martes, 10 de julio de 2012

10 DE JULIO, HUAMACHUCO SIEMPRE EN EL ALMA - PLAN LECTOR: SIGUIENDO A UN VALIENTE - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN



CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA

Construcción y forja de la utopía andina
2012, AÑO
DE LA DEFENSA DEL AGUA PARA LA VIDA Y
CONSTRUCCIÓN DE LOS ANDENES NUEVOS
JULIO, MES DEL MAESTRO;
DEL SANTUARIO HISTÓRICO
DE MACHU PICCHU; LA BATALLA
DE HUAMACHUCO, DE LEONCIO
PRADO; Y DE FIESTAS PATRIAS
PRÓXIMAS ACTIVIDADES
DE CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
POR LOS 120 AÑOS DEL NACIMIENTO DEL POETA
Y 90 AÑOS DE LA EDICIÓN DEL POEMARIO TRILCE
SÁBADOS 7 PM. AULA CAPULÍ:
CONFERENCIAS Y SIMPOSIOS
SOBRE CULTURA ANDINA
SÁBADO 14 DE JULIO
DISTINCIÓN:
BALUARTE
DEL PERÚ
 ANA MARIA PARODI
COMPOSITORA
Y SOPRANO PERUANA
TELÚRICA DE JULIO,
DEL MARTES 24 AL VIERNES 27,
EN SANTIAGO DE CHUCO
FIESTA DEL PATRÓN SANTIAGO
DONDE SE DESARROLLARÁ
UN NUTRIDO PROGRAMA
DE ACTIVIDADES DE CAPULÍ
SÁBADO 4 DE AGOSTO, 2012
PRESENCIA DE CAPULÍ, VALLEJO
Y SU TIERRA EN ISLA NEGRA,
CHILE, EN LA PRESENTACIÓN
DEL LIBRO MIL POEMAS A VALLEJO
Aula Capulí: Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 2 y 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia
Teléfonos Capulí:
420-3343, 420-3860
y 997-739-575
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com
CALENDARIO
DE EFEMÉRIDES
10 DE JULIO 1883
GUERRA DEL PACÍFICO
HUAMACHUCO
SIEMPRE
EN EL ALMA
PLAN LECTOR,
PLIEGOS
DE LECTURA
SIGUIENDO
A UN
VALIENTE
Episodio
de la Batalla
de Huamachuco


 .
Por Danilo Sánchez Lihón
.
1. Siempre
pasas por aquí
– ¡María!
– ¿Sí? ¡Dí! ¿Quién eres? ¿Quién toca la puerta a estas horas?
– Soy Manuel.
– ¿Manuel?
– He venido a despedirme.
– ¿A despedirte? ¿Por qué?
– Me voy de voluntario a la guerra, a pelear en Huamachuco.
– ¿Ahora mismo?
 – Sí; de voluntario en el Batallón Libres de Santiago de Chuco. Vamos a dar alcance al coronel Andrés Avelino Cáceres en el encuentro de los Tres Ríos.
– ¿A estas horas ya van a partir?
– Sí, María. ¿Me conoces? ¿Sabes quién soy?
– Sí. Te conozco.
– Dime, a ver, quién soy.
– Vives en el barrio San Cristóbal. Has terminado la escuela. Tocas en la banda. Juegas fútbol. Y siempre pasas por aquí.
2. Porque
 te adoro
– ¿Todos los días?
– Sí, todos los días.
– ¿A qué hora?
– A las cinco.
– ¿Me has visto siempre?
– Sí, siempre.
– ¿Y tú a mí?
– ¡Sí! ¡Siempre!
– Saberlo me hace muy feliz.
– Y, ¿por qué?
– Porque te adoro, María.
– Y, ¿a qué hora parten?
De aquí a una hora. A las cuatro de la mañana.
– Y, ¿desde dónde van a partir?
– Nos estamos reuniendo en la Plaza de Armas, en la pileta.
– Espérame. Voy a pedir permiso para abrir la puerta. Y salir.
3. Quiero
hacerlo por ti
– ¿Te han dado permiso para salir a estas horas?
– Sí, nunca lo he hecho.
– Y, ¿qué te dijeron?
– Mi hermana sabía que se alistaban voluntarios para ir a la guerra en Huamachuco, y me han dicho: si ese es el motivo, anda.
– Gracias María, y discúlpame que haya venido a estas horas, pero no podía irme sin despedirme de ti, por lo menos gritando tu nombre a través de las paredes de tu casa.
– ¿Has gritado?
– ¡Si! En realidad, yo marcho a la guerra por amor a ti, María. Para que sepas de mi valor y de mi entrega. Por eso he venido y he llamado a tu puerta.
– Mañana, me preguntarán más. Me dirán, quién tocó a esas horas, pero estarán de acuerdo cuando sepan el por qué.
– Nunca te hablé antes. Pero te amo, María. Ya me alisté en el batallón que parte a la guerra. Vamos a pelear por honor. Es probable no regresemos. Pero todo quiero hacerlo por ti y por la patria.
– ¿Y, muchos van?
– Somos doscientos y salimos a las cuatro de la mañana.
– Y ahorita ¿qué hora es?
4. Que yo
jamás olvide
– Ya son las tres de la mañana.
– Te haré fiambre para el camino. Estaré en la plaza antes de las cuatro.
– ¿Me has visto entonces, María?
– ¡Sí! Jugaste fútbol el último domingo y anotaste un gol. Y después, miraste donde yo estaba.
– María: Esta es nuestra tierra, tenemos que defenderla. ¿Por qué la invaden? Estas son nuestras casas, ¿por qué las incendian? Estos son nuestros hermanos, ¿por qué los matan? Ultiman a heridos en los campos de batalla.
– ¡Sí!
– Hay familias íntegras que han sacrificado la vida de sus hijos, sus alegrías, sus ilusiones. ¡Que yo jamás olvide su memoria! Hay quienes se han lanzado a ciegas a las filas enemigas únicamente por el coraje de gritar su valor, no importándoles ser acribillados. Por ellos yo me alisto y marcho. Y por ti, María.
En la calle, ya con atuendo de soldados, traje de bayeta blanca, hay muchachos que cantan y se despiden entonando endechas bajo un balcón, con estremecedora ternura.
5. Sean
valientes
Cantan:
¿Quién al fuego ha visto helarse
y a la ceniza escarcharse?
¿Quién ha visto a dos amantes
sin motivos separarse?
Ya todos reunidos en la plaza, hay una voz de mujer que se alza y dice:
– ¡Hijos, esposos, amados nuestros! Reciban esta bandera que hemos cosido con nuestras manos. Lleva nuestros anhelos, esperanzas y ruegos: ¡Sean valientes! ¡Regresen triunfantes! ¡Vuelvan victoriosos!
– ¡Que viva el Perú!
– ¡Viva!
– Aquí les queremos y necesitamos. Les suplicamos que vuelvan, pero vuelvan vencedores, con la cabeza en alto y, ojalá, que con la gloria.
¡Viva Santiago de Chuco!
– ¡Viva!
– En esta bandera hemos puesto todo el amor de madres, de hijas, de esposas, de amantes, de hermanas. Hemos puesto nuestra vida. La entregamos para que la lleven en alto, ¡con arrojo y honor!
6. Lágrimas
sobre ella
– ¡Viva el Perú!
– ¡Viva!
Enfundado en su chalina y con voz de trueno alza el gesto don Santiago Calderón, Comandante del batallón, proclamando:
– Milicianos. ¡Hermanos chucos! ¡Ahora soldados! ¡Héroes!
Esta bandera la han hecho nuestras madres, nuestras esposas, nuestras hermanas, nuestras amadas.
– ¡Viva!
– En cada costura están sus ojos, sus manos, su aliento. En cada puntada están sus latidos.
Latidos que nosotros llevaremos para hacernos grandes. ¡No las defraudemos!
– ¡Eso es, don Santiago!
– Hasta sus lágrimas de despedida están en esta bandera bendita, que la han cosido todas juntas, y en ella han puesto sus besos: madres, novias, hermanas, hijas. Gracias, mil gracias a todas ustedes.
– ¡Qué viva Santiago de Chuco!
– ¡Que viva!
– Yo les pido a todas ustedes, mujeres, que se acerquen y la vuelvan a besar ¡para que jamás se nos olvide! Y que si derraman lágrimas sobre ella, que esas sean de valor y de coraje. ¡Para que seamos gigantes en la contienda!
¡Para que seamos inmensos en la lucha!
7. Si nunca
 supiéramos
El comandante, a las cuatro en punto de la mañana, con el brazo en alto, el ceño fruncido y la voz enérgica, da la última orden:
– ¡Marchen!
Y deja caer el brazo y lo detiene en una posición horizontal señalando el camino que se abre en la  oscuridad. Y desfilan hasta las afueras del pueblo.
En la sombra de las calles, las bastas de los pantalones de bayeta blanca, se agitan con ritmo acompasado, dejando caer un golpe seco y parejo de pasos marciales en el empedrado.
– ¡Dios mío, protégelos!, –se oye decir a una madre.
La bandera roja y blanca es lo único que no apagan ni desaparecen las sombras, al final de la calle.
Quienes los siguen, apenas han tenido minutos para abrazarse, antes de que iniciaran la bajada por la cuesta de «Salsipuedes», desapareciendo en la hondonada del camino.
– No puedo volver sola a mi casa. El corazón se me estruja. Parece que se me fuera a salir por la boca. Y yo estallar por dentro. –Dice una señora.
– ¿Y, por qué no nos vamos tras ellos? ¡Pero, vamos!
8. Vamos
 con ellos
– ¡Vamos! Si ellos renuncian a todo, nosotras ¿por qué nos quedamos?
– ¡Sí! ¡Sigámoslos!
– Yo también voy, si ustedes se animan.
– Yo voy.
– Yo también. Pero preparémonos rápido. Llevemos ropa, ollas para cocinar, víveres, abrigo.
– Vamos tras ellos. Nos van a necesitar.
De repente caen heridos y mueren por falta de auxilio, porque no hay nadie que los recoja.
– ¡Vamos!, sino nunca sabremos qué les ha ocurrido. Y eso sería lo peor.
– Entonces, a las ocho de la mañana nos vemos, ¿qué les parece? ¡Aquí!
– Yo tengo una mula.
– Yo tengo un pollino.
– Tráiganlos. Llevémoslos. Que nos ayuden a cargar las cosas.
– Entonces, ahorita volvemos. ¡Vamos!, ¡vamos!
9. La noche
en que ellos se fueron
María dejó todo, esa noche. Y se fue con su rebozo junto a las mujeres que no quisieron desprenderse de sus esposos, hijos, hermanos o novios, sino seguirlos.
– Y tú, ¿cómo es que has venido? ¡Si apenas eres una niña!
– Tú, no vas. ¡De ninguna manera vas! ¡Dios sabe qué te puede pasar!
– ¡Yo quiero ir!
– ¿Has pedido permiso a tus padres? ¿Quiénes son?
– A mi hermana le he pedido.
– Tú, ¿no eres María? ¿La hermana de la señora Yolanda?
– ¡Sí!, –dice ella con su rostro hermoso, con sus ojos lentos y profundos.
– Pero, tú ¿por quién vas? ¿Quién va de ti en el batallón? ¿Tu hermano? ¿Quién?
– Déjenla ir. Estamos en guerra. ¿Por qué la van a preguntar ni prohibir? ¿Quién nos está prohibiendo o dando permiso a nosotras?
¿Acaso, está aquí segura si se queda? Entonces, si quiere ir, ¡que venga!
10. ¡Está
 bien!
Los caminos ya no eran oscuros, como en la noche en que ellos se fueron, pero tampoco están luminosos. Hay en ellos una sombra de dolor. Y en el alma una inquietud muy honda.
Ya caminando juntas, doña Josefa le dice:
– ¿A quién sigues? ¿A un hermano? ¿A un enamorado?
– Yo... sigo... a un valiente.
– Cuando avisaste a tu hermana, ¿qué le dijiste? Y ella, ¿qué te dijo?
– Le dije: un contingente va a la guerra. Quiero ir tras ellos, junto a otras señoras. Me miró, me abrazó temblando y me dijo: ¡Está bien! ¡Lucha por tu pueblo! Cada minuto estaremos esperando que regreses. Y luego me susurró: ¿qué necesitas llevar? Y ella misma me arregló este atado.
– ¿Sabes? Yo conocí a tu papá y a tu mamá. ¡Qué te habrán contado, pero ellos murieron.
– Sí, eso mismo me han contado.
– Pero tu hermana felizmente se casó con don Juan, un hombre bueno que los ha protegido a todos ustedes.
11. Una
ilusión
– ¡Sí!
– Y tu hermana es una buena mujer.
– Y que admira mucho al comandante Andrés Avelino Cáceres. Y creo que por eso me ha dejado venir.
– Y tu valiente ¿quién es? ¿Quién de ti va en el batallón?
– Se llama Manuel.
– ¿Es tu novio? ¿Tu enamorado?
– Nunca hemos hablado, sino recién anoche en que vino a despedirse a mi casa. Va adelante.
– ¿Te despertó sin que lo conocieras?
– ¡Sí! Lo oí entre sueños. Y nadie más en mi casa lo escuchó. Ni mi hermana, ni don Juan, ni mis sobrinitos.
–Entonces ¿qué eres con Manuel? ¿Enamorados?
– Una ilusión.
12. Es
de noche
– ¿Nada más?
– Ahora, también orgullo. Y preocupación, temor de que le pase algo.
– ¿Nada más?
– Ahora creo que hay mucho más. Ahora él va a la guerra, a luchar. Y yo voy a la guerra, por él. Nuestras vidas están cambiadas, la una por la otra.
– ¿Sólo por él?
– Por él, Como también por el bien que ha de defender. Y por el abuso que no hay que permitir.
El grupo de mujeres pasa por la hacienda Porcón, sin detenerse. En Hijadero hacen un fogón y asan papas.
En Tres Ríos pensaron alcanzar al batallón Libres de Santiago de Chuco, pero ellos ya han partido.
Es de noche y el camino es abrupto y el viento arisco.
Acurrucadas alrededor de la candela se sirven un mate de cedrón.
13. La luna
 boga brillante
Son 32 mujeres. La mayoría, madres que han dejado en el pueblo a sus hijos pequeños por seguir al hijo que va a la guerra, esposas que van detrás del varón de la casa.
El camino tiene un adelante y un atrás. Pero, ¿cómo será el día de mañana?
La vida, ahora, es tan incierta. Más aún, en la víspera de una batalla.
Intentan dormir, envueltas en sus rebozos, tratando de recordar, de olvidar y también ¡escudriñando qué será del futuro!
La luna boga brillante en lo alto del cielo.
– Tenemos que disimularte, niña.
– No puede estar a la vista del mundo una muchacha tan linda como tú.
– Sí. Es muy bonita. Y eso no es sensato en estos tiempos de guerra.
– Tiznémosla. Rapémosla el cabello. Vistámosle de hombre.
– Dejen a la niña tranquila. Duérmanse. Será mejor que todos descansen.
14. Lo estás
 siguiendo
Están en la orilla de Tres Ríos donde se pernocta, sobre el rumor insondable de las aguas turbulentas del río que atruena y el fulgor misterioso de las estrellas.
La mujer vieja, acunándola, le dice en confidencia:
– Tú, mi hijita, auque vieja morirás doncella. Ese es tu signo. Eso he visto en tus manos y en tus ojos.
– Mamá Josefa, gracias por protegerme. ¡Córtame el cabello! Rápame como soldado. Yo iré a luchar al campo de batalla.
– ¡Ay mi niña! ¡Qué días tan crueles son estos!
– ¡Pero también pueden ser días de luz, mamá Josefa! Y hasta de triunfo.
– Ay. ¡Cómo Dios te escuchara, hijita!
– Anoche lo he soñado a Manuel, mamá Josefa. Y al amanecer un sentimiento muy hondo hacia él me ha embargado. Ahora sé que lo amo con toda mi alma. Y sabiendo que está en peligro me espanta perderlo.
– Y él, ¿qué siente?
– Nunca hemos hablado de nosotros, salvo para despedirse anteanoche. Pero ahora sé que siempre nos hemos tenido presentes. Y ahora sé más: que lo seguiré adónde él vaya.
– ¡Y lo estás siguiendo, hija mía!
15. Los hijos
que se han ido
Es tiempo de siembra y no hay siembra. Es tiempo de aporque y no hay aporque. Es tiempo de deshierbe y no hay deshierbe.
El labriego, el sembrador, el artesano han empuñado las armas y defienden su tierra, su patria y el bien sobre el mundo.
El sastre, el carpintero, el tallador, recuerdan la perspectiva de las calles que han dejado, en donde nacieron y edificaron su hogar.
¡Y es eso lo que defienden!
Desde el balcón, el recuerdo de los viejos tejados que se extienden en lontananza, las flores sencillas en las macetas, las hierbas silvestres del muro, la lluvia buena sobre el tejado de la casa en calma.
Sobran nostalgias en los caminos irremediables.
Sobran suposiciones, sobran anhelos de encontrar el rastro de los hijos en los recodos del camino.
O en los rastrojos de los campos, o en las gavillas de las parvas.
O en las grietas de las piedras alegar una explicación a todo esto. Un día y ha cambiado toda una vida de siglos.
El rastro de los hijos y los esposos en los caminos serpenteantes de la llanura, ¿cómo encontrarlos?
Y de los sosiegos que se han ido.
16. Dos sombras
conversan
Ya no hay casas, ni chozas, solo campos llenos de ichu y agua fría que corre o se filtra en chorrillos por la tierra negra.
Una garza desprevenida se eleva desde el suelo.
¡Morir por la patria, qué honda esencia!
Allá, al atardecer ya se divisa Yamobamba.
Se pernocta en las márgenes del río Coñachugo, a campo traviesa. La gente
tiene miedo.
En la noche los ladridos angustiados de los perros, las casas esparcidas en la sombra tambalean. Se estremece también nuestro pulso en las venas, y nuestro aliento.
Todos se acurrucan contra el frío. Se arrellana uno con otro en la oscuridad juntando sueño con sueño, alma con alma, latido con latido.
El fuego aún restalla. Y en torno a las brasas, abultadas en la negrura de la noche, dos sombras conversan.
17. Ciudad
clarín
– Córtame las trenzas ahora, mamá Josefa.
– Mañana te las cortaré las trenzas a la luz del alba.
– Gracias, madre.
Amanece.
– ¡Ay, niña! ¡Qué destino deplorable es este que corta tan tiernas espigas, como son tus trenzas!
– No llores, madre.
– ¡Y arrebata de la tierra tan suaves cogollos!
Y María vistió de varón. Y de soldado. Y cuando lo hizo, se lo veía enterizo y apuesto. Y adoptó por nombre José.
Ya ingresan a Huamachuco, ciudad vieja, honda, resonante.
¡Ciudad guitarra, sonora como una campana, de casas vetustas, de puertas altas con artesonado de madera!
Ciudad clarín.
– Los chilenos anoche se han visto obligados a desocupar el pueblo y han corrido al cerro Sazón. Ahí se han parapetado.
– ¡Hasta ahí subiremos!
18. Al lado
de ellos
– Y ustedes, mujeres, ¿por qué han venido? ¡Estos son días de peligro!
– Hemos venido porque no podemos permitir que ataquen nuestras casas y no salgamos a defenderla.
No podemos permitir que incendien nuestros campos, y no luchemos por ellos.
Que nos roben y quedarnos impávidas.
– Y no podemos permitir que nuestros hombres luchen solos.
– Porque luchar en esta guerra es luchar contra todas las guerras.
– Pasen, pasen. ¡Aunque nos maten!
– Nuestros hombres ya están en sus trincheras.
– Combatirán sin habernos visto
– Ni saben que estamos casi al lado de ellos, aquí en Huamachuco.
– Pero María, les llevará noticias de nosotras.
– Sí, madre. Pero no me diga María, sino José. Y ya debo irme.
– Se te ve un mozo lindo y fuerte.
– Déjame que por última vez te abrace y te bese, hija mía. Dios te proteja.
– ¡Adiós!
19. Al pie
de esa bandera
Ya amanece.
– Anda con cuidado, paloma. Yo estaré esperando tu regreso.
– Adiós, madre.
– Adiós. ¡Soldado José!
Recibe el golpe frío del viento en la calle.
El pueblo yace sumido en un silencio de muerte.
En las últimas casas, a las afueras del pueblo José encuentra un destacamento peruano.
– ¡Alto! ¡Quién vive!
– ¡Soy peruano y vengo a luchar por mi patria!
– ¿De dónde eres?
– De Santiago de Chuco. He venido detrás del contingente que comanda el Coronel Santiago Calderón.
– ¡Qué trayecto has seguido!
– La hacienda de Porcón, Hijares, Tres Ríos y Yamobamba.
– Entonces, ¡Viva el Perú!
– ¡Viva!
20. Que ella
nos una para siempre
– El contingente Libres de Santiago de Chuco, se ha incorporado al Batallón del Norte. Su posición está allá, en el cerro Purrubamba. ¿Ve la bandera? Apúrese. Se va a iniciar la batalla.
– ¿Sabe disparar?
– Nunca. Nunca antes he tenido un fusil en mis manos.
– Lo recogerás de alguien que caiga delante de ti.
– Enséñeme a usarlo.
– Mira, primero revisas la carga. Para eso, coges así el fusil, jalas esta palanca, abres la caserina. Introduces y encasquetas aquí las balas. Cierras y luego apuntas, por esta mirilla... ¿lo ves?
– He comprendido.
– ¡Adiós! Allá, en ese cerro.
La bandera peruana flamea en lontananza sobre el campo verde.
Se bate roja y blanca. Colores totales, de fragor, de catarata.
Bandera que es chorro de luz y de aliento a lo eterno, belleza insigne.
Y al pie de la bandera hombres que son hermanos.
¡Que ella nos una para siempre!
21. Dónde
está
– ¡Peruanos!, –arenga el comandante Recavarren– ¡Luchemos por alcanzar la victoria! Si vencemos hay que agradecerle a Dios. Si hay que morir, ¡es una decisión hermosa y plena de valor morir este día! ¡Viva el Perú!
– ¡Viva!
Suena el clarín y, siguiendo una orden, el Batallón del Norte se arroja a la contienda.
Del cerro Sazón, donde están apostados, bajan oleadas de chilenos disparando sus armas.
La lucha es estruendosa por las descargas de artillería.
A cada columna enemiga la detenemos y la hacemos retroceder.
Pero la reemplaza otra que igual, baja corriendo. Son feroces. Su oficio es la guerra. Han caído varios de los nuestros, ¡muchos!, pero ninguno es Manuel.
– ¿Dónde está? Debe ser alguno que va adelante. –Piensa María.
22. ¿Lo ves?
Va adelante
– ¿Conoce al soldado Manuel Ramos?
– ¿Soldado? ¡Dirá el Teniente!
– ¿Teniente?
– Es el que va adelante. Ayer ganó su grado al capturar un cuartel enemigo.
– ¿Lo conoce?
– Es ese. Lucha como león.
– ¿Por qué?
– Por la patria. Mire, va arriba. Nosotros lo seguimos.
– ¿Es aquel?
– ¡Ese es! Y tú, ¿de dónde eres?
– De Santiago de Chuco.
– ¿También de ahí es él? Son bravos los chucos, ¿no?
23. Y
me habla
El combate se ha iniciado a las seis de la mañana. Ya son las doce del día y por fin hemos escalado el cerro y estamos en la cima.
Las campanas del pueblo desde aquí ya se escuchan tocar a victoria.
Les hemos dado duro. Los hemos vencido. Solo resta rematar la jornada.
Tengo heridas, pera cada una de ellas es para que despierte y no desfallezca. Estamos a treinta metros de los muros incaicos que coronan este cerro. El enemigo ha empezado a huir.
La sangre me ciega. Siento que he caído hacia adelante.
El corazón me oprime. Siento que alguien me llama.
Escucho.
Estoy en el suelo.
Me palpo con las manos que se empapan con mi sangre.
Tengo destrozado el pecho. Alguien se acerca, alguien me auxilia. Y me habla.
Apenas escucho.
24. Uno
al lado del otro
– ¿Manuel? ¡Manuel querido!
– Si. ¿Quién eres soldado?
– ¡Manuel! ¡Manuel querido! ¡Soy María!
– ¿María?
– Sí, María. ¡De Santiago de Chuco!
– ¡Estoy herido!
– Manuel. ¡Te he seguido!
– ¿Quién?
– Soy María, de quien fuiste a despedirte.
– ¿María? ¡Ah, María! ¿Eres tú?
– ¡Sí!
– María. Hubiera querido hablarte tanto, hubiera querido escucharte tanto. ¿Cómo has venido? ¿Por qué estás aquí?
– He venido por seguirte. Por ti. ¡Por ti, amor mío!
– María. Te amo. Te amo hasta el infinito. No viviremos juntos pero estaremos uno al lado del otro, acompañándonos.
– ¡Amor, sí!
25. Caballos
que se acercan
– ¡Amor!
– No tendremos hijos, pero estaremos en todos los niños del mundo.
– ¡Sí, amor!
– ¡María!
– ¡Mira Manuel, cómo es la guerra! Es pasajera, en cambio nuestro amor es eterno.
– He luchado por ti, María. ¿Lo sabes?
– Sí, lo sé, amor mío.
– ¿Qué pasa? ¿No hay disparos de los nuestros?
– No. Ya no hay municiones.
– Manuel, te he seguido. Y mira este altar donde tú y yo estamos, donde me uno a ti para siempre. Consagrados el uno al otro. Ahora con tus manos en mis manos. Y tu cabeza en mi regazo. Mío para siempre...
Traquetean las balas. Traquetean, Y hay tropeles de caballos.
Hay tropeles de caballos que se acercan.
NOTA
ACLARATORIA
La historia narrada, que tiene como referencia a Manuel Ramos Vásquez, enrolado como clase en el Batallón Libres de Santiago de Chuco, y que en la gesta de Huamachuco adquirió el grado de teniente, tiene documentación histórica, que figura en un envío anterior y que fue recogida en diversos archivos de internet.
Murió a treinta metros de las trincheras del ejército invasor, habiendo ascendido, palmo a palmo, hasta coronar la cumbre del cerro Sazón donde se había atrincherado el enemigo.
La tradición oral en Santiago de Chuco, mi pueblo, guarda el nombre de María como la niña que lo siguió.
¡Qué destino el de estos adolescentes que suspendieron sus sueños para asumir responsabilidades en los campos de batalla.
Nacidos en un pueblo que ha contribuido con contingentes de hombres a todas las guerras, en donde se han defendido ideales nobles y sublimes.
Como también lo fueron en la Guerra de Independencia. ¡Y, después, en la infausta Guerra del Pacífico!
Texto que puede ser reproducido
citando autor y fuente
Teléfonos: 420-3343 y 420-3860
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