagonistas a causa de una epidemia de tifus, etc.

d) El componente artístico-musical

Prácticamente no hay relato arguediano que no incorpore a los argumentos determinadas expresiones culturales de la comunidad; es decir, hay una expresa voluntad de valoración del folclore, el canto, la música, el baile, la danza, los relatos y tradiciones. La máxima expresión del arte comunero indígena se plasma en “La agonía de RasuÑiti”, sin duda, el más brillante cuento del autor.4

Sobre el valor que Arguedas le asignaba especialmente a la música, el investigador mexicano Carlos Huamán ha señalado que la cultura musical andina “está integrada a la naturaleza: al sonido de los ríos, del viento en las alturas, al canto de los pájaros, en la inmensidad de los Andes, está ligada al trabajo, a las festividades y a las celebraciones rituales de las comunidades campesinas. Por lo tanto, la música está asociada a la cosmovisión y al contexto socio-económico indígenas”.5

e) El código español-quechua

La adhesión por el mestizaje en Arguedas no es sólo una cuestión étnica o racial, sino que tiene que ver también con los recursos expresivos utilizados por el autor; por eso la comunicación literaria de sus relatos se sostiene en un código lingüístico e idiomático dual, por la actuación simultánea de las lenguas española y quechua.

f) Presencia de la naturaleza

En realidad ésta es una característica propia de toda la narrativa indigenista marcada por el espacio geográfico andino, a tal punto que muchos críticos, como el chileno Fernando Alegría o nuestro compatriota Tomás Escajadillo, ubican a esta clase de producción dentro de la llamada “narrativa de la tierra”. Sea como fuere, el caso es que, de modo específico, las acciones de los relatos arguedianos ocurren en un ambiente configurado por valles, punas, cerros, ríos, altiplanos, precipicios, nevados y cumbres. Con frecuencia el autor se concentra en árboles y flores; campos, siembras y cosechas; pájaros e insectos; animales de las haciendas y de la comunidad.

g) La heterogeneidad.

Los relatos indigenistas, y muy particularmente los de Arguedas participan de este caarácter6, que en su formulación más simple se manifiesta en el hecho de que el referente o motivo inspirador pertenece al ambiente (quechua, andino, indígena, animista, campesino); la lengua en que se escriben los textos son el español solo o con elementos quechua; y el destinatario de los relatos pertenece al mundo urbano, ilustrado, usuario del español y creyente cristiano.

3. CUENTOS REALISTAS ANDINOS

Si tomamos en cuenta el tema, la naturaleza, los acontecimientos y el destinatario, encontramos que la mayor parte de cuentos de Arguedas corresponden al tipo de relatos que recrean la realidad física, social y cultural, aunque, como dice Miguel Angel Huamán, no es que retraten la realidad, sino que la re significan; es decir, le otorgan un nuevo significado7. Por otro lado, la mayor parte de estos relatos son “duros” por su densidad, tensión, dramatismo y hasta carácter trágico. A este grupo pertenecen: “Agua”, “Los escoleros”, “Warmakuyay”, “La muerte de los Arango”; otros proyectan también la ternura, el animismo, la personificación, el cariño y la protección a los animales, como en “Hijo solo” y “El barranco”. El cuento “Runa yupay”, además de realista es didáctico, pues fue escrito expresamente para incentivar la participación de la comunidad en un censo de población. Determinados rasgos del realismo mágico se aprecian en el cuento costeño “Orovilca” y alcanzan su plenitud en “La agonía de Rasu Ñiti”, considerado como el mejor cuento del autor, aunque no perteneciente al ámbito de la literatura infantil y juvenil. También ubicamos e este grupo la novela “Los ríos profundos”.

La inclusión de “El sueño del pongo” en el ámbito de la literatura infantil y juvenil es muy discutible. En efecto, la dimensión o estructura superficial del relato puede captarse; pero el contenido semántico va más allá del texto y del argumento.

a) “Agua”: la rebeldía infantil ante la injusticia

Los tres cuentos de “Agua”, que comprende el relato del mismo título, así como “Los escoleros” y “Warma kuyay”, giran básicamente en torno a la participación infantil en la comunidad indígena.

El primer cuento, cuyo tema aglutinador es la desigual distribución del agua por el hacendado don Braulio, desde el comienzo promueve la participación decisiva de los niños de la comunidad, ya sea por el narrador Ernesto, o por sus pequeños amigos y compañeros, todos quienes, en clara actitud de solidaridad, manifiestan su temprana simpatía por el cornetero Pantaleón.

El relato subraya el poder creativo de los niños: esa extraordinaria capacidad de convocatoria para reunir a los comuneros, porque, aunque el motivo central sea la explotación y el abuso que comete el hacendado, siempre se imponen la iniciativa y la capacidad creadora dela gente del ande.

De manera explícita, el mencionado relato es protagonizado por Vitucha, José, Bernaco, Froylán, Ramoncha, Bankucha, el niño Ernesto… quien, como todos los escoleros de San Juan, admira a Pantaleón, porque simboliza la rebeldía y la protesta contra los abusos y la explotación del hacendado. En ese enfrentamiento la opción de Ernesto (el otro yo de José María) es por los comuneros; de allí que en todo momento asuma una actitud de rechazo al hacendado y a todos los principales. Lamentablemente, como Pantacha lidera la oposición infantil contra el abuso y la injusticia, cae víctima del odio del hacendado:

En la plaza se hizo silencio; nadie había. En un rato se acabaron la bulla, las rabias, los comuneros; se acabó Pantacha, el mak’ta de corazón, el mak’ta valiente. Los mistis también se callaron mirando a Pantaleón tumbado en el suelo como padrillo rejoneado. Don Vilkas y don Inocencio, parados en la puerta de la cárcel, tenían miedo, no podían ira a ver la sangre del músico.

Ante la muerte del pequeño líder, Ernesto muestra su total adhesión a la lucha de los comuneros que, sin embargo, no es suficiente para vencer el dominio del patrón; por eso, rotos los mecanismos afectivos de contención, se enfrenta decididamente al hacendado:

Salté al corredor. Hombre me creía, verdadero hombre, igual a Pantacha. El alma del aukiKanrara me entró seguro al cuerpo; no aguantaba lo grande de mi rabia. Querían reventarme mi pecho, mis venas, mis ojos.

Don Braudlio, don Cayetano, don Antonio… me miraron nomás; sus ojos como vidrio redonditos, no se movían
-¡Suacuna! (Ladrones)- les grité.
Levanté del suelo la corneta del Pantacha, y como wikullo la tiré sobre la cabeza del principal. Ahí mismo le chorreó la sangre de la frente, hasta llegar al suelo. ¡Buena mano de mak’tillo!

Los principales acorralaron a su papacito para atenderlo.

De esta manera, la solidaridad con los explotados, el amor de los niños por los animales, el enfrentamiento a las fuerzas opresoras, son valores principales de este cuento.

b) “Los escoleros”: la identificación infantil con los animales

Es otro relato que reafirma la opción del autor por la temática infantil como una vertiente característica en la producción arguediana. Sin embargo, no obstante que el título del cuento designa al ambiente escolar, el argumento, en realidad, no guarda relación directa con las actividades propias del ambiente estudiantil, como podría suponerse, sino más bien con la época o edad escolar de los niños: Juancha, el narrador, que inequívocamente representa al autor en sus días de niño; Bankucha, el mayor, auténtico líder de la comunidad; y Teofacha, hijo de la viuda propietaria de una hermosa vaca, de la que pretende apropiarse don Ciprián, el principal del pueblo.

La referencia tangencial al ambiente escolar, sin embargo, permite destacar la acción y personalidad de los niños liderados por Bankucha, campeón del juego del wikullo, a quien en cierto momento Juan (el otro nombre narrativo de Arguedas) llega a superar, en una competencia que no es antagónica ni mezquina, sino signo de participación colectiva y afán infantil de superar proezas. Diríase que se trata de un juego espontáneo, natural, sin artificios ni trampas, que además tiene la virtud de movilizar a los niños en busca de Teofacha, poseedor feliz de la “Gringa”, temeroso de que lo pueda arrebatar precisamente don Ciprián:

-¿Sabes Banku? Don Ciprián ha ido cuatro veces ya a mi casa para que la viuda le venda nuestra “Gringa”; mi mamá no ha querido y don Ciprián se ha molestado fuerte. “A las buenas o a malas”, ha dicho, y se ha ido ajeando a su casa.

En efecto, para lograr su propósito, el hacendado emplea toda clase de recursos, artimañas y atropellos en las tierras comunales, especialmente apropiándose de los animales de los indígenas bajo el pretexto de que se los ha encontrado comiendo en los pastos de la hacienda. Pero, en el caso específico de la vaca, su codicia es mayor por tratarse del mejor animal del pueblo, de manera que él siente su orgullo herido porque no le puede pertenecer tan precioso animal, por lo que, entonces, para lograrlo, recurre incluso al robo, defecto que no se le había conocido.

La conducta abusiva del patrón origina el rencor de Juancha, quien, en un arrebato de explosión sentimental, se identifica plenamente con los riesgos a que está expuesto el animal. El hacendado, por su parte, presintiendo la asociación de Juan con Teófanes, le prohíbe reunirse con él:

-No andes con Teofacha; ese cholito dice me amenaza; mañana, pasado, cualquier día, su vaca tiene que caer en mis potreros. O si no, convéncele para que me venga la “Gringa”; hasta un terno completo te puedo mandar hacer; en vez de tres, cuatro días irás a la escuela.

Sugerentemente, también el texto refiere cómo los mejores y más anhelados días de vida en la comunidad coinciden con las ausencias de don Ciprián cuando se dirige a las punas con el claro propósito de apropiarse de los animales de la comunidad, mientras que, al contrario, el solo anuncio de su retorno llena de congoja no sólo a los indios, sino a su propia esposa, doña Josefa, que también brinda algún cariño al pequeño Juan, quien es consciente de su condición marginal y ambigua debido a su extracción mestiza:

Yo, pues, no era mak`tillo de verdad, bailarín, con el alma tranquila; no, yo era mak`tillo falsificado, hijo de abogado; por eso pensaba más que los otros escoleros; a veces me enfermaba de tanto hablar con mi alma, pero don Ciprián hablaba más.

Las continuas ausencias y retornos del hacendado adquieren tal magnitud que condicionan muy seriamente el carácter, naturaleza y sentido de los juegos infantiles; por leso, como ya se temía o presentía, en una de esas sospechosas ausencias, el hombre todopoderoso, al no haber podido encontrar a la preciosa vaca en sus tierras, decide capturarla por puro gusto, por abuso, para satisfacer su orgullo, venciendo su reputación de ser incapaz de cometer robos. Entonces, por primera vez, alguien –Teófanes- se le enfrenta decidido y acusador. Entonces, el principal, pese su autoritarismo, se ve desenmascarado y obligado a ordenar a Juan para que convenza a los dueños de que le vendan al hermoso animal:

-Dile a la viuda que voy a mandar ochenta soles por la “Gringa”; no ha hecho daño en mi potrero, pero como principal quería que doña Gregoria me vendiera su vaca, porque para mí debe ser la mejor vaca del pueblo. Si no, de hombre arrearé a la “Gringa” hasta Puerto Lomas, junto con el rebaño. ¡Vas a regresa ahí mismo!

El emisario no obtiene respuesta favorable de la propietaria, por lo que el terrateniente consuma su execrable crimen: de dos disparos elimina al noble e indefenso animal, al que abraza con desbordante ternura, abatido en llanto y sumido en inconsolable dolor, intentando inútilmente volverla a la vida. Don Ciprián, por su parte, no satisfecho con su crimen, castiga furiosamente a los niños, a quienes incluso lleva a la cárcel, en indiscutible gesto de omnipotencia y cobardía.

Estamos, pues, ante un relato dramático, intenso y vital, en el que alternan el juego, el canto, la desubicación social, la adhesión por el mundo andino, la humillación de los comuneros, los abusos del patrón. En “Los escoleros” se enjuicia, por un lado, la violencia del poder dominante y, por otro, la participación solidaria de los niños claramente compenetrados con la naturaleza y los animales, cuyo representante emblemático es la “Gringa”.

c) “Warma kuyay”: violencia, sexualidad y marginalidad del niño

“Warma kuyay”, el cuento que formalmente cierra la trilogía de “Agua”, por su trama emotiva, por la expresividad del lenguaje, por la tensión y complejidad del argumento, por los hechos dolorosos del enfrentamiento de los ejes culturales que crucial y dramáticamente bi membran al Perú, por las hechos de amor y ternura quebrados, por su tono lírico, se está convirtiendo en uno de los nuevos “clásicos” del cuento infantil y juvenil peruano. Y es sintomático que otra vez su composición responda siempre a la visión retrospectiva de la infancia cancelada y, sin embargo, recuperada por la recreación artística.

El argumento está determinado por el amor imposible que vive el niño mestizo Ernesto –el protagonista- por Justina, la comunera indígena mayor que él y enamorada del Kutu, campesino indígena como ella, y mayor que Ernesto. No obstante, este amor es brutalmente quebrado y destrozado por el hacendado don Froilán, quien viola a la campesina. Los hechos ocurren en la quebrada de Viseca.

Entonces, como el indio no puede vengarse directamente del patrón, lo hace torturando a las vaquillas y becerros, hecho que constituye otro signo de violencia, porque Ernesto, doblegado por el infortunio y motivado por una rabia mal desfogada contra el “enemigo” común, también participa activamente del castigo a los indefensos animales, propiedad del hacendado violador:

En las noches entrábamos, ocultándonos, al corral; escogíamos los becerros más finos, los más delicados; Kutu se escupía en las manos, empuñaba duro el zurriago, y les rajaba el lomo a los torillitos. Uno, dos, tres… cien zurriagazos; las crías se retorcían en el suelo, se tumbaban de espaldas, lloraban; y el indio seguía, encorvado, feroz. ¿Y yo? Me sentaba en un rincón y gozaba. Yo gozaba.

-¡De don Froylán es, no importa!

Hablaba en voz alta para engañarme, para tapar el dolor que encogía mis labios e inundaba mi corazón.

De esta manera, ante la imposibilidad de la recomposición inicial -antes de la violación- y no pudiendo recuperar el equilibrio emocional y sentimental, el Kutu abandona Viseca en pos de otras comunidades: Sondondo, Chacralla… que, al final de cuentas, forman parte del mismo universo sociocultural; en cambio Ernesto continúa en la hacienda, junto al hacendado violador, pero cerca de Justina, motivo de su amor y de su tragedia:

Contemplando sus ojos negros, oyendo su risa, mirándola desde lejitos, era casi feliz, porque mi amor por Justina fue un “warmakuyay” y no creía tener derecho todavía sobre ella; sabía que tendría que ser de otro, de un hombre que manejara ya zurriago, que echara ajos roncos y peleara a látigos en los carnavales. Y como amaba a los animales, las fiestas indias, las cosechas, las siembras con música y harawi, viví alegre en esa quebrada verde y llena del calor amoroso del sol. Hasta que un día me arrancaron de mi querencia, para traerme a este bullicio, donde gente que no quiero, que no comparto.

Finalmente, el traslado de Ernesto de Viseca hacia la costa, por un lado, es también síntoma de violencia, porque es conducido a la fuerza, arrancado del hábitat natural en que nació y se crió; por otro, se trata, en realidad, de la recomposición de la relación social y cultural: Ernesto pertenece al mundo urbano y costeño, de los blancos, desde donde evoca con ternura y nostalgia su trunco amor por Justina.

4. UN CUENTO DE HUMANIZACIÓN DE LA NATURALEZA

Técnicamente “K’ellk’atay Pampa” parece un relato inconcluso; impacta más por la impresión cromática y paisajista, por el tono lírico, por los efectos musicales, por su fuerte contenido emotivo; pero carece de protagonista humano y los personajes no dominan el espacio de manera ostensible. Por eso, lo que más llama la atención es el proceso de humanización de la naturaleza, incluidos los animales.

En efecto, el elemento físico de mayor relieve es el río Yanamayu, que atraviesa imponente e incontenible las extensas pampas de K’ellk’atay. No es un río bueno y no lo quieren ni los niños ni los animales: “Yanamayu, alma negra, asesino. Nadie le quiere en la pampa de Yanamayu, ni las ovejitas, ni las vacas, ni los caballos cerriles; con odio le oyen roncar todo el año. Los viajeros le tiemblan, es enemigo de los viajeros”.

Aparte del río, otro elemento principal de la naturaleza andina es la pampa árida y desértica, cuyo principal signo vital es un ichu raquítico; en lo demás, la extensa planicie está salpicada de lagunas vigiladas vigiladas por parionas, pájaros inalcanzables de las alturas. Sobre el trasfondo del gélido altiplano deambulan algunos niños pastores enternecidos por el cariño del Yayan, el carnero jefe del rebaño::

Nicacha y Tachucha le respetaban, no le resondraban nunca y por las mañanas le ayudaban a levantarse, porque sus pierna entumecidas por la helada y débiles por la vejez no le obedecían ya como antes.

-Machu-tayta, ya es hora –le decían-, tu familia tiene hambre.

Abrazaban su cuello corto y grueso y pegaban sus caritas sobre el rostro serio del carnero-padre.

El lenguaje de los niños aparece fresco y espontáneo ante el contacto con la naturaleza y los animales. Su gozo era espléndido cuando contemplaban a las orgullosas y solitarias parionas que pueblan los estanques y que difícilmente se dejan cazar incluso de los más expertos cazadores, como don Rufino, el hombre principal del distrito, que jamás puede acertar en sus intentos, por lo que los niños, aunque reprimían su gozo, humanizaban su diálogo con las aves e imploraban anhelantes: “-¡Taytay: que el plomo se derrita en medio del camino; que a los oídos de todas las parionas de K’ellk’atay lleguen siempre desde lejos las pisadas del patrón; que nunca tenga entre sus manos lasplumas blancas de nuestras parionas!”.

Y también encontramos otro signo más de violencia: como todo hacendado o gamonal, don Rufino tomaba desquite “atravesando las wikuñitas de las laderas” y “pateando enojado a los comuneros que se alegraban al verlo llegar con las manos vacías”. Ante tal situación, otra vez el Yanamayu asciende al primer plano, y como los pequeños pastores deben atravesar sus aguas, se dirigen a él en actitud de súplica, de cariño, de convencimiento; hasta intentan amenazarlo, igual como hacen los niños en sus juegos habituales:

Los dos mak’tillos se arrodillaron en la orilla y tocaron la corriente fría con la mano.

-TaytaYanamayu: no le hagas nada a las ovejitas, ni a las ovejitas de los otros; no te enojes por gusto, no seas perro con los viajeros que cruzan K’ellk’ataypampa. No hagas llorar a la gente porque la sal de los ojos te llega y ennegrece tu agua”.

En esta cita hay otros aspectos que interesa destacar: primero, aunque los pastores son dos, se dirigen al río como si el enfrentamiento fuera con una sola persona (“no le hagas nada a mis ovejitas”); no sólo cuidan su situación personal e individual, sino también ruegan por los demás, testimonio del espíritu colectivo andino sin duda (“ni a las ovejitas de los otros”); y segundo, la preocupación no se limita a la invocación por los animales, sino que incluye también al hombre (“No hagas llorar a la gente”).

Y como si de pronto sucediera algo mágico o extraordinario, la naturaleza se llena de colorido y regocijo bajo la iluminación del sol que invade toda la pampa, alegrando a los propios animales y motivando el canto abierto y expresivo de Nicacha:

K’ellk’atay-pampa

tu vientre es frío

tu ischu es llorón y humilde

K’ellk’atay-pampa.

También Tachucha se contagia de emoción y baila un ayarachi delante del largo río y la majestad de la extensa pampa, revitalizada por el canto y el baile de los niños:

La voz tierna y sonora del mak’tillo fue llevada por el viento a todos los rincones de K’ellk’atay-pampa y en las otras tropitas de ovejas los otros mak’tillos iban repitiendo el canto humilde y puro de los proletarios de la puna.

Fatalismo, superstición y sacrificio de los animales

Otro grupo de cuentos, además de reafirmar la intervención de los niños en los respectivos argumentos, inciden en signos marcados por la fatalidad, la crueldad, el abandono y el sacrifico.

En el primero de ellos, “El barranco”, dos niños, Nicacha y Pablucha, van arriando a los becerros, cuando de pronto, en el camino que atraviesa un barranco, son atropellados por una tropa de caballos del principal del pueblo, don Garayar, y echan a rodar varios animales, entre ellos el Pringo, el más noble animal, propiedad de la hacendada Grimalda. La crueldad de la escena se puede apreciar en estas líneas: “La mula nazqueña de don Garayar levantó sus dos patas y clavó sus cascos en la frente del Pringo. El Pringo cayó al barranco, rebotó varias veces entre los peñascos y llegó hasta el fondo del abismo. Boqueando sangre murió a la orilla del riachuelo”.

En “La muerte de los Arango”, un niño escolar recuerda como el titus arrasó con una población sin distinción de mujeres, hombres, principales y niños de la escuela; inclusive caen abatidos dos hermanos que fueron los mayores ganaderos y poseedores de las más grandes chacras de trigo. El primero en caer fue don Juan, el menor, admirado por los niños, especialmente cuando en la fiesta del 6 de enero representaba al Rey Negro en el drama de la degollación de los niños inocentes, y a quien se le recordaba por haber organizado la más deslumbrante feria del patrón del pueblo; después, casi inmediatamente, le siguió don Eloy. Entonces, como último recurso para ahuyentar a la peste, el sacristán y cantor de la iglesia, don Jáuregui, entró a la plaza llevando el “caballo tordillo del finado don Juan”, al que “habían aperado como para un día de fiesta. Doscientos anillos de plata relucían en el trenzado; el pellón azul de hilos también reflejaba la luz; la montura de cajón, vacía, mostraba los refuerzos de plata. Los estribos cuadrados, de madera negra, danzaban”.

A continuación, ante el repique de campanas, don Jáuregui encabeza el terrible sacrificio del animal como un conjuro implacable para que termine la peste. La escena es tensa, imponente, dramática, en la que se fusionan la religión y la superstición:

-¡Fuera! –gritó- ¡Adiós calavera! ¡Peste!

Le dio un latigazo, y el tordillo saltó al precipicio. Su cuerpo chocó y rebotó muchas veces en las rocas, donde goteaba agua y brotaban líquenes amarillos. Llegó al río; no lo detuvieron los andenes filudos del abismo.

Vimos la sangre del caballo, cerca del trono de la Virgen, en el sitio en que se dio el primer golpe.

-¡Don Eloy!, don Eloy! ¡Ahí está tu caballo! ¡Ha matado a la peste en su propia calavera! ¡Santos, santos, santos! ¡El alma del tordillo recibid! ¡Nuestra alma es salvada! ¡Adiós millahuay, despidallay… (¡Decidme adiós! ¡Decidme adiós! ¡Despedidme…!

Otro cuento de niños es Hijo solo, que desarrolla la historia tensa y dramática de un perro ignorado, débil y abandonado que, de pronto llegó a Lucas Huayk’o, “la hacienda temida y odiada en cien pueblos”, cuyo dueño se odiaba a muerte con su hermano. “Era un perro escuálido, de color amarillo. Andaba husmeando, con rabo metido entre las piernas. Tenía “anteojos”, unas manchas redondas de color claro, arriba de los ojos”.

En Lucas Huak’o el pobre e indefenso animal es acogido y adoptado amorosamente por el pequeño Singu, sirviendo de la hacienda, quien, después de buscar varios nombres, al fin le llamó “¡Hijo solo! ¡Papacito! ¡Amarillo! ¡Niñito! ¡Niñito”.

El mencionado cuento tiene también componentes y dimensiones metafísicas y animistas, pues su nuevo dueño está convencido de que, en realidad, tanto él como el pobre animal habían tenido un origen común más allá de la vida terrenal”. Por eso, en un primer momento, le dice anhelante y convencido:

-Has venido por fin a tu dueño! ¿Dónde has estado, en qué pueblo, con quién?

Se bajó de la piedra, sonriendo. El perro no se espantó, siguió mirándolo. Sus ojos también eran de color amarillo, el iris negro se contraía sin decidirse.

-Yo, pues, son Singucha. Tu dueño de la otra vida. Juntos hemos estado. Tú me has lamido, yo te daba queso fresco, leche también; harto. ¿Por qué te fuiste?

Posteriormente, descubierto el animal en tierras de don Angel, los emisarios de don Adalberto, el otro hermano, cogieron al animal, le cubrieron la cabeza con un costal y lo lanzaron al río para que se hundiera; pero, venciendo la desesperación y la angustia, Singu se lanza a las aguas y salva al pobre perro y decide irse con él a otros pueblos, por las alturas, o quizás Dios lo llevaría al cielo: “Con su perro, lo tomarían de pastor en cualquier estancia; o el Señor Dios lo haría llamar con algún mensajero, el Jakallu o el Patrón Santiago. Entonces seguiría de frente, hasta las cumbres; y por algún arco iris escalaría al cielo”.

5. DOS CUENTOS INFANTILES DE FICCIÓN

En el conjunto de la producción arguediana encontramos dos cuentos de tierno lirismo, de exaltación de las cualidades emotivas y afectivas de los animales, probablemente los únicos alejados de la humillación, el abuso y la violencia: “Huayanay”, protagonizado por un puma, sin la connotación feroz y peligrosa que comúnmente se le atribuye; y “Yawarwillay”, extraña historia de una pareja de patos. Ambos cuentos se apartan del carácter realista del conjunto de su producción, para discurrir principalmente por la prosa de ficción.

Huayanay” refiere cómo con la llegada de un puma, el más grande de la región, “empezó una nueva historia de la quebrada”, donde fijó su guarida. Especialmente, durante los meses de junio y julio, meses de cosecha de los cereales, “el puma se sentaba a la orilla del río para escuchar el ruido del anochecer, el canto de los pájaros y la voz lejana que llegaba de los pueblos”.

El puma pasaba los días triste y desolado; solo la música de la quebrada calmaba sus ansias. Loros, garzas, patos y sapos también alteran sus vidas. “El puma quería vivir en la orilla del río, sobre el suelo, junto a la tierra donde estaban las raíces del bosque”. Además, antes el canto de los sapos era tierno y el más poderoso de la quebrada; pero desde que llegó el puma, “los sapos se retiraron a ambos extremos, hacia el barranco y hacia el río”.

Asimismo, con la llegada de diciembre y de las lluvias, se llenaron y desbordaron ríos y quebradas, mientras desaparecía el agua blanca de las cascadas y la tierra se cubría de lodo. Solo en algunas treguas del invierno, “cuando se callaban un poco los torrentes, cantaban los pájaros: las palomas y las tuyas, los chihuacos y los jilgueros”.

Pasado el invierno florecieron “los árboles de pisonay”, de los espinos y de los cactos y, sobre todo, el sihuancay, que crece entre los maizales tiernos, en los barrancos, precipicios y sobre las piedras de los ríos. Pero también, por efectos de la lluvia, el río continuaba arrastrando lodo, piedras árboles y basura. Por las noches el canto de los sapos era tan insistente y compacto que hasta apagaba la voz del río. Y el puma esperaba, pues en la quebrada había encontrado sosiego. Y aunque no volvieron las tropas de loros, bandadas de garzas bajaron al río y croaban efusivos los sapos:

Los loros no llegarán a la otra orilla

¡escucha, flor de sihuanhuay!

el hielo en las cumbres baja,

las garzas han venido,

está bajando por el río blanco,

¡huayanay, huayanayquito!

De pronto, la llegada del carnaval trastoca rotundamente la vida de los pueblos y de los animales. El ritmo y los sones de quenas y tinyas, así como las canciones que entonan hombres y mujeres se desparraman por todos los campos anunciando las cosechas. Se agita la vida de los insectos nocturnos, torcazas y calandrias. Ante el tropel de las comparsas de cantos y danzas del carnaval, el puma salió de su cueva y se dirigió río arriba, hacia las alturas. Cuando llegó al andén más próximo a la cumbre el puma se acostó de pecho con el hocico hacia el río. Su último recuerdo fue el olor de las flores amarillas de las retamas. El hielo se fue diluyendo y el agua bajo a los lagos de la puna hasta convertirse en un chorro pequeño y tibio. Llegado el verano se despejó el cielo; las plantas y animales acallaron sus voces; las garzas dejaron los lagos las cumbres y bajaron en avalancha a la quebrada, donde ya no encontraron al puma. Su canto triste lo recordaba con nostalgia:

¡Está tu sangre en nuestras plumas,

no le lloréis!

Flor de sihuanhuay,

flor morada del campo,

tuya amarilla,

torcaza amante,

no le lloréis.

Este tierno y hermoso cuento se cierra con una estampa tierna, intensa y emotiva, que integra en un solo conjunto la visión del pueblo y del campo, animados por la presencia de las aves silvestres, mientras que las garzas “subieron a los pueblos, volaron sobre las plazas y sobre los grandes eucaliptos de las huertas. Al anochecer, se posaron en la orilla de los lagos”.

El otro cuento de ficción es “Yawar willay”, un bello y extraordinario relato de inspiración, tema y destinatario infantil. El investigador y exhaustivo crítico Jesús Cabel piensa que posiblemente Arguedas lo escribió hacia 1927 originariamente con el título “El patito feo”, pero al ser localizado por Sybila Arredondo, lo publicó para el título de “Yawarwillay” (fiesta de sangre)9.

Sea como fuere, el caso es que, además de desconocido y raro, es un cuento que, al igual que “Huayanay”, rompe con la naturaleza, estructura, tema y caracteres del conjunto de la producción arguediana sobre el respectivo género.

Específicamente, el tema de este cuento desarrolla la historia de amor de un pato silvestre, negro y solitario, de extraordinario y sublime canto, especialmente a la hora del crepúsculo:

-¡Qué dulce canto! –decían.

-¿Será un pato del río?

Y mientras él cantaba, las aves se dormían. ¡Pero quién sabía lo que lloraba en el corazón de ese pato solitario.

Al mismo tiempo, en la misma quebrada también apareció una patita blanca, alegre y delicada, que solía jugar en las orillas y en la corriente blanca de las cascadas. Entonces, cuando el pato negro la descubrió voló sobre el cielo de la quebrada y se posó junto a la hembra, mientras las demás aves se extrañaban de esa pareja de patos tan rara: “un pato negro, de pesado andar, y la patita alegre de los remansos, jugando ambos sobre la arena”.

Al conocer a la pata, el pato negro cambió de actitud y dejó de cantar en los crepúsculos, porque a esa hora prefería soñar. Pero “Una tarde ambos conversaron mucho, hasta que salió la luna; y se despidieron mirándose largo rato. Cantó nuevos cantos toda la noche. Como en sueños, las aves de la quebrada lo oían; y durmieron dulcemente”.

Cierta mañana, después de esperarlo mucho, llegó la pata con una compañera y ambas, en un acto al que se transfiere la actitud propia de los niños, revelada incluso en el carácter lúdico y rítmico del lenguaje, “dieron vueltas de ronda junto al pato; vueltas de ronda, vueltas de ronda, vueltas de ronda, jugando”.

Cierta noche, a pedido insistente de su pareja para que cantara, aunque había aprendido varias canciones pensando en ella, el pato negro no las recordaba y confundía unas canciones con otras. De cualquier manera empezó:

Abrió su pico, y con voz gruesa, pero más suave todavía que otras veces, empezó. Ellas le cortaron el canto. Gritaron con vez fea, con voz ruda. Y empezaron a dar vueltas, otra vez, junto al pato negro. Él buscó los ojos de ella, ¡Ay, estaban azules, muy azules, azul duro, donde chocaban las miradas de él, como sobre la peña alta de los precipicios! El pato negro se sentó un rato sobre la cola; y vio, con ojos al parecer tranquilos, cómo su patita blanca daba vueltas junto a él, mirándole con ojos densos y burlones.

El desenlace de este cuento deja un halo nostálgico, espiritual y romántico en un contexto de encuentro de la naturaleza y los recuerdos del corazón: el pato se alejó y con paso lento se arrojó al río; después de un rato apareció en un recodo, sacudió sus alas varias veces y levantó el vuelo sobre los montes rumbo a las cumbres de las montañas, desde donde contempló la quebrada y su nido. En el alto cielo otra vez cantó, pero “su voz no llegó a la quebrada”.


Y se fue en busca de otro río y de otras orillas. Entonces “Las aves de la quebrada, lo extrañaron todos los crepúsculos”.

6. “OROVILCA” Y LOS ELEMENTOS DEL REALISMO MAGICO

El cuento Orovilcaen quechua “gusano sagrado”), que es también el nombre de la laguna más distante de Ica, que solía frecuentar el niño Arguedas en los años en que estudió en el Colegio San Luis Gonzaga, no se desarrolla en el espacio andino, pero el tema es propio de la niñez estudiantil. Además, el cuento se distingue por el tratamiento de las primeras manifestaciones del realismo mágico que el autor continuará y consolidará en relatos posteriores, como en el maravilloso cuento “La agonía de Rasu Ñiti” y en la extraordinaria novela “Los ríos profundos”.

En lo fundamental, el argumento, gira en torno a la admiración que un niño del ande –otra vez la dimensión autobiográfica- siente por Salcedo, el mejor alumno del colegio, a quien frecuentemente acompaña a Orovilca. En uno de esos paseos su compañero le refiere que una corvina de oro suele ir del mar a la laguna, desplazándose sobre las dunas impulsada por sus aletas, llevando en sus lomos a una hermosa muchacha.

En una segunda parte del relato, el mismo niño refiere el duelo que su compañero Salcedo ha establecido con Wilster, personaje presumido y muy importante en la ciudad, para determinar a quien corresponde el liderazgo definitivo ante los alumnos del colegio. La pelea, furiosa, encarnizada y atroz, se realiza ante la claridad de la luna; como consecuencia, ambos contendientes quedan maltrechos y terriblemente sangrientos. Lo extraño y misterioso es que terminado el combate, nunca más se supo de Salcedo, pues desapareció misteriosamente para siempre.

Determinados elementos mágicos, maravillosos y fabulosos distinguen al tenso y dramático cuento: a) La presencia del chaucato –al comienzo del relato-, un pájaro negro, que tiene la rara habilidad de distinguir en medio del arenal a las víboras; b) El misterio que rodea a las lagunas encantadas de Ica; c) El desplazamiento de la corina de oro entre el mar y la laguna llevando en el lomo a la bella muchacha Hortencia Mazzoni; d) La misteriosa desaparición de Salcedo.

Refiriéndose al eje narrativo en que se sostiene el relato, María Gladis C. ha señalado:

Dos son los mundos en los que se mueve Orovilca: el mundo mágico dado por los chaucatos, las serpientes, las lagunas encantadas, el desierto, la corvina de oro, la doncella que la monta, y, por otro lado, los acontecimientos cotidianos que apresuran y sellan el mundo mágico: el colegio de Ica, la disputa entre Salcedo y Wílster, la pelea final.10

7. “LOS RIOS PROFUNDOS”: NOVELA DE COLEGIALES ANDINOS

Se trata de la novela que mejor recrea el mundo andino localizado en el ámbito estudiantil. Está estructurada a partir de la visión retrospectiva de los días transcurridos por el narrador-protagonista y por su padre en sus andanzas por diversos pueblos y ciudades andinas. Es significativo, por lo demás, que el relato en primera persona sea asumido por el propio narrador, como en la mayoría de sus cuentos, de manera que la línea argumentativa de la novela constituye la versión de los acontecimientos desde la perspectiva infantil, en esa época en la cual los recuerdos, vivencias y experiencias se impregnan con intenso dolor y alegría por todo el resto de la vida, marcando muchas veces para siempre el rumbo y el espíritu de la edad adulta.

En lo esencial, la novela refiere la vida de los muchachos escolares de un colegio abanquino regentado por religiosos y en el cual Ernesto ha sido matriculado por su padre, quien, en procura de su ejercicio de abogado, habrá de recorrer varias provincias andinas del sur del país.

Las inquietudes y aventuras estudiantiles, las normas disciplinarias, los incipientes y tiernos amoríos, el engreimiento y el abuso, los desafíos y peleas, las competencias deportivas, las intervenciones musicales, los juegos propios de la niñez y la juventud, la orientación de los sacerdotes y superiores, la rebeldía indígena, las fuerza y atracción de la naturaleza, el valor del canto y del baile, la impotencia de las fuerzas militares para restablecer el orden, la suprema belleza del panorama andino, el drama y la tragedia, son registrados prolijamente por el narrador con la vigorosa dosis de las experiencias acumuladas por Ernesto en sus días de niño, anteriormente con los comuneros con quienes convivió y se crió, y ahora con sus compañeros del colegio de Abancay, bajo la dirección del padre Linares, “un santo, el mejor orador sagrado del Cuzco y un gran profesor de matemáticas y castellano”.

a) Personajes: los colegiales

En “Los ríos profundos” –novela protagonizada por colegiales- aparecen, como en una compleja, diversa y abigarrada galería, los más disímiles caracteres, actitudes, habilidades, conductas, temperamentos, modos de ser, sentir y actuar de los niños y jóvenes del Perú en su etapa de formación educativa en la sierra sureña del Perú. Allí están, entre muchos otros: el Añuco, descendiente de un abuelo hacendado y de un padre lapidador de su fortuna; Lleras, protector y compinche de Añuco, campeón en el deporte, pero muy flojo para los estudios y quien, al final, es expulsado por haber ofendido gravemente al hermano Miguel; Romero, alto y aindiado rondinista de Andahuaylas, “el mejor tocador de huaynos del colegio”, además de líder deportivo; Palacios, “el interno más humilde y uno de los más pequeños” del colegio, que fue llevado de una aldea cordillerana, realmente el único que provenía de un ayllu auténtico, que al comienzo no entendía bien el castellano –lengua ajena y extraña para él- y muy torpe para el estudio, pero que después, cuando aprende la segunda lengua (el español), inusitadamente, demuestra un notable y elevado rendimiento. Con Romero llegan a ser muy buenos amigos.

Un personaje contradictorio y cobarde es Peluca, hijo de un peluquero y que “se escondía en los excusados y aun bajo los catres, cuando alguno de los padres llevaba al patio de juego los guantes de box”; pero que, de pronto, se transformaba totalmente por el deseo incontenible de poseer sexualmente a la opa, una desgraciada y pobre enferma mental; en su descargo, este alumno acusaba de masturbarse a Ismodes, Montesinos y al propio Romero.

Otro distinguido alumno es Antero, el mejor zumbayllero, dos años más adelantado que Ernesto, a quien le obsequia un maravilloso trompo –el zumbayllu- pese a la oposición de los demás colegiales y con quien llegan a ser amigos y confidentes, sentimiento que se reafirma cuando el Candelo o Markask’a (el marcado, por el extraño color de su pelo y por los grandes lunares negros que posee), como también lo llama Ernesto, le solicita a éste que le escriba una carta de amor a Salvinia, “la reina de Abancay”, estudiante del Colegio de las Mercedes. La amistad dura hasta que Antero conoce a Gerardo, el hijo de un militar costeño que llega con las tropas a Abancay, y entre los dos empiezan a conquistar a otras muchachas.

Rondinel es un muchacho alto, flaco y de ojos pequeñísimos, que cierto día ofende a Ernesto llamándolo indio aunque parezca blanco, obteniendo como respuesta que éste le replique: “Tú eres blanco, pero muy inútil! ¡Una nulidad sin remedio!”. Como resultado, se desafían a golpes, azuzados por los compañeros, pero el duelo no llega materializarse por la cobardía del citadino.

Otros muchachos mencionados frecuentemente en el relato son: Ismodes, Iño Villegas, el Chipro y especialmente Valle, un alumno de quinto año, gran lector y muy elegante, que gusta enamorar a las muchachas más encumbradas de la ciudad y cuyas faltas eran pasadas por alto por las autoridades del colegio.

b) Los hechos

Pero la novela no sólo se desarrolla en el ámbito estudiantil abanquino ni sólo supone la participación principal de los colegiales. Su relación con el mundo infantil se sustenta también en las continuas alusiones y referencias a la niñez andina, como en ese pueblo de pocos indios en que se odiaba a los forasteros, y donde los niños armados de hondas y latas vacías, se lanzaban contra los pájaros para que no se comieran el trigo de las chacras: “cazaban a los pájaros como a enemigos de guerra; reunían a los cadáveres a la salía de las huertas, en el camino, y los contaban: veinte tuyas, cuarenta chihuacos, diez viuda-pishk’is.

O también el pueblo de Cusi, frente a Yauyos, donde, inexplicablemente, ante los disparos de los fusileros, sólo caían uno o dos loros, pero la bandada seguía igual, sin dispersarse:

Yo hacía bulla, lanzaba piedras a los árboles, agitaba latas llenas de piedras; los fusileros se burlaban; y seguían matando loros, muy formalmente. Los niños de las escuelas venían por grupos a recoger los loros muertos; hacían sartas con ellos. Concluido el entrenamiento, los muchachos paseaban por las calles llevando cuerdas que cruzaban todo el ancho de la calle; de cada cuerda colgaban de las patas veinte o treinta loros ensangrentados.

Otro episodio infantil se relaciona con el juego de los barquitos de papel en la aldea natal de Ernesto. Este tema, que es un referente universal en los diversos pueblos y literaturas, otra vez es mostrado desde la perspectiva del narrador-personaje en la evocación de su niñez pletórica de ilusiones, fantasías y quimeras. Entonces, el narrador observa y recuerda:

Los niños de la aldea sueltan pequeños barcos de papel y de totora en la corriente. Las navecillas pasan bajo las figuras arborescentes de nieve, velozmente. Yo esperaba abajo, junto a una mata de espino, de grandes agujas que también parecían de hielo. Echado sobre el pasto veía cruzar los pequeños barcos. ¡Muchas veces creía que a bordo de alguno de ellos aparecería la niña impar, la más bella de todas!

Puede advertirse también la actitud tierna y amorosa de Ernesto por las niñas comuneras, cuya asociación surge mientras el muchacho escribe la carta que Antero le ha encargado para Salvina y especialmente, cuando compara a la abanquina Alcira con una cholita que conoció de niño:


Alcira era casi el retrato fiel de otra joven que amé, cuando tenía diez años. La conocí en Saisa, un pueblo de cabreros, seco, sin agua, que no producía sino calabazas. Esa joven de Saisa tenía cabellos del color y de la calidad de la paja ya trillada de la cebada. Sus ojos eran azules, como los de mi padre, pero inquietos, cual los de un ave de alturas; y no podían ser más grandes, parecían manantiales (…). Ella se llamaba Clorinda. Estuve sólo dos días contemplándola, y seguimos de viaje. Repetí su nombre mientras cruzaba el gran desierto que separa Saisa de un puerto del sur.

En este recuento también se registra la admiración de los niños por la banda de músicos de soldados que llegan a Abancay a raíz del motín de las chicheras. La sorpresa es mayor, porque “No habíamos oído nunca, la mayor parte de los niños de Abancay, una gran banda militar”, lo cual explica el tumulto y la algazara que se arma entre los pobladores niños y adultos por conocer de cerca los instrumentos y a sus integrantes, a tal punto que “Algunos pequeños corrían, retozando, sacudiendo sus harapos, tropezaban en las piedras, y se levantaban luego sin quejarse. Rodeaban a los músicos; los miraban de cerca, contemplaban los instrumentos”.

c) La magia del trompo


Ante la diversidad de hechos y acontecimientos, cualquier episodio puede ilustrar la naturaleza y carácter de la intervención infantil; pero, sin duda, uno de los más representativos se relaciona con el zumbayllu, el trompo andino, ante cuyo deslumbrante baile, la concentración brillante de los rayos solares, el sonido musical que producen sus evoluciones, su capacidad de transmitir mensajes a gran distancia y otras cualidades singulares, magnetizan y causan revuelo entre los colegiales:

¡Zumbayllu! En el mes de mayo trajo Antero el primer zumbayllu al Colegio. Los alumnos pequeños lo rodearon.

-¡Vamos al patio, antero!

-¡Al patio, hermanitos! ¡Hermanitos!

Palacios corrió entre los primeros. Saltaron al terraplén y subieron al campo de polvo. Iban gritando:

-¡Zumbayllu, zzumbayllu!

En realidad, el baile del extraordinario y maravilloso juguete,que subyuga y deja absortos y atónitos a los niños del lugar, se asocia a las maniobras del danzante de tijeras del pueblo de Ernesto, así como al “verdadero zumbayllu, el insecto volador que perseguíamos entre los arbustos floridos de abril y mayo”, e incluso a la música del pinkuyllu, la gigantesca quena que tocan los indios del sur en las faenas comunales.

Y no sólo el baile, sino también el canto, la música especial producida por las evoluciones mágicas del fabuloso trompo, ante la expectativa ansiosa de los niños y la conmoción emotiva que conmociona profundamente, sobre todo al pequeño Ernesto, quien evoca con sentida nostalgia y profundo desgarro los días transcurridos en su comunidad de origen:

El canto del zumbayllu se internaba en el oído, avivaba en la memoria de la imagen de los ríos, de los árboles negros que cuelgan en las paredes de los abismos.

Miré el rostro de Antero. Ningún niño contempla un juguete de ese modo. ¿Qué semejanza había, qué corriente, entre el mundo de los valles profundos y el cuerpo de este pequeño juguete móvil, casi proteico, que encarnaba cantando la arena en la que el sol parecía disuelto?.

En otro pasaje de la extraordinaria novela se da cuenta de la persistente rivalidad entre los muchachos por poseer el trompo y la competencia por determinar quién lo hace bailar mejor, circunstancia que se resuelve a favor de Ernesto, lo cual constituye otra prueba de la tesis del autor: demostrar la superioridad y pervivencia de los valores culturales andinos:

Tiré de la cuerda, cerrando los ojos. Sentí que el zumbayllu giraba en la palma de mi mano. Abrí los dedos cuando todo el cordel se desenrolló. El zumbayllu saltó silbando en el aire; los alumnos que estaban de pie se echaron atrás; le dieron campo para que cayera al suelo. Cuando lo estuve contemplando, ante el silencio de los otros chicos, tocaron la campana anunciando el fin del recreo. Huyeron casi todos los alumnos del grupo. Sólo quedaron dos o tres, ante quienes Antero me felicitó solemnemente.

-¡Casualidad! –dijeron los otros.

-¡Zumbayllero de nacimiento –afirmó el Candela-. ¡Como yo, zumbayllero.


d) Valoración de la cultura andina

Los hechos anotados y todos los restantes que se incorporan a la trama del argumento convierten a la novela en una inequívoca e indiscutible y sobresaliente demostración de la identidad que mantiene el escritor con los valores de la cultura andina, como también se puede apreciar en el recuento de los múltiples acontecimientos también ilustrativos sobre el asunto, la mayor parte protagonizados por el pequeño Ernesto; por ejemplo: sus paseos por los campos, los domingos, en alegre contacto con la naturaleza; sus animados y personificadores diálogos con las aguas del río Apurímac; la tristeza y ternura con la situación de la demente a la que poseen sexualmente varios colegiales; sus frecuentes incursiones en el barrio de las chicheras para oír cantar y ver bailar huaynos; su propósito de querer devolver el trompo a Antero, porque éste, influido por el costeño Gerardo, se ha tornado mujeriego y, por tanto, con su actitud, ha ensuciado al zumbayllu; su participación en el motín encabezado por doña Felipa para quitar la sal acaparada por los hacendados y dársela a los pobres colonos; su admiración por el maestro Oblitas, cuya destreza “dulcificaba la canción”; y a quien el niño seguía incluso hasta la cárcel con tal de extasiarse con su arte. También se puede agregar la sorpresa y el inusitado entusiasmo que manifiestan los niños al descubrir como integrantes de la banda militar a Prudencio, el comunero de Kak’epa quien, cuando fue reclutado para servir en el ejército fue despedido con las tristes notas de los jarahuis y ahora, al retornar, resulta que tocaba diestramente el clarinete: ¡”Prudenciacha! ¡Guapo! ¡Papacito”, se emociona Palacios.

e) Desgarramiento y lejanía en las canciones de despedida

Relato denso, complejo y vasto, la prosa de la novela alterna con frecuentes cantos quechuas –otro componente infaltable en la narrativa del autor-, caracterizados por el dolor y lejanía, la angustia y el lirismo, la ternura y la añoranza, la soledad y abandono por la ausencia del padre, ahora por Chalhuanca y Coracora, en el ejercicio necesario de su función de abogado, hecho que otra vez incide en el carácer fuertemente realista y testimonial de “Los ríos profundos”.

Efectivamente, en la amplia muestra musical nativista desarrollada por el narrador, destaca el jarahui de la despedida que, según recuerda el niño, entonan las mujeres cuando él y su padre abandonan para siempre la comunidad nativa. Esos cantos estaban traspasados de dolor, tristeza, lejanía, protección y anhelos de retorno:

Al salir de la misa, entre cohetazos y el repique de las campanas, mi padre abrazó en el atrio de la iglesia a Pablo Maywa y Victo Pusa, alcaldes de la comunidad. En seguida montamos a caballo, en la plaza, para comenzar el inmenso viaje. Salimos del caserío y empezamos a subir la cuesta. Las mujeres cantaban el jarahui de la despedida:

¡No te olvides, mi pequeño,

no te olvides!

Cerro blanco,

hazlo volver;

agua de la montaña, manantial de la pampa,

que nunca muera de sed.

Halcón, cárgalo en tus alas y hazlo volver.

Inmensa nieve, padre de la nieve,

no lo hieras en el camino.

Mal viento,

no lo toques.

Lluvia de tormenta,

No lo alcances.

No, precipicio, atroz precipicio,

no lo sorprendas!

¡Hijo mío,

has de volver,

has de volver!

-No importa que llores. Llora hijo, porque si no se te puede partir el corazón –exclamó el padre, cuando vio que apretaba los ojos y trotaba callado.

Desde entonces no dejamos ya de viajar.

La canción citada contiene los elementos y cualidades genéricamente atribuidas a la infancia especialmente andina y singularmente personal en el caso del pequeño Ernesto: ternura, debilidad, desamparo, necesidad de protección, así como la fuerza de compenetración con la tierra, fácilmente perceptible en la invocación al cerro, al manantial y al halcón para que acompañen al niño en su larga caminata; en el ruego ferviente a la nieve, a la lluvia y a los precipicios para que no le causen daño; en la invocación al niño para que nunca se olvide de su tierra.

La predilección de José María Arguedas por el canto, la música y la danza como medios de expansión vital, y no simplemente como coreografía o delectación artística, se evidencia también en la inclusión de múltiples huaynos que en la zona del sur del país aparecen más intensos y doloridos, más adheridos a la tierra y a la peripecia existencial, y que se impregna en los sentimientos y en el corazón del hombre desde la infancia:

En la pampa de Utari,

mariposa manchada,

no llores todavía,

aún estoy vivo,

he de volver por ti,

he de volver.

Cuando yo me muera,

cuando yo desaparezca

te vestirás de luto,

aprenderás a llorar.

¿Por qué el maestro Oblitas eligió ese canto para iniciar la música ese domingo? No había oído nunca en Abancay ni letra ni melodía tan tristes.

Sobre la especial importancia que Arguedas le asigna a la música, Carlos Huamán señala que se trata de un componente primordial e imprescindible en la estructura y argumento de la novela, por lo que advierte claramente:


En dicha obra, las canciones populares, en sus diferentes formas (harawi, jaylli, huayno y carnaval), se vinculan directamente con la configuración total de la novela e inciden de manera determinante en el proceso narrativo (…)

(…) Parecería que la novela estuviera escrita teniendo como fondo melodías andinas que orientan la narración y marcan su sentido (…). Sin la presencia de esos elementos, la novela en estudio no podría ser apreciada en tu totalidad. Música y danza transmiten vida y movimiento, dan cuerpo y razón a la obra. 11

En resumen, con excepción del motín de las chicheras, de la llegada de las tropas militares y policiales para reprimir la rebelión y de la epidemia del tifus –que cierra el relato-, -“Los ríos profundos” es una novela realizada casi en su totalidad por niños y jóvenes, a partir del núcleo aglutinador que configura la situación, condición y acción del niño Ernesto. Sin embargo, con esto no queremos decir que se trata de un texto cuyos destinatarios principales sean los niños; pero tampoco se puede pasar por alto el hecho de que, por lo menos en el ámbito de la literatura indigenista, se trata de la máxima obra cuyos protagonistas fundamentales son niños y jóvenes andinos. Por lo demás, capítulos enteros, pasajes, secuencias y episodios determinados pueden erigirse en señeras muestras antológicas de la literatura infantil y juvenil peruana.

CONCLUSIONES

1. Varios cuentos –la mayoría- de José María Arguedas pertenecen al ámbito de la literatura infantil y juvenil.

2. En la producción de los respectivos textos, José María Arguedas escribió desde una perspectiva enteramente personal, por lo que sus cuentos se caracterizan por un fuerte contenido testimonial y vivencial: él escribió sobre lo que vio, vivió, observó, sintió, gozó y padeció como niño y adolescente en el mundo andino, con una vida marcada por la soledad, el desamparo, la marginación, la humillación, provenientes del estrato dominante; pero también por el amor, la dulzura, la ternura, el arte y la capacidad de creación del mundo andino.

3. En sus cuentos de temática infantil y juvenil se advierten como rasgos característicos: la vida de la escuela y el colegio; la dimensión autobiográfica; la violencia; el componente artístico, especialmente la música, el canto y la danza, como expresiones de la capacidad creadora del pueblo indígena; el empleo de un código lingüístico español-quechua, que debe entenderse como correlato del mestizaje; la presencia de la naturaleza; y el carácter heterogéneo de la producción textual, pues, a partir de un referente campesino, animista, y quechua, se dirige a un receptor urbano, ilustrado, católico e hispanohablante.

4. Los cuentos infantiles y juveniles de José María Arguedas pueden clasificarse en los grupos:

a) Realista-andinos: Agua, Los escoleros, Warmakuyay, La muerte de los Arango, Hijo solo, El barranco, Runa yupay;

b) De la naturaleza: K’ellk’atay Pampa;

c) Del realismo mágico: Orovilca;

d) De ficción: Wayanay, Yawarwillay.

5. Para contribuir a los procesos de afirmación cultural de la sociedad peruana, los cuentos infantiles y juveniles de José María Arguedas deben incluirse en los planes lectores de las diversas regiones del país.

NOTAS Y REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Las expresiones proceden del artículo de Tomás Escajadillo: “Meditación preliminar acerca de José María Arguedas y el indigenismo”. En: Revista Peruana de Cultura. Nº 13 y 14. Lima, Ediciones Casa de la Cultura del Perú, s.f.

2. Frase empleada por José María Arguedas en el discurso “No soy aculturado”, pronunciando en 1959, con ocasión de recibir el Premio “Inca Garcilaso de la Vega”.

3. Especialmente en su intervención en el Primer Encuentro de Narradores Peruanos. Arequipa, 1959.

4. Así se afirma en la cronología “Vida y obra de José María Arguedas y hechos fundamentales en el Perú. En: José María Arguedas Obras Completas. Tomo I. Lima, Editorial Horizonte, 1983, pp. XXIV.

5. Carlos Huamán: “Los ríos y el canto del jilguero”. En: Con Textos. Revista Crítica de Literatura. Año 2, Nº 2. Lima, Departamento de Literatura. Facultad de Letras y Ciencias Humanas. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2011, p. 20.

6. El primero (o uno de los primeros) en utilizar la frase “Literatura heterogénea” fue Antonio Cornejo Polar. Por ejemplo: “El indigenismo y las literaturas heterogéneas: su doble estatuto socio-cultural. En: Revista de crítica literaria latinoamericana. Nº 7-8, Lima, Latinoamericana Editores, 1978, pp. 7 a 21.

7. Así lo explica Miguel Angel Huamán. Palabras no cautivas: Ensayos sobre educación y literatura. Lima, Fondo Editorial de la Universidad de Ciencias y Humanidades, 2011.

8. “Huayanay” fue publicado originalmente en el diario La Prensa. Lima, 3 de setiembre, 1944.

9. Jesús Cabel. Arguedas entre el fuego y el desierto: Estancia en Ica. Lima, Editorial San Marcos, 2007, p. 8.

10. La experiencia americana de José María Arguedas. Buenos Aires. Fernando García Cambeiro, 1973, p. 105.

11. C. Huamán. Op. Cit., p. 21.

Jaén,2 de noviembre de 2012.
 
Fuente:
 

Escritor Roberto Rosario Vidal

Presidente de la Academia Peruana de Literatura Infantil y Juvenil
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Roberto Rosario en Huari