jueves, 1 de septiembre de 2011

1 DE SETIEMBRE: DÍA DEL ÁRBOL - PLAN LECTOR: EL ÁRBOL CUIDA NUESTRO DESTINO - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA,
INLEC DEL PERÚ,

Y
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA


1 DE SEPTIEMBRE

DÍA DEL ÁRBOL

PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA

EL ÁRBOL CUIDA NUESTRO DESTINO

Danilo Sánchez Lihón

Buscando una sombra
plantamos un árbol
que guarda en su tronco
la savia mejor.
Y allí protegidos
por verde follaje
que brote del alma
la dulce canción.
Canción al árbol

¡Anda! Vete a tu pueblo y llora.
Busca tus raíces, anda y recógelas allí.
¡Regrésate! Y si es posible ¡quédate!
¡No vuelvas! ¡Vive y mora donde naciste!”
(El médico a un paciente)


1. Cogidos de las manos

– Hijo. Anda a Santiago de Chuco y vende los árboles que hay en nuestra chacra.

Con eso viajas a Lima y ha de servirte para que te instales y abras un negocio.

Porque, ¿qué haces aquí? ¿Cuál va a ser tu destino? ¡Tienes que labrarte un porvenir!

– ¿Cómo cuántos árboles habrán, papá?

– Quizá 300 o más. Es todo un bosque. Y son árboles de más de cien años heredados de mis padres Y mis padres de mis abuelos. Muchos hacen el cerco de nuestros linderos.

– ¿Tantos son?

– Quizá son más. Qué ¿no te acuerdas?

– No.

– ¡Pero si ahí tú has jugado de niño! Son árboles centenarios. Los plantó tu bisabuelo; vio crecer a tu abuelo, me han visto crecer a mí. Y también te ha dado sombra a ti, de chiquito.

– Y, ¿a cómo hay que vender cada árbol?

– El precio lo averiguas allá. Son árboles de grueso tronco, como ya no hay en la zona. Cuatro hombres, estirando los brazos y cogidos de las manos no alcanzan a rodear su base.


2. En sus ramajes el viento

– ¿Cuántas cargas de leña saldrán de cada uno? ¡No sé! ¡Pero será una fortuna!

– ¿Así?

– ¡Anda! Servirán para que te traces un porvenir en la vida, hijo –le dijo don Víctor, su padre.

Por eso, Luis viajó hoy a Santiago de Chuco.

Haciendo cálculos y solo vendiendo a 100 soles cada árbol –pero su precio ha de estar a mucho más–, tendrá una bolsa de viaje que le alcance para instalarse y hacerse un porvenir en Lima. Quizá alcance hasta para comprarse un departamento en edificio situado en un distrito distinguido.

No hay duda, los viejos han sembrado para que nosotros cosechemos. Es que a nosotros nos ha tocado una realidad difícil.

Él recordaba que la mayoría eran árboles añosos, gigantescos e imponentes. ¿Su papá habrá contado también aquellos que se elevan a todo lo largo del cerco de la chacra? Creo que no. Creo que son más.

En sus ramajes el viento hace un rumor tanto de noche como de día de un río caudaloso e indomeñable.


3. ¡Consuelo nos han dado!

– Creo ahora que la cantidad es mayor. ¡Por supuesto! La chacra es grande. Habrá por lo menos 500 árboles. A 100 soles cada uno –y estoy seguro que pagarán mucho más–, y si solo fueran 300, arroja ya 30 mil soles. Con eso he de luchar como sea en Lima.

Ya en Santiago, con el aroma a manzanilla, eucalipto y cedrón llenando sus pulmones, pidió que Daniel, su primo, lo acompañara hasta Cachulla, temiendo no acordarse del camino.

Fue una peregrinación, en la cual cada punto del camino le traía una evocación: el cerco de pencas, la peña de enfrente, este recodo en el río le rememoraba mil vivencias ocurridas en su infancia.

Viejos alpartidarios salían a recibirlo. Lo abrazaban con beneplácito, entusiasmo y hasta veneración. Lo invitaban a comer, le traían huevos pasados, papas amarillas sancochadas, habas verdes que le dejaban su sabor dulzón en la boca.

A todos invitaba a venir pronto a la chacra porque iba a vender los árboles.

– Son árboles que se plantaron hace más de cien años.

– ¡Así es niño! ¡Desde que nacimos sombra y consuelo nos han dado!

– ¡Pero todo acaba!

– Todo tiene fin.


4. Así vale pué niño

Empezó por el borde, escogiendo uno de los árboles más grandes y coposos y poniendo la mano en su tronco, expresó.

– He venido a vender los árboles, que como ven, son inmensos.

– Gracias, niño. Así es.

– Haber, ofrezcan, pues. ¿Cuánto vale un árbol así? –Dijo y levantó los ojos hacia los rostros candorosos, unos ya arrugados, otros con huellas de sufrimientos y reveses. Y otros aún lozanos, pero todos transparentes, sencillos y plenos de cariño.

– Veinte centavos yo ofrezco.

– Yo también veinte ofreceré pue; todo por ser usté, niño.

– ¿Veinte qué?–, preguntó Luis, quien creyó no haber entendido bien la propuesta.

– Veinte centavos–, dijo otro claramente desde el fondo.

– Yo también ofreceré veinte centavos. Aunque está caro pagar así.

– ¿Veinte centavos?, –dudó Luis–. ¿Una peseta por cada árbol?

– Así vale pué niño.


5. ¿En esta moneda hay cinco árboles?

Aún, todavía creyendo que no había entendido bien, sacó todas las monedas que tenía en el bolsillo a fin de encontrar una de veinte centavos para mostrarla, pero no la encontró.

Cogiendo un sol, que apenas servía para comprar una botella de gaseosa de las baratas, se acercó a preguntar:

– ¿Aquí, en esta moneda, hay cinco árboles de éstos?

– ¡Cinco árboles hay pue, niño!–, respondieron con alegría.

– ¿Así cuesta un árbol aquí?–, preguntó anonadado a Daniel, su primo que lo había acompañado y que permanecía colocado a su costado.

– Sí, primo, así cuesta aquí un árbol–, le replicó con toda confianza.

El viento se columpiaba seguro de las ramas de aquellos apus venerables.

El follaje se mecía dejando ver el añil del cielo. Cruzaban bandadas de loros y torcazas por la copa de esos árboles centenarios.

– ¿Veinte centavos? ¿Veinte centavos? ¿Este árbol gigantesco y venerable cuya copa llega a las nubes apenas vale veinte centavos?

– ¡Así vale, niño!


6. Yo también le firmo

– ¿Y cuánto cuesta una carga de leña en el pueblo de Santiago? –dijo haciendo un esfuerzo de razonamiento.

– Tres soles en el pueblo.

– Y, ¿entonces...? ¿Por qué va a costar tan barato un árbol?

– Tres soles cuesta. Pero, ¿quién tumba el árbol y entre cuántos? ¿Y cuánto cuesta cortar a un árbol así?

¿Cuántos días, semanas y meses hay que sudar de sol a sol para sacar leña?

¿Y dónde hay hachas? ¿Y cuánto de jornal hay que pagar?

Y después llevarlo en burros, que hay que alquilar hasta el pueblo?

¡No sale a cuenta! ¡Trabajo y gasto es, niño!

– Aquí así cuesta un árbol. ¡Y menos todavía!

– Entonces, ¿qué dice usté? –le preguntaron sacándolo de sus reflexiones y de su estupor.

– Bueno, pues. ¡Qué vamos a hacer!

– Yo escogeré uno. Y aquí le firmo un papelito para cuando vuelva otra vez, porque dinero no tenemos. Dinero aquí no hay.

– Yo también le firmo. ¡Aquí no tenemos dinero!


7. Una peseta por cien años de vida

Ensimismado, recogió –o pusieron en sus manos– un montón de papelitos medio amarillentos que dejó caer en un bolsillo.

En el camino de regreso los papelitos se fueron deshaciendo en sus manos de tanto estrujarlos.

Los últimos los soltó en una poza translúcida en donde quedaron flotando.

En esos papelitos estaba contenido todo el rumor del viento y el color del cielo de Santiago de Chuco. Y el porvenir próspero que tenía que labrarse en Lima.

¡Sobre todo, esa perspectiva sugestiva y halagüeña! Esa misma tarde cogió el ómnibus de regreso rumbo hacia Trujillo.

– ¡No puede ser! ¿Veinte centavos por una vida de 100 años y más?

– Su boleto, por favor.

– Aquí está.

– Gracias.

Hay algo que no funciona en este esquema, lucubraba obsesionado.

– ¡Veinte centavos! ¿Una peseta por cien años de vida?


8. La góndola se detuvo

Era cierto, en esos árboles estaba el sol de cada día. Escarchado el fulgor de los plenilunios. Decantada la savia de la tierra; palpitantes las noches estrelladas.

Estaba todo el universo. Y con ese universo, reducido para poner un negocio.

Y ese universo. Y ese universo reducido, para poner un negocio y, si alcanza, comprar un departamento en un edificio.

¡Ahí está el equívoco! ¡Ahí está el error!

– ¡Baja! ¡Baja, por favor!

– Me he equivocado de mundo. He querido transplantar un mundo y sustituirlo por otro. Y eso no funciona. ¡Ese es el problema! Vender los árboles para vivir en Lima. ¡Ese es, pues, mi equívoco!

– ¡Bajo, por favor! ¡Por favor, pare, bajo del ómnibus!

– Pero, ¿va a quedarse aquí? ¿En esta puna? ¡Aquí hace frío, señor! Le helará el viento. ¡Se puede morir! ¡Ahorita, que baje no más, y se congela! ¡Es puna, señor!

– ¡Bajo!

La góndola se detuvo y se apeó en plena jalca. Y se puso a caminar animoso. Pronto apareció un vehículo que lo recogió.


9. Un porvenir promisorio

Otra vez llegó a Santiago de Chuco y se encaminó a Cachulla.

– ¿Puedo desistir de la venta? –dijo a los campesinos–. ¿Puedo rectificarme? ¡Ya no quiero vender los árboles!

– ¡Claro!

– ¡Cómo no, niño!

– ¡Tanto han esperado los árboles que pueden seguir esperando!

Esa noche se quedó a dormir en el bosque.

Era cierto.

Contempló la noche estrellada. Escuchó los ruidos cercanos y distantes del valle y la quebrada.

Esa noche los árboles le revelaron una sabiduría milenaria.

Decidió que tenía que volver y edificar el mundo desde aquí, con todo lo genuino del universo.

¡Y ahora mismo!

Decidió vivir aquí y ahora él mismo es un árbol que cuenta historias que se proyectan y sumergen en un porvenir promisorio e infinito.


10. Llora rocíos

Hoy es Día del Árbol, y él está invitado a la escuelita del lugar, donde los niños le cantan:

Es el árbol un buen amigo
que nos obliga la gratitud
nos da leña, nos da abrigo
nos da cuna y ataúd.

A su sombra las ovejas
se congregan en tropel
en sus ramas las abejas
cuelgan panales de miel.

Los pájaros arquitectos
al árbol van a trazar
sus complicados proyectos
de nidos para empollar.

Al árbol va la chicharra
a templar su mandolín
y el jilguero en son de farra,
le desafina el violín.

Ausencias de quien adora,
dice el viento una canción
al árbol que luego llora
rocíos de compasión.


Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente

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