jueves, 5 de mayo de 2011

SÁBADO 7 DE MAYO HOMENAJE A LA MADRE EN EL AULA CAPULÍ - PLAN LECTOR: TAN LEJOS, EN TU DESVELO - POR DANILO SÁNCHEZ LIÓN

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CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA

Construcción y forja de la utopía andina


MAYO:


MES DE LOS TRABAJADORES,


DEL LEGADO DE LA PAPA DEL PERÚ
AL MUNDO,

Y DEL MAESTRO ENCINAS



PEREGRINACIÓN
A LA TIERRA DE VALLEJO


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ENTRE EL 27 Y 29 DE MAYO
EN SANTIAGO DE CHUCO



CALENDARIO DE EFEMÉRIDES

SÁBADO 7 DE MAYO

MADRE, ME VOY MAÑANA A SANTIAGO


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SÁBADO 7 DE MAYO
- 7 PM. AULA CAPULÍ:

HOMENAJE A LA MADRE

PROGRAMA

1. Palabras de saludo, bienvenida y presentación de la actividad: RAMÓN NORIEGA TORERO, Director de la Cátedra de Sabiduría Andina de Capulí, Vallejo y su Tierra

2. La madre en la cultura de los chucos: MANUEL RUIZ PAREDES

3. La madre, significado en nuestra cultura y educación: FLORENCIA ROLDÁN

4. Evocación de la madre:CÉSAR VALLEJO INFANTES

5. La madre en la vivencia y trascendencia de César Vallejo: CARLOS CASTILLO MENDOZA

6. RECITAL A LA MADRE: TRIBUNA LIBRE

7. COMPARTIR ÁGAPE VALLEJO


Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 3 de la Av. Angamos Este

Entre Av. Arequipa y Paseo de la República

Ingreso libre

Se agradece su gentil asistencia

Teléfonos Capulí: 420-3343 y 420-3860

planlector@hotmail.com


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PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA

TAN LEJOS, EN TU DESVELO


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Por Danilo Sánchez Lihón



“Madre; tu recuerdo sobrepasa los límites de lo dulce y de lo amargo”.
Santiago Pereda Hidalgo


1. Desde el cielo
donde mora

Te digo, mamá, que dentro de unos días viajaré a Santiago de Chuco.

Caminaré hasta el cementerio y visitaré a papá en su tumba.

Me acercaré hasta el nicho de mi abuela Rosa, quien murió y es la mamá de quien no pudiste despedirte.

Deslizaré mis dedos por la loza áspera y seguiré palpando las letras borrosas de su lápida.

Arrancaré flores silvestres que crecen por toda esa colina y las pondré en su nicho, para que la consuelen en su largo descanso.

Con ella fui, como bien sabes, arisco, montaraz y rebelde.

Porque despreciamos amor cuando la vida nos colma de amor a manos llenas, siendo que después nos cobra cruelmente por lo indiferentes que fuimos.

Aunque siento ahora que ella me perdona, me ayuda y me ampara desde el cielo donde mora.

Así que, pronto estaré comiendo choclos y habas verdes, mamá. Arroz con chungares y chupe de papas.


2. Los contornos teñidos

¡Y pediré cañas a alguna señora que estará al borde de su chacra y entrará por ella a cogerme las mejores y más dulces, porque siempre es así!

Quiero ir al campo a ver esas flores azules y las otras de tenue amarillo o de intenso granate, que se mecen sobre el verde de los prados con el viento de la tarde.

Y las hablaré con su nombre a las “pacha rosas”, entre las espinas, como siempre hago.

Y rozaré mi mano por la frente de esas otras moradas regadas en los campos humedecidos.

Amelia me enseñó a nombrarlas como “Rostros de Cristo”, pero nunca más he escuchado que se llamaran así.

– Mira –me dijo en pleno campo florecido, sin que nadie las siembre ni las riegue pero todos los contornos teñidos de su color– mira en cada pétalo está grabado el rostro del Señor. Y así era.

Las traeré a mi habitación para mirarlas mientras te escribo, mamá.


3. Las malvas humildes

¿Y cómo se llaman esas otras que cubren con un manto de pasión celeste, blanco y violeta las lomas, cumbres y bajíos?

Hay otras de amarillo intenso que crecen en los cercos de los caminos. Las decimos “rompe ollas”, porque esa es la fama que tienen.

Por eso, nunca las traemos a las casas y menos las dejamos sobre la mesa en las cocinas porque todas las ollas amanecen rotas.

¡Y tampoco no me olvido de las malvas humildes ni de los secos rastrojos encima de los muros de piedra!

Tampoco me olvido de las flores que crecen en los maceteros de las casas abandonadas, ¡siendo las flores que siguen brotando como si esperaran el regreso de sus dueños!

O quizá han regresado y viven allí, como fantasmas ensimismados que penan con las puertas cerradas, en silencio y sin dejarse ver.

¡Hay tanto de lo que no puedo olvidarme nunca, mamá!


4. Los tejados rojos

No puedo olvidarme y me acuerdo de tantas cosas, de detalles pequeños, de minucias por los cuales a veces a solas sonrío o me entristezco pensativo.

Recuerdo por ejemplo, mamá, para esta fecha la actuación por el Día de la Madre en la escuela.

Y la mañana luminosa en el patio cuando cantamos a voz en cuello las canciones de ese día:

Amores hay muchos,
amores que pasan
quién sabe el destino
me aleje de ti.
Pero el que yo siento
por ti madre mía
jamás se nos muere
jamás se nos va.

Y es cuando yo salgo a recitar un poema para ti de Carlos Oquendo de Amat.

Subo hacia el corredor de arriba del plantel escolar, miro los tejados rojos, los eucaliptos de las huertas, los rostros de los niños.


5. La rosa y la canción

Y empiezo así así:

Tu nombre viene lento como las músicas humildes
y de tus manos vuelan palomas blancas
Mi recuerdo te viste siempre de blanco
como un recreo de niños que los hombres miran desde aquí distante.

¿Cómo sería yo, mamá, de chiquillo? Porque siento que todos me prestaban atención silenciosa en el patio cuando salía a recitar en el corredor silente a esa hora.

Siento el rostro de ilusión de mis maestros.

Y de una vez en que me emocioné tanto y puse tanta fuerza al declamar y abrir los brazos, que a punto estuve de caer, me cogí del pilar y yo seguí sin parar, lo que hizo que todos sonrieran:

Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura
A tu lado el cariño se abre como una flor cuando pienso
Entre ti y el horizonte
mi palabra está primitiva como la lluvia o como los himnos
Porque ante ti callan la rosa y la canción.


6. En pleno sol del patio

Aquel día yo lucía en el pecho un orgulloso clavel rojo, intenso, ufano y entusiasta, porque tú estabas viva.

Y tú eras como yo siempre hubiera soñado que fueras: linda, preciosa y buena.

Pero en el sitio en donde enfilaba mi sección había dos personas a quienes yo miraba con curiosidad lacerada, porque horadaban sus pechos unas inmensas e inconsolables rosas blancas.

Una de esas personas era el profesor Wagner La Portilla y la otra un muchacho pálido, mofletudo y melancólico, que durante todo ese día tenía la mirada más perdida que nunca.

Cuando los chicos salíamos a recitar las poesías estas dos personas sacaban sus pañuelos blancos, aunque desteñidos sin que el dolor les diera tiempo para esconderse.

Y lloraban de pie sin buscar la sombra, en pleno sol del patio radiante.


7. Seamos buenos con él

¿Por qué?

Al llorar lo hacían a grandes sorbos, con un llanto desgarrado que contrastaba con el cielo añil, las nubes albas de mayo y todo el regazo de la tierra hecha de olores estallantes y flores de mil colores.

¿Qué imágenes dolorosas cruzarían por su desolado corazón?

¿Qué recuerdos o ausencias hacían que se sacudan así sus hombros, su espalda y todo su cuerpo?

Ya en el recreo, cuando jugábamos, algunos compañeros decían al ver a aquel muchacho:

– Llamémoslo y seamos buenos con él.

– ¿Por qué? –Preguntaba algún niño distraído.

– Porque no tiene madre.

Esta frase, mamá, “porque no tiene madre” qué atroz resonó de niño en mi alma y en mis oídos:

– “No tiene madre”.


8. Te tengo a ti siempre

Porque es inconcebible. ¡Todos tenemos que tenerla en nuestras vidas!

Y no se trata de un origen ni de dilucidar de quién ni de dónde venimos.

¡Se trata de que a nadie puede negarse tener a ese ser que nos ampara en nuestras vidas!

Porque: ¿qué hubiera sido de mí sin ti, mamá?

¡Pero él no la tenía!

Y yo lo miraba sin comprender ni entender. Desolado como él, pero desde la orilla de tenerte a ti.

¡Qué atroz y estremecedor destino!

¡Y qué dicha la mía, mamá, de seguir siendo, hasta ahora, ese niño presuntuoso y engreído!

Aquel ser que se siente confiado y seguro en el mundo.

Porque te tengo a ti siempre en la vida. ¡Incrustada en el fondo de mi corazón!


9. Porque, así ha sido

En tu última carta, mamá, me cuentas que has soñado que yo te llevo por un sendero.

Que por allí vamos cogidos ambos de las manos.

Pero algo, según refieres, nos detiene, nos hace caer y después, los dos, nos buscamos sin encontrarnos.

Mis manos, mamá, en primer lugar, siempre van cogidas de las tuyas.

Y siempre serán las de tu hijo y las de un niño.

Después... es cierto: yo me arriesgo en la vida.

– Tú me enseñaste eso, mamá: dar todo de valor que pueda exigirnos el destino.

¿Y cuántas veces de niño por curiosidad no te habré arrastrado con porfía por senderos intrincados?

Porque, así ha sido.


10. Tan lejos, en tu desvelo

Y todo eso a fin de que me lleves o vayamos hacia algo que me pareció bueno y resultó equivocado. Hacia algo que fue doloroso o triste experimentarlo.

¿Y sin ver ni reparar yo en el hoyo acechante que se abría a nuestros pies?

Pero no temas mamá. Sabré sortear los abismos y caminos intrincados por que tú pusiste la luz de mis pupilas.

Luz que la siento grande en el fondo de mi corazón.

Pero, está bien que yo caiga, porque me lo merezco, pero no tú, mamá.

Me da pena, y siento a la vez una profunda ternura hacia ti por estar todavía conmigo por estas grietas y hendeduras.

Siento inmenso cariño por estar en estos lances siempre unidos; a tan altas horas de la noche y desde tan lejos, en tu desvelo.


11. Poñita de luz

Y, por último, mamá, yo me encontraré a gritos contigo sea donde fuera.

No nos perderemos jamás, incluso en el infinito, deambulando ya como grumos de polvo entre las estrellas.

Me cogeré a tus manos hasta cuando sea la partícula más ínfima de ceniza en que se conviertan mis huesos, mis pálpitos y mis ojos.

Siénteme así, mamá. Seré una ñisca, la cascarita leve de un grano de trigo a tu lado.

O la hojuela de la tenue cebada puesta a secar, unida por alguna orilla al ser que le da sentido.

Radiante y contento contigo ante el sol, la luna o los luceros.

Porque, ¿en qué me convertiré, sino en una poñita de luz a tu lado?


12. Sentiré que tú estás

Como te decía, mamá, dentro de unos días viajaré a Santiago de Chuco. Y estaré comiendo choclos y habas verdes de mayo.

Choclos frescos, humeantes, como tú los servías a la mesa, hasta que el humo se deshacía por entre sus granos albos y los resquicios de las tejas, esparciéndose en el cielo azul.

Para luego ya tibios llevarlos a nuestras bocas, aspirar su aroma y luego exprimirlos con nuestros dientes.

Probaré otra vez las habas verdes, suaves, dulces, translúcidas como la leche y la miel.

Haré que alguien prepare chiclayito verde revuelto en papa con sus pedacitos de carne de chancho, como tú lo hacías. Es comida pobre porque abunda tanto que se lo desestima, tanto que en las quejas de amor se dice: me tratas como a chiclayito verde.

Inclinaré mi frente en el muro de la casa abandonada. Y sentiré que tú estás allí.


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