martes, 13 de septiembre de 2011

HOMENAJE A MANUEL JESÚS ORBEGOZO - "ORBEGOZO, UN FUERA DE SERIE": ENTREVISTA A HERNÁN VELARDE - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA

Construcción y forja de la utopía andina


AÑO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

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José María Arguedas - Imagen: Nalo A.B


SEPTIEMBRE:

MES DE LA PRIMAVERA, DE LOS DERECHOS CÍVICOS

DE LA MUJER, EL NIÑO Y LA FAMILIA


SÁBADOS 7 PM. AULA CAPULÍ:

Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 3 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República

CONFERENCIAS Y SIMPOSIOS SOBRE CULTURA ANDINA


PRÓXIMAS ACTIVIDAD:

SÁBADO 17 DE SEPTIEMBRE

Programa:

CONFERENCIA: “EL CÓNDOR PASA: ORIGEN Y UNIVERSALIZACIÓN”, DE OSCAR RAMÍREZ TRUJILLO

DECLAMACIÓN DE POEMAS DE CÉSAR VALLEJO: FREDERIC SOTOMAYOR CARRANZA

RECONOCIMIENTOS: AÚREO SOTELO HUERTA Y LIDIA VÁSQUEZ RUIZ

Ingreso libre.

Se agradece su gentil asistencia


SENSIBLE DECESO DE MANUEL JESÚS ORBEGOZO



"ORBEGOZO, UN FUERA DE SERIE":

ENTREVISTA A HERNÁN VELARDE




Por Danilo Sánchez Lihón

Esta entrevista, que versa sobre Manuel Jesús Orbegozo, fue realizada semanas antes del deceso de Hernán Velarde, en enero del año 2005. Sirva como homenaje a Manuel Jesús, el otro gran reportero y escritor, cuyos restos hoy día se velan en la Unidad de Postgrado de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

1. Dominaba el miedo

Yo soy como esos presos a quienes tienes que darle un golpe para que hablen y luego tienes que darle veinte para que se callen.

Y lo primero que quisiera decir es que en el periodismo hay que educar y hacer magisterio. Y aquí en el Perú lo han realizado personas como Manuel Jesús Orbegozo, que hicieron posible que el periodismo se convierta en una hoja histórica que ya no se puede arrojar a la basura ni envolver con ella pescado después de leerla.

Porque no olvida ni perdone nada, porque hace un recuento de lo trascendente a partir de lo trivial, porque ha logrado que los soberbios, orgullosos y encumbrados inclinen la cabeza que siempre la han tenido altiva, incrustada sobre sus hombros petulantes, dejando caer a partir de ella desprecio y desdén por lo mejor del país, incluso sus intelectuales.

Antes, un periodista hasta se arrodillaba delante de un poderoso, al cual se dedicaban loas y genuflexiones.

Antes dominaba el miedo y hasta el terror ante quienes manejaban el Perú como si fuera su hacienda o su chacra. Cabezas que siempre estaban arriba y que había que torcerlas para abajo.


2. Me dijo

A partir de algunos colegas el reportaje empezó a tener más el carácter de un desafío, de un duelo, de un combate a muerte y cuerpo a cuerpo; y el balance completo de lo que era un hombre.

Yo admiro por eso profundamente a Orbegozo, es el mejor periodista que alguna vez haya nacido en estas latitudes. Yo vine del Cuzco a imitarlo a él, no sé si habré llegado a acercarme en algo de su savia, el hecho es que trabajé a su lado y obtuve algunos buenos resultados.

Es un poderoso creador, un escritor brillante. Y tengo la absoluta convicción que ante él hasta Hemingway es diminuto, casi un enano; porque Orbegozo alcanza profundidad, porque sabe informar, es emotivo, culto, conmueve; y hasta conmociona manejando todas las metáforas. Es un fuera de serie. A mí me ayudó mucho.

Es que yo llegué hasta él sin saberlo. Y fue así: arribé a Lima un domingo 10 de abril de 1957. Y es que con Alfonsina Barrionuevo habíamos llegado al acuerdo de fugarnos del Cuzco, conviniendo en que ella se adelantara unas semanas antes.

El tío a cuya casa yo llegué, me dijo:


3. De hecho

– Yo he tardado dos años en conseguir un empleo entrando de amanuense en una tienda que hay en la Plaza San Martín. Yo no sé cómo tú vas a conseguir trabajo ahora que te has venido.

Primero, ese tío tenía un desconocimiento total de que yo había ganado todos los premios literarios en el Cuzco: del Municipio, los Juegos Florales de la Universidad y todo cuanto concurso se presentaba. Ese tío era un poco ignorante, aunque muy buena persona.

Pero empezó a hacerme sentir el peso de la irresponsabilidad de haberme venido y alojado provisionalmente en su casa, en donde seguramente había comida pero exactamente para los que estaban ahí: cuatro hijos, su esposa y no sé qué pariente más.

Desde ese instante me puse un poco afligido. Estuve pensando y cavilando silencioso. De hecho, estaba ilusionado de iniciar una nueva vida al lado de Alfonsina.

Tenía, además, cuatro mil soles, la mitad producto de la venta de un poemario mío que habían hecho mis amigos del Cuzco para apoyarme.


4. Allí me deja

Entonces, ese primer día, después del almuerzo, le digo a mi tío para que me deje en el centro de Lima.

Porque mis primos, ¿sapos, no? ¡Limeños, claro! estaban que me miraban como si yo fuera un marciano, diciendo seguramente:

– ¡Qué hace este cojudo aquí!...

– ¡Querrá quedarse en la casa este sinvergüenza!

O, ¡qué dirían pues!, pero estaban mirándome con los ojos malévolos que tiene el típico limeño–. Yo repetí:

– Tío, ¿por qué no me lleva usted a la Plaza San Martín, que es el único lugar que quisiera conocer?

– ¿Ahora mismo?

– ¡Sí! Allí me deja, ahora que son las tres de la tarde y le ruego recogerme de allí mismo a las seis.

Mi tío me llevó. Pagué el taxi y también pagué al taxista para que lo llevara a mi tío de regreso a su casa.


5. Está bien

Él era buena gente; le había comprado a mi madre, cuando se moría de hambre, junto con nosotros, una máquina de coser Singer.

Y lo hizo cuando él ganaba 10 soles mensuales. Tenía que pagar un sol cada mes por esa máquina que nos mantuvo con vida en mi niñez.

Es que yo he sufrido la más espantosa miseria en mi infancia, más lacerante aún sobrellevarla en Calca, Cuzco, el pueblo donde nací, por ser tan hermoso como una víbora.

Pero habitado por monstruos espirituales como mi abuelo que nunca nos dejó entrar a su huerta donde las frutas se podrían y otra vez brotaban.

Donde he visto cómo flagelaban a una persona hasta matarla, sólo por el delito de atreverse a paliar su hambre recogiendo una fruta que estaba caída en el suelo.

Bueno ese día me llevó mi tío, diciendo:

– Quiero que memorices esto: al frente de la mirada del General San Marín está Colmena Derecha y a la cola del caballo del general está Colmena Izquierda.

– ¡Ah! ¡Ya tío! Está bien, a las seis le espero.


6. Seguí avanzando

Con aquella indicación que me dio, que hasta ahora no entiendo para qué servía, me dejó en el centro de Lima.

Me he preguntado siempre ¿No habrá implícita en esa advertencia un enigma o una clave secreta?

Y bueno, ya me encontraba ahí, caminando por una calle ancha y desierta, totalmente desconsolado, ahogándome en suspiros y embargado por una profunda pena.

Era una tarde gris. El sol –con que había llegado a Lima por la mañana– ya se había apagado. Era el primer día de mi estadía en esta ciudad desalmada.

Ese día felizmente ya se acababa. Y yo seguía caminando por Colmena derecha y luego volteo por la Av. Tacna.

Cuando de repente veo una portada inmensa, de mármoles negros, llena de banderas. Sigo con mis pasos. Nadie adelante. Nadie atrás.

Solo diviso a dos hombrecitos parados en la puerta de ese palacio. Y me digo todavía ¿quiénes serán? Chiquitos los veía desde la berma central.

Seguí avanzando, pero tuve la intuición... –ésta que me sirve para escribir crónicas terribles de crímenes inexistentes–... y siento que están mirándome y hasta hablando de mí.


7. Yo me admiré

Y pienso, esta es una idea descabellada, esto no puedes ser. Porque: ¿de dónde yo, que acabo de llegar, voy a imaginarme que hay dos gentes, en un domingo desolado, sin una sola alma en la calle, que estén hablando de mí?

Pensé, que con el viaje me estaba volviendo loco, porque la evidencia de que hablaban de mí era muy fuerte, pero igual el razonamiento de que esto era un absurdo. La presión en mi mente ya iba a estallar. ¿Quién va a conocerte, Hernán, –me gritaba yo mismo– en esta ciudad indiferente?

De repente, cuando estoy a la altura del pórtico de aquel palacio veo de reojo que las dos figuras se desprenden y vienen hacia mí. Una más alta que la otra. Todo esto sucedía en un tiempo y espacio vacíos. No había ni carros. Y desde el otro lado de la calle oigo que me dice uno de ellos:

– Tú eres Hernán Velarde, ¿no es cierto?

Yo me admiré. Me detuve. Pasó como un relámpago mi espanto anterior. Miré derecho y dije:

– ¿Y tú eres Manuel Jesús Orbegozo, no?


8. Aquí estoy

Diez años hacía que no lo veía. Porque él vino al Cuzco, después de casarse, a pasar su luna de miel. Y yo le hice un reportajillo así. Y pudimos también tomar unos tragos. Él me leyó sus poemas y conocí a su magnífica esposa, Betty. Allí me aprendí de memoria esos hermosos versos que había escrito para ella, y donde dice:

Yo pecador contrito me confieso,
aunque un crimen parezca mi pecado,
que estoy perdidamente enamorado
de tus ojos gitanos y tu beso.

En ese mismo instante, de pie, me interroga:

– ¿Qué haces aquí? ¿A qué has venido? ¿Estás de paseo o has venido a trabajar?

– Ni siquiera sé a qué he venido –le contesté–. Me he fugado con la mujer más linda del Cuzco, que es además periodista. Estoy perdidamente enamorado de ella, pero sus padres no han permitido que nos casemos. Su nombre es Alfonsina Barrionuevo. Nos hemos venido huyendo. Ella primero. Yo después de haber sido detenido, acusado de rapto y de haberle dedicado unos poemas de amor. La policía aún tiene la orden de que ni ella ni yo podamos viajar. Pero como yo tengo más amigos que mis propios enemigos, aquí estoy.


9. Sin ambages

Manuel Jesús entonces me dice:

– Pero, ¿quieres trabajar? Porque yo tengo un empleo para ti desde mañana.

Mi intención fue decirle: ‘Oye, ¡pero cómo vas ha hacerme eso!, si recién llego. Tengo cuatro mil soles en mi bolsillo. Tengo que pasear por Lima’. Sin embargo, ahí mismo me di cuenta de que hubiera sido una estupidez. Lo único que atiné a decirle fue:

– ¿No puede ser desde pasado mañana?

– ¡No, no, no! Desde mañana mismo. Los Prado me han encargado contratar a dos periodistas. Uno es él, Antonio Fernández Arce, de mi tierra. Te presento. El otro serías tú, que justo apareces y que para mí eres exacto para el puesto.

– Ya, está bien, –dije–. ¡Acepto!

Y volví a la Plaza San Martín. Mi tío ya estaba esperándome en el monumento. Nos fuimos. A la hora del té siguió con la cantaleta, diciéndome que la vida en Lima es difícil, que es un mundo desconocido, arisco y que cuesta mucho vivir aquí. Hasta que en un momento, ya de frente y sin ambages me expresó:


10. En esta casa

– ¡Tienes que regresarte al Cuzco!

Ahí fue que le dije:

– Tío, no se preocupe. Ya tengo trabajo.

Los tres primos que estaban sentados a la mesa saltaron. Y uno de ellos dijo:

–Seguro que ya te han hecho también una entrevista en la televisión.

La sorna y la burla con que lo dijeron no lo puedo describir. Porque, además, en ese tiempo la televisión recién la estaban poniendo a prueba en Lima:

– ¡También voy a entrar ahí!, tú no te preocupes, –atiné a contestarle al tipo que nunca acabó sus estudios de Derecho en la universidad.

Entonces para convencerlos de que era cierto les conté más detalles. Pero, por el gesto con que me miraban era evidente que se estaban burlando. No me creían. ¡Nadie me creyó!

– No tienes necesidad de mentir, hijo –oí decir a mi tío compasivamente–. No tienes por qué mentir para estar en esta casa.


11. Así y todo

– ¡Yo no miento jamás, tío! Menos para estas cosas. Tengo trabajo desde mañana y mi paga es mil cien soles. –Era verdad y lo dije sin ninguna intención de ofender.

Ahí mi tío casi se cae. Montó en cólera. Se enojó. Porque jamás se imaginaba ganar él ese dinero.

Era muchísima plata.

Y él, con tanto tiempo de estar en Lima –a mí me consta que trabajando con denuedo– nunca alcanzó a ganar una suma como esa. Entonces seguramente no le pareció justo.

Así entré a trabajar, gracias a Manuel Jesús Orbegozo. Fue él quien me dio la mano, quien me ayudó como a un hermano entrañable.

Así y todo, un día peleamos y desde allí hasta el día de hoy no nos hemos vuelto a hablar.

Es que cuando yo pasé a escribir comentarios de libros en la revista “Cultura Peruana”, el primer volumen que llegó a mis manos fue “Reportajes” de Manuel Jesús Orbegozo.


12. Le reclamé airado

Y escribí un artículo en donde entre otras veleidades que escribe un jovenzuelo fantoche a quien le dan un espacio y por eso se cree inteligente, audaz o geniecillo, perpetré un párrafo que más o menos decía así:

Que en Orbegozo no se habían juntado nunca hasta ahora el hombre con el escritor. Que ambos andaban separados. Que el día en que se junten –aseveraba ahí– va a ser una fortuna para las letras peruanas.

De ese modo quise dármelas de pontífice, oráculo, vidente o no sé de qué.

Él tradujo esas frases como que yo había dicho que no era hombre. Me desafió a pelear en la playa. Yo tenía tuberculosis, que me habían detectado en el año 64. Estaba y me sentía enfermo. Tenía menos peso que el de ahora. De todos modos fuimos a la playa.

Ahí me mostró una carta extensa, ¡de este porte!, en donde le decía a Alfonsina, mi esposa, todos los lugares adónde habíamos ido juntos, incluso a los burdeles. Y me amenazaba con que iba a enviarla sino peleaba.

– ¡Cómo es posible que eso le cuentes a una mujer con quien estoy casado!, –le reclamé airado no sé en qué forma.


13. Un mismo corazón

– ¡Ah, carajo! Si no quieres pelear incluso lo voy a publicar en la revista “Gente”. –Y encima me leyó la carta. De allá nos vinimos juntos, diciéndome él:

– Hazlo por Betty. Tienes que darle una explicación.

Yo le dije ya cansado:

– Creo que Betty tiene que joderse por haberse casado contigo. ¡Eres malo! ¡Cómo has sido capaz de escribir una carta así!

Bueno pues, éramos muy buenos amigos. Yo lo extraño. Pero tuvo que suceder aquello. Yo siento en el alma que me haya ocurrido un hecho así, con quien me abrió un lugar en esta selva intrincada y todavía el primer día que yo llegué a Lima. ¡Ni en un millón se dará un caso como ése!

Es que éramos casi iguales, pensábamos idéntico, sentíamos como si estuviéramos sincopados y en sincronía. Fuimos comunistas y cuando salíamos a realizar un operativo lo hacíamos sin hablarnos.

Nos entendíamos como si pensáramos con una misma cabeza y sintiéramos con un mismo corazón. Era para mí un apoyo moral muy fuerte, estupendo; a pesar que como administrador y como jefe tenía su lado malévolo.


14. Abrí la cortina

Pongo un ejemplo:

En un año nuevo estábamos tomando Whisky, cuando vino un tipo y me dice:

– Hernán, están hablando de ti.

– ¡Ah! ¡Y qué me importa! ¡Que hablen pues! Total cada uno tiene su libertad.

– ¡No!, ven nomás.

Y me lleva detrás de una cortina verde.

Allí vi a Orbegozo, quien estaba sentado así, hablando. Al frente de él estaba el Guayaba Morales, de espaldas a mí. Y ahí habían otros escuchando. Él les decía que yo era tan zonzo, como serrano que era, que él podía hacerme buscar personajes imaginarios.

Y se desternillaban de risa a costa mía.

Abrí la cortina, salí y le enfrenté:

– No sé quién es más zonzo, si el que gasta la plata ajena para que un redactor se movilice en busca de un personaje imaginario, que en tu mente roñosa inventas, o tú que aceptas como si fueran ciertas las noticias inventadas que te traigo.


15. Tengo que confesar

– ¡Qué! ¿No son ciertas?

– Hace meses, que avalas con tu firma y que presentas incluso como primicias, con titulares de bandera.

– ¡Oye, tú sí que eres un desgraciado!

– Así que te dejo que te bebas ese trago mientras vas pensando quién es más necio y cojudo.

Claro, hay que entender también que esa clase de maledicencia y ambiente infestado es propio del mundo periodístico, una profesión como un gusano que va devorando y corroyendo a la gente.

Tengo que confesar que hace cuatro años llamé por teléfono a Manuel Jesús Orbegozo. Fue antes que entrara como director del diario El Peruano.

Porque no quería morirme sin poner en paz mi vida. Siempre he tenido la idea de que me voy a morir en cualquier momento, ahora incluso ese sentimiento es mucho más recurrente.

Entonces contestó su mujer, que escuché que dijo:

– Manuel, ¡te llama Hernán Velarde!


16. Y no aceptó

– ¿Quién? –Oí que dijo.

Después hubo un silencio mortal y un largo rato vacío. ¿Qué ocurriría en ese lapso? No sé. Pero después se acercó al fono.

Y se puso a hablar. Entre otras cosas escuché que decía:

– ¿Ya no eres el desagradecido de siempre?

Yo le repliqué:

– ¡Por qué no te olvidas de esas cosas, carajo! Ya me voy a morir y no olvidas una necedad como esa, que reconozco que fue un error mío.

Y otra vez empezó con sus reproches.

– Bueno, bueno, le dije. Tendré que esperar otros cincuenta años para volver a llamarte e intentar hablar contigo.

Y colgué, viejo.

Yo lo llamé para pedirle disculpas. Y para volver a ser amigos. Para disfrutar un almuerzo contigo y tu familia –le dije– en mi casa. Y no aceptó. No, no aceptó. Y no paraba de enrostrarme ya no sé qué cosas.


17. Mares procelosos

Es rencoroso, como yo. Pero yo hubiera aceptado, viejo. No importa qué sea aquello de tan importante que uno pudiera perder. Porque hay que ser también compasivos con la vida. ¡Y todo por el comentario aparentemente inocuo acerca de un libro! ¡Por eso, hay que tener cuidado con lo que uno escribe!

Pueden desbordarse los océanos.

Lo peor que he cometido en mi vida es ese artículo que causó nuestro distanciamiento. Porque con Orbegozo hemos sido como hermanos, hemos vivido una vida íntima de largos años, comiendo en su casa con todos mis paisanos.

Yo por lo menos ahora tengo la justificación, que me llevaré a la tumba, de haberlo llamado. Es que tenía que hacerlo, viejo. Es que yo comprendí, porque he releído mil veces aquel mamotreto, y he dicho:

– ¡No se merece esto! ¡Orbegozo no se merece esto!

Siempre lo he repetido. Desde hace 30 o 40 años, en que eso sucedió, lo vengo repitiendo. Pero uno se infatúa con la pluma en la mano, o la máquina de escribir que nos lleva por mares procelosos, donde se pierde el sentido y el equilibrio.


18. Un personaje mítico

Como también un día los remordimientos nos asaltan y el deseo de no irnos al otro mundo, dejando cosas pendientes en este que nos hagan penar por estas calles, nos empujan a hacer llamadas que no se contestan o se despeñan en la nada.

Por lo menos yo lo llamé para que él conozca mi verdadero pensamiento, expresándole el deseo de volver a conversar un rato. Yo lo llamé, aunque con el resultado que te he contado. Me decepcionó. Como me decepcioné de mí hace ya tanto tiempo.

Orbegozo, como amigo, cuando es tu amigo es formidable. Como periodista es brillante, genial, valeroso.

Le ha dado al periodismo peruano estatura, fuerza telúrica y moral, como total dignidad. Bien sea como reportero, articulista, entrevistador, cronista o corresponsal de guerra.

Porque de todo ha hecho. Ha cumplido en todo sentido. Ha dado varias veces la vuelta al mundo y ha estado en todos los frentes, sobre todo ahí donde las papas queman.

Es un personaje mítico. Así lo veo yo. Porque, no obstante todo lo que ha pasado conmigo, yo lo sigo apreciando, admirando y queriendo con toda mi alma.


Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente

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