martes, 21 de diciembre de 2010

ESTAMPAS DEL MES DE DICIEMBRE: FINAL DE AÑO EN LA ESCUELA - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

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CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA


Construcción y forja de la utopía andina


ESTAMPAS DEL MES DE DICIEMBRE


PLAN LECTOR, PLIEGOS DE LECTURA

FINAL DE AÑO EN LA ESCUELA



Por Danilo Sánchez Lihón

1. Mes del regreso y el adiós

Es diciembre. Y hoy día ha finalizado el año escolar. ¡Adiós compañeros de clases del salón húmedo y sombrío! ¡Adiós olor a tierra vieja de los adobes descascarados! ¡Adiós patio y corredores iluminados por el sol radiante, límpido e insigne!

¡Adiós escuela mía!

Es diciembre, cuando el aire se torna translúcido y tijeretea en la tarde sones de voces enternecidas, acompañadas de panderetas, flautines y tambores. Y el rozar de zarcillos de las pastoras que entonan villancicos candorosos, ensayando para la noche buena.

Mes con no sé qué de encanto, turbación y desgarro. Mes del regreso pero igual, del adiós y la despedida.

Hoy, después de haber rendido los últimos exámenes, hemos asistido a escuchar el dictado de notas. ¡Qué nervios irlas conociendo una por una, en relación al niño empinado o apabullado por ellas!

¡Qué tumulto el de nuestras palpitaciones! Hay compañeros que han aplazado el año, a quienes hemos abrazado y consolado compungidos.

Es como si nos lo arrebataran para siempre de nuestro costado. Sus lágrimas se han mezclado con nuestras lágrimas.


2. Amuletos y talismanes

De regreso a nuestras casas y al pasar por alguna esquina donde se abre la boca de un pozo de la acequia rumorosa, por donde corre el agua bullente, dejamos a un lado el morral con los útiles escolares y nos hundimos por la abertura rozando nuestra frente con el agua reverente.

Puesta la rodilla en alguna piedra sumergimos más la cabeza, inclinada hacia el hueco, con nuestras manos traspasando el lecho de piedrecillas vivas y extasiadas, aunque cautivas.

Y allí permanecemos, tratando de borrar las manchas de tinta que parecieran haberse hecho marcas perennes en nuestros dedos crédulos e ingenuos.

Son el índice, pulgar y central que al abrir y cerrar los tinteros con tapa de corcho, se han teñido con la iridiscencia azul, violeta y turquesa, impregnada después en nuestras manos ahora libres aunque asustadas.

Mañana y tarde los tinteros han ido colgados del morral, balanceándose por las calles absortas, topándose con alguna pared o alguna piedra al agacharnos para recoger un dije, un abalorio, un vidrio iridiscente caído entre los guijarros y que convertimos en amuletos y talismanes, camino a la escuela.


3. Alegría y pena a la vez

Tinteros que por la agitación de nuestros pasos atolondrados y el loco corazón que nos embarga, agita y estremece el pecho, han ido exhalando sin abrirlos ese encaje mirífico de espuma.

– Hierve la tinta cuando quiere que algo se escriba. Piensa: ¿qué puede ser?

Decimos entre chiquillos, cuando eso ocurre. Y buscamos el motivo de tanta impaciencia de la tinta por derramarse.

Espuma compuesta de millares de esferas que rezuma entre el borde del vidrio y el corcho ajustado con algún pedazo de papel cómplice y compasivo con nuestros inciertos pasos y travesías.

– ¡Cuidado con el destino!

Hundidos en el pozo, extraemos la fina arenisca confundida al limo de tierra. Y, ya afuera, nos restregamos los dedos en algún pedrusco, para que se desvanezca la tinta también salpicada al coger el lapicero de madera con su pluma de metal sumida en el hechizo.

Así nos despedimos hoy de las aulas y del patio escolar. Y damos inicio al período de vacaciones, hecho que nos produce alegría y pena a la vez.


4. El rostro apretado para no llorar

Porque, ya el invierno se anuncia en el perfil melancólico de los cerros, en el cielo anubarrados y en el agua cargada que viene desbordante por las acequias.

Ya se anuncia en la niebla que exhalan las hondonadas del Huaychaca y Patarata. Ya en la chirapa con que amenazan las lluvias repentinas y las tempestades subyugantes.

Ya se esconde y remoza en los viejos y nuevos amores. Y en la vida interminable que tejerá y destejerá el destino con sus largos hilvanes, cosidos, descosidos y puntadas.

Muchos de mis compañeros de aula, por ejemplo, no regresarán el próximo año. Otros se mudarán hacia lejanas ciudades. Ha de haber con quienes dejaremos de vernos para siempre en esta vida y en las otras, porque la suerte nos enreda los caminos.

En el patio, el rostro apretado para no llorar escondido en el infinito tras del cielo sereno, cantamos reteniendo nuestras lágrimas que colman las órbitas de nuestros ojos que si inclinamos la cabeza pugnarán por desbordarse.


5. Llevo triste el corazón

Y así, con el agudo acento de nuestras voces entonamos a pecho abierto en el patio entristecido, la canción de despedida:

Dulce y grato es el vivir
de esperanzas y alegrías
compartiendo simpatías
persiguiendo un porvenir.

Más ahora separarme
de este claustro no podré,
mil ensueños de venturas
con ternura en el alma llevaré.

¡Adiós! pues centro escolar
me despido aula querida,
si Dios me presta la vida
pronto podré regresar.

Ay! por eso sin contento,
ahora siento que me lleno
de aflicción al cantar enternecido,
y al decir ya me despido
llevo triste el corazón.

– ¡Viva el Perú! –Arenga el profesor.

– ¡Viva! –Respondemos enronquecidos. Pero, en el fondo musitamos: ¡Adiós querido salón de clases! ¡Adiós patio y corredores! ¡Adiós voces del recreo!


6. Esmirriado y casi mudo

Diciembre, así, es punto de llegada y es punto de partida.

Mes feliz y triste. De inicio y de partida. Vértice y puente. Mes dulce y cruel.

Yo volveré a mi labor de carpintero. A contemplar las tempestades alzando la mirada desde la madera que se va abriendo por una línea trazada, se cepilla y se junta.

Viendo cómo el serrucho la va horadando al impulso de una idea, del brazo que la corta y del anhelo de construir algo.

Será en el taller del señor Villalobos, donde yo solo me empleo en un oficio ensimismado, sencillo y rotundo.

– La ebanistería del sordo Villalobos, –dice la gente. Y le temen.

Porque es un hombre austero, solitario y sin palabras vanas, tras su mandil de cuero. Esmirriado y casi mudo, no porque no escuche, sino por lo que piensa.

De intensos ojos azules y rostro angélico, siempre con un cigarrillo prendido en la comisura de sus labios finos y agestados, mientras con las manos serrucha, encola o cepilla.


7. Y un día me hizo pasar

Es la única persona de mi pueblo que conoce Norteamérica y ha viajado y vuelto de Europa. Quien ha cruzado en barco el canal de Panamá y solo yo sé buscar el momento para que lo cuente.

¿Cómo llegamos a confiar el uno en el otro? ¿Y, pese a ser yo un niño y él casi un anciano?

Fue pararme ante su puerta, absorto ante la maravilla de ver cómo se riza la viruta, cae el polvillo de aserrín en un montículo perfecto. Y cómo desaparece el rastro de las junturas de la madera cuando se encola.

Sin embargo, a nadie consiente ni permite que alguien allí se detenga. Pero, a mí sí. Y un día me hizo pasar, diciéndome:

– De esos pedazos de madera haz lo que quieras. ¡Haber, intenta hacer algo!

Y de mis manos fueron apareciendo repisas, baúles, alcancías, cofres, cajas para lustrar zapatos, mesitas de noche, que él celebra embelesado.

Y en mi casa mis hermanos lo acogen con exclamaciones de admiración y júbilo.


8. Ésta también fue mi escuela

Mis padres cada obra que termino me lo agradecen con una sonrisa callada que trasunta el más inmenso cariño.

Les encanta cada vez que llego con una joya de madera en donde incrusto espejos y encajes de metal.

Ahora ya saben donde buscarme. Y hasta allí llegan mis hermanos pequeños para decirme:

– Mamá dice que es hora de comer y la mesa está servida.

Y subimos la cuesta abrazados.

Nunca el maestro me pidió que le ayude ni siquiera a sujetar una madera. O a traer un tablón, de los que tiene secándose en su corredor hacia donde muere el sol de la tarde.

Todo es dejarme hacer lo que yo quiera. Tampoco, nunca me ha corregido algo. Al contrario, se pone a mirar lo que yo hago. Y lo contempla estupefacto.

Su taller tiene concentrada la esencia de los bosques y las flores de todo el universo. La fragancia de los árboles que han absorbido todas las savias de la tierra. Y pienso que ésta también fue mi escuela.


9. Leña que se quema

Ya sin asistir a las aulas del Centro Viejo, estos días de invierno no están abiertos a mis pasos las calles ni tampoco a incursionar por la plaza, que cruzamos tantas veces camino a las aulas.

Ahora se abren los caminos de la campiña, los senderos húmedos, las quebradas cargadas de torrentes burbujeantes. Y la floresta que lo invade todo.

Mes dulce, pero que esconde un gemido, es diciembre.

Hoy se amasa en la casa, a fin de tener pan, bizcochos, semitas, roscas y otros amasijos para la Navidad.

Hay humo fragante en la casa. Y leña que se quema olorosa.

Y, como siempre, a mí y a Amelia, la prima de mi edad, nuestros padres nos encargarán para ir a traer alguna pava, o lechón. O un coderito tierno del campo.

O ir a recoger algún chiclayo, o habas verdes, o papas frescas de Urupamba para sancocharlas, hacer que revienten y que zuacen en el horno.


10. Los arroyos que bajan en cascadas

Todo conseguido de algún alpartidario de mi tía Carmen. O yendo a la chacra donde vive alguna casera de mi madre.

Para llegar allí hay que subir cerros, cortar caminos por chacras sembradas, atravesar colinas cubiertas de flores silvestres, de repente cruzar un río que tiene o no tiene puente.

Entonces, cogiendo nuestras alforjas saldremos de madrugada, con el rumor de los arroyos que bajan en cascadas y mirando desprenderse las últimas gotas de la lluvia de la noche en las tejas de los aleros.

Extasiados en el humo azul que ya traspasa por entre las rendijas de las techumbres o contemplando los vuelos segados de algunas aves, queriendo a la vez desentrañar el mensaje de sus trinos.

U obsesionados con los moscardones del aire que ya zumban buscando el néctar de las flores para fabricar sus mieles.

¿Recuerdas?


11. Los rastrojos de alguna parva

Pese a que yo soy un año mayor que tú, eras tú quien sabías ordenar el universo para que yo lo entienda.

Eres tú quien me advierte de cada peligro riéndote de mí con tus burlas y después sin qué ni por qué quedándote seria hasta casi querer llorar.

¿Recuerdas? Contigo y para ti he cogido todas las flores y frutos del universo.

¿Recuerdas?

Hemos rodado por las pendientes con el rocío prendido aún en las hojas y tallos de las plantas, por no llegar todavía por allí el sol hacia esas sementeras.

O sumidos hasta desaparecer bajo los rastrojos de alguna parva.

O sumidos nuestros pies hasta las rodillas en alguna poza, porque la pava, el lechón o el cordero se nos escapan de la alforja donde lo traemos.


12. Subiré a las cercas

Abrazándonos inocentes bajo alguna choza. Buscando sacarte una poñita del ojo porque tú repentinamente te pones a llorar.

Y aduces que te ha entrado una pajita en la pupila que yo busco haciendo que hagas rodar el iris de tus ojos por toda su órbita sin que jamás encuentre el motivo de tu llanto.

Te cogeré de la mano para que pases por los arroyos por donde tienes miedo cruzar.

Subiré a las cercas altas a sacarte alguna fruta que se te antoje.

Y la familia del campo a donde hemos ido nos habrá invitado leche fresca recién ordeñada de la vaca.

Y nos habrá tostado cancha. Y nos habrá invitado alguna fritura. Y compartirlo así habrá sido la mejor Navidad.


13. Mirando el valle y los tejados

Y volveremos rozagantes. Y nos guareceremos de la lluvia bajo cualquier penca, acurrucados sintiendo que los cielos se pueden caer.

¡Ah, cruel y encantador diciembre! Y pienso que esta también fue mi escuela y tú mi primera maestra.

Por eso hoy, pasados ya tantos años, al salir a caminar por aquellos mismos senderos que recorrimos de niños, en la calma profunda de las horas, después de un aguacero repentino he recordado cómo era todo cuando nuestros corazones fueron inocentes.

Y estando solo en el camino, teniendo al frente las hileras de retamas que amarillean, los árboles gigantescos, el valle en la hondonada, ha venido entonces y se ha posado en el capulí cercano un zorzal indómito.

Y mirando el valle y los tejados ha entonado otra vez su canto primordial e insondable.

Texto que puede ser reproducido citando autor y fuente

Teléfonos:

420-3343 y 420-3860

Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:

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Santiago de Chuco


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