viernes, 10 de febrero de 2012

POR LA MADRE (HISTORIAS DE INGENIEROS) - ESCRIBE FRANSILES GALLARDO (MAGDALENA, CAJAMARCA)



POR LA MADRE

Fransiles Gallardo

El rastrillar de una metralleta en mis riñones y el frío metálico del cañón de una pistola en la frente, me enmudecen.

-¡Es un terruco, mi alférez!- dice a mis espaldas una voz gruesa, que huele a cañazo.

Es una noche sin luna.

Solo hace media hora el viejo motor a petróleo, que da energía eléctrica a La Magdalena; ha apagado las bombillas de 100 watts, que cuelgan de los enmohecidos postes de eucalipto, plantados en las esquinas de las calles recién cementadas.

Está muy oscuro.

Los potentes reflectores y la circulina de la camioneta doble cabina de la policía nacional, iluminan de rojo y azul las casas y el asfalto de la carretera.

-¡Caíste terruco, cochetumadre!- es la voz, del que supongo es el jefe del grupo.

Lo miro y trastabilla de lo borracho que está.

Estoy paralizado. Intento decir algo; pero un culatazo en la espalda, me hace perder el equilibrio y un rodillazo en el pecho, me hace exhalar el poco aire acumulado en mis pulmones.

-¡Apaga la luz, carajo; que no quiero sapos!- es la orden de la misma voz.

Levanto la mirada, como pidiendo ayuda, y en el claro cielo azul pueblerino; solo las estrellas resplandecen y se cuentan por millones.

“Y si les escapa una bala”- pienso aterrorizado –“venirme de tan lejos, para morir asesinado y en mi propio pueblo, carajo”.

Cosas de la vida que yo no entiendo.

En la madrugada del sábado “bien contentado”, he bajado con mi mochila verde en la esquina del restaurante playa azul “donde estos jijunas acaban de apresarme” me lleno los pulmones con el refrescante aire de antaño y el corazón alegre zapatea “como caja y flauta de indio carnavalero” dentro de mi pecho “encementaron la quebrada” bajo las gradas del jirón Olaya rumbo a mi casa del jirón Lima.

- Que milagro hijo, cuanto has cambiado cholo- nos dicen de bienvenida.

He regresado después de diecisiete años “a echarles una mirada a los ancianos, que mayores están ya”, me fui después de graduarme de ingeniero civil en la universidad de Cajamarca “no digamos que chanconazo que he sido; pero ganas era lo que más me sobraba y das das alistando mis cacharpas me fui a futurear en Lima detrás de una buena mujer; con la que me casé y ahora tenemos cuatro hijos menores”, y ganándome los frijoles he recorrido casi todo el país “porque chamba es chamba y donde hay una obra rapidito nomás, decimos presente es la vida del ingeniero que haremos, pues”.

Es la víspera del día de la madre de mil novecientos noventa y Sendero Luminoso está aterrorizando el país “ni en Ayacucho me ha sucedido esto, carajo”, Cajamarca es de alta peligrosidad “en Chota pue, se formaron las rondas campesinas, paisano”.

-Igual que antes, cholito; en la nochecita, tu colegio hará una velada por el día de la madre- me comenta emocionada mi mamita Luz.

- Claro pue mamita, cuantas veces he cantado y declamado, se acuerdan?- arrastrando sus setenticuatro años “aquí pue hijito, con los achaques de la vejez”.

Con el viejo Artidoro nos tomamos la primera media de cañazo “por tu llegada, nomás hijo” y otra más “para cortar la mañana, con su salcita y su limón” mientras mi mamita Luz afanada en encender su fogón de tres tulpas coloca en una ollita de barro tres huevos de gallina de corral “de su gallinita más ponedora”.

-No tomen tanto ni te emborraches mucho, hijito; que los tiempos por este sitio, han cambiado bastante- nos advierte mi mamita Luz, “que será pues” murmuro yo.

Hemos tomado aguardiente los dos solitos hasta el mediodía “de puro contentos hasta hemos elevado las voces” mientras me cuentan “si dos con el alma se amaron en vida” las cosas sucedidas en mi ausencia “uno a uno tus hermanos se casaron y se fueron, solitos nomás nos quedamos, como gentiles” mientras les cuento mis andares “siempre fuiste pata de perro, cholo andariego” dice, queriendo lagrimear mi mamita Luz “son diecisiete años, como para emborracharse de lo lindo ¿no viejito?”.

Es un poco más de las diez de la noche y ha terminado la velada “literario musical y actoral por el día de las madres” según comenta el maestro Pedro Sagástegui con sus patillas canosas y su vozarrón que no necesita parlante.

Gente conocida y desconocida se arremolina en la puerta de salida “buenas noches señor” nos dicen algunas voces “nos meteremos unos aguardientes, por tu llegada primo” le palmeo el hombro al flaco Aladino Alva “o porque eres ingeniero, ya no tomas con los pobres” reconozco la voz de Lucho Salas y el perfil de Pepe Gálvez “no hablen zonceras” los miro en la oscuridad “quiero darle serenata a mi mamita Luz por el día de la madre” se que la idea los entusiasma “ya hablé con los guitarristas que actuaron en la velada” a mi me emociona y sonrío “en una hora nos encontramos en el puente de la esquina de mi casa” nos abrazamos.

- “Allí nos emborracharemos hasta que los gallos canten y las gallinas duerman- les prometo.

En la plaza de armas el friecillo de la medianoche invade “un tufo cañacero” llega hasta mí “linda la noche, igual que antes” nostálgico, subo el cierre de mi casaca “voy a caminar mi pueblo de noche” sin luna, sin luz, sólo con el resplandor que dan las estrellas en el firmamento “a ver si reconozco a la gente, como antes” en la penumbra.

Doblo por la carretera nueva y en algunas casas hay barullos de fiesta “están de jarana en la casa de mi sobrino Nimio” mis pasos suenan en el desgastado asfalto “hasta los grillos siguen cantando igual” un ómnibus pasa raudo rumbo a la costa “que será de los chinos Estrellas” murmuro.

Estoy solo en la esquina del playa azul.

Delante, el perfil triangular del Trinchera; a mi espalda la forma ovoide del Carbunco; a un costado la escuela donde estudié la primaria y por el otro, el restaurante de los Araujo.

Unos faros y una circulina, se acercan.

Las manos a la cabeza, mierda!- gritan varias voces a la vez.

Han saltado de la camioneta y me han rodeado.

Súbanlo, carajo!- dice otra voz.

Me han tirado sobre el piso de la camioneta. La bota de un borceguí aplasta mi cara y el cañón de un fusil presiona mis costillas. No entiendo que está pasando y no me han dado tiempo ni de gritar.

-Después de esto vamos a seguir a chupando- dice, el que parece dirigir el grupo- esto hay que celebrar.

-Que tal si traemos a las hembritas pampinas, alférez- comenta otra voz- están buenazas.

Y las vamos entrenando para que sean madres, mi alférez! - dice una tercera.

La camioneta ha parado bruscamente, sobre el puente del río Chilango.

.....-¡Con quienes más has venido, terruco conchetumadre!- reconozco la voz del alférez, que en el asiento del copiloto rastrilla su arma de reglamento.

-Me han confundido- digo con temor en la voz -no saben quien soy- asustado y desesperado “borrachos como están, se les vaya el dedo” presionen los gatillos y se les escapen unas balas “y adiós, pampa mía”.

-¡Me cago sobre quien seas!- el ruido de un escupitajo en mi pantalón- ¡has venido a matarnos, a volar el puesto seguramente, la municipalidad, o qué!- el cañón de un fusil escarba mis costillas- ¡habla hijo de la gran puta o aquí nomás te vuelo los sesos y te tiro al río, como un perro rabioso!.

Quiero decir algo; pero la voz, se me atraca en la garganta.

-Llévemelo al puesto, mi alférez- dice la voz, que presiona mis piernas con sus borceguíes- no sólo va a hablar, va a cantar y bailar como puta arrecha- carcajeándose.

Me bajan a rastras de la camioneta. Me cogen del cuello con una mano y de mi cinturón con la otra. A empujones me llevan a la prevención, alumbrada por una lámpara de querosene, con un tubo de vidrio negro de hollín; donde un policía somnoliento y oliendo a cañazo, nos recibe.

-¡Regístrenlo!- grita el alférez Huamanchumo; cogiéndose a dos manos

del respaldar de una banca de madera, para no caerse.

Rasgando los bolsillos de mi pantalón, manos presurosas sacan una billetera con mis documentos, mi agenda electrónica con teléfonos personales y de trabajo; el sencillero con talismanes de la buena suerte, mi viejo reloj casio que me acompaña en todos mis trajines, un pañuelo granate y varios papeles, del bolsillo posterior de mi pantalón.

Abren mi billetera de cuero y varios billetes de distintas denominaciones, salen a su vista.

-Justo, lo que necesitamos Rodríguez para la que le pongas gasolina a la camioneta y te traigas a las hembritas esas -dice el alférez Huamanchumo- y tú Pomba anda tráete un par de cajitas de cerveza para continuar la jarana- aplaudiendo para que se apuren- y tú, terruco de mierda, no vas a molestarte porque tomamos tu plata no? total; es una pequeña contribución para la esforzada policía nacional del Perú- carcajeándose

-¡Alférez, alférez! –dice alarmado el policía que acaba de sacarse el negro pasamontañas de su cabeza- ¡Este es un terrucazo de la gran puta!, mi alférez- alborozado –mire: ¡ un pasaje de Ayacucho a Lima!.

Un sorpresivo gancho al estómago, me hace caer sobre el cemento y un puntapié en los riñones, me hace levantar.

-¡Que más hay, busca que más hay!- ordena

Te jodiste, tuco de mierda!- escucho maldecir –, ya sabía yo, tienes una pintaza de terruco de la gran puta: casaca de cuero, forastero, lentes oscuros, pañuelo rojo y vienes de Ayacucho; ¡yo soy un genio! ¿o no Chafloque? y tú, comunista de mierda ¡te cagaste!.

Entre mis documentos, están mi libreta electoral con el sticker de las últimas elecciones, mis tarjetas de presentación de la empresa de la cual soy Gerente de Obras, mi carnet del Colegio de Ingenieros.

Sorpresivamente se quedan espantados “no puede ser” la tarjeta tiembla entre sus manos “parece firme alférez” la acercan aún más, a la amarillenta luz de la lámpara manchada de humo.

- “Nos puede joder” murmuran entre ellos.

Es la tarjeta personal del General Rosinaldo Casillas, jefe del batallón de ingeniería del ejército, con quienes estamos trabajando en la ampliación de la carretera Pampa Cangallo a Vilcashuamán en Ayacucho.

Me han soltado.

Requisaron mis pertenencias “es una contribución a la esforzada policía nacional” rompieron mi libreta electoral “usted sabe , no queremos rastros” no pudieron despedazar mi carnet de ingeniero “es el día de la madre” por la dura mica de protección “y hay que celebrarlo, no le parece, ingeniero”.

Las chicas y las chelas han llegado. El bullicio de la jarana y las risotadas, se escuchan hasta el puente del Chilango.

- En menos de una hora pudo haber cambiado toda mi vida- estoy anonadado, vejado y humillado “por unos estúpidos cachacos borrachos de la policía nacional de mi patria.

Es media noche.

A lo lejos; el rasgueo de unas guitarras destempladas y voces aguardientosas entonan “pero ten presente que hoy te felicitan, tu hijo desde Lima, con todito el corazón”, como serenata para mi mamita Luz.

- Pensar que en mi propio pueblo pudieron haberme matado, carajo-.

Descorazonado y abatido, me pongo a llorar.

COMENTARIO:

Fransiles Gallardo es Ingeniero Civil y por ende constructor y no destructor y en su libro “Entre Dos Fuegos”, atestigua la terrible verdad de estas matanzas colectivas en nuestra herida patria, el Perú.

Su prosa, muy próxima a la oralidad; es un testimonio veraz de lo vivido en la época terrible y luctuosa de los años ochenta y noventa.

Nos cuenta sucesos estremecedores, que conmueven.

Para ello, suelta el lenguaje; como quien suelta una jauría; sin importarle mayormente, si sus frases o palabras puedan; para muchos lectores, ser consideradas procaces.

Pero; ¿De qué otro modo puede contarse como es el infierno?.

¿Y el infierno en esta tierra, en este país y con los demonios que habitan o habitamos el?.

Fransiles Gallardo construye un universo verbal que toca la sensibilidad de los lectores; pero a su vez, es también, un testimonio que se acrecienta en nuestras conciencias.

La guerra infernal que despertó el terror en nuestra patria, ha dejado surcos profundos; que quien sabe, cuanto tiempo tardarán en cicatrizar.

Fransiles Gallardo sabe muy bien como Ingeniero, lo difícil y duro que es construir: Un puente, una casa o un camino …. Y lo fácil, que resulta destruirlos.

Entonces; por todo ello, Fransiles Gallardo tiene autoridad moral para contarnos; lo que en este libro, él nos cuenta.

Educar a un pueblo es tarea de decenios o de siglos talvez; pero corromperlo, es cuestión de horas, talvez de minutos.

Saludemos pues a Fransiles Gallardo por su libro “Entre Dos Fuegos Historias de Ingenieros”, documento estético y a la vez histórico; que estoy seguro despertará muchas inquietudes en todos los niveles y así, como le ganará amigos; quien sabe también, podrá ganarle impensados enemigos.

Como lector y escritor, me atrevo a afirmar que leer “Entre Dos Fuegos Historias de Ingenieros”, más que un pasatiempo: es una obligación para quienes queremos conocer, más de cerca el corazón de nuestro pueblo.

Jorge Díaz Herrera.

Prestigioso escritor, profesor universitario y conferencista.

Doctor Honoris Causa de varias universidades del Perú y el extranjero.

Premio Nacional de Fomento a la Cultura José María Eguren.

Jurado del Premio Casa de las Américas.

Su obra es considerada una de las más altas expresiones de la Literatura Latinoamericana.


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Jorge Díaz Herrera, Bethoven Medina, Ricardo Virhuez y Fransiles Gallardo


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