jueves, 6 de septiembre de 2012

CRISTINA DE LA CONCHA: HISTORIA DE UNA PERDIDA - POR CARLOS GARRIDO CHALÉN, PREMIO MUNDIAL DE POESÍA Y PRESIDENTE EJECUTIVO FUNDADOR DE LA UNIÓN HISPANOMUNDIAL DE ESCRITORES (UHE)

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CRISTINA DE LA CONCHA: HISTORIA DE UNA PERDIDA

Carlos Garrido Chalén

Premio Mundial de Literatura "Andrés Bello" 
 
Hay una paradoja divina, que sostiene, que si bien el Universo no es, sin embargo es, porque la verdad tiene dos polos: uno absoluto y otro relativo.

Sobre ese margen inacabable, mezclando la realidad con la fantasía, juntando la paja con el trigo, la ilusión con la desesperanza, pero también con la alegría por la vida, ha ido creciendo la obra impetuosa, transida de fe y de mañana, de coraje y de ternura, de la escritora mexicana Cristina De La Concha. 

No importa que el Universo sea pura ilusión, una irrealidad y la más pura fantasía – y si nosotros somos seres armados por esa paradoja que nos define el alma- , si en esa creación mental del Todo, el sueño puede ser una fantasmagoría, un juego de niños pintando el arco iris, pero también esa vida que se declara para consagrarse, porque es el verbo creador, definidor de todo lo existente. Al final, así se hizo el Cielo y la tierra. Así se diseñaron los montes y se le puso color a las magnolias y petunias. 

Dios se paró en una esquina y vio que el maremágnum se había convertido en violácea mariposa. Miró arriba y los Planetas aplaudieron su obra majestuosa. Desde ese entonces, se nos ha dado a los poetas y escritores la potestad de ser pequeños hacedores desde el curcuncho confín de las edades. Y es por eso que como en el Kybalión, hablamos del mundo como un sueño, que va y viene, que nace y muere, y que como es finito e insustancial, prorrumpe en gritos y a veces enmudece. Porque desde el punto de vista absoluto, nada hay real excepto ese todo en el que las irrealidades son su mejor y más creativa fortaleza.

En “Historia de una perdida y otros cuentos” de Cristina de la Concha, no hay seguramente esa búsqueda contradictoria de lo finito y lo infinito, aunque en el fondo de su espíritu cavilan las más estentóreas fantasías, sino una prosa poética y una poesía prosista, que sabe qué hacer con el ritmo de la vida, que se conduele en el fragor consuetudinario de una sociedad, que para engañarse sí misma, procrea paradojas y entelequias y hasta lenguajes preñados de sinceridad y de dolor, para juzgar el propio amor, el engaño permisivo, la entrega consoladora, la hipocresía más perturbadora. Porque en ese ocaso y en ese acoso axiomático, sistémico, lleno de concomitancias, nadie sabe para quien trabaja y es un burdel la vida misma, porque siempre nos lleva al final, al caos, o a la muerte.

Cristina De la Concha, tiene un territorio que demarca con su savia y con su sangre, con sus palabras y con sus locuras. Con ese temperamento generador de traductora creativa. Porque sabe hacerle fono mímica a lo contextual, a lo emblemático. Se sube al puente de su concupiscencia, y desde allí patea todos los tableros, rompe todos los cánones, se enfrenta a todas sus posibles imprudencias e inequidades. Porque se sabe cabal y también conoce que sólo los íntegros heredarán el reino de las gratitudes.

Sabe escribir y cuando lo hace vuela. Sabe volar y cuando flota, en el éter, dibujando palabras en las nubes donde bromea el águila, le escribe a todas las evidencias posibles, y hasta a la sombra de sus más emblemáticas manías. Seguramente convencida, que en esa loca manera de ser De La Concha, es posible hablarse de tu con todas las aquiescencias, con todos los esplendores, con su más rigurosas fantasías. Porque en ellas vive como ermitaño, el sumun inspirador de sus cuentos tormentosos, la luz azul celeste de esa aurora frenética que todas las mañanas la despierta, para mostrarle lo que nos trae el día. 

Me gusta por eso Cristina De la Concha, su engranaje, su fiesta interna, los abedules que emergen de sus cantos generosos. Su voz ditiràmbica y los paisajes que pinta con sus verbos elocuentes. Me gusta ella toda, aunque la suya parezca la historia de una perdida.

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