domingo, 27 de noviembre de 2011

27 DE NOVIEMBRE: DÍA DEL TAITA CÁCERES, BATALLA DE TARAPACÁ - PLAN LECTOR: UN GUERRERO MÍTICO - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA

Construcción y forja de la utopía andina


2011, AÑO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

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NOVIEMBRE

MES DE LA GESTA DE TÚPAC AMARU; LOS DERECHOS DEL NIÑO;


VIDA Y EJEMPLO DE J.M. ARGUEDAS Y MANUEL SCORZA




CONFERENCIAS Y SIMPOSIOS SOBRE CULTURA ANDINA

AULA CAPULÍ:

Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República


Planta de capulí, florece a la entrada del Aula Capulí


CALENDARIO
DE EFEMÉRIDES

27 DE NOVIEMBRE

BATALLA DE TARAPACÁ

DÍA DEL TAITA CÁCERES




PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA

UN GUERRERO MÍTICO


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Por Danilo Sánchez Lihón

1. ¡Salta Lucero!

– ¡Salta Lucero!

Fue el grito que el taita Andrés Avelino Cáceres dio con su voz rijosa asordinada y con todas las fuerzas de sus pulmones que ese día habían resoplado como fuelles.

El caballo levantó la corcova como un resorte, que el jinete esperó empinado sobre los estribos. Se lanzó al vacío y después de segundos interminables suspendido en el aire el corcel puso las patas traseras apenas unos centímetros del filo del abismo ya casi para caer dentro del barranco.

Casi resbalan hacia el abismo.

Pero más pudo el jinete que lo impulsó hacia arriba y adelante. Y pudieron salir la cuesta antes que hagan blanco los disparos de fusil que empezaron a hacerle desde el altozano la soldadesca enemiga.

Lucero había saltado una fosa de nueve metros de ancho con Cáceres herido, después de haber participado luchando cuerpo a cuerpo en el campo de batalla de Huamachuco.

En esta como en otra circunstancia era la convicción de realizar imposibles la que se imponía Cáceres.


2. El destino suele cruzar los dedos

Era el aliento que agregaba a lo que cada uno podía hacer, incluso al caballo que montaba en ese atardecer supremo, que convertir lo adverso en glorioso.

Aquella fosa fue la valla que el pelotón de chilenos que lo perseguían para ultimarlo ya no pudo cruzar.

Por eso, “¡Salta Lucero!” es la frase que debemos hacerla símbolo y emblema en la juventud actual.

Y esto significa que hay que vencer retos, superar todas las dificultades, hacer frente a los momentos aciagos e infaustos.

Aún más, aquellos que estuvieron en el límite de que se convirtieran en gloria, como fue el caso de la batalla de Huamachuco.

Cáceres es en esta y en todas las ocasiones un guerrero mítico.

Y si no murió en el campo de batalla fue por algo inexplicable. Porque siempre se arrojó a lo más arduo, reñido y voraz de la contienda.

No murió por esos avatares en que el destino suele cruzar los dedos, porque él estuvo y asumió cada confrontación de frente y con el pecho abierto.


3. Una apoteosis de gloria

Esa era su estirpe. Y esto él supo poner de manifiesto desde muy joven, casi desde la adolescencia.

Era apenas un mozalbete de 15 años cuando dejó el colegio y se enroló en el ejército y esto ocurrió cuando Ramón Castilla visitó Huamanga.

En el sitio de Arequipa contra Vivanco a fin de librarlo de la muerte el jefe de su ejército tuvo que tocar diana de retirada, pues se había lanzado muy adentro del combate con sable desenvainado, en el lugar denominado “Siete Chombas”.

Allí fue herido en el ojo. Su comandante le dijo después estas palabras de enojo: “¡Joven!, sea usted prudente y primero mire el lugar donde se mete”.

En la Guerra del Pacífico la participación de Cáceres siempre fue heroica, desde las batallas de Pisagua, San Francisco, Tarapacá, Alto de la Alianza, San Juan, Miraflores, Pucará, Marcavalle, Concepción. ¡Y tantas otras más!

Hasta Huamachuco, el 10 de julio del año 1883, que fue en palabras del historiador Luis Alayza Paz Soldán: “una hecatombe de dolor y una apoteosis de gloria”.


4. Las balas rozaban su frente

Veinte años antes de la confrontación con Chile, en la sublevación de Vivanco en Arequipa, en 1858, avanzó por los techos y entre los cadáveres de sus propios compañeros izó la bandera del Perú en el conventillo de San Pedro.

Incontables veces murió el caballo en él cual cabalgaba, alcanzado por las balas, el más célebre entre ellos fue el llamado “Elegante”, que lo acompañó el mayor tiempo en la Campaña de la Breña.

Las balas rozaban su frente.

Sin embargo siempre salió ileso pese a estar en lo más peligroso y reñido del fragor de la batalla.

En Tarapacá tuvo que desensillar una mula capturada, que tenía la montura para un solo lado.

Al parecer era de una cantinera chilena. Así reemplazó su caballo que momentos antes había sucumbido fulminado por las balas.

Todos morían a su alrededor. Caían sus propios soldados y oficiales. Y él seguía avanzando intacto.


5. Ser invulnerable

Nadie se explicaba cómo es que no caía muerto. Y daba órdenes de inmediato. E implementaba una nueva estrategia en el momento oportuno.

Roque Sáenz Peña dijo de la batalla de Tarapacá: “El desconcierto fue tal, que a no ser por el general Cáceres todos hubiéramos perecido; a él le debemos la vida”.

En la batalla de Miraflores luchó con denuedo. y estuvo a punto de ser muerto si no hubiera sido por la intervención del capitán de fragata Leandro Mariátegui quien arrastró un cañón con el que hizo fuego rescatándolo, pero una bala le había destrozado ya el fémur derecho.

Fue auxiliado en una ambulancia de la Cruz Roja por el Dr. Belisario Sosa, luego traído a Lima y escondido en el convento de San Pedro por los jesuitas en la celda del prior superior que cedió su lecho a fin de ocultarlo.

A partir de entonces surgió el mito de ser invulnerable. Como aquellos guerreros míticos que por ser hijos de dioses son sumergidos de niños en las aguas sagradas de algún lago o río. En este caso de alguna laguna helada de nuestra serranía.


6. De nido y flor

Estuvo presente desde el inicio hasta el final de la guerra del Pacífico.

En él se decantaron todas las amarguras y se acrisolaron todos los triunfos.

Todas las derrotas y fracasos en él se hicieron pena, como también encarnó todas las ilusiones y esperanzas de la gente.

La guerra para él no fue el arrebato o el entusiasmo de una batalla. Fue el sacrificio de toda una vida.

De valor y coraje renovados cada día, de anhelos no menos obstinados, hechos que él lo encarna con valor supremo.

En Tarapacá cargó por el arenal a su hermano herido, quien luego murió entre sus brazos antes del fin de la batalla. Y él prosiguió luchando.

El resultado fue un triunfo arrasador y contundente, pero para él también de lacerada y honda tristeza.

Porque: ¿cómo es que ganas una contienda que has dirigido y tienes clavado en el alma el puñal del hermano más entrañable y próximo, irremediablemente perdido?


7. Resistencia cultural

Ello lo perfila como un hombre cordillera, red de puentes y caminos, torrente de nuestros ríos que desembocan en el mar.

Pero también quien tiene de nido y de flor, de abrazo que tiende un techo y nos cubre de cobija. La de un padre hecho de ternura y dolor que estremece, e igual de abrojo y de abismos como fortalezas.

Dispuesto a dormir a cielo abierto, a la intemperie, sobre las cañadas y los barrancos y a bordonear la guitarra entonando huaynos, mulizas y yaravíes.

Su ejército es –¡porque sigue siéndolo!– de indios cubiertos de harapos y calzando a lo más ojotas, por lo general descalzos: ¡Es la heroica mancha indígena!

No es que no sabían castellano, sino que no sabían ni siquiera los esquemas de la cultura occidental, por resistencia cultural a lo que ellos consideran oprobioso.

Tanto es así que Cáceres les enseña a marchar poniendo a la izquierda queso y a la derecha cancha. “¡Queso!”, grita y tienen que girar a la derecha. “¡Cancha!” y tienen que girar a la izquierda.


8. Esa moral daba fuerzas

Es este el contingente de runas de asombro, de estupor y de pasmo. No son soldados entrenados.

Son gente del campo, casi indigentes por siglos de opresión y miseria a cargo de hacendados y gamonales, pero igual de funcionarios venales y pérfidos.

Solo albergando un sueño podían dejar sus surcos y el ondular de sus espigas. ¿Cuál era esa flor extasiada de su alma? Defender lo que es moral, que solo culturas señeras dan ello como ejemplo.

Por eso se peleaba, porque al enemigo vesánico le animaba la codicia, el vandalismo y el estupro.

Y aunque no se ganara había razones ineludibles y sacrosantas para no desmayar

Porque había que defender lo humano herido, aquello que la vida nos exige y nos impone defender; también nuestra heredad a nuestra gente.

Esa moral daba fuerzas para pasar días sin probar bocado, soportar el frío gélido que se cuela por los andrajos, como evocar nostálgicos al ser amado.


9. Estar alertas

Y había gente en esta contienda que lo dejaba todo. Y se encontraba asimismo.

Porque esta era una guerra en que salía a pelear el honor ofendido.

Encontrábamos de este modo nuestra razón de ser. Ese sacrificio es ejemplo.

Encontrábamos nuestra identidad con todo lo que hay de prueba y desafío por la pertenencia a un país diamante como es el Perú.

Ante lo cual había que sacrificar bienes, placeres y hasta a la familia.

Porque fue una guerra de voluntarios alistados por sí mismos, sin enrolamiento. El voluntario nadie lo obliga. Lo hace porque quiere.

Porque el dilema de ser o de no ser está, en este caso, en ser hombres o ser bestias.

De nuestra parte estuvo el ser hombres. Del lado contrario –y esto les consta a ellos mismos– el ser bestias.

¡Solo que ahora estar alertas, preparados y en pie de guerra!


10. ¡Taita he cumplido!

Cáceres conoce y confía que el honor y el empuje guerrero radican en la clase humilde. En eso nunca se equivocó. Era, para su tropa, “El taita”. Esto es: el padre. Bajo él sentían que podían morir.

Un soldado a sus pies, atravesado de balas en el campo de batalla en Huamachuco alcanzó a decirle: “¡Taita, he cumplido!”. Y expiró.

Con él era un deber sagrado luchar. Estaba justificado por ello abandonarlo todo. Dejar huérfanos, madre anciana y mujer joven. Estaba justificado el más absoluto sacrificio. Esta era una guerra santa. Se defendía una razón moral inquebrantable, digna de la especie humana.

Estaba justificado abolir todo cálculo, hacerse a los abismos. Hacerse a la muerte y penetrar a lo más intrincado de las sombras.

Y en esto Cáceres es un personaje que inspira, que se erige como un baluarte, una figura inhiesta, imponente y encarnando todas las virtudes de un guerrero legendario. Un caudillo a quien la gente sigue confiando en él ciegamente.

Es como los nevados incólumes, loa apus tutelares que protegen a los pueblos, los picachos orlados de fulgores supremos que se erigen sobre una cadena de montañas, con campos sembrados, plenos de espigas como de fragosidades de miedo.


11. ¡Honor a Cáceres!

Siempre tomó la iniciativa en el combate. Siempre sus ataques tuvieron el factor sorpresa. De allí el apelativo que le dieron los propios chilenos: “El brujo de los andes”.

Pero fue ese arrebato lo que nos venció en Huamachuco, según el parte de guerra de Alejandro Gorostiaga, comandante del ejército contrario.

Fue la fogosidad, la pasión y el atolondramiento de ganar a como de lugar aquella batalla decisiva. Fue aquello que nos venció según lo dejó escrito quien sabía de estos menesteres.

¡Honor para Cáceres! ¡Orgullo incluso que así fuera!

Eso no quita que se haya consagrado como un gran estratega. Triunfó en todas las batallas que dirigió antes de Huamachuco, que también la teníamos ya vencida.

Si así fue, la pregunta que surge es: ¿por qué entonces perdimos la guerra? La respuesta es sencilla: ni por la inteligencia ni por el valor de los otros, sino por la impresionante maquinaria de guerra enemiga y porque no tenían escrúpulos, ni valores mínimos propios de seres humanos y eran brutales.


12. Cruzaron descalzos

Porque la potencia combativa de Cáceres frente a los ejércitos chilenos, a los cuales enfrentaba, era de veinte a uno. Y este fue el factor decisivo en la batalla de Huamachuco.

Este ejército sin provisiones, vestuario ni armas es sin embargo por su temple, su arrojo y su bravura el ejército de la dignidad para cualquier pueblo del mundo que se precie de tenerlo; de valentía sin par, de ideales y utopías sin límites.

¡Y eso mismo debemos ser todos nosotros ahora y siempre!

Realizaron proezas de fábula. Vencieron caminos abruptos y empinados, gargantas estrechas cubiertas de nieve, con precipicios de vértigo.

Con frecuencia tuvieron que trepar inmensas escaleras de hielo. Cruzaron descalzos y con vestidos hechos jirones la Cordillera Blanca subiendo por las lagunas de Llanganuco.

El camino es de piedras filudas, rojizas y escarchadas de cellisca.

Debían avanzar cerrando el camino para obstaculizar el paso de algún batallón enemigo que rondaba la zona y podía sorprenderlos.


13. Sin rabia, sin rencor, tranquilos

Se tuvo que escalar pendientes con agua helada a más de cinco mil quinientos metros de altura, en noches inclementes para arribar lo más pronto que se pudiera al callejón de Conchucos.

En este trance murieron 600 hombres enfebrecidos buscando a la tropa de Gorostiaga a quien lo encontraron en Huamachuco.

Este es un paso de desfiladeros de vértigo, de ríos encajonados, de barrancos pavorosos.

Todo fue adverso: la epidemia, los huaycos y las inundaciones. El 18 de febrero de 1882 en el cerro de Julcamarca una tempestad sepultó a 412 hombres de la tropa, reduciendo a menos de la mitad a los integrantes de un batallón.

Subir la cordillera blanca sobre las aguas de la laguna de Llanganuco costó 600 vidas, caminando sobre hielo o piedra cortante y helada; e ir tapando el camino.

¿Sabemos lo que ello significa para quien comanda?

Pero todo eso nos hace ahora seguros de los que somos: sin rabia, sin rencor, tranquilos.


14. Somos Cáceres

Todos ahora somos Cáceres, integrantes de un ejército de gloria. Sin complejos de inferioridad, sin sentimiento de culpa, convencidos de un hecho: de que moralmente ganamos aquella guerra.

Y, porque si quieren robarnos es gracias a que somos ricos y tenemos tesoros.

Que podemos afrontar las circunstancias e inclusive las calamidades, dar ejemplos de valor, de sacrificio y heroísmo sin par. ¡Ese es el legado que tenemos!

Esa es nuestra sangre, todo ello ya está en nuestros genes, nervios, corazones. Está probado que eso somos. Y esta es la conclusión genuina:

Está en nuestra corriente sanguínea esta proeza. ¡Somos eso! Pensar diferente es confundirnos. Cáceres ha de surgir de nosotros mismos cuando queramos. Está en nuestras venas aquel ser aguerrido, visionario e inquebrantable.

Está en nuestro ancestro y se ratificó con Cáceres: que somos dignidad pura: ¡ése es el resultado lógico de esta historia!

Que somos pura ternura, unidos con el desposeído. Y no es que fuimos grandes, sino: ¡que somos!


15. Esta tierra es sagrada

Reivindiquemos el valor, el coraje, como también la indignación y la rabia de los ofendidos.

Somos también amor fino, amor de mandolina; del bordoneo de una guitarra con la desolación en el alma.

Con él y por él tenemos el ejemplo sublime de cómo se defiende la heredad y el patrimonio.

Con él y por él sumamos entonces a la inmolación de los peruanos de Antofagasta, de Arica, de la Defensa de Lima, ¡la gesta de la Campaña de la Breña!

Para que desde entonces se haga más evidente que el ser peruano es sinónimo de honor, de ejemplo titánico, de gloria imperecedera.

La “Campaña de la breña” de Andrés Avelino Cáceres nos demostró para siempre a nosotros mismos, ¡qué es lo que verdaderamente somos, tenemos y valemos! Nos demostró que somos nobles, sublimes e indoblegables.

Que estamos dispuestos a defender la sagrada heredad con nuestra vida y con nuestra muerte.


16. Lo que importa es la estela

Que esta tierra es sagrada y se la respeta. ¡Podrás vivir en ella, pero no mancillarla! Es sagrada porque miles y miles dieron la vida en defenderla.

Y eso ya jamás se olvida. ¡Y menos se negocia! Cáceres y sus valientes son seres que valen para siempre, eternamente.

Pudieron perder una batalla y hasta la guerra pero no la diadema que orla su frente. Ni tampoco el alto designio que llevan para forjar su destino con gloria, y ser estrellas en el firmamento. ¡Nuestro valor así se hizo inextinguible.

No ganaron militarmente pero lo que importa es el sentido y la estela que nos dejaron. Pudieron tener errores, pero lo cierto es que nos sirven como ejemplo y referencias inacabables.

Pudieron sucumbir ante leves tentaciones, lo cierto es que sobresalen sus virtudes, sus sacrificios, sus grandes desvelos y consagraciones.

¡Y qué cerca estuvimos del triunfo! Eso lo sabemos. Entonces solo nos queda pensar que, además de algunos lamentables errores, los naipes los teníamos cruzados y los dados vueltos al revés.


Epílogo

Cáceres es el guerrero insigne. No le arredran los abismos, los barrancos, las soledades. ¡Ni lo incierto de la hora, ni las sombras!

Todo lo supera con pundonor y coraje. También las noches del alma. Cáceres no desfallece. Hace de tripas corazón.

Asume lo aciago y lo adverso. Sostiene lo desgraciado y hace de ello un canto heroico e himno de victoria; no por los resultados alcanzados sino por todo lo que en la brega consigue a poner en juego.

De él es la emoción, la tragedia, la victoria; pero sobresale la pasión entrañable a la tierra que lo vio nacer.

De él es el amor y es el quebranto. De él el canto puro del huayno, de la teja extasiada y de la ojota que persevera.

Por el valor y el coraje puesto en cada acto, y por lo mucho que hemos amado, el destino le debe al Perú mil victorias.

¡Loor eterno a quienes como él estarán presentes en cada triunfo que hemos de ganar para nuestro pueblo!


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