lunes, 20 de agosto de 2012

HOMENAJE A LOS NIÑOS EN SU DÍA: COLUMPIANDO SONRISAS - POR JAVIER COTILLO CABALLERO (JACO), PRESIDENTE DE LA SOCIEDAD UNIVERSAL DE ARTISTAS Y LITERATOS (SUAL)



HOMENAJE A LOS NIÑOS EN SU DÍA:

COLUMPIANDO SONRISAS 

Javier Cotillo (JACO)

 Canto a la vida y a los niños del mundo, especialmente a los que son como la pequeña que conocí esta mañana mientras iba a mi trabajo usando el servicio público.

Ajena al ajetreo de la gente que pugnaba por un lugar dentro de vehículo, ella se encontraba cómodamente  recostada sobre una falda llevando a cuestas, calculo, sus escasos año y medio. Exhibía con inocente elegancia su carita ovalada y una minúscula naricita que armonizaba con sus medianos ojos, sin argumentos de bandera, los que se abrían  y cerraban al ritmo de cada mamada, porque han de saber que la jovencita estaba desayunando sin intermediarios, directamente del pezón. En su golosa tarea ponía toda su energía para envolverlo con la lengua y chupar con brío y, de rato en rato, presionar con sus manitas al recipiente, para estimular su contenido. 

No era el desayuno ni su recipiente lo que impresionaba, sino el modo singular en que desbordaba su felicidad entrecruzando los pies, uno después del otro, al ritmo de su deleite, como defendiendo la exclusividad de su alimento en el centro de la gente que se apiñaba, como podía, para dejarle un espacio.

 Cuando eructó su "chanchito" dio por concluido el desayuno. Se sentó como autorizando que recojan la mesa, o mejor digo, “que guarden la mesa”. Entonces se pudo apreciar sus finos labios y las ondas de su cabello que se desparramaban plenamente sobre sus orejitas ovaladas para exhibir los rulitos escotados. No era robusta, pero hacía gala de buena salud. 

Se contorneó con vigor hasta lograr ponerse de pies sobre sus zapatos de gamuza semicubiertos con las mangas de su pantalón que se prolongaba hasta la cintura, y para quedarse en ese lugar, me refiero a su pantalón, dos tirantes se abrazaban de sus hombros, desde donde se escapaban sus bracitos rollizos que remataban en dos delicadas bolitas, que al estirarse, dejaban libre a sus inquietos deditos; eran sus lindas manitas, como de juguete.

Se paró a mi lado, como desafiando a todos. Entonces hicimos lo imposible para mantener el espacio a su favor. La pequeña apenas podía mantener el equilibrio debido al movimiento del vehículo y por la falta de experiencia en esos menesteres, pero descubrió que era muy divertido  jugar con el movimiento del carro, y armonizando con el vaivén logró dar pequeños saltitos, gracias a las manos que la sujetaban desde los tirantes. Continuó con sus saltitos en el mismo lugar, marcando la cadencia con la boca: ta ta tá..., tatá, tata... tatatá... Y mientras su diversión tomaba cuerpo, entubó los labios de su pequeña boca, arrugando con gracia su naricita de algodón, pero con los ojos exageradamente desorbitados, cuyo extraño contraste nos preocupó a todos, pero cambió de modo rápidamente para jalar sus párpados achinándolos hacia arriba y a los costados, y luego su frente, después las cejas y hasta las orejas, subiendo y bajando como columpiándose entre seria y jocosa, al ritmo de su carcajada, como festejando un chiste muy gracioso que sólo ella sabía.

 Nunca vi reírse a alguien con todos los elementos de su rostro. De pronto, adusta como una roca, pero sólo un instante. Luego columpiándose al otro extremo, como las caretas de un teatro, pero vestidos de inocencia y gracia, devolviendo las orejas hacia abajo, desarrugando la frente, dejando los ojos chinos para recuperar los redondos, igual que sus cejas, de oblicuas a ovaladas, desarrugando la frente, soltando sus párpados hacia abajo y al centro, extendiendo las arrugas de su nariz. Una sinfonía concertada de gestos y muecas que oscilaban entre alegría y seriedad, vale decir, cambiando cada segundo y a su gusto, la carcajada por la seriedad, todas juntas, como si fueran varias personas riendo en un solo rostro, hizo que la gente estire sus ceños, entrecejos y sobrecejos, para tomar generosamente de ese manantial llamado "niña" la cantidad de carcajadas que su antojo les arrancara, hechizados por el más bello concierto de alegría de ese rostro sin igual.

 Todo esto ocurría casi al llegar a mi paradero. Al bajarme, todavía con la sonrisa en los labios, intenté mirar una vez más a ese encanto de niña a través de los cristales del vehículo. Pero no la volví a ver. Sin embargo, estaba la abuela..., columpiando el mismo rostro de alegría, como un doble, pero de adulta. Entonces supe cómo sería la niña cuando grande. Esa nueva porción de sonrisa me acompañó por muchas cuadras. Y mientras escribo esta experiencia, estoy aprendiendo también a columpiar mi nueva sonrisa. La niña con su abuela... tienen la culpa.

 JAVIER COTILLO CABALLERO (JACO)