martes, 10 de mayo de 2011

A CARLOS EDUARDO ZAVALETA: VIDAS PERDIDAS - POR HÉCTOR MEZA PARRA

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Carlos Eduardo Zavaleta - Foto: Héctor Meza Parra



A CARLOS EDUARDO ZAVALETA:
VIDAS PERDIDAS


Por Héctor Meza Parra

Ese día martes en la mañana se veía a un hombre que había venido de lejos. Estaba sentado y con la cabeza gacha frente a una tumba. No le quitaba la mirada para nada a aquella inscripción que surgía del suelo: “Maruja Aza, en la gloria de Dios. Que en paz descanse. Recuerdo de tus padres”. Parecía conversar con aquellos pétalos que el tiempo había marchitado. Sin embargo, en la mano tenía una flor viva pero sin nombre que minutos antes había arrancado del jardín de una de las casas por donde pasó. El hombre que había sido encumbrado a la fama por haber escrito inmensas páginas de la literatura peruana, aplaudido y venerado por hermosas mujeres, entre ellas sus propias alumnas de la universidad, el que fue condecorado con laureles en las aulas académicas, ese día estaba derrumbado, solitario, perdido sobre un montículo de hierbas, derrotado y sin defensas como un galeón arrimado en las costas de una isla. A sus ochenta años sentía que se arrepentía de no haber amado, quizás por no declarar a tiempo su amor a aquella chiquilla de ojos redondos, y fina cabellera que solía ir a misa todos los domingos del brazo de su madre. Él sabía que ella le esperaba para devolverle la misma mirada de amor, pero nunca se atrevió, quizás por la inexperiencia que otorga la vida, sobre todo cuando se tiene quince años. Así dejó pasar la oportunidad frente a sus ojos. Ella también en vano esperó mucho tiempo, en vano rechazó a otros amores diciendo que el suyo pronto vendría, pero lo peor fue que nunca le confesó a nadie de sus gritos reprimidos, con excepción del padre Sebastián, a quien confió sus penas y dolores de niña adolescente. El tiempo marchitó sus pómulos y él mismo se encargó de encanecer su encendida cabellera. Se consagró a querer a los demás y vivió para no acordarse de sí misma. No tuvo hijos ni amantes. Desde entonces vivió para sus sobrinos. Ofrendó su vida a cuidar de sus padres mientras se sentía con fuerzas. Y allá, lejos en la capital, él conquistaba el mundo con sus libros y con su fama de artista. En el otro lado de ese mismo mundo, nadie preguntaba por ella, quizás porque nadie sabía de su existencia. A Maruja, en su pueblo, los jóvenes la consideraban altiva y soberbia porque no cedía sonrisas. Y la razón era simple, Maruja no era soberbia sino que su corazón ya se lo había entregado a Carlos Eduardo en una promesa a solas y sin más testigos que un cuaderno que él le regaló. Así creció y así se curvó con los años, sola y callada. Muy pronto, la artritis retorció sus huesos; las várices y la ausencia de calcio la confinaron a una silla de ruedas y por último, la depresión y la angina la llevaron a la tumba. Sé por sus vecinos que ella jamás entregó su cuerpo a nadie ni manchó sus labios con los labios de nadie. Su incorruptible cuerpo lo entregó a Dios. Se negó así misma a ser feliz –decían todos cuando murió-. Siempre vivió esperando una dulce frase que le diga al oído: “Te amo Maruja”. Pero jamás sucedió. Ahora, Carlos Eduardo, estaba frente a ella después de sesenta y cinco años. Vino a buscarla pero ya era demasiado tarde. Se dio cuenta que también la amaba pero que nunca tuvo la valentía de decírselo frente a frente, excepto ese martes, que volvió a Tarma para mirarle a los ojos y decirle: “Te amo Marujita. Te amaré siempre mi pequeña Sasha”. Pero Carlos que permanecía sentado sintió en los ojos llegar una neblina húmeda que lo motivó a pensar por un momento en una breve frase mientras se tomaba los cabellos frente a la cruz de mármol. Con esa mirada estéril escribió el siguiente epitafio junto a la tumba de Maruja: “A la mujer que amé y besé sin haber tocado sus labios. Perdón por todos estos años de silencio”. Carlos Eduardo, meditó por un momento y con una voz quebrada le dijo a Maruja: “He venido para quedarme contigo”.

El viento empezó a zafarse de las manos de la tarde para dar paso a la inmensa luna que se agrandaba conforme llegaba la noche con pasos de doncella. Carlos permanecía sentado en esa galería oscura que daba a cualquier lugar menos a la salida. Él también ahora comprendía que la vida no era vida sino se llegaba a amar.

Hoy esas almas, que se negaron a darse la felicidad, seguramente esta tarde que a Carlos Eduardo lo hallaron muerto en su casa, no tendrá otro objetivo que buscar a su Marujita, allá lejos, después de las estrellas.

Tarma, 06 de mayo de 2011


Fuente:

Héctor Meza Parra



Joven promesa de las LETRAS PERUANAS


RECUERDOS




ESCRITOR HÉCTOR MEZA PARRA

PRESENTE EN LA 2ª FERIA DEL LIBRO ZONA HUANCAYO

DEL 19 DE AGOSTO AL 1 DE SETIEMBRE DEL 2010


Fuente: http://www.feriadellibro.com.pe/



IMÁGENES DE LA PRESENTACIÓN DE LA COLECCIÓN


"OJOS DE BÚHO"

DEL ESCRITOR HÉCTOR MEZA PARRA

EN LA 15º FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE LIMA

4 AGO 2010 - 4.30 PM

Libros:

Diana volverá para Navidad
Retorno al barrio de Callancha
Polo en Nueva Jersey
La noche más larga del mundo
El primer libro que leí



Edición e imágenes:
Armando Alvarado Balarezo (Nalo)




Bienvenida:


A cargo de la 15ª Feria Internacional del Libro de Lima




Presentación de la colección "OJOS DE BÚHO":

Aníbal Paredes Galván

Editorial "San Marcos"



Comentario:

Maynor Freyre Bustamante


Lectura del comentario de Sandro Bossio Suárez

Carlos García Curay


LOS CINCO PARA TODOS

Sandro Bossio Suárez

Recibí los cinco libros de la biblioteca Héctor Meza Parra y abandoné “Los hombres que odiaban a las mujeres”, de Stieg Larsson, que estaba devorando para empezar a leerlos. Cautivado con sus múltiples historias (he aquí el primer mérito del autor: su enorme capacidad para fraguar infinidad de historias de buen talante) seguí leyéndolos tumbado en mi cama hasta que me informaron que debía viajar a Colombia. En el camino a Lima, en el avión rumbo a Panamá, en la antesala del Aeropuerto de Tocumen, en la avioneta que me llevaba a Medellín, en la cama “king size” del hotel Estelar seguí leyendo hasta que los terminé todos.

Sé que se trata de una colección predestinada a los alumnos del nivel secundario, orientado al Plan Lector, pero mi balance va mucho más allá: se trata de libros dedicados a los escolares, pero con enorme trascendencia para la vida misma, para la naturaleza compleja de la humanidad.

Estoy de acuerdo con Eliana Vera Zevallos cuando dice que la narración de Meza Parra es “fluida y envuelve al lector en un mundo paralelo, logrando que se identifique con alguno de sus personajes. Para las almas sensibles, Héctor juega con pensamientos que se encuentran en lo más recóndito de su ser, aflorando la ironía de su subconsciente”.

Diana volverá para la Navidad

Quince cuentos componen este retablo narrativo en el que destacan tres elementos consustanciales: el uso de onomatopeyas y hablares regionalistas (como en el caso de “Queremos tanto a Virginia”); la ternura como componente narrativo, ingrediente que recorre todo el libro, en algunos cuentos con más fuerza y nitidez, y en otros como una unidad soterrada pero siempre latente; y la inocencia que derraman sus personajes. Casi todos los relatos están contados desde el punto de vista de los niños y eso agranda la nostalgia que galopa en los textos. Otro elemento que debemos tomar en cuenta es la sociedad andina vigente en los cuentos: las vivencias personales, las experiencias comunitarias, las improntas de las injusticias y abusos están presentes en el libro, pero siempre morigerados por la poesía y prosa trabajada.

El cuento que destaca, a mi gusto, es “La chompa azaul”, que además de estar bien escrita, con la anécdota en su lugar y la estructura correcta, demuestra uno de los talentos más notables de Meza Parra: su capacidad de transformación, de reelaboración, de procesamiento de hechos reales para convertirlos en fictivos. Recuerdo haber escuchado esa historia de su propia boca, con la riqueza de esa oralidad que lo caracteriza, pero con un “pañolón” en lugar de la chompa. Cuán maravilloso –y aleccionador– resulta volver a ser testigo de esta historia con final insospechado, pero ahora contada por un narrador en primera persona que es, a todas luces, tan rico como el del cuento oral.

Retorno al barrio de Callancha

En este “álbum”, a decir del propio autor, nos encontramos con temas mucho más dinámicos y diligentes, con substancias literarias bastante más emocionales y evocativas, como la adolescencia, las aventuras urbanas de los jóvenes que están aprendiendo a vivir (muestra de ellas son “Balas en mi fiesta de promoción” y “La venganza”), el testimonio y hasta el alegato. Entre los cuentos de este último grupo se encuentran “Narrar contra la corriente” y “Confesiones de un apátrida”. Pero también hallamos temas que se codean con la historia y la tradición (como es el caso de “El elegante”) y la ficción ensayística (cuyos ejemplos son “El derecho a mentir” y “Perra vida”).

Como en el volumen anterior, aquí reconozco también la divertida anécdota del inexistente hermano enterrado en Tarma de Carlos Eduardo Zavaleta, que escuché de Meza Parra mientras bajábamos del Santuario de Muruhuay, pero ahora con distintos matices. El cuento tiene nombre policiaco: “El hombre que mató a CEZ”.

Polo en Nueva Jersey

Mediocridad, diatriba social, enredos, usanza y costumbrismo, son algunos de los componentes de los cuentos recogidos en este volumen. Manteniendo el vigor y la pluritemática de los anteriores, aquí encontramos por primera vez pequeñas viñetas narrativas (nos referimos, por ejemplo, a “Andrea, la Rebelde” y “Fin de mes”), que destilan por el libro como delicadas gotas de rocío que ruedan por las nervaduras de una hoja. Me parece que aquí encontramos la verdadera esencia del escritor, su vuelo poético, su capacidad de síntesis, su maravilloso soniquete bucólico, al mejor estilo del también tarmeño José Gálvez.

Otra vez me encuentro, como un caminante perdido en la niebla, con nostálgicas y bellas historias de hombres que recuerdan su niñez. Un primoroso modelo de ellos es “El pañuelo de fino monograma”.

El mejor cuento, y no sólo del libro, sino de la colección es, definitivamente, “La espera”. Se trata de un cuento histórico y costumbrista, ambientado en un tiempo localista donde convergen terratenientes, curas, militares, jinetes y gente con aspiraciones políticas. Una auténtica mirada en retrospectiva del aristocrático pasado de Tarma.

La noche más larga del mundo

A mi gusto, se trata del más literario de los cinco tomos, puesto que, a todo lo anterior, que lo tiene, se suman ahora tonos epistolares, como en “Papá siempre fue malo”, un cuento de increíble fuerza interior y familiar; y, por primera vez, un hermoso cuento de amores contrariados.

También nos topamos con relatos de extracción exótica y erudita, como “El hombre que sabía corregir”; y uno de excelente factura llamado “Nueve pasos para estornudar con éxito”, donde el autor coge lo mejor de Julio Cortázar y arma un manual literario que ilustra al lector en actividades cotidianas pero, al mismo tiempo, extrañas. Me remiten, por supuesto, a “Historia de cronopios y famas”.

El primer libro que leí

Este es el epítome más juvenil, fresco y didáctico de la biblioteca Héctor Meza Parra. Se trata de una compilación de relatos de diverso pelaje y naturaleza, donde, sin embargo, prima el hálito de la escolaridad.

En definitiva, el relato descuella en este libro es “El primer libro que leí”, una auténtica demostración de la verdadera literatura escolar, ahíta de sentimientos infantiles, añoranza y melancolía de las tiernas edades estudiantiles. También merece destacarse “El tren de mi infancia”, otro relato de belleza portentosa.

“Un extraño caso” es la única ficción de toda la compilación que linda con el género fantástico y que, a la postre, acaba de inspirarme un cuento de ese corte que tratará sobre un burócrata que lee en el periódico por anticipado la noticia de su propia muerte.

“La vendedora de flores” florece como un cuento intestino, breve pero no por ello fútil, puesto que de su brevedad, de su precisión extraemos el temperamento más doliente y humano que podamos imaginar.

En ese sentido, y sin riesgo de equivocarnos, los cinco libros de Meza Parra, como la hora incierta de la tarde que se pliega a la noche, pertenecen a la extraña dimensión donde coinciden la belleza, la emotividad, el dinamismo, la crítica social, la didáctica, pero, sobre todo, la literatura.




El autor:

Héctor Meza Parra



Imágenes para el recuerdo


Edición e imágenes: Armando Alvarado Balarezo (Nalo