lunes, 17 de septiembre de 2012

HA MUERTO PILAR COLL: VIVA PILAR COLL - POR CARLOS MANUEL CASTILLO MENDOZA (SANTIAGO DE CHUCO)


Ha muerto Pilar Coll. ¡Viva Pilar Coll! 

Por: Carlos M. Castillo Mendoza 

     ¿Batallas? ¡No! Pasiones. Y pasiones precedidas
de dolores con rejas de esperanzas,
 de dolores de pueblos con esperanzas de hombres! 
¡Muerte y pasión de paz, las populares! César Vallejo 

Conocí a la “Pilarica” allá en Trujillo, eran los años sesenta y Velasco Alvarado impulsaba la revolución de las FF. AA. Ejercía el cargo de Directora de la Escuela de Servicio Social que la Pontificia Universidad Católica de Lima abrió para atender a las señoritas que buscaban acceder a un   nivel de formación superior. Yo era un estudiante universitario integrante de UNEC asesorado por el Padre Jorge Armas Díaz y ella juntamente con María Teresa Achótegui, llegaron a trabajar y participaban de los encuentros y reflexiones sobre la Iglesia post conciliar.

Amena, siempre sonriente, sabía hacer uso de la lógica sencilla para responder a nuestras inquietudes sociales; hizo de su pequeño departamento un ámbito acogedor donde la artesanía peruana decoraba y mostraba la acogida dispensada al arte no convencional, allí recibía a quienes llegábamos a hablar sobre nuestros pequeños y grandes interrogantes políticos e ideológicos. No le tenía miedo a nada cuando de defender derechos y rectitudes se trataba.

Un día que llegué a su Despacho en la Escuela de Servicio Social para una consulta, vi un afiche singular, mostraba a un caminante de espaldas con báculo y sombrero a la pedrada, llevaba una inscripción que decía “Camino de Santiago”. Era el signo de su pertenencia a la España del norte, muy amante de la libertad. La encontré muy contrariada y me llamó la atención que no tuviera la sonrisa habitual ni el trato cordial que sabía dispensar a los que conocíamos de su trabajo pastoral, pues era miembro del Instituto de Misioneras Seculares o lo que solíamos llamar “Monjas seglares”.

-  ¿Pero qué te pasa Pilar? le pregunté yo.

- Pues nada –me contestó- que me ha llamado el arzobispo de Trujillo, Monseñor Carlos María Jurgens Byrne a su Oficina y me ha pedido que haga ingresar a una señorita, hija de una notable familia de aquí, que no ha aprobado el examen de ingreso. 

- Y qué le has respondido, volví a preguntar, intuyendo la tensión de ese encuentro.

- Monseñor, le he dicho, los exámenes no los tomo yo, las pruebas se preparan en Lima y vienen a aplicarlas profesores de la allá, ellos las corrigen y yo solo publico los resultados. 

- “A donde fueres haz lo que vieres”, -me ha contestado, tú verás lo que haces-, consigna que se supone debo cumplir  para no perder su amistad y aprecio. 

Ahí conocí la verdadera talla de Pilar, no cedió y pasó el mal momento que yo no tardé en comprender, pues conocía muy bien el proceder de ese prelado que acostumbraba ir a tomar cafecito algunas tardes en el Seminario de San Carlos y San Marcelo en Moche con Víctor Raúl Haya de la Torre, para luego pasar a uno de los ambientes y conversar privadamente de no se sabe qué… (Porque no imagino a ambos rezando el santo rosario).

El resultado no se hizo esperar. Ese mismo año, 1969; el Arzobispo de marras canceló el permiso de trabajo a los sacerdotes venidos de Palma de Mallorca – España, para dirigir ese centro de formación donde: Romeo Luna Victoria, Gustavo Gutiérrez, Jorge Álvarez Calderón, Fernando Rojas Morey y Ulises Calderón de la Cruz eran sacerdotes que solían llegar a dialogar con los  seminaristas y nos daban clases sobre el documento del Concilio Vaticano II “Gaudium et spes” sobre “La Iglesia y el mundo de Hoy”. Cosa que yo le hice ver al arzobispo cuando decidió cerrar el Seminario y todos los aspirantes al sacerdocio tuvimos que irnos a nuestra casa. No era un asunto de Dios como él argumentaba, sino una manea de apuntalar el “sólido norte”.

Pilar y María Teresa llegaron al Perú donde “hay hermanos muchísimo que hacer” (Vallejo), vinieron para asumir tareas que a otros les parecen baladíes o tontas como trabajar por la verdad, la justicia y el respeto por la persona humana. Sin duda, la Guerra Civil Española que afectó a su familia, a la vida y la cultura de su país, hizo de la Hermana Pilar lo que realmente llegó a ser: Mujer de servicio, afecto, principios sólidos y escucha al necesitado.

Y en esa línea, nada orientó tanto el sentido de sus días como la reflexión del Padre Gustavo Gutiérrez con su Teología de la liberación. Nada la hizo tener una ocupación clara como trabajar para no perder lo humano en las cárceles junto al Padre Hubert Lansier, y nada la entusiasmó tanto como acompañar a la Comisión de la Verdad y Reconciliación con Monseñor Luis Bambarén, el padre Gastón Garatea, el Dr. Salomón Lerner, etc. A pulso se ganó el aprecio y el respeto de los pobres porque la vieron de su lado luchando por sus derechos, sin distinción de credos, ideologías, economía, raza u origen. ¿No es esa la santidad que Jesús exige a los que siguen su Evangelio?

En un país tan lleno de anti signos como es el nuestro, donde lo que resuena no es la virtud sino el escándalo; donde muchos cristianos dudan si optar por Dios o por el César, un país donde hasta un imberbe parlamentario se jura modelo de coherencia y quiere darnos lecciones de rectitud; Pilar Coll se yergue como mujer del Evangelio y símbolo para nuestro tiempo. Acaba de irse en silencio como la legión de hombres y mujeres que han enriquecido a la Iglesia de Jesucristo, se va sin la parafernalia de aquellos que esperan, a su muerte, lograr lo que no tuvieron en vida.

Y porque aún la muerte hay que merecerla, creo que Pilar ya está al lado del Padre y desde allí seguirá intercediendo para que en el Perú tengamos nuevas primaveras. Así lo prometió Jesús cuando dijo: 

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos. (Mateo 5, 3-12) 

¡Descansa en paz amiga Pilar, tus obras te han precedido ante Dios en quien creemos! 

Lima, 16 de setiembre del 2012